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07-03 Solidaridad: La Verdadera y la Falsa

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Este artículo fue publicado en el Boletín de ANFE de marzo del 2007

07-03 Solidaridad: La Verdadera
y la Falsa

Por: Adrián Brenes


En Costa Rica, país predominantemente cristiano, el valor de la solidaridad tradicionalmente ha estado muy presente en el corazón de sus habitantes. Ello implica que el amor al prójimo, enseñanza que Jesucristo subrayó con especial énfasis, nos ha motivado a ayudar a los menos favorecidos.


Cuando un cristiano se encuentra con un prójimo en necesidad, sus convicciones lo llevan a hacer algo según sus capacidades; incluso invita a otros y muchas veces forman una verdadera cadena de apoyo solidario. Esta invitación la fundamenta en otro valor cristiano, el libre albedrío, por lo que respetando ese principio se limita a intentar convencer sin coaccionar.

Así es como en Costa Rica se solía amparar al menesteroso, auxiliar al enfermo y proteger al huérfano. Asimismo, como la colaboración dependía del juicio de los demás, la gente se cuidaba mucho de no abusar de la buena fe de sus vecinos. De esto se trata la solidaridad.

Empero, con el tiempo, las ideas socialistas fueron minando la solidaridad cristiana. Los promotores de esta ideología se consideraban capaces de diseñar un gobierno omnipotente, capaz de resolver todos los problemas del hombre. De ahora en adelante, el Gobierno nos daría a todos trabajo, educación, salud y riqueza. Los funcionarios estatales elegirían a quién ayudar y de qué forma brindar esa ayuda. Sin embargo, para que el Gobierno intentara resolver estos problemas necesitaba recursos: se comenzó a cargar a los ciudadanos con impuestos. Los efectos de este proceso se pueden apreciar de manera diferenciada en tres grupos más o menos delimitados.


Los funcionarios gubernamentales encargados de quitar los recursos a unos ciudadanos para dárselos a otros escogían los beneficiarios en función de aspectos muchas veces arbitrarios. Esto fomentó el compadrazgo entre funcionarios y beneficiarios. Muchos beneficiarios comenzaron a ser escogidos en función de que ayudaran, al menos con sus votos, a perpetuarse en el poder a los partidos políticos de los funcionarios. Además, muchos de los recursos originalmente destinados a los beneficiarios comenzaron a quedar en manos de los funcionarios en la forma de privilegios laborales, consultorías innecesarias, etc.


En los beneficiarios, además, se generaron incentivos para no salir de la pobreza, no ahorrar para la educación o la salud, etc. En suma, se fueron generando incentivos para no salir de la condición de beneficiario.


Los contribuyentes, coaccionados por el gobierno, comenzaron a perder incentivos para generar una riqueza que, de por sí, les iba a ser arrebatada y que les iba a servir, entre otras cosas, para ayudar al prójimo de la forma que mejor les pareciera. (Recuérdese que la gente más rica usualmente destina grandes recursos a ayudar a sus semejantes: es fácil asociar la lista de los más ricos con las fundaciones más colaboradoras.) El crecimiento de los recursos para salir de la pobreza se fue frenando. Y lo que es peor: ahora cuando alguien veía a un prójimo en necesidad, ya no tenía por qué sentirse obligado moralmente: para qué ayudar si ahora era asunto del gobierno.

Resumiendo, en Costa Rica como en el resto del mundo, la re-distribución gubernamental no ha sido mas que una pálida imitación de la auténtica solidaridad. La historia es clara: más gobierno atacando la pobreza paradójicamente significa más pobres.

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