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SUBSIDIOS


Comentario en Radio Monumental, 02 de abril de 1984.

Hace poco tiempo escuché a un apreciado amigo decir, en un programa de televisión, que, bajo ciertas condiciones que el enumeró, estaría de acuerdo en que se otorgara un subsidio a la cultura. El invitado al programa es un destacado promotor de actividades relacionadas con el arte en el país y, en muchas ocasiones, ha abogado porque el Estado les otorgue un subsidio.

Cierto gremio de agricultores, no tan pequeños, aunque esa categoría dentro del universo del “pobrecito” abre el camino para el privilegio, también solicitó que el Estado les otorgara subsidios por una serie de razones.

Los maestros, como casi siempre, en apariencia más preocupados por asuntos de exigencias económicas y menos por la calidad de la educación que se brinda, enviaron a grupos de estudiantes a manifestarse públicamente para que se les conceda un subsidio para el pago de las tarifas de los camiones (o buses, como se les llama ahora).

Los autobuseros, por otra parte, han clamado porque se les pague el subsidio que el Estado les adeuda, pues de no entregarse tendrían que elevar el costo de las tarifas de transporte urbano.

Los precios de sustentación mayores que los precios de equilibro constituyen un apetecido subsidio por ciertos grupos organizados, quienes alegan que, de no existir, no habría producción en el país.

Todos los anteriores son ejemplos de nuestra vida económica real, en la que la norma es la proliferación de subsidios para cuanta cosa se les ocurre a los grupos de presión, con la santificación estatal, por supuesto.

Evidentemente a las argollas políticas les encanta otorgar subsidios, puesto que, después de todo, quienes los reciben creen que estas son merecidas dádivas gratuitas. Esto es, creen que reciben una donación gratis y, por tanto, en las próximas elecciones votarán agradecidos con aquellos quienes les regalaron los subsidios. La gratuidad es cierta para los recepcionistas, pero no para toda la colectividad: la posterior y segura pasada de la factura mediante impuestos al ciudadano, es la mejor muestra de que no existe nada gratis.

También los grupos organizados pugnarán por obtener un pedacito de subsidio, pues creen que con él están logrando algo para su beneficio proveniente del resto de los costarricenses.

Ante la infección de subsidios que sufre el país, mantengo la esperanza de que una especie de cura homeopática restaure nuestra salud económica. Por una parte, los programas de subsidios tienen un costo. Para entender esto, imaginemos que el Estado nos saca la plata del bolsillo derecho (la pagada del subsidio) y nos la mete en el izquierdo (la entrega del subsidio). Pero por ese acto de prestidigitación, el Estado no deja de cobrarnos por realizarlo, por administrarlo. En la pasada de un bolsillo al otro se desperdicia plata, se quedan recursos. Tengo la esperanza de que la colectividad logre darse cuenta de este cobro, más o menos disimulado.

En segundo lugar, como no se puede subsidiar a todo mundo al mismo tiempo, y como ya, según pintan las cosas, se está llegando al subsidio universal en Costa Rica, en dicho momento nos daremos cuenta de que, lo que por alguna razón cada uno de nosotros recibe como subsidio, está saliendo del bolsillo de algún otro grupo de personas.
Por supuesto que en ese instante nuestro político ya no podrá seguir repartiendo privilegios.