LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD

La Nación, 08 de agosto de 1975. Reproducido en Jorge Corrales Quesada, “Al Bienestar por el Liberalismo”, 1994, p. p. 231-233.

“La Libertad significa responsabilidad. Por eso, la mayoría de los humanos le temen”. George Bernard Shaw, Man and Superman: Maxims for Revolutionaries.
No ha sido una áspera polémica la que he mantenido con don José Marín Cañas en torno a los proyectos en boga, con los cuales el Estado pretende regular la radio y la televisión.

El meollo de nuestra amigable discusión se centra en la diferencia de conceptos que mantenemos acerca de la responsabilidad del individuo en una sociedad libre. Él mantiene la tesis, que puede ser malinterpretada aviesamente por el intervencionista y el regulador estatal, de que “existe una obligación de la televisión y radio con el público”, la cual se puede ejemplificar en la presentación de programas que “aumenten la cultura” del público, en vez de borrarle la poca que pueda poseer. Así presentado, en forma moralista, el argumento en la superficie tiene poco que criticarle. Sin embargo, creo que se hace necesario echarle una ojeada con mayor profundidad y detenimiento a la opinión de don José.

Mi concepción particular del problema se basa en el postulado filosófico de que la libertad del hombre tiene apareada la responsabilidad por sus actos. No podemos concebir que una persona tenga la posibilidad de elegir y que, a la vez, no acarreé con las responsabilidades que sus actos de elegir conllevan. Por esta razón, si bien puedo lamentar que una persona no utilice bien su tiempo en actividades conducentes a la mejora personal y al excelso ejercicio del talento humano, considero que esa es responsabilidad exclusivamente suya y que, por eso, al proseguir sus propias preferencias y gustos personales significará para este individuo la estima o repulsa de la sociedad. Muy claro lo plantea el laureado profesor Friedrich A. von Hayek, quien en Los Fundamentos de la Libertad nos dice que “la libertad es una oportunidad para hacer el bien, pero también para hacer el mal… la libertad de acción, que constituye la condición del mérito moral, incluye asimismo la libertad de actuar mal”.

De lo anterior se deduce que no es aceptable que en una sociedad libre se haya de controlar la forma en que la persona piense o utilice su talento. De aquí que, aunque sea lamentable, debemos aceptar el derecho del ciudadano a ver los programas de radio, televisión y cine de su agrado, pues ello significará para él, con su elección, la pesada carga de la responsabilidad que acarreará su actuar. De esta manera, es fácil discriminar entre el hombre bueno y el malo, el inteligente y el idiota, el talentoso y el bruto: su elección y su responsabilidad así nos lo permiten hacer.

Si lo que don José desea es que algunos individuos particulares, propietarios, ejerzan su derecho a la censura de su propia empresa o negocio, eso está bien, pues siempre habrá alguien que buscando satisfacer el deseo del consumidor esté dispuesto a ofrecer los programas que su público desea ver u oír; pero ello es muy distinto a lo que pretende el Estado con su legislación mordaza, de que exista un cuerpo exclusivista que habrá de determinar lo que el pueblo costarricense tiene el derecho de saber y conocer. La coerción es absoluta en el segundo caso y, por lo tanto, inaceptable para el hombre libre; en tanto que, en el primer caso, para bien o para mal será el consumidor soberano quien determine la satisfacción de sus deseos y, por ende, será su responsabilidad lo que vaya a resultar de sus actos. Permítanme poner un ejemplo histórico de lo que una televisión y radio estatal pueden hacer: a Winston Churchill no se le permitió denunciar al pueblo inglés las amenazas que significaba la Alemania nazi para la civilización occidental. La burocracia estatal de la B.B.C. (British Broadcasting Corporation) le prohibió al distinguido líder comunicar sus temores a su pueblo en 1933 hasta los inicios de la Segunda Guerra Mundial. Claro, la B.B.C. era monopolio estatal y el señor Churchill era “controversial”.

Aquí, en Costa Rica, la amenaza es un poco más velada, pero siempre se pretende la sujeción de la expresión libre de los individuos a los deseos del Estado, mediante el ejercicio de la coerción, regulación y control de nuestra radio y televisión. Lo de “cultura” es una etiqueta pretenciosa, aunque el líder comunista Dimitrov dijo una vez que “sólo la revolución proletaria puede evitar el fin de la cultura, levantarla a su máximo esplendor como cultura verdaderamente popular, nacional en la forma y socialista en el contenido, lo cual está sucediendo ante nuestros ojos en la Unión Soviética bajo la dirección de Stalin”. Yo prefiero una cultura basada en la libertad de los ciudadanos, con todo y la responsabilidad que esto implica.