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Boletín ANFE

11-04 La importancia de la educación

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Por Jorge Corrales Quesada*

El énfasis que siempre respiré de joven en mi familia acerca de la educación como un factor preponderante en el crecimiento individual, en mucho se debió a mis antepasados maestros: a mi padre Edwin, a mis abuelos Solón y Talía y a mi tío abuelo Buenaventura. La educación siempre fue vista en mi hogar como una oportunidad la cual no podía ser desperdiciada de manera alguna; que cualquier tipo de sacrificio debería de hacerse a fin de extraer el máximo que uno podía lograr en la escuela, el colegio y la universidad. Educarse no sólo evitaba la pobreza, sino también era fuente de enorme orgullo personal. Por ello en mi casa se dieron sacrificios económicos (principalmente de vanidades) con tal de que pudiera asistir y aprender en la escuela. Era la forma y medio en que uno podía mejorar en la vida; por ello tales sacrificios eran normalmente aceptados -sin quejarse, sin dolerse- en medio de muchas necesidades. Los hacíamos porque, con el paso del tiempo, podríamos percibir los buenos frutos que brindaba el árbol fecundo de la educación.

Escribo esta pensamiento introductorio con algún grado de tristeza cuando observo cómo, en ciertas ocasiones, aparecen estudiantes, padres de familia, burócratas del MEP y periodistas, tal vez al analizar porqué un alumno deja de asistir a clases, señalando como excusa la falta de apoyo monetario gubernamental. En otras palabras, se esgrime como justificación para ese abandono el que deban trabajar para llevar plata a sus casas (si es que hay tal oportunidad y si es cierto que la llevan a sus hogares), pues el gobierno o el estado no les dan dinero y comida para que asistan a la escuela. Uno podría tener en mente que se trata de un caso extremo de necesidad y de miseria, en donde el niño para llenarse la boca debe trabajar. Pero francamente en muchas ocasiones no parece ser esa la razón: me da la impresión de que la queja se presenta en familias independientemente de sus niveles de ingresos. Me imagino que, en el caso de familias de ingresos relativamente más altos, no van a sacar un hijo de la escuela porque el estado no les da fondos, aunque posiblemente habrá algunos vivos que sí soliciten tales recursos para ver si la pegan. Lo que más me preocupa es si en las familias de menores ingresos, ante falta de ayuda, sí deciden cometer el atentado contra el futuro de su hijo dejándolos de mandar a clases.

¿Qué habrá pasado para que en los hogares costarricenses, en donde lo primero era asegurar la educación de los hijos, se trastocaran los valores para que, si nos les pagan por ello, ahora amenacen con retirarlos de las aulas? Incluso es lógico pensar que, en mi época de joven -hace ya muchos años-, los hogares costarricenses eran en promedio mucho más pobres que ahora, por lo cual uno pensaría que habría menores necesidades básicas que cubrir, además de la educación de los hijos. Al ser en promedio más ricos, menos necesidad se tendría de mandar a los hijos a ganar plata para traerla al hogar, en vez de que estudien en una escuela para luego poder ganar más (en idioma económico, hacer una inversión rentable).

Podría señalar la hipótesis de que hay un abandono gradual de aquel principio de tener confianza en sí mismo, pero realmente no lo se. Lo único que puedo indicar es la mayor frecuencia con que padres, principalmente, apenas pueden reclaman en algún noticiero que el estado no les da plata para mandar a sus hijos a la escuela. Tal vez es que la educación de los hijos ya no se considera como una responsabilidad de los padres, sino del estado. Y de ser así, eso me entristece, porque es muestra de a lo que conduce el ideal socialista paternalista de Lord Beveridge, por el cual el ciudadano debería ser protegido por el estado desde la cuna hasta la tumba”. Así, la educación ha pasado a ser vista como una responsabilidad estatal y no del padre, de la familia y de los hijos.

Esta visión paternalista erosiona la importancia que la educación tiene para el progreso del individuo. Lo libera de la responsabilidad de que cuesta educarse, a lo cual debe dedicarse buen tiempo y atención, si es que se quiere progresar. La responsabilidad propia de estudiar lentamente se va sustituyendo por la creencia de que el estado nos debe dar todo. Así, todo debe ser facilito para que aprender no implique un sacrificio de índole alguna. Ojalá el título o la carrera se otorguen simplemente por decreto. Cuando en un hogar la regla no es la necesidad de sacrificarse para que el hijo o la hija puedan ir a la escuela, sólo se debilitará el futuro de nuestros ciudadanos, porque desde jóvenes queda plantada en ellos la semilla de que en la vida se trata sólo de derechos y no de deberes. Que el sacrificio que hace un hogar para educarlos es sólo una pérdida de tiempo, pues sólo se trata de saber pedir: aprendida la lección de que hay un pater ajeno al hogar que debe encarar la responsabilidad por la educación de los hijos, abre las puertas a la miseria humana, pues de lo que se trata no es del mérito, del logro, sino de la existencia y la garantía de la manutención vital para que se siga la ley del mínimo esfuerzo.

Pero hay luces en este panorama tan oscuro: en días recientes he visto reportajes en Telenoticias del Canal Siete de cómo en Costa Rica hay escuelas en donde los alumnos asisten todo el día, en donde se ven obligados y estimulados a estudiar, en donde los maestros y padres son concientes de que es mediante la educación como sus alumnos pueden progresar. Es cierto que son pocos establecimientos educativos, pero tal vez basten para que el contraste con el resto surja evidente y nos impulse a que, de nuevo, veamos a la educación como el camino que nos puede conducir por la senda del progreso y individual. Lo lamentable es que esos jóvenes que hoy han escogido progresar verán luego cargar sobre sus hombros a las sanguijuelas hoy protegidas con impuestos y redistribución estatal, que han dejado en manos del estado su responsabilidad o la de sus familias para educarse, prefiriendo vivir de los demás.

Quienes hoy aprovechan cualquier oportunidad para decir que si no les dan plata no mandan a sus hijos a la escuela, deben saber que es hora de que asuman sus responsabilidades como padres. En gran parte el culpable es el mismo estado que les ha hecho saber que hay dinero a cambio de que manden a sus chiquitos a las aulas. Era, por tanto, de esperarse que ahora los vivillos pidan primero la plata para mandar a los hijos. Debemos estimular a los padres para que piensen en sus responsabilidades y que se liberen del yugo a que los conduce el paternalismo estatal. Para aquellos padres pobres que del todo no tienen dinero y que no pueden en verdad mandar a sus hijos a clases, si el estado fuera consecuente, lo que haría es dar un préstamo que se invertiría en la educación de los muchachos, no un regalo que estimula a vividores que no los necesitan, cosa a que lamentablemente conduce el sistema actual.

Tal vez lo mejor es ni mencionar este tipo de cosas, pues el tabú intelectual tratará de aniquilar a quienes nos atrevemos a pensar en el deterioro a que conducirá este paternalismo.

*Jorge Corrales Q. es ex presidente de ANFE. Este comentario fue publicado en el sitio de ASOJOD el martes 22 de marzo del 2011.

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