Mostrar Feed RSS

Boletín ANFE

07-04 Columna libre: El libre comercio y las falacias que a veces se esgrimen

Calificar esta Entrada
Este artículo fue publicado en el Boletín de ANFE de Abril del 2007

07-04 COLUMNA LIBRE
: EL LIBRE COMERCIO Y LAS FALACIAS QUE A VECES SE ESGRIMEN

En los oídos liberales resuenan (o, con mayor realismo de mi parte, deberían de resonar) aquellas palabras que Adam Smith escribió hace más de doscientos treinta años: “Rara vez deja de ser prudente en la dirección económica de un Estado la máxima que es acertada en el gobierno de una familia particular. Cuando de un país extranjero se nos puede surtir de una mercancía a un precio más cómodo que al que nosotros podemos fabricarla, será mejor comprarla que hacerla, dando por ella parte del producto de nuestra propia industria, y dejando a ésta emplearse en aquellos ramos en que saque ventaja al extranjero.” (La Riqueza de las Naciones, IV, ii). Su idea clave de que la división del trabajo está limitada por la extensión del mercado, encontró, en la ampliación que el libre comercio da al tamaño del mercado, la fuerza que permite un mayor crecimiento y una mayor riqueza de las naciones. Desde ese entonces quedó fundamentado el caso en favor del libre comercio, a pesar de las constantes críticas (muchas sanas) de que ha sido objeto. Tal vez esta sea la mayor idea generada por los economistas (Smith) para impulsar el progreso de los pueblos; idea abrazada como parte del pensamiento liberal.

Es obvio que un tratado comercial que busca un país es algo diferente de incorporarse al libre comercio: en la primera situación, por definición, no es unilateral, mientras que, en la segunda, sí debería serlo, dado el beneficio que trae a las personas y las naciones. No conozco caso en el mundo en donde haya habido una apertura unilateral al comercio internacional, aunque hay que reconocer aproximaciones hacia tal ideal. El caso moderno de Chile parece ser uno de ellos (o el intento inglés después de la aprobación de las llamadas Corn Laws). Lo cierto es que ninguna nación se ha abierto unilateralmente de forma total al comercio, lo que es entendible en el contexto de intereses que se benefician con la existencia de un proteccionismo promotor de ganancias monopólicas, las que desaparecerían con la competencia internacional.

Por ello, oponerse al Tratado de Libre Comercio entre nuestro país, Centro América y los Estados Unidos (TLC) con base en que nosotros deberíamos haber seguido el camino chileno, de primero abrirnos unilateralmente y luego proceder a un acuerdo comercial con los Estados Unidos, no sólo es una falacia de gran monta, sino que da alas a quienes verdaderamente se oponen al libre comercio, algunos porque simplemente no creen en él, y otros porque, por lo general, no creen en la libertad de las personas.

Los liberales estamos en principio por la apertura unilateral al libre comercio, si bien tomar tal decisión no garantiza que con ello el país logra un acceso a los mercados internacionales. Es cierto que, con la unilateralidad mencionada, se está mejor que con el proteccionismo rampante, pero aquella política no garantiza que podamos vender eficientemente nuestros productos en otros mercados, lo que nos impide obtener las divisas necesarias para lograr importar, que es el objetivo de una economía de intercambio a fin de lograr lo que es el fin último de una economía: satisfacer los deseos y necesidades humanas, las de los consumidores.

Al mismo tiempo, mediante el TLC logramos una ampliación del mercado, como nos lo enseñó Smith, que fomenta una división del trabajo más eficiente y más productivo, con lo cual los costarricenses veremos aumentar nuestra riqueza. Por ello, no es de extrañar que un reciente estudio de CEPAL señale que la región, al formar parte del TLC, tendría un incremento adicional de al menos el 2% anual; esto, por sí sólo, permitiría que los habitantes de la región dupliquemos nuestro ingreso per cápita en 35 años, agregado al crecimiento que se lograría si no existiera el TLC. Crecer no es nada fácil, como lo pueden atestiguar tantas naciones pobres de nuestro planeta, por lo que los costarricenses jamás podremos desperdiciar esta oportunidad que el TLC nos da de que nuestra economía pueda aún creer más.

Chile se abrió al comercio internacional, pero no del todo, pues si bien tenía desde un principio aranceles bajos –y eso fue muy sabio- lo cierto es que los ha ido reduciendo sólo gradualmente y, sobre todo, fue en el camino cuando eliminó una serie de distorsiones que tenía y cuya equivalencia arancelaria es fácil de comprender. Después de llevar a cabo esa muy amplia apertura, se dieron cuenta de que muchos y muy importantes mercados en algún grado permanecían cerrados a sus exportaciones, lo que les motivó a diseñar una estrategia comercial basada en acuerdos bilaterales, en la cual, obviamente, Chile ya no podía disminuir mucho sus ya bajos aranceles, pero había áreas en donde si podía “ceder” -lo propio que hagan las partes en un acuerdo comercial negociado- como lo fue en inversión, derechos de propiedad, participación de capital extranjero en áreas antes circunscritas al capital doméstico, entre otras, además de eliminar su ya pocos aranceles. Así fue como tuvieron éxito en negociar acuerdos comerciales bilaterales con muchos países del mundo.

En resumen, como es propio de estos acuerdos, tuvieron que “ceder” (no creo que de mala gana, aunque no dejó de doler a ciertos sectores proteccionistas y estatistas), a cambio de acceder a los mercados de los países con que negociaban. Chile lo ha hecho con los Estados Unidos, con Costa Rica, para que no se olviden, con Japón, con países de Europa y muchos otras naciones.

Por ello, es una falacia decir (ah, con estos árbitros del futbol de los lunes) que Costa Rica debería haberse abierto primero, como Chile y, después, buscar acuerdos comerciales bilaterales tipo TLC, cuando precisamente, al igual que Chile, en su momento abrió su economía (ojalá lo hubiera hecho aún más) y ahora busca firmar acuerdos tipo TLC urbi et orbi.

Igualmente es un error señalar que el TLC no debía haber introducido innecesariamente temas políticamente sensibles que complicaron las negociaciones. Claro que sería un mundo más fácil sin la negociación de esos temas sensibles: es más, lo más fácil sería lógicamente aquél en que nadie tuviera que ceder en algo, pero, les recuerdo, en esos acuerdos comerciales las partes “intercambian” protecciones vigentes; yo me abro en esto y el otro y vos te abrís en eso y aquello. En cierta manera, los socios comerciales del TLC le pidieron a Costa Rica que, a cambio de dar acceso a sus economías, el país abriera sus barreras a la competencia, y lo que alguien puede considerar como políticamente sensible en el TLC (además del arroz, cuya protección hoy favorece a cinco ricos a costa de los más pobres del país), son la apertura (parcial) del monopolio de telefonía y de seguros, que creo que, como liberales siempre opuestos a la coerción indebida de nuestra libertad de escoger, no lo vemos como algo malo o inconveniente.

Los enemigos de la libertad se pondrán muy contentos con esta argumentación contraria al TLC que hemos venido analizando -en mucho malentendida, pero se debe a que está mal argüida- que es presuntamente liberal en su fuente, pero en realidad contraria a la libertad de escoger, lo cual es en verdad lo propio del pensamiento liberal. Tal vez si las cosas se hubieran hecho con mayor cuidado…

Carlos Federico Smith
Queda debidamente autorizado para reproducir esta columna en el medio de su predilección.

Enviar "07-04 Columna libre: El libre comercio y las falacias que a veces se esgrimen" a Digg Enviar "07-04 Columna libre: El libre comercio y las falacias que a veces se esgrimen" a del.icio.us Enviar "07-04 Columna libre: El libre comercio y las falacias que a veces se esgrimen" a StumbleUpon Enviar "07-04 Columna libre: El libre comercio y las falacias que a veces se esgrimen" a Google

Etiquetas: columna libre Agregar / Editar Etiquetas
Categorías
Sin Categoría

Comentarios