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Tema: Artículos publicados en Diario La Nación 2000-2003

  1. #11
    2001-10-06-NO ACABARON CON EL ESPÍRITU

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    NO ACABARON CON EL ESPÍRITU


    La Nación, 06 de octubre del 2001.

    Es poco probable que Minoru Yamasaki, principal arquitecto del World Trade Center, hubiera tomado lecciones de Economía. Pero sabía el sentido de sus palabras cuando, al inaugurarlo, dijo: "El comercio mundial significa la paz mundial [...] El World Trade Center es un símbolo viviente de la dedicación del hombre a la paz mundial [...] debería, por su importancia, convertirse en una representación de la creencia del hombre en la Humanidad, de su necesidad en la dignidad individual, por sus creencias en la cooperación entre los hombres y, a través de esa cooperación, de su habilidad para encontrar la grandeza".

    En la Cámara de los Comunes británica en 1845, Richard Cobden se refirió al libre comercio como "ese avance que es calculado para tejer más juntas a las naciones en los lazos de la paz por medio del intercambio comercial". Ya Adam Smith, en La Riqueza de las Naciones, se había referido al comercio entre individuos y entre naciones como "lazo de unión y amistad".

    No es de extrañar el propósito nihilista y destructor que animó a extremistas enemigos de los principios y tradiciones que caracterizan a las sociedades abiertas. Son los principios de libertad, comercio, trabajo, individualismo, ahorro, racionalidad, paz, cooperación social, tecnología: el World Trade Center representaba esos fundamentos que caracterizan al mundo civilizado. Por eso, los enemigos del progreso y de la libertad juzgaron que avanzarían en sus infames propósitos si lograban destruir al icono.

    No sorprende cuando, en el periódico inglés The Guardian, se proclama, con inocencia intelectualoide, pero influido por su animadversión al sistema capitalista, que "Cualquier asomo de reconocimiento de por qué personas pueden haber sido empujadas a llevar a cabo tales atrocidades [...] –o por qué los Estados Unidos son odiados con tal amargura, no sólo en los países árabes o musulmanes, sino en todo el mundo en desarrollo– parece estar casi totalmente ausente". Tampoco extraña un graffito en una pared de Toronto con similares apreciaciones: "Los capitalistas merecen lo que obtienen". Huele a anti-capitalismo, anti-globalización, anti-comercio: son los luditas de nuevo cuño.

    Pero esos enemigos de nuestras sociedades abiertas están totalmente equivocados. Es cierto que lograron destruir una impresionante edificación, símbolo del desarrollo y el progreso del capitalismo.

    Ciertamente hirieron el orgullo de un pueblo que cree en el trabajo, en el esfuerzo y en la búsqueda individual del bienestar. De veras que el daño material es impresionantemente elevado y la pérdida de vidas humanas destroza el alma: más de 6.000 de ciudadanos de 81 globalizados países. Sin embargo, esos enemigos no entienden en dónde es que reside la esencia del éxito del capitalismo y por ello no lo lograron destruir. Porque no pueden desaparecer los mercados en donde las personas cooperan con todos los demás en la provisión de todos los bienes y servicios que los humanos desean. Tendrían que haber terminado con todas las personas para así segar ese impulso de intercambiar que poseemos los humanos; solo así podrían eliminar esa acción humana por la cual los individuos actúan para estar mejor.

    No entendieron que una sociedad abierta es mucho más que una edificación. No pudieron destruir el espíritu libre que genera la verdadera riqueza de una nación: no acabaron con la verdadera fuente que nutre el bienestar de las personas; no terminaron con su libertad.

    Lo explicó Henry Hazlitt en The Foundations of Morality: "aunque las ventajas de la cooperación social son económicas en un amplio sentido, no son solamente económicas. A través de la cooperación social promovemos todos los valores, directos e indirectos, materiales y espirituales, culturales y estéticos, de la civilización moderna". El terrorismo no pudo acabar con el poder de las mentes libres capaces de tomar sus propias decisiones y de buscar su propio bienestar y así promover aquél de todos los demás.

  2. #12
    2001-11-17-TERRORISMO Y COMERCIO

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    TERRORISMO Y COMERCIO


    La Nación, 17 de noviembre del 2001.

    Dos posibles consecuencias de los recientes actos terroristas en Estados Unidos nos debe llevar a la meditación pues podrían tener un impacto significativo sobre nuestra forma de vida. Por un lado, una de las características de la guerra es que aumenta el poder del Estado, pues se considera, a veces con mucha razón, que en tales casos las personas deberían ceder en sus derechos a favor del Estado, para lograr un deseable fin ulterior: mantener la sociedad ante el ataque del enemigo. Me parece que el problema de cesión de derechos sólo se resuelve con base en la experiencia de casos similares que tienen los ciudadanos de los países, pero la prudencia y la esencia de la libertad humana deberían ser las guías prácticas en cuanto al grado de cesión y la garantía de la restitución de la libertad temporalmente limitada.

    El segundo posible efecto de las guerras es propiciar el proteccionismo. Esto reviste, en la actualidad, una importancia inusual, no sólo porque el ataque al corazón de EE. UU. en mucho pretendía destruir el fundamento de la libertad y del comercio mundial, sino también por las circunstancias recesivas de esa economía y, en general, del resto del mundo.

    Hace poco Robert Zoellick, Representante Comercial de EE. UU., dijo en el Washington Post "El Congreso necesita ahora mandar una señal clara al mundo de que los Estados Unidos están comprometidos con su liderazgo global en la apertura y que entiende que la vigencia de su nueva coalición (ante la nueva guerra) depende del crecimiento económico y de la esperanza."

    Así, el problema no es sólo de que EE. UU., (y el resto del mundo) deban resistir las presiones proteccionistas usualmente provocadas por los conflictos bélicos, sino, sobremanera, que aquella nación debe mantenerse firme en su posición a favor de la apertura, la liberalización y el comercio internacional sin restricciones, lo cual enviaría una señal inequívoca de que ese es el camino que permite el progreso y el crecimiento económico de los países.

    En una recesión mundial, limitar al comercio internacional a causa de la guerra contra el terrorismo provocaría un mayor descenso en la actividad económica, empobreciendo principalmente a todas las naciones que, como lo han hecho muchos países a partir de la segunda mitad del siglo XX, han visto en dicho comercio la posibilidad de lograr su desarrollo. Como indican Jagdish Bhagwati y T. N. Srinivasan en su importante ensayo Orientación hacia afuera y desarrollo: ¿Están los revisionistas en lo correcto?, "...los análisis sutiles y profundos de experiencias de países, recabados en los estudios más importantes durante los años sesentas y setentas, de la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo (OECD), de la Oficina Nacional para la Investigación Económica (NBER) y del Banco Mundial, han mostrado plausiblemente, tomando en cuenta numerosos factores específicos de los países, que el comercio parece crear, y aún mantener, un crecimiento económico más alto".

    Por ello, es crucial la vigencia del sistema de comercio mundial y, más aún, que se profundice para que continúe como promotor del crecimiento económico, pues parece el único camino viable, al momento, para que nuestros pueblos se puedan desarrollar. El comercio internacional, tan vilipendiado por algunos, constituye la única manera por la que los ciudadanos de nuestros países pueden salir de la pobreza. La globalización es la mejor aliada de los pobres. No deseo tener que mostrar la validez de esta proposición al analizar los resultados de una caída del comercio internacional si se cede al nuevo ímpetu proteccionista. Dicho costo sería tan elevado, que no compensaría la satisfacción de afirmar que el enorme progreso económico de la humanidad durante los últimos 250 años encuentra su fundamento en el comercio libre entre los individuos de las diversas naciones.

  3. #13
    2001-12-27-DETENGAN AL MUNDO

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    DETENGAN AL MUNDO


    La Nación, 27 de diciembre del 2001.

    Al leer o escuchar a ciertos proteccionistas, que ahora pululan anticipadamente como abejones de mayo, me acuerdo de la petición que en el pasado otros hicieron para destruir las nuevas máquinas, con el prurito de que venían a sustituir al trabajo humano. Pues sí, hay luditas de nuevo cuño, pero, dado que se dice que en nuestro país se ha avanzado en la educación de sus ciudadanos, espero que quienes presumen de preclaros no pongan oídos sordos a lo que actualmente sucede en la humanidad, pues los muertos que pretenden matar, tal vez por un simple oportunismo, siguen más campantes que Johnny Walker.

    Quien esto lee, estoy casi seguro, también ha escuchado la prédica de que la apertura y la globalización han causado enorme daño a nuestros pueblos y que, como consecuencia, hasta el Banco Mundial está retrocediendo en su propuesta para que nuestras naciones se integren a plenitud al comercio internacional.

    A inicios de diciembre, el Banco Mundial dio a conocer su libro Globalization, Growth, and Poverty, en donde exhibe varios hallazgos sumamente significativos: primero, que en los países en desarrollo que se integraron con mayor plenitud al comercio global, el ingreso per cápita medio creció de un 1% en los años sesentas a un 5% en la década del 90, mientras que aquellas naciones que no "entraron" en la globalización, experimentaron tasas negativas de crecimiento (-2,4%) en esta última década.

    En segundo lugar, se expresa que "la esperanza de vida y los niveles de escolaridad también están creciendo en los nuevos países que han participado en la globalización –a niveles cercanos a los prevalecientes en los países ricos en los años sesentas" (pág. 7), mas no ha sido así en aquellos que se quedaron al margen de la globalización. Tercero, señala que "desde 1980 el número global de pobres (gente que vive con menos de $1 al día) al fin se ha detenido en su crecimiento, y de hecho se ha reducido en aproximadamente 200 millones. Está bajando rápidamente en los países que se han integrado a la globalización y está aumentando en el resto de los países subdesarrollados" (pág. 7).

    El Banco Mundial enfatiza, contrario a los augures de que está abandonando a la globalización, que lo importante ahora es ver cómo este poderoso factor de crecimiento de las naciones puede beneficiar también a aquellos países y personas que no se han integrado a la economía mundial. Está claro que esta marginalización debe ser eliminada y para ello se requiere, entre otras cosas, que los reticentes –por diversas razones– se integren a plenitud, en mucho con la liberalización de sus políticas comerciales.

    El economista jefe del Banco Mundial, Nicholas Stern, formula, más que una advertencia, un consejo para quienes en nuestros países se encargan (o quieren llegar a hacerlo) de definir nuestras políticas económicas: "En ciertos aspectos, la globalización provoca justificada ansiedad, pero dar marcha atrás en este proceso tendría costos inadmisibles, ya que se eliminarían las perspectivas de prosperidad para muchos millones de personas pobres. No estamos de acuerdo con quienes quisieran retraerse a un mundo de nacionalismo y proteccionismo, que conduciría a la profundización de la pobreza y mermaría en aspectos fundamentales el bienestar de la población de los países en desarrollo. Por el contrario, debemos lograr que la globalización favorezca a los pobres del mundo".

    Debe rechazarse la posición absurda por la cual se pretende detener al progreso de la humanidad.

    No se trata de que si los "hechos" no comprueban sus prejuicios, pues "lástima por los hechos"; lo que pasa es que una vez que ponen en práctica sus propuestas no son capaces de aceptar sus consecuencias y buscarán achacar la responsabilidad de los fracasos en otros; ¿acaso no vivimos esto a finales de los setentas como para correr ahora el riesgo de empobrecernos una vez más? La humanidad debe seguir progresando, a pesar de los que quieren detener al mundo.

  4. #14
    2002-02-13-HERRAMIENTA DEL TEMOR

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    HERRAMIENTA DEL TEMOR


    La Nación, 13 de febrero del 2002.

    Algunos se valen de la globalización para asustar a las personas; de creérseles hay que deducir que casi toda la maldad existente en la Tierra se personifica en la globalización.

    Si hay hambruna en el cuerno de África, aseveran que se origina en la globalización; si en Costa Rica la gente acude en tropel a realizar compras en Navidad, dicen que la causa es la globalización; también se ha dicho que es culpable de las enfermedades de contagio sexual en Brasil. Y, lo último, con arrebatos pavlovianos, alguien dice que la globalización conduce "hacia la imaginaria virtual a través de una selva de embrujo subliminal producido por videoclips y digital videodiscs" que, por medio de un sistema very light, transmuta al ser humano, en un homo videns. (La Nación, 29 de diciembre del 2001, pág. 13).

    Como parte de la "maldición globalizadora" se ha dicho que es responsable del empeoramiento en la distribución del ingreso, internamente en los países y entre ellos. Para nuestra fortuna, en los últimos años han surgido estudios serios sobre el tema, como uno reciente de Peter H. Lindert, de la Universidad de California, Davis, y Jeffrey G.

    Williamson, de Harvard, titulado "Does Globalization Make the World More Unequal?, donde analizan si la globalización es la causa del aumento observado en la distribución desigual de los ingresos.

    Estos autores, para su estudio histórico, acuden a trabajos recientes de numerosos economistas y sociólogos, como Maddison, O'Rourke, Bourgignon, Bordo, Berry, Pritchett, Ward, Allen, van Zande, Pomeranz, Abel, Barro, deLong, entre muchos otros cuyos nombres puedo proporcionar privadamente al lector. Digo esto, porque Lindert y Williamson no están "bateando", como suelen hacerlo muchos de los críticos criollos de la globalización. Más bien destacan que la divergencia mundial en los ingresos se ha venido presentando desde hace 200 años, pero esa desigualdad vista dentro de cada nación no ha seguido un camino claro, omnipresente, de deterioro; por el contrario, la divergencia global observada en los ingresos se ha debido básicamente a una ampliación de la desigualdad entre las naciones.

    Como la integración mundial de las economías también tiene unos 200 años, los enemigos de aquélla se han apresurado a juzgar que la causa del empeoramiento en la distribución del ingreso debe de haber tenido origen en esa globalización.

    Pero los hallazgos de Lindert y Williamson nos dicen otra cosa totalmente distinta. Por una parte, "la ampliación dramática de los ingresos entre las naciones probablemente ha sido reducida y no ampliada por la globalización de los mercados de bienes y factores de producción, al menos para aquellos países que se integraron a la economía mundial". Además, señalan que "encuentran claros signos de convergencia en los ingresos entre los países que se integran con mayor plenitud a la economía mundial, en tanto que hallan una divergencia entre los que participan activamente y los que eligen aislarse de los mercados globales". Y resumen su trabajo así: "Considerando todos los efectos internacionales e intra-nacionales, una mayor globalización ha significado una menor desigualdad mundial... Los ingresos en el mundo serían aún desiguales bajo una integración global completa, como sucede con cualquier economía nacional grande que esté integrada. Pero serían menos desiguales con una economía mundial plenamente integrada que con una plenamente segmentada".

    Sin embargo, los oponentes de la globalización prefieren continuar con la falsedad de que ha sido la causa del empeoramiento en la distribución de los ingresos, tal vez porque esto justifica su ignorancia o su deseo de mantener el statu quo, en el que los usufructuarios tradicionales continúan enriqueciéndose a costa de la explotación de todos los demás, quienes son privados de la libertad de intercambiar para así atarlos al servicio de los protegidos monopolios nacionales.

  5. #15
    2002-03-15-GALLO PINTO COMERCIAL

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    GALLO PINTO COMERCIAL


    La Nación, 15 de marzo del 2002.

    Los economistas estamos acostumbrados a analizar las consecuencias no previstas de las acciones de los individuos. De acuerdo con Hayek, si no fuera porque las transacciones individuales de la gente dan lugar a un orden que no ha sido diseñado, la Economía como disciplina no tendría razón de existir.

    Tal vez una consecuencia no prevista del anuncio del presidente Bush de que buscaría un Tratado de Libre Comercio con Centroamérica, fue que motivara a la Comunidad Económica Europea a acelerar sus relaciones de intercambio con los países del área, también por medio de un tratado de libre comercio. Y, claro, la competencia nos favorece: en vez de uno, ya hay dos muy grandes mercados interesados en que nuestras naciones se favorezcan con las ventajas del intercambio comercial. Lo importante aquí es que éstas se dan no sólo porque vamos a poder exportar más productos, sino ante todo porque podremos importar más. Esto me mueve a explicar un tema que en muchas ocasiones es incomprendido, principalmente en medios de comunicación.

    Me refiero a la creencia de que, si los países con los cuales entramos en un acuerdo de libre comercio (o algo que se le aproxime) no abren sus fronteras a nuestras exportaciones (usualmente se menciona el caso de textiles y productos agrícolas), entonces el acuerdo comercial no nos sirve.

    Veamos un ejemplo que tal vez permita entender el asunto. Suponga que usted tiene las siguientes opciones: una, no comer nada; dos, comer gallo pinto (sólo arroz y frijoles), y tres, además de gallo pinto, que encima tenga un par de huevos fritos. Mis preferencias van de la tres a la dos y, por último, a la primera.

    En esto de los acuerdos de comercio internacional, las opciones suelen ser: uno, quedarse como se está (es decir, sin nada que comer en el ejemplo previo); dos, que el país unilateralmente se abra al comercio y así los consumidores domésticos (todos los costarricenses) pueden adquirir más baratos los bienes y servicios que satisfacen sus deseos y necesidades (en el ejemplo anterior, solo gallo pinto) y tres, que, además, el país con el cual se entra en el tratado reduzca las barreras que impone a nuestras exportaciones, con lo que puede aumentar la riqueza de los costarricenses y así importa (consume) más.

    Me imagino que usted me dirá que si no puede obtener el par de huevos fritos se queda con el gallo pinto pelado (su mejor opción), pero que éste es preferible a quedarse sin nada. Algo similar sucede con estos acuerdos comerciales: aun cuando el país con el que se llega a un tratado comercial no se abra a nuestras exportaciones, al menos podemos conseguir más productos (y más baratos), en comparación con los que se pueden obtener si no hay acuerdo alguno.

    El punto esencial es que debemos luchar, y fuertemente, porque el gallo pinto tenga huevos pues así va a estar más sabroso. De hecho Costa Rica forma parte de lo que se conoce como el Grupo Cairns para lograr que, en las negociaciones de la Organización Mundial del Comercio, las naciones industrializadas ricas se abran a nuestras exportaciones textiles (quién sabe si en eso radica ahora nuestra ventaja relativa), así como a las de productos agrícolas, pues políticas de subsidios que prosiguen en este sector (se habla de cerca de $300 billones anuales) impiden exportar productos en que se supone somos más eficientes.

    Hace poco Brink Lindsay, del Instituto Cato y autor del libro Contra la Mano Muerta: La lucha incierta por el capitalismo global, escribió que era terriblemente dañino para la credibilidad de los Estados Unidos que "...como voceros de los mercados libres y del libre comercio alrededor del mundo, nos adhiramos tenazmente a esas políticas proteccionistas, al tiempo que nos la pasamos sermoneando e intimidando a otros países para que se deshagan de sus barreras al comercio". Luchemos porque esas naciones nos quiten esas barreras odiosas para así tener esos huevos fritos, pero tampoco elijamos quedarnos sin nada si podemos tener gallo pinto.

  6. #16
    2002-04-13-Y CUÁL ES LA ALTERNATIVA

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    Y ¿CUÁL ES LA ALTERNATIVA?


    La Nación, 13 de abril del 2002.

    Si algo caracteriza la forma de pensar del economista es la pregunta que suele hacerse cuando se plantea algún tipo de problema: Y ¿cuál es la alternativa? Con ella puede (o intenta) comparar los costos y los beneficios que se derivan de sus opiniones, por ejemplo, respecto a la aplicación de una política determinada.

    Pero con esta forma de analizar las cosas da la impresión de que es un hereje o un insensible, como sucede cuando no condena que la Nike dé empleo a niños en sus fábricas de calzado en Indonesia, hecho que dio lugar a que se "boicoteara" la compra de sus productos por parte de quienes, entendiblemente, se mostraban perturbados por esa práctica corporativa. Esa impropia interpretación del análisis económico no se fundamenta en que el economista sea un "enemigo" de los niños, como algunos tramposos intelectuales aseveran, sino porque él requiere preguntar: y ¿cuál es la alternativa de empleo que tienen esos niños?

    Esto me recuerda algo similar sucedido en una empresa maquiladora de origen extranjero que conocí ya hace varios años. Se ubicaba en la parte oeste de San José y en ella trabajaban más de 400 obreras. La empresa de maquila de ropa no es sino una línea continua de operaciones, en que las partes que integran las piezas de vestir tienen que ser cosidas entre sí a un ritmo específico; esto es, por ejemplo, que una sección no puede trabajar 40 horas y el resto, 48 horas: todo es un flujo continuo, seguido.

    En esa empresa laboraban algunas menores de 18 años, en mucho porque hermanas mayores las habían ayudado a encontrar empleo. La compañía les había asignado las tareas menos complejas, tal vez en consideración de su edad (más bien, posiblemente, por su menor experiencia). Un día apareció por la empresa un inspector de trabajo, quien ordenó que esas muchachas menores de edad trabajaran un número de horas inferior al resto de sus compañeras: creo que 40 en vez de 48 horas. Obviamente la firma consideró la decisión de despedir a esas obreras y contratar sólo a mayores de edad, pero no fue sino por una brillante idea del abogado de la empresa, quien prefirió seguir un litigio, el cual si bien sabía que se iba a perder lo sería cuando ya esas menores de edad tuvieran más de 18 años. De seguirse el criterio del inspector, para que esas muchachas continuaran empleadas sólo sería posible si una sección laborara a un ritmo menor y el resto a una tasa mayor, lo cual obviamente resultaba imposible desde la lógica de la producción en línea de la compañía.

    El inspector no tuvo empacho en señalar que, si había que despedir a esas muchachas, pues que así fuera. Al saber de esto, la pregunta que hice fue: ¿cuál era la ocupación alternativa de esas trabajadoras? Y la cruel realidad me fue expresada: iban desde regresar a la vagancia en sus casas hasta ingresar a la prostitución; en general, volver al desempleo y ver disminuidos los ingresos en sus pobres hogares. Esas eran las alternativas. Por suerte la empresa tenía un buen abogado, pero a partir de esa fecha no volvió a contratar nuevas menores de edad: el efecto inmediato fue reducir las posibilidades de progresar de muchas mujeres pobres, quienes ahora no encontrarían trabajo.

    Los esfuerzos que se hacen para reducir el empleo infantil se han orientado a asegurar que esos jóvenes puedan educarse. Si por preocupaciones acerca del bienestar de esos pobres niños se impide mediante legislación que trabajen, aunque ello signifique que la miseria humana penetrará aún más en sus hogares, quienes tal consideración tienen por esos pobres deberían orientar sus esfuerzos hacia darles ingresos alternativos en tanto llegan a la mayoría de edad.

    La pregunta que los economistas hacen es apropiada. Y de la respuesta que brinden tal vez, esos míseros podrían vivir mejor. Si nos dejamos impulsar por un sentimentalismo bien intencionado, la consecuencia sobre esos pobres que se pretende proteger podría ser un mal mayor. Por ello, nada importa siempre preguntar: y ¿cuál es la alternativa?, y así evitar que, creyendo hacer el bien, se cause un daño mayor no previsto.

  7. #17
    2002-05-11-SEPARAR LA PAJA

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    SEPARAR LA PAJA


    La Nación, 11 de mayo del 2002.

    Uno de los temas interesantes en un seminario reciente de Siprocimeca fue la visión del liberalismo (mal llamado neoliberalismo) acerca del individualismo.
    Se dijo que el liberalismo creía que el interés egoísta del individuo era lo único que importaba en cuanto a su toma de decisiones o, como aseveraría algún economista neoclásico, que en la función de utilidad del individuo contaban sólo los intereses propios de ese individuo, a quien se llama homo economicus y que sólo busca hacer máxima su utilidad, sin tomar en cuenta intereses externos a él.

    Este tema no es irrelevante para el ser humano de carne y hueso; se trata de si lo único que importa al individuo es su interés egoísta o si toma en cuenta los de otras personas o entidades. En esa reunión se señaló a dos economistas, Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, como ejemplos de liberales quienes creen que las personas sólo procuran hacer máximo su beneficio propio y nada más, con los consecuentes efectos sociales negativos de tal comportamiento.

    ¿Qué opinan esos dos economistas miembros de la llamada escuela austriaca de economía? De la obra máxima de Mises, La Acción Humana, obtengo lo siguiente: "...esta distinción entre motivos 'económicos' y 'no económicos' de la acción humana es insostenible... no era una idea de [los economistas clásicos] que la demanda, tal como usaron ese concepto, estaba exclusivamente determinada por motivos 'económicos' diferentes de motivos 'no económicos'." (pág. 63-64). El crítico de Mises desconoce que basar el análisis económico en el comportamiento individual, en vez de hacerlo en el de los agregados (sociedad, nación, estado, partido, etc.), precisamente es lo que nos permite entender el comportamiento de esos agregados. Dice Mises, sobre lo que se denomina el individualismo metodológico, que "no existe colectivo social concebible que no se haga operativo mediante las acciones de algunos individuos... el camino para el conocimiento de los 'todos colectivos' es por medio de un análisis de las acciones de los individuos" (pág. 42).

    Por su parte, Hayek, en Individualismo y Orden Económico, me parece que aclara la confusión que en ocasiones se da. Dice Hayek: "El énfasis [del individualismo] descansa en el hecho de que... el Estado... debería ser sólo una pequeña parte de ese organismo más rico que llamamos 'sociedad' y que aquél simplemente debería proveer un marco en el cual la colaboración libre de las personas (y por lo tanto no 'dirigida conscientemente') tenga el máximo ámbito posible... Esto requiere... que el Estado debidamente organizado, por un lado, y los individuos, por el otro, [estén] lejos de ser vistos como las únicas realidades, a la vez que sean suprimidas todas las asociaciones y formaciones intermedias... El verdadero individualismo afirma el valor de la familia y de todos los esfuerzos comunes de las pequeñas comunidades y de los grupos... Cree en la autonomía local y en las asociaciones voluntarias y... de hecho, el caso en su favor descansa fundamentalmente en la posición de que muchas de las razones por las cuales usualmente se invoca la acción coercitiva del Estado podrían ser mejor satisfechas mediante la colaboración voluntaria" (p. p. 22-23).

    Por lo expuesto del pensamiento de Hayek y Mises no parece que sólo el comportamiento egoísta determina la acción humana. No hay razón para deducir que los liberales sean, por tanto, seres insensibles a cualquier cosa diferente de su propio ego. Al economista liberal Gary Becker –un neoclásico– se le dio el Premio Nobel en Economía por haber aplicado el principio de comportamiento racional y de optimización a áreas donde los investigadores anteriormente habían asumido que el comportamiento era habitual y hasta irracional. Gary Becker aplicó su individualismo metodológico a temas como el comportamiento de la familia, la discriminación en los mercados de trabajo, el crimen y su castigo, la educación, entre otros comportamientos no de mercado. Con esto espero haber ayudado a separar la paja del arroz.

  8. #18
    2002-06-05-LOS COSTOS DE LAS APELACIONES

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    LOS COSTOS DE LAS APELACIONES


    La Nación, 05 de junio del 2002.

    Existe una correcta apreciación en el país de que el sistema actual de apelaciones conduce a una postergación indebida y onerosa de las obras del Estado.

    Con frecuencia se manifiesta la queja de que ante la Contraloría General de la República se presentan apelaciones sin sentido, tan sólo con el propósito de que el adjudicado pierda la licitación que ganó en buena lid y que, más bien, sea otorgada a algún participante debidamente perdidoso. Si bien la Contraloría, como tal, no tiene la culpa del atraso que sufre una adjudicación objeto de apelación, lo cierto es que, al menos en los dos últimos años, la División de Asesoría y Gestión Jurídica de esa entidad ha rechazado más del 72 por ciento de las apelaciones que se han presentado. Tal resultado es muestra contundente no de que existe "temeridad" por quienes apelan, hecho que es jurídicamente muy difícil y hasta imposible de probar, sino que hay una demanda exagerada e indebida de solución de este tipo de conflictos por parte de la Contraloría.

    Deseo enfatizar algunos de los posibles costos que sobre la sociedad impone la existencia de una demanda excesiva de solución de apelaciones, además del costo burocrático que en sí ocasiona a la propia Contraloría.

    Primero, las apelaciones retrasan la ejecución de obras o gastos públicos, hechos que originan un elevado costo financiero. Es innecesario ampliar este aspecto.

    Segundo, facilita la colusión en contra del proceso competitivo que se supone debe regir la contratación en el Estado. Si es un "cartel" en que pocos integrantes se distribuyen de forma acordada diversos contratos, una apelación "hablada" puede permitir al ganador lograr mayor tiempo para iniciar el contrato pues, al momento, bien puede tener los recursos ocupados en otras obras. Asimismo, facilita la cohesión requerida entre los miembros del "cartel", al convertirse la apelación en un arma potencial contra cualquier comportamiento díscolo de alguno de los miembros.

    Alternativamente, el proceso actual de apelaciones también sirve para impedir la entrada de potenciales participantes que no son miembros del cartel, puesto que tendrán que tomar en cuenta que, si ganan un contrato al haber ofertado un precio menor en sana competencia, el costo inicialmente calculado se elevará, al tener que considerar los gastos en que incurre al no poder realizar la obra en el momento inicialmente acordado en el contrato, a causa de una apelación que se usó para retrasar el inicio de la obra.

    Tercero, las apelaciones que se dan en ciertos sectores objeto de un cambio tecnológico significativo (como, por ejemplo, en computación) tienen el efecto de que el Estado no puede obtener la tecnología de punta que inicialmente pretendió lograr. De hecho, si hay un descenso, con el paso del tiempo, en el costo del producto que inicialmente se licitó y se ganó a un cierto precio, la postergación a que da lugar una apelación permite que el oferente ganador obtenga una ganancia adicional, que, por supuesto, la paga la sociedad como un todo. O sea, en estos casos, el Estado obtiene productos más atrasados y a un costo mayor que al que podría obtenerlos.

    En cuarto lugar, la posibilidad de que las apelaciones no constituyan solo un medio de lograr un grado de control sobre la actuación de la administración, sino más bien una forma adicional mediante la cual los oferentes pueden jugar con los costos, hace que también se distorsionen otras partes esenciales de los mecanismos de licitación. Por ejemplo, si la administración detecta que sus procesos de contratación bajo licitación pública se apelan con frecuencia por participantes interesados en que deliberadamente haya retrasos, buscará utilizar otros procesos licitatorios diferentes y legales que podrían requerir un tiempo compensatorio menor, como, por ejemplo, usar métodos de contratación directa, fraccionar las licitaciones, entre otros, que alteran el objetivo fundamental de buscar la máxima competencia en las compras del Estado.

    En quinto lugar, no omito señalar que los retrasos en la adjudicación final de las licitaciones por apelaciones injustificadas pueden poner en juego aspectos vitales de la forma de vida que hemos escogido los costarricenses, tal es el caso de apelaciones a licitaciones de medicinas y equipos de salud en el caso de nuestros sistemas hospitalarios y de seguridad social.

  9. #19
    2002-06-07-CONTRATACIÓN ADMINISTRATIVA

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    CONTRATACIÓN ADMINISTRATIVA


    La Nación, 07 de junio del 2002.

    La legislación sobre contratación administrativa incentiva una demanda excesiva ante la Contraloría General de la República para que resuelva las apelaciones a la adjudicación de los carteles por parte de los diferentes entes administradores del Estado.

    Mientras que los costos de esta práctica son excesivos para la sociedad en su conjunto –como señalé en mi artículo anterior, “Los costos de las apelaciones” (La Nación, 05 de junio del 2002) ̶ los que se imponen sobre quien apela son casi nulos; de hecho, ni siquiera se tiene que pagar a onerosos abogados para apelar (así, la solución no está en crear un privilegio gremial por el que se exija que sólo mediando abogados se pueda actuar), dado que administrativamente cualquier funcionario autorizado por el apelante puede plantear el caso ante la Contraloría. Y menos aún se castiga a quien apele porque le plazca. Si el costo de apelar es bajo, la cantidad demandada de los servicios de la Contraloría es alta, lo que explica la enorme cantidad de apelaciones, que resulta en un proceso muy oneroso.

    La apelación es una institución esencial para el buen manejo de los fondos públicos; no obstante, una propuesta que considero esencial para disminuir este exceso de apelaciones es introducir legislación que imponga un costo sobre quien apele y pierda la apelación. Puede haber otras cosas menores que bien pueden reducir los costos de transacción, pero no es sino mediante el nexo directo entre los incentivos para apelar con el costo que tiene dicha acción, como será posible solucionar una parte significativa del problema, dado que, con la propuesta, el apelante potencial comparará los costos de perder su apelación con la posibilidad real que tenga de ganarla, lo cual limitaría el abuso.

    Se debe aprobar legislación que reforme en este sentido la Ley de Contratación Administrativa para que se introduzca el concepto de "costas" por apelar. Esto es, que, por ejemplo, quien apele ante la Contraloría General de la República deberá rendir costas por un 5 por ciento del valor de la adquisición pública apelada. Si la gana, se le devuelven las costas rendidas; caso contrario, se pasaría el monto a la administración cuyo acto fue apelado (no a la Contraloría, para evitar el riesgo moral). Con esto creo que se pueden resolver algunas de las objeciones que la Sala IV realizó a un planteamiento similar mediante el voto 998-98, pero sobre esto sería mejor que, en su momento, opinaran los profesionales del Derecho.

    Lo que ahora se necesita es que algún diputado o un grupo de ellos acoja esta idea, que me parece puede contribuir a terminar con este enorme abuso económico que con tanta razón preocupa a los costarricenses. La introducción de este sistema de costas permite a la sociedad recuperar parte de los recursos que pierde cuando se apela sin tener la razón.

  10. #20
    2002-06-25-GLOBALIZACIÓN-LO MÁS NUEVO

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    GLOBALIZACIÓN: LO MÁS NUEVO


    La Nación, 25 de junio del 2002.

    Xavier Sala-i-Martin, de la Universidad de Columbia, publicó en Internet en abril de este año dos estudios, "La Distribución Mundial del Ingreso" y "El 'Preocupante' Aumento de la Desigualdad Mundial del Ingreso", en los que estima la distribución global del ingreso entre 1970 y 1998 para 125 países. Luego obtuvo diversos indicadores de pobreza y de desigualdad en los ingresos.

    Es necesario diferenciar entre pobreza y desigualdad en la distribución del ingreso. La pobreza se refiere a una porción de la población cuyo ingreso es inferior a un monto previamente definido, que se supone incorpora algún mínimo considerado como aceptable. Así, es usual encontrar dos criterios de pobreza: uno de $1 y otro de $2 per cápita al día, en términos reales.

    Sala encuentra que la pobreza, según el criterio de $1 diario, bajó de 550 millones de personas en 1970 (un 17 por ciento de la población mundial) a 350 millones en 1998 (un 6,7 por ciento de la población mundial) y, medida por el monto de $2 al día, bajó de 1.300 millones de personas en 1970 (un 41 por ciento de la población del mundo) a 970 millones en 1998 (un 19 por ciento de la población total). La pobreza sigue siendo elevada, pero en el período 1970-1998 comprueba que descendió significativamente.

    En cuanto a la desigualdad en la forma en que se distribuyen los ingresos hay que distinguir entre la distribución interna de los países y entre los países. Sala encuentra que, internamente en las naciones, en esos 30 años se ha dado un ligero aumento en la desigualdad: casos de EE. UU., Gran Bretaña, Australia y China, entre otros.

    Sin embargo, y esto es lo más significativo, la desigualdad en la distribución del ingreso entre países ha disminuido significativamente; tanto es así que más que compensa la mayor concentración dada internamente en las naciones. Esto se debe fundamentalmente al incremento de los ingresos en China (un 20 por ciento de la población mundial) e India (con un 15 por ciento de la población del globo), que han liberalizado sus economías en el lapso estudiado. Lo contrario lamentablemente ha sucedido en África Subsahariana, donde las economías no han crecido, a la vez que en esencia han permanecido aisladas de la economía global.

    Sala utiliza varias formas de medir la supuesta mayor concentración mundial de los ingresos (las cito para que aficionados a estas técnicas no demeriten su trabajo: coeficientes de Gini, la varianza del logaritmo de los ingresos, dos de los índices de Atkinson, la desviación del logaritmo de la mediana, el índice de Thiel y el coeficiente de variación). En todos los casos encontró una disminución sustancial de la desigualdad con que se distribuyen los ingresos, principalmente porque disminuyó la disparidad entre países: "la desigualdad mundial de los ingresos ha declinado en más de un 5% en las últimas dos décadas", según el coeficiente de Gini que, de paso, fue el más bajo de los resultados.

    Ante estos hallazgos, nos dice Robert Barro, economista de Harvard: "Es incorrecto señalar que la pobreza y la desigualdad en el mundo han ido aumentando durante los últimos 30 años y atribuir este desarrollo ficticio a la globalización y a la expansión de los mercados. Estas observaciones pobremente fundamentadas... alimentan los falsos argumentos de los 'globófobos', quienes generalmente se oponen al desarrollo de las economías. La 'globofobia' ni ayudará a reducir la pobreza en el mundo ni provocará el crecimiento económico de África" (Business Week on line, del 6 de mayo del 2002). De los trabajos de Sala se deduce que lograr el desarrollo de ese continente es vital para que continúe bajando la pobreza mundial. Por ello es necesario, como dice Pedro Schwartz en el periódico español La Vanguardia (29 de abril del 2002), que los europeos y los estadounidenses dejen de lado su conducta hipócrita de cerrar sus mercados a las exportaciones africanas, a la vez que dicen preocuparse por la pobreza en África.

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