2002-07-29-ÁFRICA, EL SIDA Y OTROS MALES

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ÁFRICA, EL SIDA Y OTROS MALES: PARA QUE LAS OBRAS SEAN AMORES


La Nación, 29 de julio del 2002.

Tiene bastante razón don Carlos Cortés al quejarse en “La peste del olvido” (La Nación, 9 de julio del 2002), por la "dejazón" en que el mundo rico tiene al África pobre, con su problema de la diseminación de la peste del sida.

Se estima que hoy 25 millones de africanos portan el virus. No hay duda de la desgracia: puede significar la desaparición de una mano de obra joven, que es la que en definitiva podría ayudar al continente a salir de la miseria. Y más miseria y más pobreza significan, a la vez, más desgracias sanitarias. No tenemos que convertirnos en cínicos para pensar que no será sino hasta que la pandemia llegue masivamente a las naciones ricas cuando surgirá el interés necesario para resolver esta calamidad sanitaria de África.

La solución al problema africano por supuesto que no está en la vivencia irresponsable de quienes lanzaron chiflidos y gritos para impedir hablar a participantes de la Cumbre Mundial sobre el Sida, como sucedió recientemente en Barcelona. Tal vez la angustia de ver el avance de esa enfermedad haya confundido a algunos pues tontamente asociaron una presunta eliminación del mal con una lucha contra una globalización que no comprenden. Lamentablemente es la falta de globalización de África, que continúa alejada de ese proceso y del progreso que traería, lo que contribuye a profundizar sus males. El problema sanitario de África no radica sólo en las variantes africanas de la enfermedad del sida. Esta y otras enfermedades tropicales, como la malaria y la tuberculosis, matan cada año a 5 millones de africanos.

Los laboratorios de investigación farmacéutica ubicados en naciones desarrolladas producen medicinas que sirven contra las enfermedades que existen en sus países ricos. No van a producir medicinas que tienen un costo muy elevado de investigación y desarrollo, para venderlas luego al continente de los pobres más pobres del mundo, quienes no tienen los ingresos suficientes para pagarlas.

Incluso es frecuente observar cómo, en ocasiones, gente bien intencionada espera que esos laboratorios las vendan "regaladas", pero no van a poder hacerlo dados los enormes costos que tiene su desarrollo.

Ante tal problema, vale la pena tener presente una idea expuesta por Michael Kremer, de la Universidad de Harvard, según narra Xavier Sala en su libro Economía Liberal para No Economistas y No Liberales, por la cual "se trataría de que los gobiernos de los países ricos se comprometieran a comprar un determinado número de vacunas a precio de mercado para luego regalarlas a los países pobres". Con ella habría los incentivos adecuados para que los laboratorios invirtieran en los enormes gastos de investigación y desarrollo que se requieren para obtener esas vacunas (o medicinas). Además, en vez de acudir al viejo sistema fracasado de pedir y obtener ayuda monetaria de Occidente que aviesamente se canalizaría por medio de las cleptocracias que gobiernan algunas naciones africanas, con ella, de manera efectiva, los recursos no serían robados y llegarían a quienes verdaderamente los necesitan.

Esta forma de ayuda de las naciones ricas probablemente daría mejores resultados que los que suelen dar las transferencias financieras de organizaciones como el Banco Mundial o Naciones Unidas, las cuales han sido harto cuestionadas. Por ejemplo, ¿qué tal si esos organismos crean un fondo con el que se pagaría una patente por las vacunas que desarrollen modernos laboratorios internacionales, los que, competitivamente, participarían gustosos con ofertas que les permitan lograr el premio? El incentivo es muy claro: una jugosa remuneración al laboratorio (posiblemente de países ricos) que desarrolle una cura para las enfermedades tropicales que están diezmando a los pobres de África. Las vacunas luego les serían obsequiadas. Con esto obras son amores, no buenas razones.