1991-07-01-VER PARA CREER
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VER PARA CREER
La Nación, 01 de julio de 1991.
Para mí es comprensible que alguien medianamente inteligente, después de haber leído El Socialismo de Ludwig von Mises, escrito en 1922 –cinco años después de la Revolución Rusa– llegara a la conclusión, por los argumentos allí expuestos, que más tarde o más temprano la economía socialista de decisión centralizada terminaría siendo tirada por la borda y sustituida por formas más eficientes de organizar el complejo orden de la producción y distribución de bienes y servicios.
Me era mucho más difícil prever los profundos cambios que se están presentando en la economía mexicana, en donde se ha ido sustituyendo una maraña de controles y limitaciones al libre comercio, por un orden basado en la primacía del mercado para su organización económica. En verdad, la economía mexicana no era una economía socialista de decisión centralizada, sino que, más bien, nos recordaba las características infecciosas del orden mercantilista de los siglos XVI y XVII, pues estaba cuajada de controles de toda índole, de permisos gubernamentales para realizar cualquier cosa que fuera concebible, de asignaciones preferenciales creadoras de rentas para grupos de privilegio; en fin, de la más amplia gama de distorsiones que algún economista intervencionista jamás pudo haber imaginado.
Pues bien, quien iba a pensar que, a inicios de los noventa, México realizaría una profunda transformación de su aparato productivo, transmutando “L´ancien régime” mercantilista hacia una economía donde el mercado es el ordenador principal de las más diversas manifestaciones de la acción humana.
Puede ser que la profunda crisis sufrida en los años ochenta bajo el modelo proteccionista, donde el ingreso real per cápita durante 1982-88 no creció del todo, en medio de una extensa desocupación y un muy fuerte descenso en los salarios reales, les motivó a buscar una alternativa a tan gastado modelo, para poder sacar al país del marasmo, la ineficiencia y la pobreza que parecía, paulatinamente, ir engullendo todo, excepto a unos pocos privilegiados.
De esta segunda Revolución Mexicana se pueden prever, entre otros, varios resultados que son de interés comentar: en primer lugar, que ese pueblo aumentará radicalmente sus niveles de vida en los próximos años –si se mantiene el rumbo correcto en cuanto a políticas económicas se refiere– lo cual hará de México, en especial con su incorporación a un mercado libre con los Estados Unidos y Canadá, un país de alta y difundida riqueza.
En segundo lugar, México lleva a cabo un profundo cambio en su percepción acerca del papel del Estado, pues participa solidariamente con el esfuerzo de sus ciudadanos y complementa aquellos que no pueden ser enteramente satisfechos, al tiempo que se busca no sustituir la acción individual. Ejemplo de esto son sus recientes desnacionalizaciones de bancos comerciales en donde, uno por semana, es vendido a quienes los pueden operar más eficientemente que como lo hace el burócrata. Pero esto no se queda aquí, pues la privatización comprende una gama muy amplia de bienes y servicios, que van desde la compañía estatal de teléfonos, pasando por líneas aéreas, centrales pesqueras, refinadoras de metales y por un conjunto tan diverso de actividades, que, sólo para imaginárselo, tomaría un buen rato.
En tercer lugar, México es un buen ejemplo del cual algo podemos aprender quienes pensamos que los costarricenses merecemos mayor abundancia de bienes y servicios. Ya lo dijo el socialdemócrata Felipe González, que el mercado no era una deidad, sino un instrumento de política económica por el cual se pueden hacer mejor las cosas. Los socialistas marxistas y las versiones más moderadas están abandonando sus esquemas dirigistas y se orientan al logro de una mayor eficiencia productiva a través de la globalización de la producción, fenómeno que parece inevitable en el mundo contemporáneo.
Ojalá que nosotros podamos, con inteligencia, hacer un esfuerzo en los más diversos frentes, para que, como lo aseveró recientemente un connotado líder industrial mexicano, dentro del posiblemente poco tiempo que aún nos queda, no nos deje el tren de la Historia y así logremos un mayor bienestar para todos.
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