LA DESCONFIANZA EN EL ESTADO

La Nación, 10 abril de 1975.

Richard Nixon cayó porque el pueblo norteamericano dejó de tener confianza en su gobierno. Fue muy interesante observar cómo día tras día se erosionaba la autoridad presidencial en los Estados Unidos, motivado por el escandaloso caso Watergate. Días tras día leía uno los resultados de las encuestas Gallup, Harris y otras, en las que se mostraba indefectiblemente que el señor Nixon no merecía la confianza para la dirección de su nación.

En Costa Rica está viviéndose una situación harto alarmante y con matices de similitud con lo sucedido en los Estados Unidos: no hay confianza en el gobierno. El ciudadano costarricense, como apuntó inteligentemente el columnista Enrique Benavides, tiene mucho de fenicio: todos tenemos mucho de empresarios privados, porque ser hombre de empresa es tanto el dueño de grandes consorcios financieros como el pulpero de la esquina, la costurera del barrio, el profesional, el ganadero, el pequeño agricultor, el participante de una cooperativa de productores, etcétera. Todas estas personas tienen propiedades que van desde la gran hacienda hasta la pequeña máquina de moler maíz o el tramo de flores en el mercado y todos estos ciudadanos se sienten alarmados por la inseguridad de que dicha propiedad pueda continuar produciendo riqueza, ante los embates de la burocracia y la socialización rampante que pretende impedir la libertad de sus empresas.

Igualmente, el ciudadano en el seno de su familia siente el temor derivado de la política de impuestos que, sin ton ni son, decreta el gobierno, amén de la creciente inseguridad derivada de la grisácea permanencia en un empleo seguro y de la política demagógica que ha ofrecido alivio a nuestros problemas, pero sin verse un botón de muestra de la realidad. Tal como me señaló un amigo, la gente se ha dado en cuenta de que ha sido engañada por el Estado, al elegir a un grupo de personas para que se aboquen a resolver nuestros problemas y hoy han sido quienes nos los han estado creando.


Cada uno de los ciudadanos debe recordar las promesas de moralización proferidas en la campaña anterior y en el discurso inaugural del actual presidente, pero aún tenemos muy presente a Saopim, a Vesco, las declaraciones de bienes de ciertos políticos y otras cosas que nos dejan un amargor en nuestra conciencia ciudadana. Igualmente recordamos como se nos prometió un gobierno de corte eminentemente costarricense, de nuestra democracia liberal que todos apreciamos, con respeto por la propiedad de cada uno de los costarricenses y, de pronto, nos zarandea el Presidente con una declaración de que Costa Rica debería de proseguir el camino del socialismo y, por otro lado, la minifalda del partido en el poder, en una Asamblea Legislativa en donde parte de la llamada oposición le hace el juego, aprueba leyes que sólo traen angustia e incertidumbre al ciudadano común e inteligente.

Incluso, por razones no del todo claras, puesto que no rechazó el acomodamiento político electoral, el Sr. Luis Alberto Monge declaró, en una entrevista en la Nación, que “el Estado debe organizar y asumir únicamente aquellas actividades en que el sector privado no quiera o no pueda emprender o bien en áreas que por su incidencia o volumen constituyan peligro para el desarrollo normal y democrático”. Esta afirmación, en labios del Sr. Luis Alberto Monge, es, ni más ni menos, el credo liberal moderno, pues se trata del postulado fundamental de la acción, política, social y económica de la economía social del mercado. Pero estas declaraciones contrastan enormemente con un Estado como el de Costa Rica, en donde los seguros, la banca, la producción de licor, la educación superior universitaria, entre otras cosas, son sus monopolios y en donde la empresa privada tiene un papel de acción eficiente que cumplir. Contrasta también la afirmación del Sr. Monge con la actividad reciente del Estado, con su demagogia, politiquería, socialismo-comunistoide, coqueteos con los enemigos de los sistemas de libre empresa, política de impuestos a rajatabla, leyes expropiatorias de corte fascista, como la de “desprotección” al consumidor, que lo único que hace es sembrar zozobra, desconfianza y temor en el costarricense.

Estoy seguro de que el gobierno actual está muy preocupado por la situación económica que él mismo ha provocado y sabe que es hora de empezar a coquetear con las personas que tienen preocupación por los acontecimientos. Han visto que el costarricense ya no confía en sus gobernantes y que por ello hay una grave crisis de autoridad. Pero sépanlo aquellos que pagan páginas a granel proclamando el amor hacia la propiedad, la empresa y los hombres de trabajo: No es con cantos de sirenas como se arreglan las cosas. Hay que ver para creer. Obra son amores y no buenas razones o, como dice el tico. “dejen de hablar paja” y veámos la realidad de la cosas. El costarricense está cada vez más preocupado y desconfía más y más del Estado y del gobierno: mientras las cosas sigan así como están, los discursos bonitos no van a convencer a nadie; lo que se necesita son hechos.