1984-04-07-LA COMUNIDAD Y LA EDUCACIÓN
LA COMUNIDAD Y LA EDUCACIÓN


La Nación, 07 de abril de 1984.

En su excelente libro El Crepúsculo de la Autoridad (Twilight of Authority), el pensador liberal Robert Nisbet, nos dice lo siguiente: “Pienso es enteramente posible en los años venideros, si la soberanía nacional continúa debilitándose, si los tipos más universales de organizaciones económicas y sociales continúan aumentando en la escena mundial, que florezca la comunidad local en todo lado. En ese entonces tendremos la oportunidad de ver qué tan constrictivo, qué tan sofocante, ha sido el Estado nacional moderno en su impacto sobre la diversidad local y regional.”

No hace mucho en este periódico propuse una idea que se me ocurrió que, tal vez, podría ser de utilidad para tanto “reformador” interesado en nuestro proceso educativo. En esa mediocridad típica naufragó la ocurrencia, pues ni siquiera el maestro, quien tal vez es el interesado más directo, se refirió a ella, para bien o para mal. Esencialmente, la propuesta –embriónicamente sencilla– consistía en eliminar casi en su totalidad el centralismo educativo, representado por el Ministerio de Educación, para que la responsabilidad y la tarea de educar revirtieran a las comunidades.

Hay tres hechos recientes que refuerzan mi creencia en la capacidad de las comunidades de dirigir la educación, de manera tal que ésta se adapte a las necesidades de los estudiantes y de sus padres. El primero de ellos es la insólita manifestación de niños de cinco y seis años, junto con sus padres, para que las autoridades centrales y centralizadoras tuvieran a bien admitirlos en los cursos educativos de lógica secuencia. Por supuesto, en ese deterioro o decadencia de la autoridad nacional que actualmente estamos viviendo, primó la fuerza de las voces de padres e hijos en protesta callejera y desesperada. Si la educación dependiera de las decisiones de una comunidad local, estoy casi seguro de que ese problema no habría surgido, pues serían los propios padres de familia quienes determinarían las normas de admisión de los estudiantes, bajo reglas previas y definidas.

Más divertido –pero no para padres y alumnos– fue lo sucedido también recientemente en la escuela Buenaventura Corrales. Padres, alumnos y maestros comprendieron que ciertas puertas cerradas ponían en serio peligro a los niños. El órgano central decidió que las puertas fueran cerradas y, de nuevo, en ese caldo de cultivo de anarquía que esas medidas centralistas provocan, no fue sino hasta que los padres, niños y maestros tomaron la escuela y paralizaron las clases, que los burócratas del Ministerio corrieron a ver de qué se trataba el problema (alegaron inocente desconocimiento del asunto). Por supuesto, si la educación fuera controlada por la comunidad local, esta sangre no hubiera llegado al río.

Finalmente, el oráculo de los planificadores del centrípeto Ministerio, nos ha dicho que habrá excesos de oferta y de demanda de maestros en diversas escuelas. Si existiera la libre contratación de los educadores por parte de las comunidades, es muy factible –con la información apropiada– que tales situaciones no se presenten, pues ellas son resultado de la política de centralización de la educación.

Podría seguir analizando muchos casos, pero tal vez el efecto más importante de mi propuesta sea el rescate por parte de las familias de la educación de sus hijos y, de paso, que muchos maestros se dediquen a enseñar y no a calentar escritorios de Ministerios.