RESPUESTA AL PRESIDENTE DEL BANCO POPULAR

La Nación, 28 de agosto de 1974.

En la Nación del 15 de agosto, el presidente de la Junta Directiva del Banco Popular, Sr. Jorge Salazar, se refiere a los comentarios que sobre este Banco hice en este mismo periódico el pasado día 12, en un artículo titulado “Yo soy un trabajador igual a usted…”.

Lo que dije del Banco Popular no le debe extrañar al Sr. Salazar. En efecto, a nadie le han extrañado mis comentarios por una razón muy simple. Es cosa sabida por nuestro pueblo el estado desastroso como opera el Banco Popular. Y yo, como un cotizante más, lo que hago es poner en el papel lo que mucha gente piensa acerca de la mediocridad del Banco. Mis preocupaciones personales sobre el estado del Banco se remontan a hace más o menos un año. En La Nación del 6 se setiembre de 1973 dije lo mismo que señalé hace una semana y a lo cual el Banco nunca se refirió públicamente: que el Banco Popular “no cumple con su función de promotor de los ahorros del trabajador”. Entonces, al Sr. Salazar no tienen por qué extrañarle mis comentarios sobre el Banco.

El Sr. Salazar dice que “no puedo disimular mi resentimiento contra el Banco por alguna tramitación que no le fue hecha en la forma diligente que él creyó merecedor”. Veámos cuál fue la tramitación a la que él se refiere: el pasado mes de abril me dirigí al Banco para que me devolvieran los fondos ahorrados desde hace más de un año. Se me indicó que hiciera fila en una de dos ventanas, las cuales tenían más cola que algunos políticos nacionales. Después de desperdiciar una hora, mi nombre no apareció en sus listas de ahorrantes. Al rato, casi perdida mi paciencia, me dijo un empleado que hasta julio de 1975 (obsérvese, julio de 1975) no se me devolvería la plata que tenía ahorrada desde hacía más de un año.

¿Qué camino me quedaba? Ir al tercer piso del Banco a ver quién me daba razón de la medida por la cual se congeló la devolución de mis ahorros. Allí alguien me explicó que, por una reforma a la ley aprobada por la Asamblea Legislativa, mis fondos no serían entregados sino hasta julio de 1975, debido a que era necesario reorganizar el Banco. Esta reorganización, evidentemente, es una excusa para no devolver los fondos de los ahorrantes, esté o no esté la excusa basada en una sanción legal.

Quiero que el Sr. Salazar sepa que no culpo a su bando de la inflación, como él en su ignorancia me lo atribuye. Ese desmedro de la situación económica del pueblo, que él menciona, tiene orígenes muy distintos al Banco Popular y él, quien dice que mi “pensamiento es harto conocido por los costarricenses”, parece la excepción a esta regla que él fijó, pues en mis comentarios sobre la inflación jamás he mencionado al Banco como causante del alza en los precios. Tal vez, en lugar de fijarse en mis opiniones acerca de la asignación familiar que, a propósito, afectará principalmente a los obreros, por la desocupación y la inflación que este proyecto va a causar, el Sr. Salazar debería ver cómo se les garantizan los ahorros reales a los trabajadores, para que no sean objeto de la explotación de los ahorrantes que hoy día hace el Banco.

Ojalá que el Sr. Salazar entienda que, si bien es cierto que uno sufre la disminución de los ahorros en una época de inflación (en caso de que el pago de intereses no compense por la devaluación del colón), ya sea que ahorre en “el Banco Popular o en cualquier otro, incluyendo fiduciarias y bancos privados”, como él dice, también es cierto que no hay ley ni nadie me obliga a ahorrar mi plata en los bancos comerciales, públicos o privados, cooperativas de ahorro o lo que sea. La diferencia que el Señor Salazar trata de ignorar, y que es la esencia del problema, está en que el trabajador tiene que ahorrar forzosamente en el Banco Popular y ahí es donde, velis nolis, pierde uno los ingresos reales. ¡Que el estimable lector juzgue la lógica de este razonamiento!

Quedan por aclararle un par de cosillas al Sr. Salazar, quien dijo que, debido a mi permanencia en el extranjero, yo no me daba cuenta de que “nuestro trabajador no tiene la disciplina del ahorro, no ha sido educado para ello y de ahí las colas de retiro de ahorros” y, al mismo tiempo nos dice que las colas de gente son de “tan sólo 30 por ciento de los trabajadores del país”.
Quien sepa razonar lógicamente le pediría al Sr. Salazar que le aclare el enredo en que se metió. Si el trabador, tal como él dice, no tiene la disciplina del ahorro y que por ello retira los ahorros y también el Sr. Salazar nos dice que las colas son pequeñas, existe una contradicción porque si los retiros son escasos, entonces, será porque el trabajador sí sabe ahorrar. No se necesita haber vivido tiempo en el extranjero para aprender a razonar.
Es más, si lo que se desea es educar al trabajador para que ahorre, entonces, ¿por qué, por lo menos, no se le pagan intereses que conserven sus ahorros reales, promoviendo así en el trabajador la virtud de la capitalización y del ahorro? Por ello, con el fin de estimular la formación de ahorros, en mi artículo sugerí que se crearan, en vez del Banco Popular y por medio del INFOCOOP, cooperativas de ahorro y crédito para que el trabajador pueda disponer de mejores y más rentables medios para canalizar sus ahorros. El Sr. Salazar ignoró esta alternativa que permitiría al trabajador ser dueño de sus ingresos totales.

Tal como es tradicional en politiquillos de nuevo cuño, el Sr. Salazar no analiza las ideas con la razón, sino según quien sea el que las emite. Quiero dar un ejemplo de la demagogia del Sr. Salazar y cito la afirmación que él hizo de mi persona: “una alta remuneración y solvente económicamente desde hace mucho tiempo, tanto como su edad”. Con esto el Sr. Salazar se introduce en mi vida privada y desgraciadamente lo primero que hace es meter las patas. Muchas personas conocen el hogar de trabajo al que pertenezco y que cualquiera consideraría como de clase media. Para aclarar la confusa mente del Sr. Salazar, ha sido el esfuerzo familiar lo que me ha permitido vivir decorosamente por medio del trabajo arduo. Debo decirle al Sr. Salazar que, cuando vaya a referirse a algo tan delicado como la vida privada de las personas, por lo menos indague antes cuál es la realidad.

Pero el asunto de fondo es muy claro y muy directo. La institución que el Sr. Salazar preside se ha convertido en una máquina que ocasiona pérdidas progresivas a los ahorrantes forzados, a la vez que promueve el gasto no productivo. Ya el pueblo se ha dado cuenta de que el Banco Popular no sirve. Al mismo tiempo, la gente reconoce que la palabrería barata, la propaganda de “yo soy un trabajador igual a usted” y todo el aire de pretendido interés social del que esa institución cree rodearse, no son más que una cortina de humo que trata de ocultar la ineficiencia extrema del Banco.