LOS ADORADORES DEL BECERRO DE ORO

La Nación, 01 de diciembre de 1974.

“Y formó de ellos un becerro de otro. Dijeron entonces los israelitas: Estos son tus dioses, ¡oh Israel! que te han sacado de la tierra de Egipto… Y levantándose de mañana, sacrificaron holocaustos y hostias pacíficas; y el pueblo todo se sentó a comer y beber, y se levantaron después a divertirse en honor del becerro de oro”. Así nos dice la Biblia en el libro del Éxodo.

En nuestra patria algunos han preferido adorar al becerro de oro.

No les ha importado hipotecar sus conciencias ante la gloria terrenal del omni-poderoso, que les ha prometido glorias y dinero, a cambio de los principios. Qué diferencia a aquellos hombres quienes, como Salomón, construyeron el templo a la moralidad universal, columnas simbólicas de la integridad y la virtud del trabajo honesto y franco.

Hay algunos que prefieren sucumbir a la gloria del poderoso dinero deshonesto, sin pensar en que el trabajo honrado es gloria para la humanidad. Hay algunos que prefieren arrastrarse como la serpiente y no erguirse libres ante el tirano. Hay algunos que prefieren los dineros mal habidos en sus bolsillos, dádivas del poderoso comprador de conciencias y de las morales, que mostrar el sudor de la labor diaria, que es el sustento del alma.

¡Cuántos prefieren andar de bufones y saltimbanquis, con miradas sombrías que reflejan sus almas y sus panzas llenas, que caminar con la altivez del hombre honesto quien conserva su pudor moral! ¡Cuántos rastrean como enredaderas, tejiendo las redes de la corrupción y con las panzas llenas sin pensar en la libertad de sus ciudadanos! ¡Cuántos doblegan la cerviz ante el señor todopoderoso, pirata de las tierras y de los mares, sin pensar en que el buen hombre camina erguido cuando su conciencia está limpia!

Si pudiéramos aventurarnos dentro de esas almas, veríamos a los demonios satisfechos con el dinero del todopoderoso, pagador de sus genuflexiones. Si pudiéramos mirar en esas intimidades de algunos seres humanos, veríamos la podredumbre en que se mueven los egos saciados por el salario del miedo y del terror que su patrón exige.

¡Basta ya!, los filibusteros deben saber que el hombre conoce la libertad. El pirata debe saber que la conciencia no se puede conculcar con el dinero. Los extranjeros deben estar prestos a conocer que la moral exige más que un precio, que es el respeto a nuestros principios básicos de la nacionalidad. No somos un burdel; no somos un casino; no somos una bazofia que se arrastra mendigando dádivas despreciables del todopoderoso. Somos un pueblo sencillo, honrado, limpio; que dignifica nuestras tradiciones; que ama nuestra libertad; que está dispuesto, tal como en 1856, a ofrendar su sangre, como lo hizo el soldado Juan, para expulsar de nuestras tierras al esclavizador de almas, al comprador de hombres, al patrocinador de los vicios. Queremos una Costa Rica digna para heredar a nuestros hijos.