2001-02-24-LA TULEVIEJA, EL CADEJOS

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LA TULEVIEJA, EL CADEJOS...


La Nación, 24 de febrero del 2001.

Como parte de esa robusta tradición exhibida por Mario Vargas Llosa, la cual "ha acompañado la historia de América Latina... el rechazo de lo real y lo posible, en nombre de lo imaginario y la quimera," vale la pena recordar el uso de la magia y de fantasmas aterradores cuando los niños se acostaban: si no se portaban bien, si no se dormían ya, el coco o la tulevieja o el cadejos vendrían a asustarlos por su insubordinación. Eran víctimas de un terror paternalista.

Algo similar ocurre ahora con la globalización: se dice que es una especie de mal omnímodo cuyo objetivo es castigar a nuestros pueblos. Si hay contaminación, se menciona que es causada por la globalización; si existen niñas prostitutas, que es un mal derivado de la globalización; cualquier cosa que se asocie negativamente con cierta conducta humana, de inmediato es, de origen, adjudicada a ese coco, a "ese fantasma que recorre la Tierra". Pero esa descalificación a priori se reduce a una solución fácil para no tener que pensar y para evadir responsabilidades. Si se trata de desprestigiar cualquier idea, pues adhiérasele el adjetivo globalizado, que, además, trae su feria: a quien culpe a la globalización de todos los males urbi et orbi casi que automáticamente se le convierte en intelectual de fuste y, para no ofender a los que con modosidad fingen su vanidosa arrogancia, se les complace señalándolos como un miembro más de la vanguardia de la justicia social.

Creo en la globalización; es más, considero que posiblemente es la mejor opción de que dispone el hombre para que se continúe eliminando la pobreza. En parte afirmo esto porque, al estar a favor de la globalización, más me aleja de las utopías que siempre han pretendido hacer el bien, en la vana creencia de que se puede moldear a los humanos como si fueran pedazos de arcilla: el fascismo y el comunismo son solo dos ejemplos recientes de esa quimera.

Pienso que el avance del bienestar humano ha estado íntimamente ligado a lo que hoy se llama globalización: a la ampliación del comercio entre los individuos, los pueblos, las villas o las naciones. ¿Acaso no es cierto que, eones atrás, el hombre vivía sumamente aislado? A lo más, se agrupaba en familias en medio de una cultura restringida, en la autosuficiencia, en donde el intercambio era casi nulo y hasta inexistente. Había asentamientos humanos, pero rara vez interactuaban con otros grupos. Si algo caracteriza hoy a la vida humana es la globalización; esto es, el intercambio amplio, extenso, ubicuo, de una miríada de bienes y servicios, de teorías y realidades; en síntesis, lo propio de una sociedad abierta en donde el acceso al conocimiento enriquece material y culturalmente.

Me imagino que el costarricense de la actualidad se sentiría profundamente empobrecido si, por ejemplo, tuviera que leer solo Uvieta –porque es nacional–, aislándolo del disfrute de la lectura de algo ajeno a una idealizada cultura criolla, no porque no tenga méritos para serla, sino tan sólo porque se mantiene virginal ante la globalización.

Supongo que el costarricense prefiere leer, también, La Tempestad, de Shakespeare, La Ética, de Aristóteles o Un Tratado acerca de la Naturaleza Humana, de Hume. ¿Acaso no sentiría similar miseria si se viera obligado a quedarse con el autóctono frailecillo para curar sus enfermedades o si tuviera que inventar caseramente a la machaca para impulsar sus pasiones, dejando de lado tanto avance médico que nos ha dado la humanidad globalizada? Precisamente, globalización significa que, cada vez más, las personas, en todo el mundo, tengan mayor acceso a lo que otros humanos pueden haber producido o descubierto en los más diferentes y alejados rumbos que podamos imaginar. Ese aumento en el bienestar se logra básicamente conforme crece el intercambio entre los individuos, entre las naciones.

La evolución de la humanidad en mucho se entiende si se analiza el crecimiento de las interrelaciones entre personas. Del aislamiento prehistórico se ha llegado a la cercanía casi física que brinda el clic de Internet. La globalización es un hecho derivado de ese impulso natural humano de intercambiar; es una resultante de la acción humana caracterizada por el propósito del hombre de ir de un estado de menor satisfacción hacia otro que le brinde un mayor bienestar.

Tal vez la globalización moderna lo que tiene de suyo es que existe una mayor facilidad para realizar ese intercambio. Con el paso del tiempo ese comercio, cada vez más factible, se ha traducido en una más difundida riqueza del ser humano (nada más compare cómo vive usted hoy y cómo vivía el más rico de los villanos en El nombre de la Rosa, de Eco). La globalización no es un fenómeno exclusivo de la actualidad, si bien es cierto que profundos cambios tecnológicos y económicos le están dando una dimensión mucho mayor que la de años atrás.

Prefiero, al irme a dormir, no tener que pensar en el coco, ni en la tulevieja ni tampoco en el cadejos, que vengan a imponerme un castigo. Prefiero hacerlo acerca de un mundo total, globalizado, al alcance de mis manos y que, tal como la humanidad ha ido progresando a través de los tiempos, que cada vez más sea asequible a todos.