OTRO MITO DE LA DEPENDENCIA

La Nación, 24 de julio de 1975. Reproducido en Jorge Corrales Quesada, “Al Bienestar por el Liberalismo”, 1994, p. p. 105-107.

Una de las teorías en boga acerca de la situación de subdesarrollo de muchas naciones se basa en la noción de dependencia. Esta explicación teórica parece estar influida fuertemente por sus artífices latinoamericanos, quienes han buscado un sustituto a los ya desprestigiados postulados cepalinos propugnados por los escritos de Raúl Prebisch. No solamente los fundamentos lógicos de las teorías de Prebisch han sido encontrados defectuosos, sino que, ya en la aplicación práctica, como era de lo que necesariamente tenía que suceder, los costos de dicha política han sido sumamente elevados para los países latinoamericanos (por ejemplo, la política de sustitución de importaciones, la centralización planificador de la actividad económica, etcétera).

Ante el descalabro de las teorías intervencionistas cepalinas, varios estudiosos se dedicaron a la creación de la llamada teoría de la dependencia, que, junto con su pariente conceptual del “Tercer Mundo”, son hoy el nuevo dogma de la intervención estatal en América Latina.

El problema ha sido que su modelo teórico ha sufrido un golpe reciente de gran magnitud, como es el hecho de que varios países clasificados como del Tercer Mundo ̶ Venezuela, Ecuador, Arabia Saudita, Yemen y, en general, los países exportadores netos de petróleo ̶ se han convertido en gigantes financieros, lo que hace exigible un reclasificación de la tipología empleada por los teóricos de la dependencia. Y esto ya se ha hecho, puesto que ya se tienen noticias del “Cuarto Mundo”. Claro, este resultado era obvio: rehacer clasificaciones es tarea relativamente fácil; lo que es difícil es hacer teorías eficientes.
En general, la teoría de la dependencia pretende explicar el subdesarrollo en función de la dependencia de esas economías con las de otros países más desarrollados. En forma simple, no podemos desarrollarnos por la explotación colonial que ejercen los países ricos sobre los pobres.

Uno de los fundamentos de la teoría de la dependencia se basa en que los precios de las materias primas o productos primarios exportados por los países pobres, han aumentado menos que los precios de los bienes manufacturados importados por las naciones pobres. Este supuesto fenómeno se conoce como deterioro de los términos de intercambio de los países pobres, Este argumento ha sido empleado por Raúl Prebisch en su teoría del subdesarrollo de América Latina, así como por Gunnar Myrdal en sus explicaciones acerca de la pobreza económica relativa de algunas naciones y ahora es utilizado por cuanto economista y politólogo latinoamericano que desea comentar acerca de la “dependencia”.

Estos últimos usan tal argumento del deterioro de los términos de intercambio con dos propósitos básicos: primero, explicar la disparidad creciente de los precios mundiales que perjudican a los países pobres, lo cual requiere de presión a nivel internacional para asegurar precios más altos por nuestros productos por medio de carteles o decretos o ruegos que apelan “a principios de la bondad” de los países ricos. En segundo lugar, aumentar el poder restrictivo intervencionista del Estado, especialmente restricción de importaciones, proteccionismo a la producción doméstica y regulaciones de tipos de cambio entre monedas.

Este argumento del deteriora de los términos de intercambio no convenció a muchos economistas. Los profesores A. Cairncross, R. E. Baldwin. P. T. Ellsworth, T. Morgan, G. Haberler, J. Bhagwati, G. M. Mier, entre otros, esbozan críticas detalladas a este concepto.

Recientemente, un cuidadoso estudio estadístico buscó comprobar si efectivamente existe algún tipo de tendencia a largo plazo del deterioro relativo de las exportaciones de los países pobres respecto a las exportaciones de los países ricos (importadas por las naciones pobres). Este grupo, dirigido por el profesor Hendrik S. Houthakker, en conjunto con economistas de Argelia, Polonia, Argentina, Nueva Zelandia y otros países, tanto del primer como del segundo, tercer y cuarto mundos”, llegó a la conclusión de que “no existe evidencia clara de deterioro a largo plazo en los términos de intercambio de los países en vías de desarrollo”. En el estudio se excluyó al petróleo, con lo cual, si se hubiera tomado en cuenta, el resultado habría sido aún más contundente e interesante.
De lo anterior, parece que el argumento utilizado por los economistas y politólogos de la “dependencia” ha quedado por los suelos; lamentablemente parece que no podemos culpar necesariamente a la economía mundial de nuestro problema del subdesarrollo, aunque parezca ser lo más agradable y lo más vistoso desde el punto de vista político. Las explicaciones parecen estar en otros elementos.