2002-03-15-GALLO PINTO COMERCIAL

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GALLO PINTO COMERCIAL


La Nación, 15 de marzo del 2002.

Los economistas estamos acostumbrados a analizar las consecuencias no previstas de las acciones de los individuos. De acuerdo con Hayek, si no fuera porque las transacciones individuales de la gente dan lugar a un orden que no ha sido diseñado, la Economía como disciplina no tendría razón de existir.

Tal vez una consecuencia no prevista del anuncio del presidente Bush de que buscaría un Tratado de Libre Comercio con Centroamérica, fue que motivara a la Comunidad Económica Europea a acelerar sus relaciones de intercambio con los países del área, también por medio de un tratado de libre comercio. Y, claro, la competencia nos favorece: en vez de uno, ya hay dos muy grandes mercados interesados en que nuestras naciones se favorezcan con las ventajas del intercambio comercial. Lo importante aquí es que éstas se dan no sólo porque vamos a poder exportar más productos, sino ante todo porque podremos importar más. Esto me mueve a explicar un tema que en muchas ocasiones es incomprendido, principalmente en medios de comunicación.

Me refiero a la creencia de que, si los países con los cuales entramos en un acuerdo de libre comercio (o algo que se le aproxime) no abren sus fronteras a nuestras exportaciones (usualmente se menciona el caso de textiles y productos agrícolas), entonces el acuerdo comercial no nos sirve.

Veamos un ejemplo que tal vez permita entender el asunto. Suponga que usted tiene las siguientes opciones: una, no comer nada; dos, comer gallo pinto (sólo arroz y frijoles), y tres, además de gallo pinto, que encima tenga un par de huevos fritos. Mis preferencias van de la tres a la dos y, por último, a la primera.

En esto de los acuerdos de comercio internacional, las opciones suelen ser: uno, quedarse como se está (es decir, sin nada que comer en el ejemplo previo); dos, que el país unilateralmente se abra al comercio y así los consumidores domésticos (todos los costarricenses) pueden adquirir más baratos los bienes y servicios que satisfacen sus deseos y necesidades (en el ejemplo anterior, solo gallo pinto) y tres, que, además, el país con el cual se entra en el tratado reduzca las barreras que impone a nuestras exportaciones, con lo que puede aumentar la riqueza de los costarricenses y así importa (consume) más.

Me imagino que usted me dirá que si no puede obtener el par de huevos fritos se queda con el gallo pinto pelado (su mejor opción), pero que éste es preferible a quedarse sin nada. Algo similar sucede con estos acuerdos comerciales: aun cuando el país con el que se llega a un tratado comercial no se abra a nuestras exportaciones, al menos podemos conseguir más productos (y más baratos), en comparación con los que se pueden obtener si no hay acuerdo alguno.

El punto esencial es que debemos luchar, y fuertemente, porque el gallo pinto tenga huevos pues así va a estar más sabroso. De hecho Costa Rica forma parte de lo que se conoce como el Grupo Cairns para lograr que, en las negociaciones de la Organización Mundial del Comercio, las naciones industrializadas ricas se abran a nuestras exportaciones textiles (quién sabe si en eso radica ahora nuestra ventaja relativa), así como a las de productos agrícolas, pues políticas de subsidios que prosiguen en este sector (se habla de cerca de $300 billones anuales) impiden exportar productos en que se supone somos más eficientes.

Hace poco Brink Lindsay, del Instituto Cato y autor del libro Contra la Mano Muerta: La lucha incierta por el capitalismo global, escribió que era terriblemente dañino para la credibilidad de los Estados Unidos que "...como voceros de los mercados libres y del libre comercio alrededor del mundo, nos adhiramos tenazmente a esas políticas proteccionistas, al tiempo que nos la pasamos sermoneando e intimidando a otros países para que se deshagan de sus barreras al comercio". Luchemos porque esas naciones nos quiten esas barreras odiosas para así tener esos huevos fritos, pero tampoco elijamos quedarnos sin nada si podemos tener gallo pinto.