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Tema: Artículos publicados en "Diario Extra"

  1. #121
    2010-06-08-EL LIBERALISMO DISCRIMINA CONTRA LAS MINORÍAS-PARTE IV

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    EL LIBERALISMO DISCRIMINA CONTRA LAS MINORÍAS- PARTE IV


    La Extra, 08 de junio del 2010.

    En esta cuarta y última columna en que analizo la crítica que se hace de que el liberalismo discrimina contra las minorías, empiezo citando la respuesta que Mary Wollstonecraft, inspiradora de muchas feministas liberales clásicas, le dio al libro de Edmund Burke, Reflections on the Revolution in France. Ella escribió: “Considere si, y se lo dirijo a usted como legislador, cuando los hombres luchan por su libertad y se les deja juzgar por sí mismos en lo referente a su propia bienestar, ¿si no es inconsistente e injusto subyugar a las mujeres, aún cuando usted cree firmemente que actúa de la manera mejor calculada de promover su libertad? ¿Quién hizo que el hombre fuera juez exclusivo, si la mujer comparte con él el regalo de la razón?... Que no haya coerción establecida en la sociedad, y si prevalece la ley común de la gravedad, los sexos descansarán en sus lugares correspondientes. Y, ahora que leyes más equitativas están formando a sus ciudadanos, el matrimonio puede llegar a ser algo más sagrado: los hombres jóvenes pueden escoger esposas por motivos de afecto y las mujeres jóvenes permiten que el amor destierre la vanidad…” (Mary Wollstonecraft, “The Subjugation of Women”, en David Boaz, editor, The Libertarian Reader: Classic and contemporary writings from Lao-Tzu to Milton Friedman, Op. Cit., p. 62).

    Lo que los liberales deben hacer en este campo es luchar por el orden competitivo que implique costos a quienes discriminen, así como que el Estado de ninguna manera trate a la mujer diferente del hombre en cuanto al principio de igualdad ante la ley, pero dando el campo adecuado para decisiones privadas libres acerca del desempeño de papeles tradicionales femeninos de cuidado de los niños, así como de los roles sexuales o ante decisiones que signifiquen una vida diferente que las mujeres puedan desear llevar en busca de su felicidad propia.

    El principio básico del liberalismo en torno a la diversidad me parece que radica en el deseo que tienen las personas de vivir en una sociedad que permita vicios personales que no causan daños a terceros, en contraste con un sistema en que el Estado puede prohibir dichas conductas con fundamentos morales o de que constituyen un peligro cuando así no lo es. Porque el gobierno, ante la posibilidad de restringir conductas privadas que no dañan a terceros, no tiene en principio un límite que le impida limitar tales conductas por inmorales o porque les causan un daño. Así las personas libres podrían verse limitadas en aquello que valoran al máximo sólo porque alguien, por medio del poder coactivo del Estado, logró que éste la restringiera. Para asegurarse que su propia libertad no sea objeto de restricción estatal arbitraria, la persona debe estar de acuerdo en aceptar conductas de otras personas con las que no se está de acuerdo o bien cuya práctica constituye un peligro pero para esas otras personas, mas no le ocasionen daño a él o ella. Como dice Conway, “en esencia, el caso del liberalismo clásico a nombre del orden político liberal como una forma de régimen que es el mejor para todos los seres humanos.” ((David Conway, Classical Liberalism: The Unvanquished Ideal, Op. Cit., p. 20). La sociedad libre es el orden que mejor puede acomodar la diversidad innata de los individuos.

  2. #122
    2010-06-15-EL LIBERALISMO ES ANTI-SOLIDARIO-PARTE I

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    EL LIBERALISMO CLASICO ES ANTI-SOLIDARIO-PARTE I


    La Extra, 15 de junio del 2010.

    Este comentario amplía la respuesta a una crítica antes analizada de que el liberalismo clásico discrimina contra las minorías. Ahora debo referirme al carácter individualista del orden político liberal clásico.

    El liberal clásico es individualista al reconocer su rol en un orden social espontáneo, el cual “enfatiza… que el estado debería de ser… tan sólo una pequeña parte de ese organismo mucho más rico que llamamos ‘sociedad’ y que… únicamente debería brindar un marco general en el cual tiene la extensión máxima la libre colaboración entre los hombres...” (Friedrich A. Hayek, “Individualism: True and False,” en Chiaki Nishiyama y Kurt R. Leube, editores, The Essence of Hayek, Stanford: Hoover Institution Press, 1984, p. p. 145-146).

    Para Hayek, el individualismo verdadero implica ciertos corolarios como que “el estado organizado deliberadamente… y el individuo… están lejos de vislumbrarse como las únicas realidades, en tanto que todas las formaciones y asociaciones intermedias deben ser deliberadamente suprimidas… El individualismo verdadero afirma el valor de la familia y de todos los esfuerzos conjuntos de las comunidades y grupos pequeños, cree en la autonomía local y en las asociaciones voluntarias y, de hecho, el caso en su favor descansa fuertemente en el argumento de que mucho por lo cual usualmente se pide la acción coercitiva del estado, puede lograrse mejor mediante la colaboración voluntaria.” (Friedrich A. Hayek, Ibídem, p.146).

    La creencia liberal se sustenta en que el individuo conoce mejor sus intereses y toma sus decisiones en función de ello; eso no lo convierte en voraz, ávido, codicioso, egoísta, avaricioso, metalizado, ególatra, pues, dice Novak, para ello se tendría que “partir de la premisa de que los seres humanos son tan depravados que nunca efectúan otra clase de elección.... Aparte de las limitaciones que se impone el propio individuo, el sistema limita la codicia y el interés personal… los verdaderos intereses de los individuos muy rara vez se limitan a la preocupación y cuidado por sí mismos. Para la mayoría de las personas, los intereses de su grupo familiar significan más que los propios y con frecuencia estos se subordinan a aquellos. También sus comunidades les importan.” (Michael Novak, El Espíritu del Capitalismo Democrático, Argentina: Ediciones Tres Tiempos, 1983, p. p. 96-97).

    Esta interpretación no es nueva en el pensamiento liberal. Smith nos recuerda que “En una sociedad civilizada (el hombre) se ve siempre obligado a la cooperación y concurrencia de la multitud... En casi todas las demás castas de animales cada individuo de la especie, luego que llega a estado de madurez, principia a vivir en uno de entera independencia, y en este estado natural puede decirse que en cierto modo no tiene necesidad de otra criatura viviente. Pero el hombre se halla siempre constituido… en la necesidad de la ayuda de su semejante… y aun aquella ayuda del hombre en vano la esperaría siempre de la pura benevolencia de su prójimo, por lo que la conseguirá con más seguridad interesando en favor suyo el amor propio de los otros, en cuanto a manifestarles que por utilidad de ellos también les pide lo que desea obtener…” (Adam Smith, La Riqueza de las Naciones, Tomo I, Op. Cit., p. 54).

  3. #123
    2010-06-22-EL LIBERALISMO ES ANTI-SOLIDARIO-PARTE II

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    EL LIBERALISMO ES ANTI-SOLIDARIO-PARTE II


    La Extra, 22 de junio del 2010.

    Ante la recurrencia del tema de la “insolidaridad del liberalismo clásico”, expongo algo que sorprenderá a quienes acusan al liberalismo de insolidario.
    Whilhelm Röpke, destacado economista liberal de la corriente de pensamiento alemana llamada Ordoliberalismo, influyó en la conformación de la Economía Social de Mercado y fue gran admirador de las enseñanzas sociales de la Iglesia Católica y un cristiano dedicado.

    En respuesta a la crítica del liberalismo clásico por insolidario, señala que, en la lucha por resolver el problema de la pobreza, hay tres métodos por los cuales los individuos logran aquellos bienes escasos. Uno “éticamente negativo”, que consiste en obtener bienes de otros por la violencia y el fraude. El siguiente “éticamente positivo”, en que se obtienen sin tener que dar algo a cambio y un tercero “éticamente neutral” que “no se basa en el egoísmo si ello implica que el bienestar individual se logra a expensas de aquél de otro. Ni… se basa en un altruismo desinteresado, si eso implica que el bienestar individual es desatendido, de forma que otros se puedan beneficiar. Es [uno]… mediante el cual, en virtud de una reciprocidad contractual de intercambio entre las partes, se logra un aumento en el bienestar propio por un aumento en el bienestar de otros. Este método, que se puede llamar “de solidaridad” (término que utiliza Röpke) significa que un aumento de mi bienestar se logra de forma que no priva a otros del suyo sino más bien les brinda, como producto de mi ganancia, un incremento de él.” (Whilhelm Röpke, Economics of the Free Society, Chicago: Henry Regnery Co., 1963, p. p. 20-21. Paréntesis mío).

    El mercado es precisamente solidario pues no depende del despojo egoísta de los bienes de otros para obtener los que satisfagan los deseos o necesidades individuales, ni tampoco de un comportamiento altruista, en que la persona se despoja del bienestar propio con tal de que otros se beneficien. El intercambio de las partes no excluye la posibilidad de que el aumento de bienestar de una de ellas, se use para fines “éticamente positivos” del altruismo que mencionó Röpke. Claro que podría usarse para fines “éticamente negativos”, de despojo de la propiedad de otros, pero, “tan sólo las poderosas influencias de la religión, la moral y la ley parecen capaces de inducir en nosotros una adherencia escrupulosa al tercer método”; al éticamente neutral (Ibídem., p. p. 21-22), razón por la que destaco la función segunda del Estado en una sociedad liberal a la cual se refería Smith: “proteger a cada individuo de las injusticias y opresiones de cualquier otro miembro de la sociedad”. (Adam Smith, La Riqueza de las Naciones, Tomo III, San José: Universidad Autónoma de Centro América, 1986, p. 23).

    La asistencia deseable a aquellos en necesidad puede ser mejor brindada por organizaciones privadas que por el Estado. En el auge político del liberalismo se dio una proliferación de agencias privadas dedicadas a la caridad, que pueden haberse visto disminuidas por la pretensión estatista de que la caridad se logra mejor por el Estado que por las personas. Uno puede suponer que son esas personas quienes mejor conocen sus intereses en cuanto al ejercicio de la caridad en comparación a como lo haría un burócrata.

  4. #124
    2010-06-29-EL LIBERALISMO ES ANTI-EMPRESA PÚBLICA-PARTE I

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    EL LIBERALISMO ES ANTI-EMPRESA PÚBLICA-PARTE I


    La Extra, 29 de junio del 2010.

    El liberalismo considera que no es función del Estado llevar a cabo actividades productivas que el individuo pueda hacer. No es sinónimo de anarquía: juzga indispensable la existencia del Estado, si bien hay criterios distintos entre liberales acerca del rol que desempeña en un orden liberal. Esta es base para analizar la afirmación de que el liberalismo clásico es anti-empresa pública.

    Dice un liberal moderno, Razeen Sally: “la función del gobierno en la conducción de la política pública es análoga a aquella de un árbitro o un réferi del futbol, la de aplicar ‘las reglas del juego’ pero no la de interferir o ‘jugar’ con ‘el juego’ en sí, mucho menos pre-programar o alterar y adulterar los resultados.” (Razeen Sally, Classical Liberalism and international Economic Order, Londres: Routledge, 2002, p. 27).

    Adam Smith definió lo que se consideran las tres funciones básicas del Estado. La primera, defender la nación de enemigos externos. La segunda, administrar la justicia: hacer cumplir las reglas generales sobre propiedad y contratos, impidiendo el fraude y la coacción. Tercera, proveer obras que “aunque ventajosas en sumo grado a toda la sociedad, son no obstante de tal naturaleza que la utilidad nunca podría recompensar su costo a un individuo...” (Adam Smith, La Riqueza de las Naciones, Tomo III, Op. Cit., p. 36).

    Esta última Sally considera que incorpora como bienes públicos, “la provisión de estabilidad macroeconómica y de servicios que van desde iluminación de las calles y facilidades sanitarias, hasta salud, educación, transporte público esencial y una red de seguridad básica para los indigentes” (Razeen Sally, Op. Cit., p. 28).

    El término “bienes públicos” puede verse como los producidos en el sector público; para los economistas son bienes cuyo consumo es colectivo, en donde se aplica el principio de no exclusión: que al consumirlo algún individuo, no excluye que lo sea por otro. Los bienes tienen diferentes grados de estas dos características “públicas”, por lo que no es necesariamente correcto suponer que ya porque se trata de un bien con amplias características públicas, necesariamente deba producirlo el estado. Por ejemplo, las transmisiones de televisión y de radio o los programas de computación las produce el sector privado, de forma que no se puede pensar que tengan que serlo por el sector público. Otros, como la defensa y las carreteras (en menor grado), son bienes públicos que con frecuencia los produce el estado.

    Richard Epstein señala que “los mercados dependen de los gobiernos; los gobiernos dependen de los mercados. La cuestión clave no es excluir uno u otro sino asignarle a cada uno su papel apropiado.” (Richard A. Epstein, Skepticism and Freedom, Chicago: The University of Chicago Press, 2003, p. 1). Menciona la necesidad de “fusionar una fuerte protección de las libertades de los individuos con la provisión estatal de bienes públicos claves, incluyendo la infraestructura necesaria para que el sistema funcione.” (Richard A. Epstein, Ibídem., p. 9). Se refiere a infraestructura física, como carreteras, puentes o muelles, pero más bien al marco legal, político y social que faculta la protección estatal de los individuos, su propiedad y la ejecución de los contratos.

  5. #125
    2010-07-06-EL LIBERALISMO ES ANTI-EMPRESA PÚBLICA-PARTE II

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    EL LIBERALISMO ES ANTI-EMPRESA PÚBLICA-PARTE II


    La Extra, 06 de julio del 2010

    Un estado podría producir aquella infraestructura a que se refería Smith, mediante empresas públicas; esto es, organizaciones para llevar a cabo negocios propiedad parcial o total del estado, y que generalmente administra. Usualmente son monopolios y suelen darse en la producción de bienes o servicios como electricidad, gas, agua, telecomunicaciones y algunas formas de transporte.

    También la provisión de esos bienes “públicos” puede ser brindada por personas, de aquí que criterios de eficiencia y razones primordiales de libertad individual, aportan mucho para decidir la forma organizacional que deben tener tales empresas.

    El tema del alcance del Estado en un orden liberal es polémico, pero dos aspectos ayudan a conformar una opinión. Primero, los liberales son escépticos acerca de la habilidad del Estado para llevar a cabo funciones que los individuos pueden hacer. Los liberales se oponen a que aquél las realice y, si se considera proveerlos es función pública, ello no requiere que deba administrarlas. “El gobierno no deberá interferir en la esfera delimitada de los individuos, incluyendo en su propiedad, e ipso facto deberá abstenerse de intervenir en el proceso del mercado dejando que los productores y los consumidores sean libres de efectuar sus propias elecciones de acuerdo con los precios que se forman libremente.” (Razeen Sally, Op. Cit., 27).

    Segundo, los liberales son naturalmente opuestos a la concentración del poder, por lo cual minimizan el papel del Estado en ese balance necesario o marco jurídico que maximice la colaboración libre entre individuos. Tal escepticismo explica su preferencia de que sean las partes y no el Estado quienes definan los términos y las condiciones en que contratan libremente, pues “conocen mejor que nadie cuál es su interés propio, de manera que el dictado público de los términos de los contratos es una limitación a la libertad de ambas partes, dando lugar a una transacción que necesariamente daña su bienestar económico.” (Richard Epstein, Op. Cit., p. 35). La historia del intervencionismo es pródiga en daños a las libres relaciones que individuos desean llevar a cabo, razón por la cual el liberal suele oponerse a la intervención del Estado.

    Para el liberal hay razones económicas para que mejor tales funciones de provisión de bienes públicos las lleven a cabo individuos, además de que se limita a un Estado con poder restringir la libertad. Tales son las empresas públicas monopolísticas, cuya existencia surge por impedimento legal de competencia de individuos. Aún con argumentos de fracaso del mercado para promover una acción estatal que lograría mejores resultados, lo cierto es que los gobiernos no son dirigidos por omnisapientes individuos, a la vez benevolentes en su conducta. Lo contrario se observa: los intereses de los buscadores de rentas capturan al Estado para que tome medidas que también benefician a los maximizadores del poder y otorgadores de prebendas del sector público. La actuación estatal no es gratuita; por el contrario, suele ser más onerosa que el costo que alguien podría considerar surge de un mercado competitivo en un orden político liberal.

  6. #126
    2010-07-13-EL LIBERALISMO ES ANTI-EMPRESA PÚBLICA-PARTE III

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    EL LIBERALISMO ES ANTI-EMPRESA PÚBLICA-PARTE III


    La Extra, 13 de julio del 2010.

    En resumen de lo expuesto en estos tres últimos comentarios, el liberalismo se opone por razones prácticas, así como por principios de libertad, a la utilización de esquemas de empresas públicas para producir ciertos bienes y servicios, al considerar que hay alternativas más eficientes, por medio de la iniciativa individual y la empresa privada, de suministrar tales bienes o servicios. El estado intervendría en la provisión de estos tan sólo, como observaba Adam Smith (y particularmente en obras de infraestructura) si los individuos no pueden llevarlas a cabo.

    El problema es que las empresas estatales suelen alejarse de los criterios propios de la empresa privada de obtener ganancias que resulten de servir eficientemente los deseos de los consumidores y más bien suelen guiarse por criterios políticos que se traducen eventualmente en déficits, que en última instancia deben ser cubiertos por alguna forma de impuestos. Por todo lo expuesto, la afirmación de que el liberalismo clásico se opone a la empresa pública es correcta, pues no es una forma eficiente ni necesaria para producir aquellos bienes que se consideran llenan los criterios de bienes públicos.

    Para matizar lo expuesto, ampliamente aceptado en el pensamiento liberal, sin embargo me parece apropiado traer a colación un comentario de un destacado economista liberal clásico, Wilhelm Röpke, quien advierte que “el problema político-económico de las empresas de servicios públicos (‘public utilities’) reside en el hecho de que, en tanto su carácter monopólico es más o menos inevitable, es al mismo tiempo particularmente peligroso, pues estas empresas sirven para satisfacer necesidades públicas urgentes (esto es, poseen demandas inelásticas). Para resolver este problema hay dos posibilidades: o dejamos que las empresas de servicios públicos existan como empresas privadas, aunque siempre requiriendo que se sometan a la regulación estatal o establecemos en su lugar monopolios estatales plenos o de la comunidad. Cuál de ambas soluciones es la mejor puede ser determinado tan sólo con suma dificultad, pues mucho depende de las circunstancias particulares de cada país y del tipo de institución de servicio público de que se trate.” (Wilhelm Röpke, Economics of the Free Society, Chicago, Ill.: Henry Regnery Company, 1963, p. 179).

    A pesar de lo mencionado en el párrafo anterior, me parece que, aún en esta última circunstancia, siempre debe de estar abierta la posibilidad de que las personas (y sus empresas) puedan entrar a participar en igualdad de condiciones en los mercados de referencia, sin que en principio se les excluya. Mucho del cambio en la estructura actual de la producción de bienes públicos se ha originado en tal apertura, en donde la empresa privada puede ahora producir bienes y servicios que antes sólo podían hacerlo empresas públicas. Y esto ha beneficiado al consumidor, quien es así libre para escoger y, por tanto, de hacer máxima su satisfacción.

  7. #127
    2010-07-20-EL LIBERALISMO CONDUCE AL LIBERTINAJE-PARTE I

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    EL LIBERALISMO CONDUCE AL LIBERTINAJE-PARTE I


    La Extra, 20 de julio del 2010.

    Esta crítica suele proceder de círculos conservadores defensores del status quo, que señalan que el liberalismo conduce a conductas privadas que contrastan fuertemente con las convenciones morales vigentes, aunque en ocasiones la crítica proviene de la izquierda. Señala Machan que el liberalismo clásico es “acusado de promover la disipación, el libertinaje, el hedonismo y el subjetivismo moral. Leo Strauss desde la derecha, Herbert Marcuse desde la izquierda, así como muchos de sus epígonos, han formulado repetitivamente este punto.” (Tibor Machan, “Two Kinds of Individualism: A critique of ethical subjectivism,” en Philosophical Notes, No. 29, 1993, p. 1).

    Por libertinaje se puede entender un comportamiento individual no restringido por códigos formales o informales acerca de costumbres o modales y por la moralidad. Algunos han considerado que el liberalismo da lugar a que los individuos actúen como si no tuvieran restricción moral alguna en su conducta personal y en sociedad.

    Los liberales no son anarquistas y reconocen funciones al Estado que se pueden resumir en aquellas que permiten asegurar un orden de libertad. Desde Adam Smith el pensamiento liberal definió funciones esenciales que debía desempeñar el Estado: un marco legal que permita funcionar adecuadamente el orden social basado en la libertad. En cuanto a la crítica analizada, la clave es si se requiere, a partir de esas funciones públicas generales, que el Estado defina cuáles son las reglas morales que deben regir en un orden establecido en un momento dado. Sobre esto una vez dijo Margaret Thatcher que “La libertad es una criatura de la ley o es una bestia salvaje.” (Margaret Thatcher, discurso pronunciado en Corea del Sur el 3 de setiembre de 1992, conocido como “Los Principios del Thatcherismo”).

    Según con la concepción Hayekiana de un orden social “nos comprendemos mutuamente, convivimos y somos capaces de actuar con éxito para llevar a cabo nuestros planes, porque la mayor parte del tiempo los miembros de nuestra civilización se conforman con los patrones inconscientes de conducta, muestran una regularidad en sus acciones que no es resultado de mandatos o coacción y a menudo ni siquiera de ninguna adhesión consciente a reglas conocidas, sino producto de hábitos y tradiciones firmemente establecidas.” (Friedrich A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, Madrid: Unión Editorial, S. A., 1975, p. p. 78-79). La tradición y la costumbre surgidas evolutiva y espontáneamente son cruciales para entender el comportamiento de los individuos en un orden concreto y no un diseño deliberado de política estatal que asegura que así la sociedad funciona en beneficio de sus integrantes. La importancia de la tradición y la costumbre en los órdenes sociales descansa en la idea del prominente pensador liberal clásico, David Hume, acerca de que “la moral… no puede derivarse de la razón” (David Hume, Tratado de la Naturaleza Humana, Tomo III, San José: Universidad Autónoma de Centro América, 1987, p. 211), sino que “nuestros esquemas morales y nuestras instituciones sociales… surgen como parte de un proceso evolutivo inconsciente de auto-organización de una estructura o un modelo.” (Friedrich A. Hayek, La Fatal Arrogancia, Op. Cit., p. 193).

  8. #128
    2010-07-27-EL LIBERALISMO CONDUCE AL LIBERTINAJE-PARTE II

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    EL LIBERALISMO CONDUCE AL LIBERTINAJE-PARTE II


    La Extra, 27 de julio del 2010.

    Cuando con anterioridad se analizó la crítica a veces formulada de que el liberalismo era conservador, indiqué que tal creencia no tenía fundamento, pues la conformidad voluntaria, que en cierto momento existía en un orden libre, bien podría variar. Al contrario del conservador, quien cree en la inmutabilidad de las reglas morales de una sociedad, el liberal considera que éstas pueden ser objeto de cambio; concretamente, que pueden evolucionar. Escribe Hayek que “Tal evolución solamente es posible con reglas que ni son coactivas ni han sido deliberadamente impuestas; reglas susceptibles de ser rotas por individuos que se sienten en posesión de razones suficientemente fuertes para desafiar la censura de su conciudadanos, aunque la observancia de tales normas se considera como mérito y la mayoría las guarde.” (Friedrich A. Hayek, Ibídem., p. 79). La sociedad liberal da posibilidad al cambio y a la evolución, que sin duda se dificultaría enormemente si el Estado fuera el que coaccionara o impusiera reglas específicas que se asumirían son inviolables e invariables.

    Al analizar esta crítica surge un aspecto esencial que Hayek expone acerca de la sociedad abierta: la tradición constituye una limitante a la acción individual en cuanto a las reglas que existen en una sociedad en un momento y lugar concreto, pero dicha limitante debe ser flexible en cuanto a permitir el cambio que los individuos deseen llevan a cabo, si los costos de hacerlo son más que compensados con el beneficio que obtienen del cambio. En el orden de libertad dicho cambio es gradual y experimental (piecemeal) contrario a la forma en que varía en un orden en el cual el Estado es el que define las reglas morales. En adición, señala Hayek, “La existencia de individuos y grupos que observan simultáneamente normas parcialmente diferentes proporciona la oportunidad de seleccionar las más efectivas.” (Friedrich A. Hayek, Ibídem., p. 79).

    No se observa, por tanto, que en sociedades políticamente liberales prime la anarquía y el libertinaje, sino, por el contario, se trata de un ordenamiento social al cuál se arriba espontáneamente sin que tenga que mediar la coerción que pueda imponer el Estado en cuanto a reglas morales que deben de seguir los ciudadanos.

    Esa espontaneidad y el aprecio por las reglas de conducta probadas y reflejadas en tradiciones y costumbres que aceptan los individuos en un momento dado, no significa que éstas sean inamovibles, pues la tolerancia propia del sistema liberal clásico permite que los mismos individuos con su conducta vayan definiendo las reglas morales con el paso del tiempo. Al orden liberal no lo define el libertinaje de sus miembros, sino todo lo contrario: un ordenamiento espontáneo en que se respetan los derechos de las personas iguales ante la ley.

  9. #129
    2010-08-03-EL LIBERALISMO ES ANTI-DEMOCRÁTICO- PARTE I

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    EL LIBERALISMO ES ANTI-DEMOCRÁTICO-PARTE I


    La Extra, 02 de agosto del 2010.


    El liberalismo no endosa como tal al sistema político democrático, pero, más que rechazarlo, le reconoce méritos que hacen que muchos liberales se sientan como tales, además de demócratas. Formulan importantes observaciones acerca de la forma en que este sistema político puede distorsionarse y dar lugar a daños imprevistos.

    Es necesario aclarar el ámbito conceptual del liberalismo, diferente del de la democracia. Mientras que aquél trata de las funciones del gobierno y en particular las limitaciones de los poderes públicos de todo tipo de gobierno, la democracia trata sobre quién debe dirigir el gobierno. En la concepción liberal, la democracia no se considera como irrestricta, pues como cualquier otra forma de gobierno, debe limitarse en sus poderes. La apreciación de algunos de que una mayoría -que en una democracia procedimentalmente define la toma de decisiones gubernamentales- no debe tener limitación alguna, la rechaza el liberalismo, que señala principios, establecidos en una Constitución o por su aceptación general, que limitan la legislación que puede aprobar una mayoría. Dice Hayek que “los liberales consideran muy importante que los poderes de cualquier mayoría temporal hállense limitados por principios… la decisión de la mayoría deriva su autoridad de un acuerdo más amplio sobre principios comunes y no de un mero acto de voluntad de la circunstancial mayoría.” (Friedrich A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, Madrid: Unión Editorial S. A., 1975, p. p. 120-121).

    Popper destaca la característica más positiva de la democracia, al señalar que “Personalmente, prefiero llamar ‘democracia’ al tipo de gobierno que puede ser desplazado sin violencia y ‘tiranía’ al otro”. (Karl Popper, Conjeturas y Refutaciones: El Desarrollo del Conocimiento Científico, Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica S. A., 1967, p. 413). Años después amplía esta idea al escribir que la “única justificación moral (de la democracia es hacer todo lo posible para evitar que ocurra una dictadura). Las democracias… no son soberanías populares, sino, por encima de todo, instituciones equipadas para defendernos de la dictadura. No permiten el gobierno dictatorial, una acumulación del poder, sino que buscan limitar el poder del estado. Lo que es esencial es que una democracia… (mantenga) abierta la posibilidad de deshacerse del gobierno sin derramamiento de sangre, si no logra respetar sus derechos y sus obligaciones, pero también si nosotros consideramos que su política es mala o es errónea.” (Karl Popper, “Reflexiones sobre Teoría y Práctica del Estado Democrático,” en Karl Popper, La Lección de este Siglo, Argentina: Temas Grupo Editorial SRL, 1998, p. 108. El paréntesis es mío).

    De aquí mi aprecio personal por los sistemas democráticos basados en el parlamento, en que es más fácil reemplazar gobiernos que prosigan políticas malas o inconvenientes, comparado con democracias no parlamentarias, que cambian el poder ejecutivo sólo mediante elecciones formalmente convocadas con cierta periodicidad. Piénsese tan sólo en lo sucedido recientemente en Honduras. De haber existido un sistema parlamentario, el cambio de gobierno conveniente se habría realizado sin mayores dificultades institucionales.

  10. #130
    2010-08-10-EL LIBERALISMO ES ANTI-DEMOCRÁTICO- PARTE II

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    EL LIBERALISMO ES ANTI-DEMOCRÁTICO-PARTE II


    La Extra, 10 de agosto del 2010.

    Los liberales no somos anti-democráticos si está sujeta a limitaciones. La mayoría es guía para tomar decisiones públicas y tal legitimidad deviene de un principio aprobado por al menos una mayoría. Eso no otorga poder ilimitado a una mayoría. Los principios generales mayoritariamente aprobados definen para los individuos los mandatos que deben acatar para mantener la viabilidad de un orden social. La lucha del liberalismo ha sido por lograr instituciones que prevengan todo ejercicio arbitrario del poder, lo que define el grado de coerción aceptable para los individuos, como son “la separación de poderes, la regla de la soberanía de la ley, un gobierno sujeto a las leyes, la distinción entre el derecho público y el derecho privado y las reglas de los procedimientos judiciales… sirvieron para definir y limitar las condiciones bajo las cuales era admisible cualquier coerción a los individuos.” (Friedrich Hayek, Ibídem, p. p. 99-100).

    Dos puntos adicionales sobre la relación entre democracia y liberalismo. El primero es el principio democrático de que la mayoría es la forma de decisión aplicable a los temas públicos. Eso no significa que la mayoría en un momento dado sea permanente, pues en una democracia lo que en un momento es la minoría, al día siguiente puede ser
    mayoría. La esencia de la toma de decisiones en un sistema democrático es que la minoría pueda libremente, en cierto momento, convertirse en mayoría.

    El segundo es una cita del pensador liberal católico, Lord Acton, acerca del riesgo de que la democracia degenere en totalitarismo: “El verdadero principio de la democracia, de que nadie tendrá poder sobre la gente, es tomado para dar a entender que nadie estará en capacidad de limitar o escapar de su poder. El verdadero principio democrático, que la gente no será obligada a hacer lo que no le gusta, es tomado para dar a entender que nunca se le requerirá que tolere lo que no le gusta. El verdadero principio democrático, que el libre albedrío de todos los hombres será tan libre como sea posible, es tomado para dar a entender que el libre albedrío del pueblo como colectividad no será encadenado de forma alguna.” (The History of Freedom and Other Essays, editado por John Neville Figgis y Reginald Vere Laurence, Londres: Macmillan, 1907, p. p. 93-94).

    Se degenera si sus poderes no se limitan y se dedican a servir demandas que pueden ejercer muchos intereses específicos. La democracia está expuesta a presión para otorgarlos, de forma que la mayoría del momento, para preservarla, otorga privilegios a cada grupo particular que los demanda.

    El freno puede estar en que la mayoría momentánea no pueda otorgar beneficios discriminatorios a grupos específicos. Lo resume Hayek, “la raíz del conflicto está en que en una democracia ilimitada quienes poseen poderes discrecionales se ven forzados a usarlos… para favorecer grupos políticos particulares de cuyo voto cambiante dependen.” (Friedrich Hayek, Law, Legislation and Liberty, Vol. 3, Op. Cit., p. 139). Un buen principio liberal es valorar a la democracia como la forma más eficiente descubierta para cambiar un gobierno sin mediar la violencia, pero teniendo presente la posibilidad de que, si no se le limita en sus poderes, degenere en un gobierno totalitario.

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  4. Comentarios en "Radio Monumental"
    Por Elisa en el foro Obra escrita de Jorge Corrales Quesada
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