Mostrar Feed RSS

Boletín ANFE

11-08 Déficit, deuda y envilecimiento de la moneda

Calificar esta Entrada
Este artículo fue publicado en el Boletín de ANFE de Agosto del 2011

11-08 DÉFICIT, DEUDA Y ENVILECIMIENTO DE LA MONEDA


Por Scott A. Beaulier y Peter J. Boettke
Scott A. Beaulier posee la Silla Adams-Bibby de la Libre Empresa y es Director Ejecutivo del Centro Manuel H. Johnson para la Economía Política de la Universidad Troy. Peter J. Boettke es profesor universitario de economía en la Universidad George Mason y profesor BB&T para el Estudio del Capitalismo en el Centro Mercatus.

En años recientes, quienes formulan las políticas han empujado a la economía cada vez más cerca del borde de la catástrofe fiscal. El gasto del gobierno federal se elevó sustancialmente bajo el Presidente George W. Bush, con un déficit que llegó a $460 billones en su último año. En los primeros dos años de estar a cargo el Presidente Obama, se elevó a $1.4 trillones en el 2009 y a $1.29 trillones en el 2010. Los déficit están en camino de permanecer a niveles sin precedentes en el 2011 y la promesa del Presidente Obama de reducir a la mitad el déficit en el 2012 resulta ser más de la “política como siempre” que él había denunciado durante su campaña. Aún cuando cumpliera con su promesa, los déficit serían tan altos como anteriormente.

Para ser justos, tan triste perspectiva sobre el presupuesto no es totalmente la culpa de Obama. Simplemente es la última administración que no ha tenido la voluntad de enfrentar los serios desafíos fiscales. En tanto que salvamentos (bailouts) y programas de estímulo han aumentado el problema, su fuente son los tres grandes programas de transferencias ̶ la Seguridad Social, el Medicare y el Medicaid. Juntos estos programas consumen aproximadamente un 10 por ciento del producto interno bruto de los Estados Unidos. Para el 2052 llegarán a constituir el 18.2 por ciento del PIB y, suponiendo que las recaudaciones tributarias permanecen en sus niveles de largo plazo, absorberán todos los ingresos federales recaudados por el gobierno. En otras palabras, no será posible tener ningún gasto discrecional ni de defensa hacia el 2052, a menos que aumenten las recaudaciones de impuestos o que el gobierno federal corte los beneficios que otorgan aquellos tres programas.

PAN Y CIRCO
Una crisis inevitable parece ser el resultado casi seguro de los déficit y deudas de los Estados Unidos. Los incrementos masivos en transferencias, junto con un crecimiento constante en gastos discrecionales y de defensa, significa que déficit elevados asustarán a los Estados Unidos en el futuro previsible. Los déficit ocurren cuando los gastos gubernamentales exceden los ingresos tributarios, conduciendo a tasas de interés más elevadas y a un desplazamiento (crowding out) de la inversión privada. Generan que no se pueda predecir acerca de las políticas, al anticipar impuestos al alza. Puesto que los déficit no pueden dejarse sin ser pagados, los gobiernos normalmente los financian emitiendo bonos que prometen repagar el principal (con los intereses) en un cierto período de tiempo.

Más preocupante, los déficit aumentan nuestra ya elevada deuda federal. La deuda que tiene el público actualmente llega ser casi el 60 por ciento del PIB y, de acuerdo con la Oficina de Presupuesto del Congreso, se elevará a un 90 por ciento para el año 2021. Al elevarse la deuda, aumentan las tasas de interés, se elevan los impuestos sobre generaciones futuras y los políticos inflan la moneda para ocultar su gasto dispendioso. Para pagar esa deuda, el gobierno debe lograr excedentes, los cuales se presentan cuando los ingresos tributarios exceden los gastos. Si el gobierno no puede generar estos superávit, una tercera y más peligrosa opción puede ser empleada para eliminar la deuda a largo plazo: depreciar la moneda.

Envilecer la moneda es la “pretensión de pago” de la deuda que ocurre cuando los gobiernos inflan su moneda al imprimir dinero. Es un problema de casi todos los gobiernos desde el “pan y circo” de los tiempo antiguos hasta hoy en día. En el siglo XVIII, los gobiernos rebajaban sus monedas metálicas al recortarle pedacitos y luego recircularlas. Al hacer que una moneda valiera menos en términos reales, los gobiernos a lo largo de Europa pudieron gastar más allá de sus medios. ”Con seguridad, el honor de un estado es ciertamente muy mal provisto”, escribió Adam Smith en 1776, “cuando para cubrir la desgracia de una quiebra verdadera, se recurrió a jugar con malabares de esta índole.”

Hoy día, la moneda de papel limita la capacidad del gobierno para físicamente cortar los bordes de las monedas metálicas. Pero, mediante la impresión de dinero para pagar las deudas, los gobiernos deprecian la moneda y en última instancia erosionan su poder de compra. Simplemente puesto, están usando una ligera variación del mismo “juego de malabares” para lograr sus fines: al empujar el problema de la deuda hacia el futuro, esconden al público el costo pleno de su repago.

Como resultado, los síntomas del envilecimiento no son siempre fáciles de reconocer. Sin embargo, varios indicadores recientes han sido reveladores. El balance de la Reserva Federal se ha expandido de su nivel establecido desde hace mucho tiempo de $8 trillones a $23 trillones. Esta expansión en la oferta de dinero ayudó a alimentar un avance en el mercado de bonos, que resultó en rendimientos artificialmente bajos de los Tesoros. Las intervenciones directas de la Fed en el mercado de valores respaldados por hipotecas han mantenido las tasas sobre las hipotecas en records históricamente bajos. Mediante la compra de activos tóxicos en los que los inversionistas privados no estaban interesados, la Fed artificialmente aumentó la oferta de dinero. Al entrar más dinero al sistema, los precios se elevaron y cada dólar perdió algo de su valor.

La inflación es siempre y en todo momento el resultado de las expansiones monetarias y son palpables sus efectos perniciosos. Los precios de las mercancías (commodities) son casi el doble de elevados de lo que fueron en el 2008. Los precios de la educación y el cuido de la salud continúan elevándose rápidamente. Los aumentos en los precios al consumidor, cuando se incluyen la alimentación y la energía, están muy por encima de los niveles a los cuales un banco central se sentiría confortable. Y los precios de tecnologías como los teléfonos celulares, las computadoras personales y las televisiones no están cayendo tan rápidamente como deberían.
Las distorsiones en estos precios indican que esa depreciación está teniendo su lugar ̶ y que emana de problemas acerca de los cuales los economistas han estado advirtiendo por décadas.

Históricamente, el público aceptó los déficit y las deudas tan sólo en respuesta a las grandes guerras y a crisis económicas profundas. Por ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial, la deuda pública aumentó a casi un 109 por ciento del PIB. Sin embargo, después de la guerra, el gobierno realizó un esfuerzo concertado para pagar y reducir la deuda, disminuyéndola a un 50 por ciento del PIB para 1956 y un 24 por ciento para 1974. La experiencia de los últimos 30 años muestra, sin embargo, que el gasto deficitario ya no es más una respuesta como emergencia ante una catástrofe. En 1980, la deuda nacional total se mantuvo en $1 trillón. Durante las siguientes tres décadas, creció 14 veces ̶ sin que hubiera una gran depresión o guerra mundial. El gasto deficitario se ha convertido en algo usual y rápidamente estamos llegando al punto en que el repago es imposible.

AGARRANDO A UN TIGRE POR LA COLA
Los políticos no son capaces de enfrentar nuestro desafío fiscal actual en parte porque ellos se basan en argumentos Keynesianos equivocados para justificar su gasto. El Keynesianismo simplista arguye en favor de un gasto gubernamental mayor cuando la economía se debilita, el cual es seguido por recortes en el gasto cuando la economía retorna a su crecimiento. Pero esto descansa en el supuesto crucial de que los políticos actúan benévolamente, en el interés de la economía como un todo. Asume que los políticos ejercitarán una restricción fiscal.

El registro histórico desde la “Gran Sociedad” de Lyndon B. Johnson, sugiere otra cosa: los políticos, independientemente de a cuál partido pertenecen, no siguen los supuestos Keynesianos. En vez, gastan durante los malos tiempos y durante los buenos tiempos. Hay, por supuesto, buenas razones de elección pública por las cuales los políticos eligen adherirse a Keynes: ¡él les ofrece una justificación económica para prometerle todo a todo mundo! Los políticos, por lo tanto, logran el éxito a través de una mantra simple: “Gástelo si lo tiene y gástelo si no lo tiene.” (Mantra: En el hinduismo y en el budismo, sílabas, palabras o frases sagradas, generalmente en sánscrito, que se recitan durante el culto para invocar a la divinidad o como apoyo de la meditación. DRAE).

Los oficiales gubernamentales no quieren perder la popularidad aumentando los impuestos y reduciendo el gasto. En vez de ello, emplean juegos de trucos para dar la ilusión de que están pagando sus deudas. El Tesoro (Ministerio de Hacienda) financia los gastos gubernamentales colocando bonos en el público, y la Reserva Federal interviene como comprador siempre que el Tesoro no está feliz con las tasas de interés del mercado. Al proceso se le conoce como monetización, pero en realidad es un envilecimiento de la moneda, y que se da en parte por el hecho de que es difícil mantener separados a la Fed y al Tesoro.

De hecho, algunos han dicho que la idea de separar a la Fed y al Tesoro es utópica, que las dos oficinas dentro del gobierno deberán permanecer atadas por siempre. En 1974, el ganador del Premio Nobel en economía, F. A. Hayek, llamó al baile de políticas monetaria y fiscal, un ejercicio en “agarrar a un tigre por la cola.” En 1969, cuando discutía acerca de la prosperidad amplia, en medio de la inflación, que afectaba a Venezuela y a mucho del mundo occidental, dijo:

¿Qué tanto puede continuar esta inflación? ¡Si el tigre (de la inflación) es liberado, nos comerá; sin embargo, si el corre más y más rápido mientras que desesperadamente nos agarramos a él, aún así estamos acabados!

El mensaje de Hayek es que la inflación conduce a una mala asignación de recursos. Durante los períodos inflacionarios, la estructura de producción se distorsiona y los bienes de producción de un orden mayor, capital-intensivos, como la vivienda, son sobre-producidos. En algún momento, durante el ciclo inflacionario, los banqueros centrales encaran la decisión de ya sea inflar más o contraer la oferta monetaria. Cuando se contrae la oferta de dinero, el auge (“boom”) capital-intensivo finalmente estalla (“busts”). De acuerdo con Hayek, cualquier intento de los formuladores de política por resolver la mala asignación de recursos mediante un gasto deficitario ̶ dejando que el tigre corra más rápidamente ̶ crea distorsiones ulteriores y una mala asignación de recursos aún mayor. Al mantener los precios y las tasas de interés alejados de sus niveles naturales, las intervenciones fiscales y monetarias simplemente prolongan el ciclo inflacionario y evitan el regreso a condiciones normales de largo plazo. Dos décadas después de su muerte, la crítica del “tigre por la cola” de las políticas Keynesianas se mantiene tan relevante como siempre.

En 1977 James Buchanan y Richard Wagner advirtieron acerca del legado político de la economía Keynesiana. “Una evaluación sobria sugiere que, políticamente, el Keynesianismo representa una enfermedad sustancial, escribieron ambos en Democracia en Déficit, “una que puede, en el largo plazo, mostrar que es fatal para una democracia en funcionamiento.” Si las políticas económicas no son, de alguna manera, limitadas por reglas y super-mayorías, los déficit son el resultado predecible de la democracia. “El límite de las cosas es el siguiente: el capitalismo político no es el capitalismo del laissez faire,” escriben ellos. “Seguir en nuestro camino actual de picada, se logra reforzando la tontería perversa de la política, que ha amenazado la viabilidad de nuestro sistema económico actual.”

ATANDO LAS MANOS DEL MALABARISTA
Hay varias formas por las cuales podemos restringir al malabarista en un intento por revertir nuestro rumbo actual. La primera involucra atar las manos del malabarista. El gobierno federal podría adoptar un acuerdo para tener presupuestos balanceados ̶ uno similar al que hoy limita a muchos estados. Esto restringiría a las autoridades fiscales del gobierno por medio de mecanismos constitucionales, con el objetivo de confinar los niveles impositivos y balancear el presupuesto. Tal reforma sería muy popular con los votantes, aunque obviamente menos con los oficiales electos y podría frenar el combustible necesario para alimentar los déficit, deudas y el envilecimiento de la moneda.

Para brindar una salvaguarda adicional contra este ciclo, se podrían tomar algunos pasos legislativos para separar a la Fed del Tesoro. Los dos funcionan actualmente como “socios”, pero bajo cualquier medida son peligrosos compañeros de lecho. Una reforma que defina mejor los papeles de las organizaciones, podría reducir grandemente la amenaza de depreciación de la moneda. Un paso tal sería limitar el tipo de bonos que la Fed pueda comprar del Tesoro. Por ejemplo, la segunda ronda de facilitación cuantitativa (QE2) no hubiera sido posible si hubiera existido una regla que dijera que la Fed no puede comprar bonos del Tesoro de largo plazo. Una vasta literatura de economía monetaria ha encontrado consistentemente que los bancos centrales más independientes actúan mejor que otros en donde las autoridades fiscales y monetarias están cercanamente alineadas. Otras reglas ̶ a lo largo de las líneas de restricciones anti-monopolísticas ̶ que limitan la interacción entre la Fed y el Tesoro también valdría la pena tomarlas en consideración.

Debido a que es difícil imaginar a los miembros del Congreso tomando acciones que amarren sus propias manos, estos pasos serían idealmente aumentados con una reforma fiscal más radical. Una reversión del sistema por el cual se comparten los ingresos sacaría al gobierno federal del negocio de los impuestos y, en vez de ello, permitiría 50 diferentes experimentos en imposición óptima a través de los diferentes estados. A diferencia de los Artículos de la Confederación, que estimularon el comportamiento de estados oportunistas (“free-rider”) cada estado sería requerido a contribuir con una cierta cantidad para el gobierno federal. Pero, en vez de ser obstaculizado por la existencia de impuestos federales de un tamaño igual que sirva para todos, los individuos podrían escoger entre diferentes regímenes tributarios en distintos estados. La reversión del sistema por el cual se comparten los ingresos reduce muchos de los problemas de nuestro actual sistema federal ̶ los grupos de intereses especiales serían menos relevantes y disminuye la centralización.

LIMITANDO LOS TRUCOS DEL MALABARISTA
Reconocemos plenamente que estamos muy lejos de un mundo en el cual las reformas de un presupuesto federal balanceado y de reversión del sistema por el cual se comparten los ingresos, sean las opciones preferidas. Pero creemos firmemente que estamos bien abajo en el camino hacia la quiebra y que cualquier tipo de reversión requiere de una acción más drástica que las típicas medidas de política. Para asegurarnos de que el malabarista tiene menos trucos a su disposición, los bienes y servicios que son producidos por el gobierno deberán ser dirigidos hacia el mercado y la privatización deberá ser adoptada.

Por ejemplo, nuestros programas actuales de derechos sociales (“entitlements”) son insostenibles. El plan para reformar al Medicare, propuesto por el congresista Paul Ryan, es un reconocimiento de que estamos en un camino insostenible en cuanto a los derechos sociales, y su dedicación para entrarle al gasto es loable. Pero estas reformas aún así se quedan cortas, porque dejan el poder en las manos del malabarista. Lo que se necesita realmente es una reforma que traslade plenamente la cobertura a los ancianos y a los pobres del sector público al mercado. Reformas que se queden cortas de una plena privatización, dejan todavía al malabarista con los trucos en las manos.

Aún más fundamental que privatizar los programas actuales de derechos sociales, sería quitar al gobierno de su control de la oferta de dinero por medio de un regreso al patrón oro, una regla monetaria, o la banca libre (“free banking). Reformar a la Fed y perseguir al fantasma de “una Fed separada del Tesoro” ha probado ser inútil, y podría ser la hora de reconocer que nuestro sistema de banca central ha fallado. Si bien ciertamente habría costos transitorios durante el proceso y en consideración de un movimiento a corto plazo hacia la banca libre, un régimen monetario descentralizado ayudaría a frenar y a restringir que un banco particular buscara sobre-expandir la oferta de dinero.

TERMINADO EL CICLO
Muchas de las recomendaciones acerca de política que estamos haciendo piden a los políticos que caigan sobre sus propias espadas para fortuna de la solvencia financiera. Si bien estas reformas son admisiblemente radicales, la alternativa es sin duda más extrema. Para ver porqué, vale la pena expandir la metáfora del malabarista mencionada anteriormente. En el capítulo final de La Riqueza de las Naciones, Adam Smith hizo la observación de que:

“A nuestro entender no existe ejemplo en ningún país de que una vez contraídas grandes deudas nacionales hayan sido jamás completamente satisfechas y desempeñadas… El alza en la denominación de la moneda o del cuño ha sido un expediente muy frecuente y común para disfrazar una quiebra pública con el nombre de pretendido pago…. Cuando llegase a ser indispensable a un Estado declararse absolutamente insolvente, al modo que suele suceder a un particular, sería sin duda menos indecoroso al deudor, y al acreedor menos perjudicial, una declaración de quiebra, o concurso claro, confesado y manifiesto. Cubrir la desgracia de una insolvencia recurriendo a una treta de tan baja especie, tan fácilmente conocida y sobre todo en tal extremo perniciosa, es querer vindicar el honor de un Estado con un sistema indecoroso y miserable. No obstante, existen muy pocos Estados, antiguos y modernos, que cuando se han visto reducidos a aquella necesidad no hayan usado de treta tan perjudicial.” (Traducción de este párrafo tomada de Adam Smith, La Riqueza de las Naciones, San José, Costa Rica: Universidad Autónoma de Centro América, Tomo III, 1986, p. p. 243-245).

La quiebra federal ̶ ya sea que suceda por un repudio de la deuda o por un proceso de reestructuración más ordenado ̶ serviría como una llamada sobria para despertarse. Las quiebras municipales que algunas ciudades y condados han experimentado en años recientes, junto con las crisis presupuestarias estatales que afligen a la mayoría de los estados, son retratos torvos de lo que se vería con una quiebra a nivel federal. La gente a la cual se le prometieron beneficios vería desaparecer sus expectativas. Los impuestos generalizados se elevarían. Se dispararía la tasa de interés de la emisión futura de deuda. Las consecuencias a largo plazo por renegar nuestras promesas serían difíciles de estimar a plenitud. Como tal, en la actualidad enfrentamos un problema de magnitudes sin precedentes, uno que debería justificar dar un asiento en la mesa a reformas no convencionales.

Después de haber prometido “gastar sabiamente, reformar los malos hábitos, y hacer… los negocios a la luz del día,” el Presidente Obama más bien ha acelerado al país en el camino hacia el gasto excesivo, hecho promesas que no puede mantener y usado a la Fed para esconder el costo pleno del exceso de gasto gubernamental. Tal vez nuestra mejor esperanza ahora sea considerar medidas que cambien fundamentalmente al sistema, y finalmente quedar libres del ciclo de déficit, deuda y envilecimiento de la moneda.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.

Enviar "11-08 Déficit, deuda y envilecimiento de la moneda" a Digg Enviar "11-08 Déficit, deuda y envilecimiento de la moneda" a del.icio.us Enviar "11-08 Déficit, deuda y envilecimiento de la moneda" a StumbleUpon Enviar "11-08 Déficit, deuda y envilecimiento de la moneda" a Google

Etiquetas: scott a. y peter j. Agregar / Editar Etiquetas
Categorías
Sin Categoría

Comentarios