QUIEN ESTÉ LIBRE DE PECADO QUE LANCE LA PRIMERA PIEDRA

La Nación, 20 de diciembre de 1974.

El Presidente de la República, Lic. Daniel Oduber, en una carta que dirigió al Dr. Raúl Blanco Cervantes, en la cual fijaba su posición frente a la solicitud de expulsión de Robert Vesco, entre otras cosas, escribió lo siguiente:

“Quien esté libre de pecado que lance la primera piedra. Eso me hace pensar: qué derecho tengo yo, como humano que soy y lleno de flaquezas, de juzgar a nadie, por grande que sea el escándalo”.

No sé por qué razón estas frases me recuerdan aquellas de don José Ortega y Gasset, cuando en La Rebelión de las Masas nos dice, refiriéndose al Viejo Continente: “Esta es la cuestión; Europa se ha quedado sin moral. No es que el hombre-masa menosprecie una anticuada en beneficio de otra emergente, sino que el centro de su régimen vital consiste precisamente en la aspiración a vivir sin supeditarse a moral alguna”. Y luego el insigne filósofo nos señala: “El hombre-masa carece simplemente de moral, que es siempre, por esencia, sentimiento de sumisión a algo, conciencia de servicio y obligación. Pero acaso es un error decir ‘simplemente’. Porque nos se trata sólo de que este tipo de criatura se desentienda de la moral. No; no le hagamos tan fácil la faena. De la moral no es posible desentenderse sin más ni más. Lo que con un vocablo falto hasta de gramática se llama amoralidad es una cosa que no existe. Si ustedes no quieren supeditarse a ninguna norma, tiene usted, velis nolis, que supeditarse a la norma de negar toda moral, y esto no es amoral, sino inmoral. Es una norma negativa que conserva de la otra la forma en hueco”.

Lo que me preocupa de la opinión del señor Presidente de la República es que si bien él no es juez, pues para ello existen personas dedicadas a impartir la justicia, él es un símbolo de la nación y que, como tal, lleva implícito su cualidad de poder realizar afirmaciones y juicios sobre determinados aspectos de la moralidad nacional. Un ejemplo de la función propia de ese atributo fue su discurso de toma de posesión, que el pueblo lo ha calificado como de “Alto a la corrupción”. ¡Qué mayor muestra de la potestad del juicio moral que puede ejercer el Presidente de la República como lo fue su discurso inaugural! En ese entonces juzgó la conducta moral de otros. El mismo señor Presidente, en una carta que dirigió al Dr. Raúl Blanco Cervantes dice que “con pocas excepciones las firmas (del documento que solicitaba la expulsión de Vesco) son garantía de alta calidad moral y ciudadana”, esto es, hace un juicio sobre la moralidad y no moralidad de algunos firmantes, O sea, tiró una piedra, o bien ser o no ser, he ahí el problema.

El ciudadano costarricense desea no que el señor Presidente se convierta en el inquisidor de la moral pública, a pesar de la inmunidad presidencial, pues sabe que el señor Oduber no se caracteriza por juzgar canallescamente a sus conciudadanos, sino que, al contrario, aún en el fragor de la campaña política supo mantenerse dentro de los cánones de la decencia que conlleva una sociedad civilizada. Si bien el señor Presidente comete pecadillos al tildar despectivamente de movimiento de “la calle” a quienes suscribimos el documento solicitando la expulsión de Vesco, no debe olvidar que el Presidente de la República tiene la obligación de “mantener el patrimonio moral de nuestro pueblo”.

La petición que un grupo de ciudadanos le hizo al señor Presidente no era dirigido a aplicar la ley de Lynch. No se trataba de linchar a nadie. Era, ni más ni menos, el clamor de los gobernados, quienes pedían al gobernante que asegurara la paz y la tranquilidad nacional, que un extranjero indeseable ha venido a desmoronar. No queremos correr el riesgo de que Costa Rica se convierta en una fortaleza y refugio al servicio de Vesco, sino que deseamos conservar la espontaneidad social que los costarricenses hemos mantenido en estos últimos años de paz y de amor nacional. Hoy, desgraciadamente, este orden se resquebraja y es la obligación del Presidente, a quien la Historia le ofrece una oportunidad imponderable de convertirse en el guía de la conciencia nacional, en oidor y ejecutor de las peticiones soberanas de su pueblo gobernado, a quien le corresponde, impostergablemente, insoslayablemente, hacer valer la manera de ser del costarricense, que se basa en la libertad, en el buen gobierno y en el respeto al derecho de los demás, Y todo eso se va perdiendo…