2002-04-13-Y CUÁL ES LA ALTERNATIVA

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Y ¿CUÁL ES LA ALTERNATIVA?


La Nación, 13 de abril del 2002.

Si algo caracteriza la forma de pensar del economista es la pregunta que suele hacerse cuando se plantea algún tipo de problema: Y ¿cuál es la alternativa? Con ella puede (o intenta) comparar los costos y los beneficios que se derivan de sus opiniones, por ejemplo, respecto a la aplicación de una política determinada.

Pero con esta forma de analizar las cosas da la impresión de que es un hereje o un insensible, como sucede cuando no condena que la Nike dé empleo a niños en sus fábricas de calzado en Indonesia, hecho que dio lugar a que se "boicoteara" la compra de sus productos por parte de quienes, entendiblemente, se mostraban perturbados por esa práctica corporativa. Esa impropia interpretación del análisis económico no se fundamenta en que el economista sea un "enemigo" de los niños, como algunos tramposos intelectuales aseveran, sino porque él requiere preguntar: y ¿cuál es la alternativa de empleo que tienen esos niños?

Esto me recuerda algo similar sucedido en una empresa maquiladora de origen extranjero que conocí ya hace varios años. Se ubicaba en la parte oeste de San José y en ella trabajaban más de 400 obreras. La empresa de maquila de ropa no es sino una línea continua de operaciones, en que las partes que integran las piezas de vestir tienen que ser cosidas entre sí a un ritmo específico; esto es, por ejemplo, que una sección no puede trabajar 40 horas y el resto, 48 horas: todo es un flujo continuo, seguido.

En esa empresa laboraban algunas menores de 18 años, en mucho porque hermanas mayores las habían ayudado a encontrar empleo. La compañía les había asignado las tareas menos complejas, tal vez en consideración de su edad (más bien, posiblemente, por su menor experiencia). Un día apareció por la empresa un inspector de trabajo, quien ordenó que esas muchachas menores de edad trabajaran un número de horas inferior al resto de sus compañeras: creo que 40 en vez de 48 horas. Obviamente la firma consideró la decisión de despedir a esas obreras y contratar sólo a mayores de edad, pero no fue sino por una brillante idea del abogado de la empresa, quien prefirió seguir un litigio, el cual si bien sabía que se iba a perder lo sería cuando ya esas menores de edad tuvieran más de 18 años. De seguirse el criterio del inspector, para que esas muchachas continuaran empleadas sólo sería posible si una sección laborara a un ritmo menor y el resto a una tasa mayor, lo cual obviamente resultaba imposible desde la lógica de la producción en línea de la compañía.

El inspector no tuvo empacho en señalar que, si había que despedir a esas muchachas, pues que así fuera. Al saber de esto, la pregunta que hice fue: ¿cuál era la ocupación alternativa de esas trabajadoras? Y la cruel realidad me fue expresada: iban desde regresar a la vagancia en sus casas hasta ingresar a la prostitución; en general, volver al desempleo y ver disminuidos los ingresos en sus pobres hogares. Esas eran las alternativas. Por suerte la empresa tenía un buen abogado, pero a partir de esa fecha no volvió a contratar nuevas menores de edad: el efecto inmediato fue reducir las posibilidades de progresar de muchas mujeres pobres, quienes ahora no encontrarían trabajo.

Los esfuerzos que se hacen para reducir el empleo infantil se han orientado a asegurar que esos jóvenes puedan educarse. Si por preocupaciones acerca del bienestar de esos pobres niños se impide mediante legislación que trabajen, aunque ello signifique que la miseria humana penetrará aún más en sus hogares, quienes tal consideración tienen por esos pobres deberían orientar sus esfuerzos hacia darles ingresos alternativos en tanto llegan a la mayoría de edad.

La pregunta que los economistas hacen es apropiada. Y de la respuesta que brinden tal vez, esos míseros podrían vivir mejor. Si nos dejamos impulsar por un sentimentalismo bien intencionado, la consecuencia sobre esos pobres que se pretende proteger podría ser un mal mayor. Por ello, nada importa siempre preguntar: y ¿cuál es la alternativa?, y así evitar que, creyendo hacer el bien, se cause un daño mayor no previsto.