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Tema: Artículos publicados en Diario La Nación 2000-2003

  1. #1

    Artículos publicados en Diario La Nación 2000-2003

    Tenemos el agrado de presentarles los artículos que el Sr. Jorge Corrales Quesada publicó en el Diario La Nación de 2000 a 2003

  2. #2
    2000-08-28-CRIMEN Y CASTIGO

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    CRIMEN Y CASTIGO


    La Nación, 28 de agosto del 2000.

    Don Julián Volio tiene el enorme mérito de haber estimulado la discusión de un tema trascendente: la situación del régimen penal. Las reacciones a que dio lugar contrastan con lo sucedido ante la sugerencia reciente de don Eduardo Lizano de discutir públicamente la dolarización, cuando la respuesta de algún "estudioso" fue: "¿para qué?, si con eso no se resuelven todos los problemas económicos del país". Así estamos: ni siquiera debe haber discusión...

    Leí el artículo del juez José Manuel Arroyo Gutiérrez “¿Cuál abolicionista?” (La Nación, 17 de agosto del 2000), en donde responde a la invitación de don Fabián.

    Deseo comentar la siguiente afirmación del juez: "Costa Rica tiene ya el dudoso honor de prever las sanciones de prisión más altas del continente en derecho penal de adultos (hasta 50 años de cárcel para ciertos delitos), y lo mismo para el derecho penal de menores y, como es totalmente comprobable, tales medidas no han afectado, para nada, el crecimiento delictivo que con razón nos preocupa a todos".

    Me parece que esta opinión es errada en dos sentidos: porque confunde la realidad estatutaria con la pena aplicada efectivamente y, por ende, hace que sus afirmaciones no sean comprobables.

    Bien puede ser que ese "dudoso honor" sea real, pero lo importante es hasta qué grado esa pena extrema es efectivamente aplicada. Me da la impresión de que tan sólo en muy pocos casos ello ha sido así y, por ende, la carga de la prueba está en la presunción señalada por el juez; esto es, que efectivamente hay una aplicación "amplia" de la pena máxima, como para hacer del país el dueño de ese dudoso honor.

    Aún más y en esto es totalmente omiso el juez, lo importante no es sólo la pena máxima que se imponga –suponga que efectivamente sea de 50 años– si en la realidad, con base en la misma legislación penal, tan sólo con cumplir la mitad de dicha pena y bajo ciertas condiciones de comportamiento esperado de quienes purgan las condenas, se puede acceder a la libertad antes de dicho plazo. Esto se ha visto en casos recientes, ampliamente conocidos en el país.

    Implícito en las consideraciones del Juez está que el costo –que debe compararse con el rendimiento esperado del crimen, para entender el comportamiento del delincuente (sí, no es lo único, pero parece ser muy importante)– radica únicamente en la pena que se pueda imponer; esos 50 años de que habla el Juez. Este es un terrible error pues el costo del crimen no consiste únicamente en la pena que al final se impone sobre el presunto crimen. Hay otras partes muy importantes que conforman el costo del crimen. Así, aun cuando existan tales penas gravosas, si la probabilidad de la captura del delincuente es casi nula (o que la gente, decepcionada ante la inutilidad, no reporta los delitos), la posibilidad de la aplicación efectiva de dicha pena es muy baja. Esto hace que el costo del crimen sea menor, comparado con sistemas represivos que sean más eficientes en todo lo que implica la captura del delincuente. También, si se presenta una mala fundamentación de los casos, que así se pierden en los tribunales o que estos sean muy ineficientes: que, en general, el proceso de determinación del delito es ineficiente o laxo, hace que de nuevo se reduzca el costo del crimen. La probabilidad de la aplicación de la pena es así menor comparada con la que habría con sistemas judiciales más eficientes.

    En síntesis, yerra el juez al considerar la pena máxima como el factor disuasivo del crimen, puesto que dicha pena tiene, al final de cuentas, muy pocas probabilidades de ser aplicada, además de que, con la actual legislación, aunque se aplique, es alivianada; de hecho se rebaja (también, el año penal no es de 12 meses, sino de nueve: la teoría de la relatividad en acción).

    El problema es muy complejo como para reducirlo a una pena máxima. Señalo, como algo extremo, que hay delincuentes en Estados Unidos que han dicho que prefieren "vivir" en la cárcel que en la calle; por tanto, no habría pena que causara una disuasión del crimen; esto es, la "pena" más bien sería percibida como una recompensa. No estoy arguyendo ni a favor del maltrato ni porque haya malas condiciones en las prisiones; lo hago tan sólo para señalar que el asunto no es únicamente de "pena máxima" sino esencialmente de las posibilidades de su aplicación.

    Asimismo, otros factores pueden ciertamente cumplir un papel explicativo de la delincuencia. Por ejemplo, señala el juez, "el abandono más o menos acentuado de esa política social, en las últimas dos décadas, ha sido uno de los factores que directamente han incidido en el empobrecimiento de amplios sectores del país... y, por esa vía, el incremento de la violencia y la criminalidad común". Únicamente me atrevo a plantear dudas sobre lo expuesto por el juez autor de esas afirmaciones. ¿Se refiere a que en las últimas dos décadas ha disminuido el nivel de ingreso de los costarricenses y que por ello ha aumentado la delincuencia? Esta afirmación es errónea desde la primera premisa. ¿Se refiere a que en esas dos últimas décadas ha empeorado la distribución del ingreso y, por ende, ha aumentado la delincuencia? Tampoco esta afirmación parece ser correcta, pues los dos únicos estudios realizados recientemente sobre distribución –o algo en ese sentido– tanto por Ronulfo Jiménez y Víctor Hugo Vargas de la Academia de Centroamérica como por Juan Diego Trejos de la CEPAL, no muestran que se haya dado un "empeoramiento" de la distribución del ingreso. Aun si así fuera, el juez no muestra una correlación entre el empeoramiento de la distribución del ingreso y el aumento en la delincuencia. Parece que su afirmación es simplemente una opinión subjetiva sin comprobación con la evidencia.

    Sobre esto mismo, ¿por qué el juez no considera la enorme inmigración que Costa Rica ha experimentado durante estas dos últimas décadas y –no sé cómo lo haría– muestra que tal vez esa inserción tan fuerte de culturas o "modo de ser" diferente del "tradicional" costarricense –¡qué sé yo!– puede explicar el aumento de la delincuencia? No digo que eso sea así: sólo señalo que el Juez no comprueba nada de lo dicho y que el factor cultural, religioso, el desmembramiento de los hogares, entre otros, podrían ser explicaciones más plausibles de un fenómeno observado, como es el aumento de la delincuencia. Pero debe probarlo.

    Mi segundo comentario sobre lo afirmado por el juez –acerca de que tales medidas (penas altas) no han provocado un descenso en la delincuencia– es que, si no se han aplicado, si los costos que el sistema impone al delito son bajos, no puede, por tanto, considerarse que ha existido un detrimento del delito por parte de la aplicación de penas "duras". No es un asunto de economicismo, sino de esperar de la conducta humana que, si hay incentivos (bajos costos) para la comisión de delitos (dado un pago o recompensa esperada del delito), no se presentará un descenso de la delincuencia, sino, como parece ser y así lo indica el juez, más bien un aumento.

  3. #3
    2000-10-02-ECONOMÍA Y CRIMINALIDAD

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    ECONOMÍA Y CRIMINALIDAD


    La Nación, 02 de octubre del 2000.

    Supuse que el planteamiento hecho aquí por don Fabián Volio –de discutir públicamente el problema del crimen y su castigo en nuestro país– daría lugar a diversas opiniones que enriquecerían el análisis. Ello no ha sido así, lo cual refuerza mi pesimismo sobre el estado del desarrollo intelectual en nuestro medio o ¿será que, tal vez, el problema es inexistente y que no importa que el crimen crezca, tal como ha sucedido?

    Aún así, me atrevo a ampliar mi opinión sobre este tema. Corro el riesgo de que, tal como leí recientemente, alguien me acuse, como economista, de ser el padre de todos los males que hay en la tierra, acusación que se basa en una falsa pretensión de que la profesión de quien eso arguye representa el saber absoluto y la verdad última y, por tanto, que no necesita del conocimiento que pueda surgir de otros gremios profesionales. El análisis económico ofrece una perspectiva útil para evaluar el problema del aumento de la criminalidad en el país.

    La premisa básica es que el criminal, como cualquier otra persona, reacciona a los incentivos de manera que buscará el mayor beneficio posible de sus actos dado los costos en que incurre; esto es: si aumenta su costo, el crimen tiende a disminuir. Hay miles de estudios empíricos que muestran la importancia de los incentivos en la conducta humana; en efecto, si alguien mostrara lo contrario, posiblemente lo haría merecedor de un Nobel en algo. Lo cierto es que los incentivos son importantes para explicar el comportamiento humano y, para el caso concreto, el comportamiento criminal.

    A fin de analizar la criminalidad reciente en el país es indispensable tener una idea acerca del costo potencial que para el criminal tiene la comisión del delito. Así, es indispensable saber si la pena esperada por el crimen ha aumentado o disminuido en los últimos tiempos. Lo segundo parece ser lo sucedido.

    Para empezar, veamos cómo deben valorarse las cosas: el costo relevante para el análisis del crimen no es tan sólo la pena final que se impone, como lo creen algunos. Lo es el costo total, la pena total, esperado por el crimen. Para ello es necesario tomar en cuenta lo siguiente

    A. ¿Qué porcentaje de los crímenes cometidos se reporta a las autoridades? Aquí el problema que se puede presentar es el abandono de las denuncias; si las personas no denuncian (o baja su porcentaje) porque lo consideran infructuoso, entonces, disminuye la posibilidad de que el criminal sea castigado. Al bajar el costo hay un incentivo para que aumente la criminalidad. En esto lo importante es que la ciudadanía tenga confianza en que el delito se persigue hasta el final por parte del Estado.

    B. ¿Qué porcentaje de las denuncias termina en arrestos? Si desciende el porcentaje de arrestos el costo del crimen disminuye, lo que tiende a aumentar la criminalidad. Aquí se refleja la importancia que tiene la eficiencia con que actúan las autoridades que hacen los arrestos, tales como el OIJ y la policía, entre otros.

    C. ¿Qué porcentaje de los arrestos concluye en una elevación a juicio? Si, a pesar de que se mejora el arresto de los criminales, las autoridades no son capaces o no tienen los medios (o lo que sea) de elevarlos a juicio, disminuye el costo del crimen y por ende se incentiva para que aumente.

    D. ¿Qué porcentaje de los casos elevados a juicio terminan en una condena a prisión? Aquí participan tanto la habilidad del fiscal en ganar el caso como la capacidad y decisión de los jueces de condenar el delito. Si, por hipótesis, los jueces no condenan o los fiscales no sirven, el costo del crimen baja y por tanto aumenta la relación beneficio-costo que hace el criminal.

    E. ¿Qué porcentaje de los casos que resultan en condena terminan en prisión? Puede ser que, a pesar de condenárseles a prisión, ésta se cambia por multas o deviene en suspensión. Lo relevante en cuanto al costo del crimen es que, si no se va a prisión, se reduce su costo y por ello se estimula la comisión de delitos.

    F. Una vez en prisión, ¿cuánto tiempo en promedio pasarán en ella? Aún cuando la condena sea muy alta (como en Costa Rica, según se alega), si "al ratico" se sale de prisión, el costo del crimen es menor y por tanto se incentiva.

    El costo esperado del crimen (que el criminal compara con el beneficio esperado del delito) resulta del producto de A, B, C, D, E y F. Este resultado, que no se tiene en Costa Rica, es el que nos diría si a lo largo del tiempo el abolicionismo ha dado lugar a una disminución del costo del crimen o que, por el contrario, ha ido aumentando y, como han argüido algunos, a pesar de ello el crimen más bien ha crecido; esto es que otras razones, aparte del costo, son más importantes para explicar el aumento observado en la criminalidad.

    En Estados Unidos, por ejemplo, donde sí se lleva información que permite reducir esta incertidumbre, se ha documentado que, en los últimos años, en comparación con lo sucedido durante los años setentas, ha aumentado la posibilidad de que un criminal sea penalizado por los crímenes serios, así como el tiempo que pasa en prisión. Ello se ha reflejado en descensos significativos en la criminalidad.

    Si bien en Costa Rica tales mediciones no parece que existan, hay indicios de que puede haberse venido dando un descenso en el costo del crimen. Menciono algunos a manera de ilustración, para ver si inducen a un mejor análisis del tema: (1) muchos delincuentes llegan a tribunales acusados de algún delito a pesar de que en innumerables ocasiones se les había "pasado" por actos similares; (2) hay notorios casos de criminales juzgados y condenados quienes al "poco" tiempo salen de prisión por muy diversas razones; (3) se dan fallos judiciales en donde se absuelve –y perdonen mi expresión– con suma facilidad ya sea por ser mal planteados o juzgados; (4) muchas personas comentan haber sufrido, por ejemplo, algún robo y no lo reportan ante las autoridades porque "¿para qué? si en nada para"; (5) delitos prescriben en algunos procesos (incluso algunos muy sonados) en un marco judicial abarrotado de casos y cosas; (6) hay quejas de policías de que ni se molestan en llevar los delincuentes a los juzgados porque al tiempo "los sueltan". ¡De cuántas cosas más podrían darse ejemplos!

    Si determinamos con mayor certeza que efectivamente el costo del crimen en nuestro medio ha venido descendiendo, la lógica nos indicaría que, para disminuir ese incentivo, se haría necesario elevar su costo: la discusión sana evolucionaría hacia cuáles son las mejores formas de lograrlo.

  4. #4
    2000-11-16-DE SUEÑO A PESADILLA

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    DE SUEÑO A PESADILLA


    La Nación, 16 de noviembre del 2000.

    Don Manuel Formoso invitó, en un artículo reciente (La Nación, 4 de octubre del 2001), a soñar la posibilidad de tener una nueva utopía. Una petición tan gentil y bien intencionada me motivó a pensar en el tema, el cual creí que me conduciría por buena senda, pero, para mi sorpresa, más bien se ha convertido en una verdadera pesadilla.

    Tantas veces el hombre ha intentado asegurar la felicidad para sus congéneres bajo órdenes utópicos, que juzgué valía la pena preguntarme, entonces, ¿por qué las dos más importantes ideologías del siglo que expira, el nazismo y el socialismo, han fracasado tan estruendosamente? He aprendido que ambas tienen mucho en común, pues su origen primario se analiza en el libro de Karl Popper La Sociedad Abierta y sus Enemigos: se encuentra en la utopía originaria, la del poder público ejercido por los "filósofos" de Platón; el ideal del poder centralizado en sabios que sabían más que todos nosotros –simples hombres de carne y hueso. Se supone que los sabios de Platón eran legítimamente capaces de sustituir la acción del hombre común por el raciocinio constructivista del estado centralizador. Se puede pensar que hoy serían ellos quienes transmutaran, lo que se ha dicho es un "gigantesco caos, de dimensiones mundiales, que ha generado el dominio del libre mercado..." por una "perspectiva planetaria, única viable si queremos paz y armonía en la Tierra". Recuerdo a Hayek cuando nos escribe acerca de la arrogancia presuntuosa de quienes creen que poseen el suficiente conocimiento para lograr imponer el orden que –según sus apetencias– se requiere en la humanidad, lo cual es todo lo contrario de quienes nos atrevemos a creer en el mercado, visto simplemente como un instrumento útil para la acción del hombre.

    El nazismo es claro resultado en este siglo de un sueño utópico que inevitablemente se convirtió en pesadilla. El hombre nuevo, el de los genes puros, el ario, tenía el destino y el bienestar de la humanidad en sus manos. Nada más se trataba de que razas superiores se impusieran sobre otras razas inferiores, como nos lo dijo Gobineau. El capitalismo resultaba ser el enemigo natural del nazismo (lo cual me parece ser verdad). Así, no fue de extrañar que el término empleado en la Alemania nazi para una de las razas "inferiores", los judíos (juden), también se usara para nombrar al capitalista y al burgués.

    La otra gran utopía del siglo XX, el socialismo marxista, nos predicaba que la solución a casi todos los problemas del hombre radicaba en la eliminación de las clases, de donde emergía un hombre nuevo –tal como se dijo habría de surgir en la Nicaragua sandinista–, el hombre socialista, inmaculado, quien no podría ni tendría razón para explotar a sus congéneres: el problema económico quedaba resuelto con un "de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades". El trabajador stajanovista –el obrero de 25 horas al día– era el nuevo hombre socialista. Esa utopía concluyó en un vasto campo de trabajo, donde muchos laboraron incansablemente para el beneficio de algunos, como se deduce de las lecturas de Djilas y de Solzhenitsyn.

    El peligro de la ilusión utópica no sólo está en que es aquella que su proponente considera inevitable y capaz de otorgar felicidad eterna. Me imagino que muy posiblemente nos justificará una en donde el hombre nuevo contenga sus genes, sus valores, o lo que él quiera. Pero el mayor peligro está en que ese utopista querrá imponer su propia utopía sobre todos nosotros, los demás: ¿acaso no lo fue así con los totalitarismos nazi y socialista?

    Estas dos utopías han resultado demasiado caras para la Humanidad. Del nazismo se han dado estimaciones de que provocó 25 millones de muertos y del socialismo, me permito indicar el dato que presentan Stéphane Courtois, et. al., editores del libro The Black Book of Communism. Según Courtois: "El total de muertes se aproxima a los 100 millones".

    ¿Por qué va a pagar el ser humano ese experimento utópico que algunos propondrían? Si son ángeles en lo que se nos pretende convertir, prefiero ser demonio, tan sólo para poder contrastar lo que significa ser un ángel. La vida está hecha de "ángeles y demonios" y entre muchos demonios hay quienes en el tiempo han querido sobornar nuestras conciencias con la quimera de que todos podemos ser ángeles. No deja de irritar esa vana pretensión de querer el estado perfecto de la humanidad, arrogándose para ello facultades propias del Creador, al considerar que se puede, como si fuera de barro, moldear un utópico hombre nuevo y diferente de quien los utopistas consideran un mal o imperfecto ser humano, que debe ser corregido.

    Tal vez resulte mejor si se nos deja ser, tan sólo, humanos. Quédense lejos quienes nos quieran imponer utopías, pues por la experiencia esos sueños parecen conducirnos a peores pesadillas que las de Freddie. Tan sólo en este siglo el recuerdo de las 125 millones de muertes en sus aras me hace preguntar: ¿Y si el utopista, una vez más, se equivoca en cuanto a la nueva utopía?

  5. #5
    2001-02-04-ELECCIÓN EN CENTROAMÉRICA

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    ELECCIÓN EN CENTROAMÉRICA


    La Nación, 04 de febrero del 2001.

    Me parece que en años venideros –no se cuán pronto– los costarricenses y el resto de centroamericanos posiblemente tendremos que escoger entre conservar nuestro sistema político nacional o en forjar una federación de naciones. De ninguna manera señalo que un sistema federal sea lo que nos convenga, pues aún no lo sé: lo que sí me parece es que en los últimos tiempos se han presentado sugerencias, principalmente de extranjeros, para que variemos nuestro sistema político, y ello debería hacernos reflexionar.

    Concretamente, la decisión europea de conformar una unión económica, que ha avanzado más allá de una simple zona de libre comercio para constituirse casi en un gobierno federal, bien puede ser su solución para diversos problemas internos. Pero con frecuencia se escucha de líderes europeos (así como de burócratas comunitarios) una invitación para que Costa Rica se integre más al resto de Centroamérica, principalmente en lo económico, pero también en el campo político, en donde los órdenes federales parecen ser los apropiados. No hay nada de malo per se en este consejo, además de que se facilitarían muchas negociaciones entre el bloque europeo y nuestros países pues, en vez de hacerlo con cinco "díscolos", lo acordarían con una sola entidad política.

    Esta sugerencia ha sido notoria en el campo de la ayuda externa. Sin que se haya dejado de lado el trato directo entre Europa y cada uno de nuestros países, el mensaje que envían es claro: prefieren cooperar directamente en proyectos regionales conjuntos, en vez de hacerlo con cada país en particular. Y esto, bien entendido, es un empujoncito para que nosotros hagamos "de pluribus, unum".

    Ante esto, la experiencia de las recientes elecciones de los Estados Unidos nos cae como anillo al dedo, a fin de entender lo que, según algunos criollos, es un "obsoleto" método de elección federal mediante un Colegio Electoral. Este sistema, en vez de la elección directa, podría ser el que en el futuro nos dé alguna viabilidad política en el marco de una presunta república federal centroamericana.

    Los fundadores de la nación norteamericana tuvieron el cuidado de asegurar la máxima independencia de los estados particulares integrantes de su sistema federal. Para impedir que unos cuantos estados, cuya población relativamente mayor podría constituirse en una amenaza para la representación popular de los demás estados y para que así no pudieran hacerse dueños de un gobierno por el simple hecho de "pa’ eso tenemos la mayoría", crearon un Colegio Electoral para que, por una votación indirecta, se eligiera a su presidente. Con ello, estados grandes como Nueva York no elegirían tan fácilmente al presidente de la nación, pues tendría que buscar alianzas que le permitieran obtener el mínimo de 272 votos electorales indirectos hoy requeridos para elegir presidente. Esto nos puede parecer absurdo para quienes hemos vivido en un sistema basado en el voto directo: aquí el que gana una cierta mayoría resulta electo. No importa si sólo con los votos de San José, los de Alajuela o de los dos juntos.

    Pero, veamos el caso de una posible votación para el hipotético presidente federal de Centroamérica. Basado en datos recientes de votantes registrados para las elecciones presidenciales (entre 1996 y 1999), los guatemaltecos conformarían aproximadamente el 30% de los electores y, de haber un candidato guatemalteco-salvadoreño, llegarían a algo más del 51%. Con solo tener un candidato binacional, la posibilidad de que los otros tres países centroamericanos elijan presidente se vería enormemente reducida (ni siquiera juntándolos). El sistema de votación indirecta confiere cierta protección a los estados individuales y así se disminuye la influencia de los estados de relativamente mayor población. Una enseñanza de la reciente elección en los Estados Unidos es que, si bien Gore ganó abrumadoramente los dos grandes estados de California y Nueva York, el resto de los estados en conjunto podría elegir presidente a otro. (En términos geográficos Bush ganó un territorio seis veces mayor que el conquistado por Gore).

  6. #6
    2001-02-24-LA TULEVIEJA, EL CADEJOS

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    LA TULEVIEJA, EL CADEJOS...


    La Nación, 24 de febrero del 2001.

    Como parte de esa robusta tradición exhibida por Mario Vargas Llosa, la cual "ha acompañado la historia de América Latina... el rechazo de lo real y lo posible, en nombre de lo imaginario y la quimera," vale la pena recordar el uso de la magia y de fantasmas aterradores cuando los niños se acostaban: si no se portaban bien, si no se dormían ya, el coco o la tulevieja o el cadejos vendrían a asustarlos por su insubordinación. Eran víctimas de un terror paternalista.

    Algo similar ocurre ahora con la globalización: se dice que es una especie de mal omnímodo cuyo objetivo es castigar a nuestros pueblos. Si hay contaminación, se menciona que es causada por la globalización; si existen niñas prostitutas, que es un mal derivado de la globalización; cualquier cosa que se asocie negativamente con cierta conducta humana, de inmediato es, de origen, adjudicada a ese coco, a "ese fantasma que recorre la Tierra". Pero esa descalificación a priori se reduce a una solución fácil para no tener que pensar y para evadir responsabilidades. Si se trata de desprestigiar cualquier idea, pues adhiérasele el adjetivo globalizado, que, además, trae su feria: a quien culpe a la globalización de todos los males urbi et orbi casi que automáticamente se le convierte en intelectual de fuste y, para no ofender a los que con modosidad fingen su vanidosa arrogancia, se les complace señalándolos como un miembro más de la vanguardia de la justicia social.

    Creo en la globalización; es más, considero que posiblemente es la mejor opción de que dispone el hombre para que se continúe eliminando la pobreza. En parte afirmo esto porque, al estar a favor de la globalización, más me aleja de las utopías que siempre han pretendido hacer el bien, en la vana creencia de que se puede moldear a los humanos como si fueran pedazos de arcilla: el fascismo y el comunismo son solo dos ejemplos recientes de esa quimera.

    Pienso que el avance del bienestar humano ha estado íntimamente ligado a lo que hoy se llama globalización: a la ampliación del comercio entre los individuos, los pueblos, las villas o las naciones. ¿Acaso no es cierto que, eones atrás, el hombre vivía sumamente aislado? A lo más, se agrupaba en familias en medio de una cultura restringida, en la autosuficiencia, en donde el intercambio era casi nulo y hasta inexistente. Había asentamientos humanos, pero rara vez interactuaban con otros grupos. Si algo caracteriza hoy a la vida humana es la globalización; esto es, el intercambio amplio, extenso, ubicuo, de una miríada de bienes y servicios, de teorías y realidades; en síntesis, lo propio de una sociedad abierta en donde el acceso al conocimiento enriquece material y culturalmente.

    Me imagino que el costarricense de la actualidad se sentiría profundamente empobrecido si, por ejemplo, tuviera que leer solo Uvieta –porque es nacional–, aislándolo del disfrute de la lectura de algo ajeno a una idealizada cultura criolla, no porque no tenga méritos para serla, sino tan sólo porque se mantiene virginal ante la globalización.

    Supongo que el costarricense prefiere leer, también, La Tempestad, de Shakespeare, La Ética, de Aristóteles o Un Tratado acerca de la Naturaleza Humana, de Hume. ¿Acaso no sentiría similar miseria si se viera obligado a quedarse con el autóctono frailecillo para curar sus enfermedades o si tuviera que inventar caseramente a la machaca para impulsar sus pasiones, dejando de lado tanto avance médico que nos ha dado la humanidad globalizada? Precisamente, globalización significa que, cada vez más, las personas, en todo el mundo, tengan mayor acceso a lo que otros humanos pueden haber producido o descubierto en los más diferentes y alejados rumbos que podamos imaginar. Ese aumento en el bienestar se logra básicamente conforme crece el intercambio entre los individuos, entre las naciones.

    La evolución de la humanidad en mucho se entiende si se analiza el crecimiento de las interrelaciones entre personas. Del aislamiento prehistórico se ha llegado a la cercanía casi física que brinda el clic de Internet. La globalización es un hecho derivado de ese impulso natural humano de intercambiar; es una resultante de la acción humana caracterizada por el propósito del hombre de ir de un estado de menor satisfacción hacia otro que le brinde un mayor bienestar.

    Tal vez la globalización moderna lo que tiene de suyo es que existe una mayor facilidad para realizar ese intercambio. Con el paso del tiempo ese comercio, cada vez más factible, se ha traducido en una más difundida riqueza del ser humano (nada más compare cómo vive usted hoy y cómo vivía el más rico de los villanos en El nombre de la Rosa, de Eco). La globalización no es un fenómeno exclusivo de la actualidad, si bien es cierto que profundos cambios tecnológicos y económicos le están dando una dimensión mucho mayor que la de años atrás.

    Prefiero, al irme a dormir, no tener que pensar en el coco, ni en la tulevieja ni tampoco en el cadejos, que vengan a imponerme un castigo. Prefiero hacerlo acerca de un mundo total, globalizado, al alcance de mis manos y que, tal como la humanidad ha ido progresando a través de los tiempos, que cada vez más sea asequible a todos.

  7. #7
    2001-03-13-MÁS SOBRE EL COCO GLOBALIZADO

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    MÁS SOBRE EL COCO GLOBALIZADO


    La Nación, 13 de marzo del 2001.

    Bradford DeLong es un respetado economista de la Universidad de Berkeley. Mi opinión de él sirve solo para destacar que su trabajo está constantemente sujeto a críticas altamente calificadas. DeLong presentó recientemente unas cifras muy elocuentes en Estimating World GDP, One Million B.C.-Present y, antes de cuestionar datos que abarcan tantísimos años, debo decirles que tiene relativamente buenas bases metodológicas, tales como ajustes del producto interno bruto (PIB) en términos reales, usando lo que se llama "paridad del poder de compra", donde emplea diversas estimaciones de población que no difieren significativamente entre sí, aunque no le sea posible tomar en cuenta explícitamente la existencia de nuevos bienes. Ello le permite decir al autor que "con excepción de la última, son estimaciones razonables". Además, si pudiera hacerlo, más bien contribuiría a mostrar un mayor progreso que el reflejado en cifras que no incorporan los nuevos bienes. Angus Maddison, otro economista, en Monitoring the World Economy, 1820-1992 (París: OECD, 1995) construyó estimaciones de la evolución del PIB real per cápita durante esos años, y DeLong, con base en una relación entre ese PIB y la población, se va hacia atrás, hacia un millón dos mil años atrás.

    El economista Gary Hufbauer resume así los datos de DeLong: "Entre un millón de años antes y 1.500 después de Cristo, el producto interno bruto mundial per cápita (medido en dólares de 1990) cambió muy poco: de cerca de $90 a cerca de $140. Casi todo el mundo era miserable. Entre los años 1500 y 1900, el PIB mundial per cápita aumentó de $140 a $680. La mayoría de la gente era miserable. Entre 1900 y el 2000, el PIB mundial per cápita se catapultó de $680 a $6.500,” en ¿Es ésta la Maldición de la Globalización?, debate en Williams College, Massachusetts, el 12 de octubre del 2000.

    Algunos que sólo ven el mal en la globalización (en realidad, la globalización no es ni buena ni mala per se; todo depende de cuánto logra aumentar el bienestar de las personas) insisten en que ocasiona la desaparición de la identidad nacional. Algo así como –es un ejemplo, usted puede incorporar lo que desee– que el agua dulce desaparecerá en el país, pues no forma parte de la cultura global. Esta es una concepción errónea: en la visión globalizada de lo que se trata es que los individuos conserven lo que consideren apropiado según sus costumbres y tradiciones, pero que cualquier ser humano en la Tierra, si le place, también pueda disfrutarlas. Esa visión global es totalmente diferente de aquella concepción que se sustenta en la unicidad de las cosas, sin variantes, sin matices. Por el contrario, la visión global se aplica a aquello de que en la variedad está el gusto. Se trata de satisfacer cualquier deseo o necesidad de cualquier persona sobre la Tierra, si es que así le complace a alguien. Si le gustan los tacos mexicanos, pues que no deba ir a México para disfrutarlos; que nadie obligue a un francés a comer en McDonald’s, si así no le place; que no tenga que leer forzadamente, por ejemplo, la obra de Rushdie porque se impone el límite de lo nacional, si lo que desea y puede obtener en un mundo globalizado es el poemario de Debravo.

    Este progreso observado nos explica por qué los países relativamente más pobres, ante el embate de fuerzas muy disímiles, pero unidas en su animadversión al proceso de globalización, tal como sucedió el año pasado en la reunión de la Organización Mundial de Comercio en Seattle, han sido los que han propugnado una profundización del intercambio mundial –llámesele globalización– en contraste con el proteccionismo que han exhibido algunas de las naciones más desarrolladas.

    ¿Y en qué quedó el coco de la globalización? Dejémoslo en ese mundo de la ficción onírica, al cual siempre quieren sumirnos los oponentes a que el conocimiento humano se amplíe. En esencia, lo que la globalización nos permite es que podamos extender y profundizar el conocimiento, mucho más allá de las ataduras a que nos quieren sujetar los "iluminados" del cotarro.

  8. #8
    2001-04-17-POBREZA Y CRECIMIENTO

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    POBREZA Y CRECIMIENTO


    La Nación, 17 de abril del 2001.

    Con suma frecuencia se escucha, urbi et orbi, que la globalización (o apertura comercial) no ha contribuido a la reducción de la pobreza. Así, por ejemplo, para el mundo, Jay Mazur en el artículo "Labor’s new internationalism" Foreign Affairs (enero-febrero, 2000, pág. 81) dice: "la globalización ha incrementado dramáticamente la desigualdad entre y dentro de las naciones..." y aquí alguien dijo: "Si me preguntan que cómo está la población con respecto a hace 20 años, yo diría que en términos relativos estábamos mejor entonces". (“Estado no hizo su parte”, La Nación, 2 de abril del 2001, p. 38-A).

    Dos estudiosos de estos temas, David Dollar y Aart Kraay, decidieron ver el nexo que hay entre pobreza y crecimiento en Growth Is Good for the Poor (Development Research Group, Banco Mundial, marzo del 2000). Para ello, trataron de responder a ¿Cuál es la relación entre el crecimiento del ingreso de toda una economía y el del 20 por ciento que constituyen los más pobres y en qué proporción la apertura al comercio internacional beneficia a esos pobres?

    Uno de los hallazgos de este estudio de 80 países por cuatro décadas, es que hay una relación estrecha entre el crecimiento de los ingresos generales y el aumento de los ingresos de los pobres. No es un caso de goteo (trickle-down) en que los ricos primero aumentan sus ingresos y luego lo hacen los pobres, sino que simultáneamente se elevan los ingresos de los ricos y de los pobres, de la población en general. El aumento en los ingresos de los pobres se explica y se da cuando aumentan los ingresos de la generalidad de la población.

    Además, esos autores encuentran que si dividen en dos la muestra total a partir de 1980, la relación entre el crecimiento del total de los ingresos y el de los pobres es casi la misma, por lo cual no puede aseverarse, como dicen algunos, que la globalización ha aumentado la desigualdad a lo interno de los países. Además, encuentran que la apertura impulsa el crecimiento de las economías y no tiene efecto significativo alguno sobre la distribución del ingreso. En síntesis, la globalización da lugar a un crecimiento de los ingresos del que participan plenamente los pobres.

    Los autores continúan su estudio para valorar qué tipo de políticas económicas benefician a los pobres y concluyen su análisis en que, "contrario a los mitos populares, las políticas macroeconómicas usuales a favor del crecimiento económico son buenas para los pobres en cuanto aumentan sus ingresos medios, sin ningún efecto adverso significativo sobre la distribución del ingreso" y que "el paquete básico de políticas de derechos de propiedad privada, disciplina fiscal, estabilidad macroeconómica y apertura al comercio internacional incrementan el ingreso de los pobres en el mismo grado en que aumenta el ingreso de las otras familias..." (pág. 6).

    Se debe meditar acerca de cuáles podrían ser los verdaderos propósitos de quienes hacen afirmaciones sin sustento empírico alguno como las que me he referido al principio de este comentario. Para algunos puede ser que vuelve la hora de reaccionar contra cualquier propósito de profundizar nuestra apertura comercial. Una nueva etapa de liberalización comercial al amparo del ALCA se ve venir a pasos firmes y por ello su pretensión es cómo enrostrar las más nocivas consecuencias a la apertura comercial, aunque lo dicho sea absurdo y contrario a los hechos. Con dichas afirmaciones intentan que el país se trague el cuento de que la apertura y la globalización no han sido un buen negocio, cuando ciertamente lo que buscan es frenar los esfuerzos para ampliar nuestra apertura comercial. Tal freno, de lograrlo, sería un buen negocio personal: su dilema es cómo podrían participar más en los mercados internacionales a la vez que protegen sus cotos de caza domésticos.

  9. #9
    2001-08-07-DESAFÍO COSTARRICENSE

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    DESAFÍO COSTARRICENSE


    La Nación, 07 de agosto del 2001.

    Alguien diría que no vale la pena evaluar si Costa Rica, separada del resto de Centroamérica, podría llegar a ser el primer país desarrollado de Latinoamérica, si ya mi apreciado don Javier Solís calificó el esfuerzo como broma, engaño, ingenuidad o estulticia crónica, en su artículo “Desafío centroamericano” (La Nación, 25 de julio del 2001).

    No creo que alguien pueda saber (excepto que crea en las "inevitabilidades" que nos enseñaron los marxistas y, tal vez, ahora Fukuyama) si Costa Rica, de seguir un rumbo independiente, llegará a la cima o a la sima del desarrollo en el área. En esto de predicciones históricas los magos han abundado, pero hemos visto cómo los hechos posteriores suelen desmentir sus profecías. Porque eso no es lo importante que los costarricenses debamos valorar al diseñar –si es posible– lo que don Javier denomina "plan estratégico" ante Centroamérica.

    Sí me parece que los costarricenses debemos meditar, en sus más diversas dimensiones, acerca de si Centroamérica debe forjarse como una unidad política de la que Costa Rica forme parte o que permanezca como un ente separado. Es más, si fuere necesario que el país (por las razones que sean) debiera integrarse a otras naciones, el planteamiento debería comprender no sólo la alternativa de unión con Centroamérica sino con otras áreas (piénsese, por ejemplo, con la Comunidad Económica Europea, Sudamérica, México, Estados Unidos o lo que sea). Es decir, ¿cuáles son las razones de conveniencia para que Costa Rica se integre a un grupo de naciones y, también, por qué integrarse a un grupo concreto de países y no a otro?

    No es mi posición autocomplaciente, ni aislacionista, ni, mucho menos xenófoba, pues como liberal considero que la verdadera prueba de fuego en la tolerancia que estos dicen predicar está en la aceptación de lo extranjero, de lo global, de lo universal. Sí me parece atinada la preocupación de don Javier al observarse muchas veces que es la improvisación y la ocurrencia lo que abunda, pero alguien podría recordarnos que esa presunta desatención es más bien resultado de una apreciación del verdadero deseo del costarricense, de esperar a que se aclaren los nublados del día. Esto yo no lo puedo valorar, pero me parece que no debemos dejar de lado que esa sea la verdadera posición que el pueblo costarricense desea asumir ante Centroamérica. Observe que no he dicho que esa es la posición que preconizo: vivo en esto, como en tantas otras cosas, en un jardín de dudas.

    Sí me llama la atención lo escrito por un eminente y moderno pensador alemán, el profesor Víctor Vanberg, en un artículo titulado "Globalization, Democracy and Citizen’s Sovereignity: Can Competition Among Governments Enhance Democracy?, Albert-Ludwigs-Universität Freiburg im Breisgau,1999, quien concluye que "...la competencia entre jurisdicciones puede constituir una contribución valiosa para mejorar la ‘democracia’ haciendo más difícil que los gobiernos puedan poner en práctica esquemas políticos que benefician a unos ciudadanos a costa de otros. De acuerdo con el alcance de su propia movilidad y de la movilidad de sus recursos, la competencia entre jurisdicciones les ofrece a los ciudadanos y a quienes las utilizan una protección efectiva contra la explotación, ya sea ésta a favor de grupos privilegiados o de aquellos que mantienen las riendas en la toma de decisiones del poder político".

    Estas ideas podrían servirnos como introducción al tema que, afortunadamente, don Javier Solís propone que se discuta: ¿contribuiría a fortalecer la democracia costarricense una unión con el resto de los países centroamericanos, en comparación con la posibilidad de permanecer separados? Porque dice don Javier que "la integración de Costa Rica y Nicaragua es irreversible", pero ello debe probárnoslo de alguna manera.

  10. #10
    2001-09-02-TIEMPO PARA COSECHAR

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    TIEMPO PARA COSECHAR


    La Nación, 02 de setiembre del 2001.

    La presentación de resultados del último censo debería de servir para que las personas mediten acerca de los logros tenidos en aspectos vitales de nuestras vidas. Estoy seguro de que una pausa así inducida permitirá apreciar mejor nuestros éxitos, pudiendo valorar lo que hemos logrado y quejarnos menos de lo que no tenemos, pero, sobre todo, para estimular nuestros esfuerzos en seguir progresando. No faltará quien diga que hago mal con identificar al progreso con el hecho de que, entre muchos otros datos, en el 80,8 por ciento de las casas ahora hay lavadora y que en el 84,3 por ciento se tiene refrigerador (hace varias décadas se trató de impedir que los costarricenses pudiéramos tener televisión a colores), pero lo cierto es que esa mayor disponibilidad de bienes en las casas puede haber hecho más por liberar a la mujer de las arduas tareas hogareñas que miles de prédicas públicas.

    Es posible que hechos trascendentales en nuestra historia reciente, como el empuje a la educación y la salud masiva de los años cuarentas o la abolición del ejército, a fines de esa década, hayan incidido para que el costarricense haya experimentado, a fines del siglo XX, condiciones de vida tal vez inimaginables hace un tiempo. Estas contrastan notoriamente y desmienten la actitud derrotista, negativa y pesimista que se observa con frecuencia en nuestro medio.

    Pensemos cómo una pequeñísima nación del orbe ha sido capaz, en un lapso de 15 años, de aumentar sus habitantes en casi un 10 por ciento por inmigración, adicionado a su propio crecimiento interno, sin que se haya incrementado el desempleo, sin que los salarios reales hayan disminuido, sin que se disminuyera la jornada laboral para poder absorber ese aumento en la oferta de trabajo. Cuando por ahí se quejan de que, lamentablemente, "el 1,6 por ciento de los pobres viven en precario igual que en 1984", se ignora paladinamente este hecho singular y que, posiblemente, alguien en el futuro documentará como uno de los mayores éxitos en nuestra historia moderna. Esos inmigrantes que engrosaron nuestra población venían buscando qué hacer y qué comer en nuestro país y llegaron a vivir en precarios, de donde aún esperan salir algún día. No se trata de buscar pelos en la sopa; hay explicaciones que nos deben llenar de alegría y satisfacción. Si algo aprende uno en la vida es que siempre habrá problemas: nos lo resume el pensador Karl Popper cuando dice que "toda discusión científica comienza con un problema, al que ofrecemos algún tipo de solución tentativa –una teoría tentativa–...; la teoría y su revisión crítica dan lugar a nuevos problemas”.

    El progreso de la humanidad se ha transferido a nuestra nación, pero claro que falta mucho por lograr: piense el ciudadano cuán mal nos habría ido de tener una economía cerrada al comercio. Precisamente ha sido el progreso del capitalismo lo que ha permitido que las masas dispersas en el orbe vivan mejor, en países unos más dispuestos que otros a recibir estos beneficios. Los profetas del chauvinismo prefieren ignorar estos hechos pedestres. No pueden admitir que, como ciudadano consumidor, usted vive mejor cuando alguna persona en, digamos, China, buscando su beneficio propio, le faculta disponer de más y mejores bienes y servicios.

    Lo cierto es que la humanidad ha visto cómo en los últimos 50 años han mejorado sus condiciones de vida y ello se ha dado, en gran parte, por el notable crecimiento del capitalismo y del comercio internacional, esas maravillosas máquinas de progreso que hasta Marx alabó.

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