VOTE A PAGAR

La Nación, 13 de enero de 1975.

¿Por qué será que siempre el que termina pagando los errores del gobierno es el pueblo consumidor?
Creo que ya es hora de que todos los ciudadanos costarricenses nos pongamos a razonar acerca de lo que está haciendo el gobierno últimamente.
En un magno discurso el día de la Nochebuena, el Presidente Oduber anunció un regalo al pueblo costarricense, el cual ya nos llegó aunque un poco tarde: una nueva alza en los impuestos que afectan al consumidor nacional.

Lo increíble de toda esta situación es que la gente no ha recapacitado acerca de las políticas intervencionistas y socialistas del gobierno. No bastó con que el Estado se deshiciera de su responsabilidad con la Caja del Seguro Social, trasladando su parte que le correspondía cotizar a lo que pagan los patronos. Sin embargo, sabemos que en realidad este impuesto no lo paga el patrón, sino el trabajador, significando otra carga más sobre el pueblo.

Luego vino la famosa ley de Asignaciones Familiares, la cual ha sido repudiada por técnicos, empresarios y trabajadores, pero un gobierno cabeza dura no cejó en su empeño estatista y hoy en día, al tener que ir de compras, ya aumentó nuestro impuesto sobre las ventas y también los pagos de impuestos sobre las planillas. ¿Quién paga todo esto? El pueblo trabajador y el pueblo consumidor, que viene a ser la misma cosa.

Más tarde se presentaron las regulaciones sobre la venta a plazos y al gobierno no le importó que los trabajadores fueran despedidos de empleos en que eran productivos, eficientes y especializados, pues así tal vez tendrían que engrosar las filas de aquellos que para vivir necesitan de los presupuestos públicos. Y al Estado tampoco le importó que los pobres no pudieran adquirir los artículos que deseaban.

Ahora vienen nuevos impuestos. Y otra vez no es el burócrata, no es el Estado, no son los intervencionistas y los estatistas quienes pagan los impuestos. Quienes sufren las consecuencias de la desmedida voracidad fiscal y del despilfarro de los dineros que todos hemos luchado por lograr con nuestro esfuerzo y nuestro riesgo, es de nuevo el pobre pueblo consumidor.

Ahora bien, ¿qué es lo que permite que el gobierno pueda hacer todas estas cosas contra el pueblo?
Hay varias razones, y oféndase quien se ofenda, es bueno decir claramente lo que está detrás de todo esto.

En primer lugar, el hecho de que el pueblo consumidor, quien siempre sale perdiendo, no está organizado en un cuerpo único, sino que los intereses particulares son difusos, aislados, duran por un poco tiempo y después se extinguen. De esta manera, el Estado puede hacer lo que le venga en gana y el consumidor dividido no se puede oponer a la voracidad fiscal.

En segundo lugar, el gobierno siempre toma medidas sumamente fuertes, de manera tal que, entonces, quienes se le opongan estarán dispuestos a transar en medidas más suaves o menos duras. Primero el gobierno les ofrece darles de garrotazos, para asustar a quienes se le opongan, los cuales estarán entonces dispuestos a que les den tan sólo un puñetazo, a cambio del garrotazo. Pero el gobierno logró lo que deseaba imponer.

Esto es posible de lograr porque los grupos organizados ideológicamente en forma débil, con principios en los que realmente no creen, en los últimos años han estado dispuestos a negociar con el gobierno y, bajo un supuesto diálogo, llegan a transar ambas partes, perjudicando al consumidor.

Un claro ejemplo de lo anterior fue la reacción de las llamadas Cámaras ante la Asignación Familiar. Siempre se anduvieron por las ramas, muchas veces con paños tibios y no fue sino hasta cuando todo estaba arreglado en la Asamblea Legislativa con la concupiscencia de algunos políticos, y cuando la Ley era inevitable, que las Cámaras realmente dieron la pelea. Cuando todo estaba perdido. Ah, porque lo importante era salvar la cara. Dios guarde acusaran a algunos de “carentes de conciencia social”. Y entonces era necesario “dialogar”. ¿Y quién salió perdiendo con todo esto?, el trabajador, el consumidor, como clara e hidalgamente lo expresaron algunos sindicatos.

En tercer lugar, el gobierno puede tomar medidas como las antes señaladas porque algunos empresarios con visión miope lo único que les preocupa es que no afecten a sus empresas, aún cuando el Estado lesiona directamente a algunas actividades particulares específicas. Divide y vencerás es la filosofía del Estado. Porque éste sabe que si pasa una ley fijando cuotas a la producción de cueros, atentando contra la libertad de comercio, empresarios de otras actividades, como avestruces que esconden la cabeza en la arena, no dirán nada al respecto. Honestamente hay momentos dolorosos en que uno tiende a alegrarse cuando ve brincar a algunos empresarios que, antes cuando no eran sus problemas, estaban calladititicos.

Falta de visión, exceso de debilidad ideológica, actitudes convenencieras: esos son los problemas.

En cuarto lugar, el otro culpable de permitir la omnipotencia estatal es el pueblo costarricense. ¿Si el monopolio estatal de los teléfonos eleva sus tarifas inmisericordemente?, la gente se enoja, grita y nada más. ¿Si se duplican los costos del agua y las familias sufren?, en nada para la cosa. ¿Si se aumentan los impuesto a diestra y siniestra, con dudosas intenciones?, el pueblo ruge minutos y después todo pasa al olvido.

Creo que ya nos hemos dado cuenta de que, efectivamente, somos un pueblo domesticado. Nada nos ha importado que un “vote a ganar” se haya convertido en un “vote a pagar”, aún cuando sea todo el pueblo el que pague ahora los errores de algunos. Ya es hora de que nos pongamos bien vivos. Obliguemos al Estado a que se cumpla la voluntad del pueblo. Después de todo, el Estado es sólo nuestro administrador y, como tal, está obligado a acatar la voluntad general, a riesgo de que si así no lo hace, el pueblo asumirá la soberanía, como muchas veces en la historia lo ha hecho.