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10-12 La seduccion del intervencionismo

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Este artículo fue publicado en el Boletín de ANFE de Diciembre del 2010


10-12 LA SEDUCCION DEL INTERVENCIONISMO


Por Alejandro Jenkins*

Curioseando en una librería en EE. UU. me topé hace poco, sobre la mesa de libros relacionados con películas recién estrenadas o por estrenar, con una pila de traducciones al inglés de Bel-Ami, la novela de Guy de Maupassant. Como un par años antes la había leído con enorme gusto y comprobado que es una de las cumbres de la literatura francesa del siglo XIX, tuve la curiosidad de averiguar si existía realmente una adaptación cinematográfica que justificara la presencia de aquella austera traducción en rústica en la misma mesa con bestsellers contemporáneos de llamativas portadas que anuncian producciones hollywoodenses.

Compruebo en Internet que saldrá en algunos meses una película europea basada en la novela de Maupassant, cuyo protagonista, el cínico y astuto arribista Georges Duroy, será interpretado por un actor de moda. Al respecto lo que puedo decir es que, aunque no albergo grandes esperanzas, me gustaría que la película le diera la importancia que se merece a la parte de la trama que gira en torno a la manipulación del mercado de bonos de deuda soberana.

En la novela, publicada en 1885, Georges Duroy es un joven proveniente de una humilde familia rural que, al regresar del servicio militar en Argelia, se descubre en París sin dinero y sin perspectivas de conseguir una carrera que satisfaga sus ambiciones. Un buen día se topa con un viejo conocido del ejército, convertido en editor de un periódico importante, quien lo invita a trabajar con él.

Duroy, bien parecido y encantador, luego seduce y utiliza a varias mujeres, entre ellas las respectivas esposas de su amigo y del dueño del periódico, hasta eventualmente alcanzar, mediante sus intrigas y buena fortuna, la cúspide de la pirámide social. Bel-Ami es la frase con que la hija pequeña de una de sus amantes lo bautiza (que en español sería algo así como “bello amigo”).


La novela combina admirablemente una tórrida trama de pasión y engaño (algo así como una telenovela decimonónica) con la más fría lógica política y financiera. Cuando Duroy abandona a una de sus amantes —la esposa del dueño del periódico en el que trabaja— la mujer, desesperada, intenta recuperarlo informándole de la “movida” que planea hacer su marido en contubernio con el Ministro de Asuntos Extranjeros: los bonos de deuda soberana de Marruecos se pueden comprar con un enorme descuento, debido a la percepción generalizada de que ese país va a dejar de honrarlos. Pero, secretamente, el Ministro y sus allegados planean conseguir que el gobierno francés invada Marruecos y luego anuncie que garantizará la deuda externa marroquí. Con ese respaldo, los bonos se podrán revender a un precio mucho mayor.

Este episodio (que Maupassant adaptó de hechos reales) me interesa porque ilustra una de las eternas realidades de la política: que en las economías mixtas hacer negocios con el Estado ofrece enormes posibilidades de enriquecimiento para unas cuantas personas astutas y bien conectadas. A diferencia de lo que ocurriría en una economía de mercado pura, no es necesario convencer a nadie de que pague voluntariamente por algo, sino que basta con aprovechar los poderes coercitivos del Estado para desviar fondos públicos (o sea, bienes confiscados por el gobierno a sus ciudadanos) hacia bolsillos privados. O, como se dice ahora, hacer negocios con el gobierno frecuentemente representa la oportunidad de “socializar las pérdidas y privatizar las ganancias.”

Este fenómeno es universal, pero una de las características de los países subdesarrollados es que en ellos la mayoría de las grandes fortunas derivan, no de la iniciativa privada productiva, sino de la capacidad de explotar el poder del Estado en beneficio propio. En esto hay varios mecanismos de uso muy frecuente que rara vez son identificados por los ciudadanos comunes como lo que son: herramientas para la expoliación legal. Cabe mencionar los subsidios que permiten vender ciertos productos por encima de su precio de mercado, las regulaciones y aranceles que protegen a algunos negocios de la competencia, los bonos de deuda pública con retornos superiores a los del mercado, los créditos blandos de la banca estatal a clientes favorecidos y la operaciones con dinero público en que la información privilegiada permite el enriquecimiento de una camarilla (como en la trama de Bel-Ami).

En Costa Rica hemos visto, desde siempre, todos estos fenómenos, al punto de que aún subsiste entre nosotros la percepción, tan característica de un país del tercer mundo, de que las conexiones políticas son el mejor camino a la riqueza. Pero lo que más me llama la atención es como, en vista de la realidad evidente de que nuestros gobernantes y sus allegados siempre han sido personas tan susceptibles a la codicia como las otras, los abanderados sinceros del bien común se dejen seducir por un discurso intervencionista que ataca al “capitalismo salvaje” mientras cobija a una maquinaria que enriquece a unos pocos astutos a costa de la gran mayoría. Al negarnos obstinadamente a reconocer que los poderes del intervencionismo se seguirán usando fundamentalmente en beneficio, no de los pobres y indefensos, sino de las “argollas” políticamente más poderosas, nos mostramos tan poco juiciosos como las amantes a las que “Bel-Ami” usa y abandona en la novela de Maupassant.

*El físico Alejandro Jenkins a menudo colaboradora con el Boletín de ANFE. Este es una reproducción de su artículo aparecido en La Nación del 19 de diciembre del 2010.

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