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Tema: Artículos publicados en Diario La Nación 1980-1989

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  1. #7
    1982-07-04-EL REGRESO DEL OLEODUCTO


    EL REGRESO DEL OLEODUCTO

    La Nación, 04 de julio de 1982.

    Pueden surgir varias interpretaciones acerca del notorio cambio experimentado por algunos grupos nacionales, en la actitud hacia una posible construcción de un oleoducto interoceánico en Costa Rica.

    Destaca lo sucedido con el otrora partido opositor, Liberación Nacional, en el que, al encontrarse gobernando al país, al menos algunos de sus más connotados miembros han expresado un apoyo muy decidido a favor de la instalación del oleoducto, en tanto que se opuso férreamente a ello en un pasado reciente. De este viraje, por supuesto, se excluye a Don José Figueres, quien desde una primera instancia expresó entusiastamente su aprobación a dicha construcción. Algunos podrán formular la hipótesis de que ya no tiene objeto poner obstáculos a lo que hubiera sido una destacada obra de la desaparecida Administración Carazo y que, por tanto, ahora la buena fortuna llega a las puertas de un gobierno liberacionista el cual cosechará todas las ganancias políticas derivadas del famoso oleoducto. Esta explicación supone una mezquina interpretación politiquera de Liberación Nacional, la cual contrasta con un supuesto beneficio nacional que se obligó a dejar de lado en la pasada administración.

    La explicación anterior acerca del cambio de actitud ante la instalación del oleoducto no es la única. Así, puede argüirse que al estar más informado el ciudadano común acerca de la grave situación económica del país, ahora existe un mayor aprecio de los resultados económicos derivados del proyecto, en comparación con supuestos costos sociales (posibles conflictos militares, destrucción del medio ambiente, entre otros) que se originan por la instalación y operación del oleoducto en Costa Rica. Esto significa que los grupos opositores a la instalación del oleoducto en el país ahora sí lo ven como algo económicamente conveniente para la nación, aún cuando continúan conscientes y fieles creyentes en los resultados apocalípticos que algunos compatriotas vaticinaron, en caso de que el oleoducto se construyera en nuestro país.

    Una tercera explicación de la variación de opiniones comentada es que se ha dado un proceso de maduración de la idea del oleoducto en Costa Rica, de manera que algunos de los mitos tejidos alrededor de su instalación han mostrado su verdadero rostro pleno de supersticiones y de hechicería, por lo que el proceso educativo experimentado se refleja, entonces, en una redefinición de las actitudes, de tal forma que ahora lógicamente los grupos son conscientes de su actitud positiva hacia el proyecto.

    Creo que es muy posible que cada una de las tres explicaciones brindadas contribuya a formular la nueva actitud hacia el oleoducto, sin demérito de que algunos, a quienes el periodista Penabad, defensor de la instalación del oleoducto, llamo “conservadores”, continúen en su posición tradicional de “oponerse por oponerse”, a que Costa Rica al igual que tantas otras naciones del mundo pueda tener un oleoducto. Dado lo anterior, es factible que, para algunos, sea el interés politiquero el que aconseja bajar la cerviz ante el oleoducto, en tanto que, para otros, la alternativa a escoger por el país es clara y definida: el oleoducto nos da las divisas, el empleo y otras cosas necesarias para la supervivencia económica nacional –aunque para ellos el oleoducto sigue siendo “malo”. Y, finalmente, otros consideran que muchos grupos –que deseo sean la mayoría– racionalmente han decidido brindar su apoyo a la instalación del oleoducto en el país, por ser éste lógicamente conveniente para los intereses nacionales, una vez que las criticas lanzadas en el pasado han mostrado ser más que todo resultado de la ciencia-ficción y no del análisis técnico indispensable.

    Dentro de la serie de mitos ensamblados alrededor de la posible construcción del oleoducto en Costa Rica, destaca el de la amenaza militar a que en consecuencia quedaría expuesta la nación. Incluso se mencionó que nuestro país podría ser víctima propicia para que se lanzara en su territorio una bomba nuclear que destruyera al “bendito” oleoducto. Es muy posible que este argumento fuera propuesto por ingenuos que consideran que, de no existir un oleoducto en Costa Rica, en una guerra nuclear –el holocausto final– se eximiría el país de sus resultados. O que cándidamente consideran que constituye un blanco militar de importancia vital, que puede requerir de una bomba atómica para su destrucción en caso de un conflicto nuclear. Esto último no pasa a ser una simple inocentada, pues para destruirlo –no es más que un tubo a pocos metros de la superficie de la tierra– se requiere tan sólo de un arma convencional, además de que dicho oleoducto jamás tendrá la importancia estratégica que sus opositores desean adscribirle. Me parece que este argumento más bien ha sido planteado como parte de una campaña de defensa de la “integridad” de Nicaragua, mientras se la entregaba a fuerzas extra-continentales. Después de todo, el oleoducto podría convertirse en un cinturón de castidad para Costa Rica ante la ejemplar “democratización” del vecino.

    Entre los potenciales efectos nocivos del oleoducto se mencionó la catástrofe ecológica que se ocasionaría por un esporádico derrame de petróleo en nuestras costas. Si bien se puede estar de acuerdo en que tal derramamiento tiene graves efectos sobre la vida natural en el país, el argumento ha sido mal planteado. En primer lugar, la probabilidad de que el oleoducto –el tubo– estalle o sufra una grave fisura que riegue el aceite es sumamente pequeña. El mundo está recorrido por oleoductos y muy rara –rarísima– vez se ha visto que dejen escapar petróleo en cantidades sustanciales que afecten el medio ambiente.

    En segundo lugar, el mayor riesgo de daño a la ecología sobreviene en el proceso de transporte marítimo del petróleo. Al aproximarse los barcos a las costas, en medio a veces de un mal tiempo, es cuando han surgido los accidentes que sobrecogen al espíritu humano. Nadie desea, a pesar de las mejoras tecnológicas recientes para corregir los daños, que un “Torrey Canyon” derrame su carga aceitosa en nuestras costas. Ahora bien, ¿cuál fue uno de los resultados de la oposición frenética que hubo hace un par de años en contra de la instalación del oleoducto en Costa Rica?

    Que ahora esté en proceso de construcción en Panamá a lo largo de la frontera con Costa Rica. Esto significa que los barcos que traen el petróleo de Alaska para descargarlo en el puerto del Océano Pacífico y que luego se envía en otros barcos a la costa este de los Estados Unidos a partir de la terminal atlántica del oleoducto, recorren todas nuestras costas elevando enormemente el riesgo del daño ecológico a nuestro país. Como dice el pueblo: al que no quiere caldo, dos tazas. Panamá se quedó con las divisas, con el empleo y los negocios del oleoducto y Costa Rica asumió el riesgo mayor a su medio ambiente y, para los que creen en el “problema nuclear”, con los resultados derivados de la proximidad del oleoducto a la frontera costarricense (la radiación de una bomba atómica no reconoce el límite entre Panamá y Costa Rica).

    El país debe de inmediato, ya sea por conveniencia politiquera, por razones de supervivencia económica o por un convencimiento racional de sus virtudes, proceder a evaluar seriamente la posibilidad de instalar un oleoducto. Nada más me permito aconsejar que la decisión de quién hará el proyecto sea efectuada con toda claridad. Por ejemplo, públicamente debe invitarse a todos los interesados potenciales a que planteen alguna propuesta al país y, una vez evaluadas económicamente las distintas opciones mediante los estudios de factibilidad apropiados, proceder a llevar a cabo aquel que satisfaga de la mejor manera posible al interés nacional de construir un oleoducto en Costa Rica.
    Última edición por Elisa; 09/10/2014 a las 05:27

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