1981-05-09-EL FALSO ESPEJISMO DEL PRESUPUESTO BALANCEADO


EL FALSO ESPEJISMO DEL PRESUPUESTO BALANCEADO

La Nación, 09 de mayo de 1981.

La sabiduría convencional, aún muy persistente en Costa Rica y compartida por muchas excelentes personas, quienes desde mucho tiempo atrás han combatido el excesivo gasto estatal, ha dictado sobre la prudencia de mantener un presupuesto equilibrado. Aún nuestra misma Constitución hace obligatoria la necesidad de obtener recursos ordinarios para hacerle frente a los gastos del Estado. Y qué decir de las múltiples prédicas de grupos como la Asociación Nacional de Fomento Económico o las de editoriales de nuestros periódicos, entre muchos otros, que nos aconsejan, con prudencia sana, que los gastos del Estado tengan “contenido real”; o sea, que se financie con impuestos. Esencialmente, lo que han buscado, como ha sido lo frecuente con muchos políticos bien intencionados, es el equilibrio en el presupuesto: que no haya déficit y que, ojalá, surja un superávit.

No es que la idea de tener un presupuesto balanceado no sea respetable. Al contrario, desde Adam Smith, quien en su libro La Riqueza de las Naciones, ya había señalado su oposición a presupuestos desbalanceados, hasta la percepción de los ecos recientes de muchos compatriotas preocupados por el elevado déficit en el gasto estatal, son síntomas de una seria preocupación del hombre libre frente al crecimiento no controlado del Estado.

La limitación fundamental que tiene el enfoque del presupuesto balanceado es que, en realidad, no contribuye a la solución del problema, que lo es el tamaño relativo del Estado. Se podría simpatizar con los proponentes del presupuesto balanceado, pero su gran defecto consiste en que, si hay un gasto estatal equivalente a, digamos, el 75 por ciento del ingreso de los costarricenses, entonces, a fin de financiar es gasto, sería necesario extraer ingresos de los costarricenses; o sea, impuestos en un 75 por ciento de lo que perciben en salarios, rentas, intereses y utilidades. Yo prefiero una organización socio-económica en la cual el Estado, por ejemplo, gasta el 5 por ciento de la producción nacional, aún cuando el egreso esté totalmente desfinanciado, que una en que el Estado gasta el 75 por ciento del ingreso de los costarricenses y el cual está totalmente financiado.
De esta manera, las políticas basadas en presupuestos balanceados en realidad permiten cualquier nivel de gasto siempre y cuando existan tributos que lo respalden; en verdad lo que deseamos es un límite al crecimiento del Estado y no que éste sustraiga recursos de los individuos para satisfacer sus necesidades.

Es más, lo probable es que la simple decisión e balancear el presupuesto más bien podría conducir a un mayor gasto estatal. Esto porque, ante una situación inflacionaria, que significa la obtención, al menos en un principio, de mayores ingresos nominales, aunque no reales, y debido a la estructura progresiva del impuesto sobre la renta, permite que proporcionalmente el fisco reciba más recursos y, por la lógica del presupuesto balanceado, esto implicaría aumentar el gasto. El Estado tiene así una patente de corso para gastar.

El concepto de presupuesto balanceado tiene otro problema. Si bien es difícil, y así debe reconocerse desde el principio, tratar de controlar un lado de la ecuación (el gasto estatal), más difícil será el intento de controlar simultáneamente el otro miembro de la igualdad (o sea, también los impuestos). Y es apropiado señalar, sin pretender lucir como un escéptico, que no debemos despreciar a priori la habilidad de las estructuras burocráticas de generar artificios que se traducen en gastos y que, en realidad, aparentan ser otra cosa.

Por todas las razones que he enunciado, creo que el mejor intento para limitar al Leviatán surge no del concepto de presupuesto equilibrado o balanceado, sino más bien por la vía de la limitación constitucional al tamaño del Estado.