LOS COLORES DE LA TELEVISIÓN

La Nación, 01 de octubre de 1974.

Ante la posibilidad de instalar en Costa Rica una televisora educativa, la Ministra de Cultura, Juventud y Deportes, Lic. Carmen Naranjo, declaró a la Comisión de Estudios Sociales de la Asamblea Legislativa que “es una locura que hayamos permitido que en Costa Rica a la libre iniciativa de las empresas, se haya introducido la televisión a color”. (La Prensa Libre, 16 de setiembre de 1974).

Dos son los aspectos que señala la Lic. Naranjo para criticar la televisión a colores: el alto costo que para las empresas significa la instalación de este servicio y el elevado precio de los aparatos receptores. Para ella “es una locura permitir que se gasten las divisas en esa forma, en un país tan pobre como el nuestro”.
Podemos deducir que la preocupación de la Ministra radica en el alto costo de producción, el cual resulta en un precio elevado para el consumidor.

En esto doña Carmen está en lo cierto. Sin embargo, no es un argumento para abogar por la prohibición, porque, si ese argumento se aplicara no sólo a la televisión a colores, sino a muchos otros servicios más y a cantidades enorme de invenciones, se les tendría que prohibir.

En segundo lugar, en el sistema económico en que aún vivimos, es el empresario quien corre el riesgo de su inversión, la que prosperará o fracasará de acuerdo con la acogida que tenga entre el público. En el caso de la televisión a colores, lo que habría que considerar es sí en Costa Rica existe o no una demanda elevada de los aparatos transmisores correspondientes, ya que, si no es así, probablemente los anunciantes preferirán los anuncios en blanco y negro y esto puede, perfectamente, hacer que los empresarios de la televisión a color tengan pérdidas y se vean obligados a cerrar sus instalaciones.

Podemos, por tanto, deducir que el éxito de la televisión a colores dependerá de la demanda que haya por dicho producto, cosa que el empresario empeñado en satisfacer al consumidor deberá tomar en cuenta. Por esto no le debe preocupar a la Ministra, como agente externo a las empresas privadas, cuánto será “el gasto para las televisoras”. Ese es un asunto privado y no público.

En cuanto a la preocupación de la licenciada Naranjo por los precios tan elevados de los receptores de televisión a colores, hay que recordar que no puede sabe a priori que esto vaya a implicar un trastorno en las divisas. Es perfectamente posible que las personas puedan cambiar por ése el gasto en el que alternativamente incurrirían al comprar otros bienes importados o en viajes al exterior. Es decir, puede haber una sustitución de gastos que para ese efecto (el de las divisas) sería similar, por lo cual no cambiaría la situación de divisas.

También, como otra alternativa, puede aducirse que, ante el incentivo que se le presenta al consumidor de disponer de un producto nuevo (la televisión a colores) que libremente le apetece, probablemente busque nuevos ingresos para poder adquirirlo, algo que muchos juzgarían como deseable.

Pero el fondo de la cuestión es que, ante la posibilidad de tener un nuevo producto, el consumidor estará mejor que antes. Dado el precio señalado por la televisión a colores, el consumidor sabrá, según su propio juicio soberano, qué tan deseable es el nuevo servicio y, de esa manera, arreglará la forma en que efectúa el gasto de sus ingresos, procurando en el proceso aumentar su bienestar. Tan sólo si el individuo juzga que estará mejor que antes, incurrirá en ese gasto. De lo contrario nunca comprará un televisor a colores, ante otras compras alternativas. Eso sólo lo puede saber la persona, el consumidor, y no la Ministra Naranjo, quien no es omnisapiente.

Si la preocupación de la licenciada Naranjo está relacionada con la cantidad actual de divisas en poder del Sistema Bancario Nacional, es necesario señalarle que esa es un situación aparte, puesto que, si en su criterio constituye un problema, éste es de índole monetaria muy general, que tiene otras causas y que no puede admitirse que se origina en el deseo específico de ver televisión a colores. “En todo caso, señalar a los hombres la limitación de algunos objetos de sus deseos es tarea de maestros espirituales y morales. La prohibición de la autoridad temporal de adquirir estos bienes empuja a cometer violaciones de la ley y a crear un conjunto de intereses criminales… Es bien sabido que todo intento de modificar las acciones humanas con medios distintos a una educación del espíritu del hombre suele ser vano y, en todo caso, no constituye un progreso moral.” Bertrand de Jouvenel, “Los intelectuales europeos y el capitalismo,” en F. A. Hayek, T. S. Ashton y otros, El Capitalismo y los Historiadores, Unión Editorial S. A., p. 97.