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11-06 Columna libre: Racionalidades económicas

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Este artículo fue publicado en el Boletín de ANFE de Junio del 2011

11-06 COLUMNA LIBRE:
RACIONALIDADES ECONÓMICAS
Por Carlos Federico Smith

La disciplina de la Economía nos faculta entender el comportamiento humano en lo que tiene que ver con los problemas derivados de la escasez. Si algo caracteriza la realidad es la escasez; esto es, la insuficiencia de medios para satisfacer todos los deseos y necesidades de las personas.

El sistema de precios es un orden útil que permite a los individuos disponer de conocimiento acerca de lo que hacer con respecto a la escasez. Las personas participan en la economía principalmente de dos maneras: como consumidores y como productores. Pueden alternarse y normalmente lo hacen tanto como consumidores a la vez que productores, pero, por facilidad analítica, supondremos que hay un conjunto de individuos que en un mercado particular actúa como consumidor y otro como productor.

A partir de una situación dada, en que en un mercado hay un precio que brinda información para una serie de actuaciones de parte tanto de consumidores como de productores, supongamos que, por alguna circunstancia, ese precio aumenta. Ello envía una señal clara a los consumidores: Ahora es más caro el producto y, por tanto, debe ahorrar en su consumo. ¿Qué tanto? Lo hará de acuerdo con sus niveles de ingreso, sus preferencias, necesidades y sus posibilidades de reducir su consumo. A veces es poco lo que puede hacer. En ese caso se dice que se trata de bienes inelásticos; es decir, que, ante un aumento en su precio, reduce porcentualmente muy poco su consumo. Voy a dar un ejemplo: Como diabético que soy, si aumenta en un 10% el precio de la insulina, posiblemente no reduciré nada o casi nada mi consumo de insulina, pues, de hacerlo, podría morir. Preferiré, para poder pagar ese mayor precio de la insulina, reducir mi gasto en otros bienes (por ejemplo, lo que hago en periódicos, aunque observe que, tal vez, para alguna otra persona, el consumo de periódicos puede ser altamente inelástico; me imagino, por ejemplo, a copiones radiales, que lo que hacen es retransmitir noticias que aparecieron ese día en los periódicos).

En otros casos -los llamados bienes elásticos- si aumenta su precio, reduciré porcentualmente mucho más mi consumo. Para mí, por ejemplo, si aumentara el precio del nabo, de la brócoli o de la cerveza, reduciría mucho y rápidamente mi gasto en ellos.

En todo caso, ante un aumento en el precio, por lo general, el consumidor reduce su gasto en él y en qué grado dependerá de sus preferencias, necesidades, ingresos y posibilidades de reducir su consumo, ya sea para sustituirlo por otros bienes sustitutos o bien para reducir el gasto en otros bienes y emplear lo liberado en financiar el gasto mayor del producto cuyo precio se elevó.

Para el otro grupo de personas -los productores- el aumento en el precio del bien constituye una señal de su escasez relativa y, por tanto, tratará de ver cómo hace para ofrecer una mayor cantidad de ese producto en el mercado. Me imagino que, al así hacerlo, lo motivará el poder obtener mayores ganancias y en su búsqueda, al hacerlo, servirá a los consumidores, quienes con ello podrán tener una mayor cantidad de ese producto, ahora relativamente más escaso. Para aumentar su producción, el productor buscará atraer nuevos recursos, que ahora posiblemente le costarán más, a fin de poder producir esa mayor cantidad, e igualmente, si fuere el caso, evaluará la posibilidad de obtenerlos si deja de producir algo de otros bienes que no resultan ser relativamente tan rentables en su nueva situación. En síntesis, la señal (el precio más alto) que recibió es para aumentar su producción y con ello satisfacer la nueva demanda de los consumidores.

Pensemos, por un momento, cómo actuarían los consumidores y los productores en caso de que se diera un aumento en el precio de los combustibles. Los consumidores, como hemos expuesto, disminuirán su consumo, pero posiblemente, al menos en el corto plazo, lo harán en una relativamente muy poca cantidad, por lo tanto, ahora incurrirán en un gasto mayor en combustibles. Es cierto que, a largo plazo, podrán reajustar su consumo y sustituirlo por el de otros bienes, pero posiblemente nunca como se podría lograr con otro tipo de bienes. Por ejemplo, en contraste con el caso del combustible, si sube el precio del brócoli casi que instantáneamente el consumidor reducirá su consumo y lo dirigirá hacia el de otras legumbres y verduras que no hayan subido su precio. Por eso se dice que el consumo de combustible, principalmente a corto plazo, es bastante inelástico, si bien en un plazo mayor será algo más elástico, aunque posiblemente no mucho debido a la dificultad de encontrar sustitutos en su consumo.

Por ello, también el comportamiento del consumidor dependerá del uso que hace del combustible. Uno puede esperar que, si alguien utiliza sus vehículos principalmente para viajes de recreación, frente a un alza en el precio del combustible posiblemente reducirá más su consumo que si tuviera que usarlo para dar servicios de taxista o para dirigirse a un hospital o a su trabajo, en general. Esto es, entre más necesario para la persona sea el transporte en un vehículo propio, menos disminuirá su gasto ante un aumento de su precio. Algo similar sucede si el servicio de transporte público que alternativamente podría emplear no es bueno, apropiado, expedito, directo o cómodo, en cuyo caso no lo escogería, aunque ahora deba gastar más usando su propio vehículo.

Parecido sucede cuando los combustibles se utilizan en producir otros bienes distintos de ellos mismos. El empresario buscará como ahorrar los ahora mayores costos, tratando de sustituir al combustible usado tanto en su proceso productivo como para la distribución de bienes finales, pero sabemos que, al menos en el transporte de esos bienes, no es mucho lo que puede hacer y, en el caso de los combustibles usados como fuente de energía productiva, no necesariamente, y más a corto plazo, encontrará sustitutos que le puedan resultar más baratos. A un plazo mayor, sí podría darse alguna sustitución, como, por ejemplo, sucedió en el Hemisferio Norte durante la crisis del alza en el precio de los combustibles en los años setentas, al utilizarse nuevas y mejores técnicas de protección a las viviendas contra el frío, lo cual redujo significativamente el uso previo de combustibles.

Al precio más elevado, los oferentes tratarán de aumentar la cantidad de combustibles disponible en el mercado. Uno de los hechos más impactantes de la crisis mundial de mediados de los años setentas fue el enorme esfuerzo que hubo para determinar la existencia de mayores depósitos de petróleo en la corteza terrestre. Tan exitoso fue dicho esfuerzo que, al final de ese período de crisis, se había confirmado una existencia de reservas tal que sobrepasaba en mucho la cantidad que previamente se había determinado. Analistas de la época señalan que uno de los factores que contribuyó más a la caída ulterior del precio del petróleo, con posterioridad a la enorme alza que se dio en los años setentas, tuvo su origen en este aumento confirmado de la cantidad de reservas de petróleo en el mundo. Además, como es sabido, muchos países productores de petróleo de esa época aumentaron sustancialmente sus niveles de extracción, provocando que los precios revirtieran a sus niveles previos.

En síntesis, tanto desde el lado de la demanda –la reacción de los consumidores- como desde el lado de la oferta –la reacción de los productores- se logró revertir el alza previa en los precios de los combustibles.

La historia, como la lógica del comportamiento humano reflejado en la economía, me dicen que lo mejor que puede suceder ante el alza actual de los precios internacionales de los combustibles, es dejar que la demanda siga su curso, por ejemplo, evitando subsidiar su consumo, a fin de que los consumidores se ajusten a la nueva tendencia, a la vez que se estimula la exploración petrolera y lograr que aumente la producción de combustibles y de sustitutos económicamente rentables, no producidos artificialmente mediante subsidios que ocultan el verdadero costo de los recursos escasos empleados.

En la conversación que actualmente se lleva a cabo en Costa Rica en torno a la exploración y desarrollo de gas natural (y de petróleo), es importante exponer conductas antitéticas al objetivo final de lograr que los consumidores puedan disponer de una mayor cantidad de combustibles en los mercados, a precios menores que los actuales.

La primera de esas actitudes tiene que ver con la oposición a cualquier tipo de exploración y desarrollo de las actividades de gas natural o petróleo, bajo el supuesto de que ambas implican un elevado riesgo para el país. Me imagino que, cuando se habla de riesgo, se refieren a la posibilidad de que se presenten daños al medio ambiente, resultantes de, por ejemplo, derrames o por un deterioro de áreas boscosas en la búsqueda de si la actividad es rentable, entre otros similares. Primero que nada, debo señalar que no hay actividad humana que no lleve implícita algún grado de riesgo, al igual que, desde que el ser humano está presente en la Tierra como ser vivo, su actuar siempre ha tenido un impacto sobre el medioambiente en donde vive y actúa. A fin de enfrentar los más diversos riesgos que encara, se han desarrollado, con el paso de tiempo, instituciones que permitan cubrirlos. La institución de los seguros precisamente busca eso. En ocasiones se ha mencionado que esos riesgos son tan elevados y onerosos, que no existen seguros económicamente viables que estén disponibles, pero lo cierto es que, al fin y al cabo, todo dependerá de la prima que se defina. Es decir, todo es asegurable en función de la prima que se disponga.

Además, si los riesgos ponen en peligro valores esenciales cuya afectación, daño o pérdida resulta ser sumamente costosa, también las sociedades han aceptado la introducción de medidas regulatorias razonables que son normalmente aceptadas por las partes contratantes en este tipo de actividades. Me permito, por ejemplo, señalar el caso de que en una comunidad no se desee la extracción de algún mineral que utilice materias altamente riesgosas para la salud humana (por ejemplo, mercurio). Aunque creo que es posible conseguir un seguro contra eventuales daños provocados por derrames o la simple utilización de compuestos de mercurio, el estado podría prohibir usar este tipo de materiales altamente riesgosos y lograr acuerdos con productores potenciales, en donde se excluya su empleo y se utilicen técnicas alternativas que no tienen tales riesgos (aunque sí posiblemente mayores costos de extracción y producción). Todo radica en la negociación contractual que se lleve a cabo para obtener la concesión de la explotación hipotética a que nos estamos refiriendo, pues difícilmente se puede sostener que hoy vivimos en épocas de imposición imperial de condiciones en que un inversionista (presuntamente extranjero) participaba con sus operaciones en el país. La época de las cañoneras y de las invasiones para imponer inversiones del extranjero bajo ciertas condiciones hoy inaceptables, parece haber pasado desde hace ya su buen rato.

La segunda observación que deseo hacer sobre conductas contrarias a la búsqueda de fuentes de energía y de una posible reducción en sus costos, es la queja que simultáneamente hacen algunas personas ante los elevados precios de los combustibles, al mismo tiempo que se oponen a su exploración y desarrollo. No pueden pretender un descenso en los precios a la vez que se oponen a que fluya una mayor cantidad de esos bienes al mercado nacional, excepto que pretendan, a su vez, reducir coercitivamente la demanda de energía de parte de las personas. El comercio internacional puede ser una especie de salida ante esta pretensión, pues, al tiempo que se quejan de los altos precios y expresan el deseo de que se reduzcan, se puede ampliar el suministro de esos bienes trayéndolos desde el exterior. Por una parte, es posible que tal deseo no se logre, sin que surjan ciertos costos que no necesariamente aparecen reflejados en el precio vigente en el mercado internacional. Como ejemplo está el suministro de petróleo de Venezuela a Nicaragua, que se hace a precios inferiores a los internacionales que otorga el primero de esos países. Hay actos de beneficencia entre países, pero creo que el interés geopolítico de Venezuela es el que mueve a su gobierno para extraer un subsidio proveniente de sus ciudadanos, dueños en última instancia de los combustibles, para dárselo a un país que le apoya en otros sentidos. Creo que si en Costa Rica logramos algún grado de independencia en su suministro de combustibles, podrá sustraerse de este tipo de presiones internacionales indirectas, que suelen presentarse en momentos en que hay aumentos elevados en los precios internacionales de los combustibles. Al no disponer un país como el nuestro de posibilidades internas de provisión de combustibles, dependerá de la provisión que se logre por medio del comercio internacional, pero estoy seguro de que preferirá que haya fuentes que lo inmunicen de posibles presiones políticas para poder asegurar su suministro.

El desarrollo energético petrolero y de gas natural pueden ser un buen negocio para Costa Rica, como es la hipótesis en que descansa este comentario, y lo cual deberá ser determinado después de realizarse amplias exploraciones. Pero, a la vez, le puede generar reservas energéticas cruciales en momentos en que debe buscarse como asegurarse de algún grado de independencia energética, pues ello puede ser vital para poder mantener una sociedad libre y de oportunidades, tal como la conocemos.

En resumen, no se puede aspirar a que se logren menores precios de energéticos si nos oponemos a su exploración y desarrollo, de forma que nos sea posible que, al menos por cierto tiempo, nos asegurarnos de un adecuado suministro de esos bienes.

En tercer lugar, resulta algo fácil decir que lo que se necesita no es explorar y desarrollar nuestros recursos gasíferos y petroleros, sino buscar sustitutos renovables (como, por ejemplo, solar, eólico, de biomasas, de mareas y olas, de algas o de plantas, hidroeléctrico, químicos, entre otros). De ser posibles y sobre todo económicamente viables, no debería existir oposición alguna para que se desarrollen estas fuentes alternativas de energía. Todas deberán vislumbrarse en términos de sus costos y beneficios y, particularmente, sin que haya subsidios artificiales que alteren radicalmente sus verdaderos valores, derivados de su escasez relativa y de las demandas de los consumidores.

Es un hecho que algunas de aquellas fuentes energéticas antes citadas aún no son rentables (tal vez, ojalá, lo sean algún día, gracias al empeño de científicos comprometidos con el desarrollo y la conservación del medio ambiente). Pero sabemos que con un subsidio es posible lograr, por hipótesis, producir energía con base en “la recolección y el tratamiento de flatulencias del ganado” (para poner un caso posible), pero el lector podrá imaginarse la clase y magnitud del subsidio que se requeriría y ante todo, a sabiendas de que alguien, normalmente la ciudadanía, de alguna manera tendrá que pagar esos subsidios. Esto aplica a mi ejemplo, pero también a cualquier otra fuente de energía, la cual debe ser rentable por sí sola, para que tenga razón de existir económicamente en el mercado

En síntesis, debemos estar abiertos a la posibilidad de desarrollar cualquier fuente de energía, renovable o no, siempre y cuando sean más económicas que otras. Con un subsidio cualquier cosa es potencialmente posible. Se trata de no distorsionar las señales de escasez que nos definen los mercados, de forma que se haga aparentar que algo es económicamente eficiente, cuando en la realidad existen sólo gracias a subsidios pagados por toda la ciudadanía y que no se incorporan como un costo en la actividad privada, mas si para la sociedad como un todo.

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