1982-12-03-LA ECONOMIA DEL PRESIDENTE REAGAN-EL SECTOR DE LA OFERTA

LA ECONOMÍA DEL PRESIDENTE REAGAN: EL SECTOR DE LA OFERTA


La Nación, 03 de diciembre de 1982.

En los dos artículos anteriores hice referencia a dos de los puntuales básicos de la política económica del Presidente Reagan; en primer lugar, una reducción de los gastos e impuestos que percibe el Estado y, en segundo término, un crecimiento estable y bajo de la oferta de dinero en la economía. Con ello se pretende, fundamentalmente, reducir las serias presiones inflacionarias que han venido afectando a la economía norteamericana, con su secuela de altos niveles de desempleo.

El tercer fundamento de la política económica del Sr. Reagan descansa en lo que se ha dado en llamar economía del “Sector de la Oferta”. Esencialmente, se basa en tres ideas alternativas a las del keynesianismo tradicional acerca del desempleo, la formación de capital y del activismo estatal en la economía.

Al contrario de la concepción tradicional social–estatista, que considera que el desempleo es producto de la insuficiencia de demanda en la economía y que, por lo tanto, la receta para reducir el desempleo es aumentar la demanda en la economía, especialmente por un incremento del gasto del Estado, la tesis propuesta por los llamados economistas del sector de la oferta (y lo cual no es nada nuevo en el pensamiento económico) es que el desempleo surge esencialmente por la existencia de incentivos inapropiados para brindar empleo, así como por la presencia de barreras artificiales impuestas por el Estado. De aquí que uno de los propósitos, parcialmente llevado a cabo por el Presidente Reagan y obstaculizado en gran parte por dificultades políticas impuestas por los sectores social-estatistas del Congreso de los Estados Unidos, ha sido la corrección de los incentivos económicos hacia el logro de un mayor esfuerzo laboral, en vez del estimulo al ocio que tenían.

También dentro de este enfoque, el Presidente Reagan ha logrado un desmantelamiento parcial de una serie de restricciones a la producción que el Estado había impuesto sobre sus ciudadanos. Pero tal vez lo más importante es que las políticas monetarias y fiscales proseguidas por la Administración Reagan, se han orientado, en gran parte, a evitar que ocasionen de nuevo el grave daño de la década de los setenta: un activismo fiscal y monetario erróneo bajo el prurito de que así se creaba empleo, lo cual provocó, en realidad, la inflación y el desempleo simultáneos en la economía de los Estados Unidos, algo que era inexplicable bajo la tradicional teoría económica keynesiana, que es el fundamento ideológico de los social-estatistas.

En lo que se refiere a la concepción intervencionista acerca de la formación de capital y de su papel en la economía, nos dice el profesor Martin Feldstein, destacado economista cercano al presidente Reagan, que “el efecto más directo del pensamiento keynesiano ha sido retardar el proceso de formación de capital… hay no sólo falta de interés en los beneficios potenciales de la acumulación de capital, sino también franco temor al ahorro excesivo” (The Public Interest, N.64, verano de 1981). De aquí que la administración Reagan busque revertir la tendencia (debido a la inspiración keynesiana de los gobernantes) por la cual la tasa de ahorro de los Estados Unidos ha estado muy por debajo de las otras naciones, lo cual ha afectado al crecimiento de la productividad de la economía durante los últimos años. Para lograr este objetivo, el presidente Reagan ha mantenido una política firme de tasas de interés reales positivas –esto es, que se retribuya al ahorro y no que se estimule el consumo– así como también una disminución de las tasas marginales del impuesto sobre la renta, con el fin de estimular al ahorro, a la inversión y a la asunción de riesgos en la economía. Igualmente, la administración ha propuesto profundas reformas al sistema del Seguro Social, el cual, debido a su diseño, constituye un fuerte desestímulo a la formación de ahorros en la economía estadounidense.

Finalmente, el tercer elemento sujeto a revisión bajo la presidencia del Sr. Reagan, es la creencia keynesiana social-estatista en la virtud del activismo estatal para resolver todos los problemas sociales y económicos de las personas, utilizando para lograr estos objetivos no sólo los mecanismos fiscales de impuestos y gastos, sino también la creación de innumerables instituciones reguladores de la acción humana. Los resultados de los excesos en este sentido se han hecho patentes en los Estados Unidos (al igual que en Costa Rica durante las últimas década) lo cual ha provocado una actitud de mesura, especialmente por parte de la administración Reagan, frente a las supuestas virtudes del Estado para resolver los problemas socio-económicos de los ciudadanos. De aquí que se recurra, con un mayor énfasis que en años previos, a las virtudes de los mercados, los cuales reflejan la acción deseada por parte de la personas, para resolver más eficientemente sus problemas en comparación con lo que se lograría por medio del activismo estatal.

Dentro de las políticas económicas del presidente Reagan algunos buscan eliminar una serie de regulaciones estatales sobre la libre actividad de las personas, como una expresión contundente de la fe en la acción individual, aunque si bien falta mucho aún por hacer en este campo, como lo sería, por ejemplo, la eliminación de proteccionismo de su economía. Debe reconocerse que la apertura de la barrera arancelaria de los Estados Unidos hacia los países del área del Caribe, propuesta por el presidente Reagan, ha sido dificultada por sectores realmente conservadores en contubernio con social-estatistas demócratas dentro del Congreso de los Estados Unidos, aunque el Sr. Reagan, luchador incansable por sus ideas, continúa interesado en lograr el beneficio del comercio exterior para las naciones de la región caribeña.

Los liberales de Costa Rica le damos la bienvenida al Presidente Reagan, cuyas políticas económicas nos indican con optimismo que está utilizando “buena economía”. Sus ideas, obstaculizadas en la práctica tanto por la reacción proteccionista como por lo social-estatistas, nos sirven en gran parte como fuente de análisis de nuestra actual situación económica. El hecho de que social-demócratas del pasado ahora cuestionen sus ideas erróneas pretéritas e incursionen en los campos del liberalismo, debe de llenar de regocijo a los amantes de la libertad, quienes debemos estimular cualquier despertar que conduzca hacia esos rumbos. Con igual complacencia debemos recibir en nuestro país al liberal Presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan.