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Boletín ANFE

09-11 Columna libre

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Este artículo fue publicado en el Boletín de ANFE de Noviembre del 2009

09-11 COLUMNA LIBRE - NUEVAS CINCO AFIRMACIONES Y EXPLICACIONES ACERCA DEL LIBERALISMO:


PARTE IV


Al igual que se hizo en las tres partes previas de este ensayo sobre críticas al liberalismo, es necesario definir qué entendemos por liberalismo clásico, movimiento intelectual uno de cuyos puntos culminantes se dio a fines del siglo 18 y principios del siglo 19. Dice Friedman que “ese desarrollo, que era una reacción en contra de los elementos autoritarios de la sociedad previa, enfatizó la libertad como fin último y al individuo como entidad primaria en la sociedad. Impulsó en lo doméstico al laissez faire como forma de reducir el papel del estado en los asuntos económicos y así evitar que interfiriera con el individuo; al exterior impulsó el libre comercio como medio de juntar pacífica y democráticamente a las naciones del mundo. En los asuntos políticos, impulsó el desarrollo del gobierno representativo y de las instituciones parlamentarias, la reducción del poder arbitrario del estado y la protección de las libertades civiles de los individuos.” Milton Friedman, “Capitalism and Freedom,” en New Individualist Review, Vol. 1, No. 1, Abril de 1961, p. 7).


En el Boletín previo enfatizamos la diversidad encontrada en pensadores que se pueden considerar como liberales clásicos. Una aceptación de la existencia de una gama de pensamientos dentro del llamado liberalismo clásico y, al mismo tiempo, de un principio que podríamos llamar unificador de este ideario, podría hallarse en la aseveración de que, “Bajo un común denominador –la creencia y defensa de un orden espontáneo-, el liberalismo económico contiene, sin embargo, gran variedad de enfoques, y, por consiguiente, de posibilidades de análisis y de aplicación práctica… la economía liberal no constituye un bloque monolítico.” (Estudio introductorio a “Problemas Económicos Actuales en una Perspectiva Liberal,” en Revista del Instituto de Estudios Económicos, No. 2, Madrid: 1980, p. vii).

Al analizar cinco nuevas críticas al liberalismo, adicionales a las quince comentadas en tres ediciones anteriores de este Boletín, esperamos que este último artículo de la serie sea de su interés y satisfacción.

AFIRMACION No. 16: EL LIBERALISMO NO ES RESULTADO DE UN DISEÑO.
EXPLICACION: Schwartz señala que “el funcionamiento espontáneo de las sociedades libres” es difícil de comprender y agrega que “muchos intelectuales, en su soberbia, confían ciegamente en el poder de la razón de planificar los mercados y guiarlos hacia objetivos concretos” y que “el público, no por soberbia, sino por instinto básico y dificultad intrínseca, tampoco acepta fácilmente las consecuencias de una sociedad abierta basada en el libre mercado.” (Pedro Schwartz, “La Precaria Naturaleza de la Democracia Liberal,” en Nuevos Ensayos Liberales, Madrid: Unión Editorial S. A., 1998, p. 263).

Estas afirmaciones son buena introducción para analizar la crítica de que “el liberalismo no es resultado de un diseño”, la cual es cierta, y que nos conduce a un tema central de la concepción liberal, al cual amerita referirse: el orden social de mercado no es objeto del diseño deliberado de los hombres, sino más bien el resultado de la acción de los individuos en la sociedad. Nadie ha expresado esta idea tan claramente como lo hizo Adam Ferguson, al escribir que la mayoría de las instituciones sociales son “el resultado de la acción humana, pero no del diseño intencionado de los hombres”. (Adam Ferguson, An Essay on the History of Civil Society, Londres: T. Cadell, 1782 (1767), p. 90).

Para entender la idea conviene señalar que, en el desarrollo del pensamiento liberal durante la primer mitad del siglo XIX, surgieron dos escuelas de pensamiento, una de las cuales se puede denominar como “liberalismo continental”, caracterizado por “el punto de vista constructivista o racionalista que demandaba una reconstrucción deliberada de toda la sociedad de acuerdo con los principios de la razón” (Friedrich A. Hayek, Liberalism,” en Enciclopedia del Novicento, 1973 y reproducido en Friedrich A. Hayek, New Studies in Philosophy, Politics, Economics and the History of Ideas. London: Routledge & Kegan Paul, 1978,p. 120).

Esta es la tradición de pensadores como, por ejemplo, Voltaire, Rousseau, Condorcet, Descartes y de otros asociados con la Revolución Francesa, quienes luego se convirtieron en ancestros del socialismo moderno, en tanto que una segunda versión de liberalismo es lo que se conoce como la tradición liberal británica clásica o Whig, la cual se fundamenta en “una interpretación evolucionaria de todos los fenómenos de la cultura y de la mente y en un discernimiento acerca de los límites de los poderes de la razón humana.” (Friedrich A. Hayek, “Principles of a Liberal Social Order,” en Chiaki Nishiyama y Kurt R. Leube, The Essence of Hayek, Stanford, California: The Hoover Institution Press, 1984, p. 364).

Este liberalismo clásico comprende, entre muchos otros pensadores y quienes cito sólo como ejemplos, a Pericles, escolásticos como Domingo de Soto, Francisco Suárez y Luis de Molina, además de otros asociados a lo que se conoce como la Ilustración Escocesa, como Adam Ferguson, Frances Hutcheson, Adam Smith, Lord Kames, David Hume, Gilbert Stuart, Dugald Stewart, Thomas Reid, John Millar, además de pensadores como John Locke, Bernard Mandeville, Edmund Burke, Thomas Macaulay, Montesquieu, Lord Acton, Benjamin Constant, Alexis de Toqueville, Immanuel Kant, Whilhelm von Humboldt, Thomas Paine, James Madison, John Marshall, Daniel Webster, Karl Popper y economistas austriacos modernos como Ludwig von Mises y Friedrich A. Hayek.

Al mencionar que el liberalismo clásico contrasta con el racionalismo constructivista (como el de la tradición liberal continental), no significa que el “irracionalismo” del primero le dispense del uso de la razón para analizar las ideas. El llamado irracionalismo no es contrario al uso de la razón, sino que considera que la razón humana no es ilimitada o capaz de diseñar instituciones sociales de alta significación en la vida social. Es posible aseverar en esta tradición liberal clásica que el liberalismo no es producto de la creación teórica de persona alguna o de un grupo de personas que hacen alguna abstracción de la realidad compleja para diseñar un orden social específico, sino que el sistema liberal espontáneamente “surgió del deseo de extender y generalizar los efectos beneficiosos que inesperadamente habían seguido a las limitaciones impuestas a los poderes del gobierno, debido a una simple desconfianza en los gobernantes.” (Friedrich A. Hayek, Ibídem, p. 365). Liberalismo que, además, ha ido evolucionando conforme ha pasado el tiempo.

Esta apreciación acerca de la limitación de la razón para diseñar instituciones complejas tiene una larga tradición en la historia del pensamiento, que en última instancia descansa en la falibilidad humana, que, tal vez inicialmente, fue señalada por Jenófanes, un siglo antes de Sócrates, al escribir que “No ha habido ni habrá hombre alguno que posea un conocimiento cierto de los dioses o de todas las cosas de las que hablo. Pues aunque, por azar, alguien dijera la verdad definitiva, él mismo no lo sabría. Pues todo es una trama de conjeturas.” (Diels-Kranz, Fragmente delVorsokratiker, B35, citado en Karl R Popper. Conjeturas y Refutaciones: El Desarrollo del Conocimiento Científico, Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica, S. A., 1967, p. 193).

El pensador liberal Ronald Hamowy escribió, refiriéndose a la Ilustración Escocesa, que “tal vez la contribución sociológica más importante hecha por ese grupo de escritores… es la noción de órdenes sociales generados espontáneamente.” (Ronald Hamowy, The Scottish Enlightenment and the Theory of Spontaneous Order, Carbondale, Ill.; Southern Illinois University Press, 1987, p. 3). Por ejemplo, Adam Smith “utilizó en diversos grados la noción de que podrían surgir sistemas más amplios de órdenes de forma espontánea o sin que hubiera una intención de que existieran, sino más que todo como producto resultante de las acciones o decisiones de gente cuyos intereses individuales tenían que ver tan sólo con asuntos locales.” (James R. Otteson, Adam Smith’s Marketplace of Life, Cambridge, United Kingdom: Cambridge University Press, 2002, p. 320).

Smith en su obra La Riqueza de las Naciones no sólo describió ampliamente el orden social ampliado que surge espontáneamente de la interacción de los individuos en los mercados, por medio de una red de intercambio de bienes y servicios en gran escala, sino que también analizó, en La Teoría de los Sentimientos Morales, otra importante institución que no fue objeto de un diseño deliberado, cual es un sistema de moralidad en donde se comparten una serie de reglas y juicios morales. Smith señaló algo similar con el lenguaje como sistema u orden espontáneo no diseñado por persona alguna. Sobre esto escribe Otteson, refiriéndose al tratamiento que Smith hace del lenguaje, que su “formación natural… sucede sin una deliberación consciente –pero eso no significa que lo haga sin ley alguna o completamente al azar. De hecho, si el lenguaje se desarrollara sin reglas que describen su uso apropiado, entonces no podría existir comunicación y por tanto una satisfacción de los deseos –lo cual Smith considera que es la causa final para la existencia de los lenguajes.” (James R. Otteson, Ibídem., p. 265). Smith expuso su teoría de que el lenguaje es una de esas instituciones importantes surgidas de forma espontánea sin haber sido deliberadamente diseñada por persona alguna en su ensayo Considerations Concerning the First Formation of Languages and the Different Genius of Original and Compounded Languages aparecido en 1761 en la revista The Philological Miscellany de Edimburgo, Escocia.

Las ideas de falibilidad humana y de limitación de su conocimiento se conjugan para explicar por qué muchas de las instituciones sociales más importantes no surgen del diseño humano, sino como resultado de la acción de los seres humanos en busca de sus intereses propios, pero, como se indicó antes, ello no es fácilmente comprensible para muchos, por lo cual expondré algunos de los fundamentos de los órdenes espontáneos con la pretensión de contribuir a aclarar las ideas al respecto.

La característica más importante de un orden espontáneo, de acuerdo con Hayek, consiste en que, con base en la regularidad de la conducta de sus miembros, “podemos lograr un orden de un conjunto de hechos mucho más complejo que lo que podríamos lograr mediante el arreglo deliberado… al mismo tiempo ello limita nuestro poder sobre los detalles de ese orden.” (Friedrich A. Hayek, “Principles of a Liberal Social Order,” en Chiaki Nishiyama y Kurt R. Leube, editores, Op. Cit., p. 366). Este carácter abstracto es el que permite que el orden del mercado se sustente, no en la existencia de propósitos comunes sino más bien en la reciprocidad; es decir, mediante una reconciliación de los diferentes intereses. Esto constituye una gran ventaja en comparación con órdenes concebidos deliberadamente, pues permite que los diferentes intereses individuales formen parte de ese sistema, mientras que aquél objeto del diseño requiere la imposición o definición de un único propósito común, ya sea establecido por un grupo pequeño de personas que tienen intereses en común o por alguna autoridad superior.

El sistema de mercado, que se basa en el intercambio y la reciprocidad, es un buen ejemplo de un sistema u orden espontáneo, pues no resulta de la decisión de una autoridad central sino de la conducta de los individuos, en donde se toman en cuenta los intereses diversos de quienes participan en él.

En un sistema liberal clásico no hay una imposición de un orden único de fines concretos, ni tampoco que la visión particular que alguien pueda tener de tales fines sea el que determine cuáles son los objetivos que debe satisfacer la sociedad como un todo. Al contrario, en ese orden espontáneo las personas tienen una mejor oportunidad de utilizar su conocimiento particular para sus propios fines individuales, en donde están sujetos a reglas generales, independientes de propósitos concretos, que les permiten interactuar con otros individuos que poseen propósitos distintos. Es decir, en ese orden espontáneo todos nos beneficiamos de un conocimiento del cual no disponemos como propio, de manera que es posible superar la ignorancia e incertidumbre consubstanciales a la naturaleza humana, al permitir una buena utilización de un conocimiento que está ampliamente disperso en la sociedad.

La única obligación que contraen los individuos en un orden liberal es no infringir en los dominios protegidos de las otras personas, definidos según reglas generales y abstractas, cuyo fin no es determinar una jerarquía específica de valores, sino un orden en donde los individuos están dispuestos a participar de forma que sean libres de usar su propio conocimiento para sus propios fines. De aquí que, como señala Hayek, “el liberalismo es inseparable de la institución de la propiedad privada, nombre que usualmente damos a la parte material de ese dominio individual protegido.” (Ibídem., p. 368), propiedad cuyo “reconocimiento precedió al surgimiento de hasta las culturas más primitivas, y que ciertamente todo lo que llamamos civilización ha crecido tomando como base ese orden espontáneo de acciones que es hecho posible por la delimitación de los dominios protegidos de los individuos o de los grupos.” (Friedrich A. Hayek, Law, Legislation and Liberty, Vol. I: Rules and Order, Chicago: The University of Chicago Press, p. 108).

Al mismo tiempo, ese liberalismo busca limitar el poder coercitivo del gobierno a tan sólo la aplicación de esas reglas generales de justa conducta; o sea, que el gobierno está estrictamente limitado a la aplicación de las reglas uniformes de legalidad.
Nadie ha diseñado ese orden espontáneo, sino que el orden se autogenera en un universo caracterizado por el azar, surge con el paso del tiempo, en donde los individuos se van “adaptando a las circunstancias que directamente sólo afectan a algunos de ellos, circunstancias que en su totalidad no necesitan ser conocidas por todos, pero que se puede extender a circunstancias tan complejas que ninguna mente las puede entender en su totalidad… la manifestación particular de ese orden dependerá de muchas más circunstancias de las que pueden ser conocidas por nosotros –y, en el caso del orden social, debido a que ese orden utilizará todo el conocimiento que por separado poseen todos sus miembros, sin que alguna vez ese conocimiento tenga que concentrarse en una mente única…” (Friedrich A. Hayek, Law, Legislation and Liberty, Vol. I: Rules and Order, Op. Cit., p. 41). Por ello los órdenes complejos suelen ser órdenes espontáneos, pues son los únicos capaces de resolver el problema que tienen los órdenes complejos para transmitir y procesar una información que se encuentra ampliamente dispersa.

Esta coordinación espontánea propia de los órdenes no diseñados deliberadamente y de un proceso evolutivo son los que promueven la complejidad de los sistemas necesarios para la adaptación eficiente del ser humano a circunstancias cambiantes. Es a través del tiempo como se da un proceso de eliminación espontánea de órdenes menos efectivos en cuanto a conciliar los intereses disímiles de sus miembros y que, a la vez, permita el logro de una adaptabilidad necesaria y hasta indispensable. Escribe Hayek que “las instituciones se desarrollaron de una manera particular porque la coordinación de las acciones de las partes en la que se había confiado, probó ser más efectiva que las instituciones alternativas con las cuales había competido y que había desplazado.” (Friedrich A. Hayek, “The Results of Human Action but not of Human Design,” en Studies in Philosophy, Politics and Economics, Chicago: The University of Chicago Press, 1967, p. 101).

Es correcta la afirmación inicial de que el liberalismo no resulta de un diseño, sino de un orden espontáneo que surge de la adaptación de los individuos a las más diversas circunstancias conocidas para todos ellos en conjunto, pero no como un todo para alguna persona en particular. Cuando se perturba este equilibrio mediante la acción gubernamental, se altera el conocimiento de que disponen los miembros en ese orden espontáneo, con lo cual se afecta la posibilidad de que las personas puedan hacer el mejor uso posible de ese conocimiento para el logro de sus propósitos particulares. Dicho orden espontáneo puede ser mejorado mediante una revisión de las reglas generales, razón de porqué los liberales “sin complejos ni recelos, aceptan la libre evolución, aún ignorando a veces hasta dónde puede llevarles el correspondiente proceso” (Friedrich A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, Madrid: Unión Editorial S. A., 1975, p. 420).

AFIRMACION No. 17: EL LIBERALISMO ES NAZI-FASCISTA
EXPLICACION: En ocasiones al liberalismo se le ha endilgado la canalla etiqueta de ser nazi o fascista. De entrada me parece evidente la intención maledicente de tal acusación, por lo que parece conveniente hacer tan sólo unos pocos señalamientos para desmentir totalmente la acusación. No sólo el liberalismo clásico y el totalitarismo son en esencia antagónicos (ver el análisis de la Afirmación No. 15 en el tercer comentario de esta serie en el Boletín anterior, acerca de que el liberalismo es totalitario), sino que también el nazi-fascismo persiguió tenazmente a los pensadores y miembros de movimientos políticos liberales, lo cual ocasionó que muchos de ellos tuvieran que emigrar hacia naciones enemigas de los gobiernos nazi-fascistas de Europa en años previos y durante la Segunda Guerra Mundial. Al menos tres de los más grandes pensadores modernos del liberalismo, Karl Popper, Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, tuvieron que huir del nazi-fascismo para encontrar asilo en las democracias liberales de Occidente.
El liberalismo por definición se opone al totalitarismo, el cual incluye no sólo al nazismo y su versión suavizada, el fascismo, sino también al socialismo extremo del marxismo. Esto no es casual, dada la gran afinidad que hay, como planteamientos totalitarios, entre el nazi-fascismo y el socialismo marxista, lo que da lugar a que surja una aversión natural al liberalismo clásico. Señala Hayek, refiriéndose al nazismo, que “las doctrinas que guiaron a los sectores dirigentes de Alemania (nazi) no se oponían al socialismo en cuanto marxismo, sino a los elementos liberales contenidos en aquél: su internacionalismo y a su democracia. Y a medida que se hizo más claro que eran precisamente estos elementos los obstáculos para la realización del socialismo, los socialistas de la izquierda se aproximaron más a los de la derecha. Fue la unión de las fuerzas anticapitalistas de la derecha y la izquierda, la fusión del socialismo radical con el conservador, lo que expulsó de Alemania a todo lo que era liberal.” Friedrich Hayek, Camino de Servidumbre, San José: Universidad Autónoma de Centro América, 1986, p. p. 207-208).

Esta antítesis entre liberalismo y fascismo se evidencia en la definición que de este último formula Jonah Goldberg: “El fascismo es una religión del estado. Asume la unidad orgánica del cuerpo político y suspira por un líder nacional que esté a tono con la voluntad del pueblo. Es totalitario en tanto mira todo como si fuera un asunto político y sostiene que cualquier acción tomada por el estado se justifica en el logro del bien común. Toma la responsabilidad de todos los aspectos de la vida, incluyendo nuestra salud y bienestar, y busca imponer la uniformidad de pensamiento y de acción, ya sea por la fuerza o por medio de la regulación y la presión social. Todo, incluyendo la economía y la religión, debe estar alineado con sus objetivos. Cualquier entidad rival es parte del ‘problema’ y por tanto se la define como un enemigo.” (Jonah Goldberg, Liberal Fascism, New York; Doubleday, 2007, p. 23. El término “liberal” del título de este libro se refiere al uso que de dicho término se hace en los Estados Unidos, que, a diferencia del liberalismo clásico, se caracteriza por una alta dosis de intervención y participación estatal en las más diversas manifestaciones de la vida política… sin duda que muy, pero muy, cercano al fascismo).

De acuerdo con la definición previa, el fascismo hace del estado una religión, en el sentido de una creencia absoluta, como señaló Augusto Turati, apóstol del fascismo, al proclamar que “tal como uno cree en Dios… aceptamos la Revolución (fascista) con orgullo, tal como aceptamos estos principios –aún si nos damos cuenta de que están equivocados, los aceptamos sin discusión alguna.” (Citado en Ibídem, p. 419, nota 30. El paréntesis es mío).

En contraste con la visión anterior, en la concepción liberal clásica el estado esencialmente cumple un papel restringido destinado a asegurar el funcionamiento del orden liberal espontáneo.

Asimismo, mientras que para el liberalismo clásico el cuerpo político no se considera como un órgano independiente que va más allá de los individuos que lo componen, el fascismo considera al estado como un ente supraindividual.

A la vez, el fascismo es totalitario en cuanto mira todo desde el punto de vista político, mientras que el liberalismo clásico busca minimizar el poder político, de forma que el individuo tenga el mayor campo posible de acción.

Mientras que para el fascismo la acción del estado encuentra su justificación en que al actuar lo hace para lograr el bien común, para el liberalismo clásico el interés público y el interés individual son uno e inseparable. De acuerdo con Linda Raeder, la noción liberal Hayekiana del bien común “consiste en asegurar las condiciones abstractas que permiten las actividades de millones de personas quienes no conocen y no pueden conocer las circunstancias e intenciones concretas de cada una de ellas, para que se ajusten entre sí en vez de derivar en un conflicto… tales condiciones surgen de la observación de ciertas reglas –de percepción, de comportamiento, de moralidad y legalidad- que estructuran la operación del mecanismo ordenador que llamamos ‘mercado’” (Linda Raeder, “Liberalism and the Common Good,” en The Independent Review, Vol. II, No. 4, Primavera de 1998, p. 524).

Para el liberalismo la esencia del bien común radica en asegurar reglas generales que permitan la existencia de un orden espontáneo, en donde los individuos tengan la oportunidad y libertad de hacer el mejor uso de sus recursos para lograr sus objetivos disímiles, mientras que para el fascismo cualquier acción estatal que se lleve a cabo lo es para asegurar tal bien común, en donde los individuos deberán ser dirigidos por el estado –esto es, que le obedezcan y sirvan- en sus esfuerzos por lograr lo que algunos iluminados han definido como bien común.

De la misma forma, en tanto que para el fascismo el estado es responsable de todos los actos de la vida de las personas, en criterio del liberalismo clásico la responsabilidad es fundamentalmente del individuo en libertad de escoger lo que prefiera para el logro de su felicidad propia. “La libertad no sólo significa que el individuo tiene la oportunidad y la responsabilidad de la elección, sino también que debe soportar las consecuencias de sus acciones y recibir alabanzas o censuras por ellas. La libertad y la responsabilidad son inseparables.” (Friedrich A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, Op. Cit., p. 87).

En tanto que el liberalismo estimula la diversidad de toda índole, el fascismo la aborrece y busca la uniformidad de acción y pensamiento, para lo cual acude a la coerción y uso de la fuerza o bien a una regulación que restringe la libertad individual de tomar decisiones propias, así como utiliza la presión social que en su visión siempre define como “nosotros” en contraste con “ellos”. Con tal objetivo en mente fue que Mussolini escribió que, “debemos crear una minoría proletaria lo suficientemente numerosa, suficientemente conocedora, suficientemente audaz como para sustituir por sí misma, en el momento oportuno, a la minoría burguesa… Las masas simplemente la seguirán y se someterán a ella” (Citado en Jonah Goldberg, Op. Cit., p. 38).

Finalmente, de acuerdo con la célebre expresión de Mussolini “todo dentro del estado, nada contra el estado, nada fuera del estado,” todo, como claramente lo señala la definición de Goldberg antes citada, “debe estar alineado” con los objetivos del estado. El papel del estado en el pensamiento liberal clásico, por el contrario, está claramente restringido al máximo posible y de forma que sea consistente con la conservación del sistema espontáneo en el cual descansa el liberalismo, y en donde se asegure la libertad máxima posible a los individuos. Según Goldberg, el fascismo surgió a partir de la creencia de que “la era de la democracia liberal estaba llegando a su fin. Era tiempo de que el hombre dejara de lado los anacronismos de la ley natural, la religión tradicional, la libertad constitucional, el capitalismo, entre otros, y se elevara hacia la responsabilidad de rehacer el mundo a su imagen propia… Mussolini a menudo declaraba que el siglo diecinueve era el siglo del liberalismo y que el siglo veinte sería el ‘siglo del fascismo.’” (Jonah Goldberg, Ibídem., p. 31).

En resumen, la esencia de la diferencia entre el liberalismo clásico y el fascismo fue claramente expuesta por Mussolini al escribir que “en contra del individualismo, la concepción Fascista es por el Estado… El liberalismo negó al Estado en función de los intereses de individuos particulares; el Fascismo reafirma al Estado como la verdadera realidad del individuo.” (Benito Mussolini, “Fascism,” en Giovanni Gentile, editori, Italian Encyclopedia, 1932). Afortunadamente, después de una violenta Segunda Guerra Mundial que culminó con la derrota nazi-fascista, casi de las cenizas ha resurgido el liberalismo clásico, el cual hoy día goza de una enorme reputación tanto en la práctica como el campo de las ideas; sin embargo, cabe preguntarse si muchas de las concepciones políticas actuales no convergen hacia el fascismo en vez del liberalismo clásico. La respuesta que se intente dar a esa pregunta bien puede ser razón suficiente para conocer el verdadero alcance del ideario liberal clásico y de motivar la defensa permanente de la libertad.

AFIRMACION No. 18: EL LIBERALISMO ES ECONOMICISTA.
EXPLICACION: Hay tres formas en que se podría entender el término economicista. Una se refiere a la idea encontrada, por ejemplo, en Marx, al menos burdamente, de que la economía o las leyes económicas determinan el curso de la historia. Es decir, según Marx, al referirse al capitalismo como una forma o sistema de organización de la sociedad, su “dimensión moral/legal/religiosa (lo que él llamó la ‘superestructura’) no puede ser entendida separadamente de la base económica del capitalismo” (o infraestructura) (David L. Prychitko, “Marxisms and Market Processes,” en Peter J. Boettke, editor, The Elgar Companion to Austrian Economics, Cheltenham, United Kingdom: Edward Elgar Publishing Limited, 1998, p. 517).

Otro empleo del término economicista se refiere al llamado “homo oeconomicus” para explicar la toma de decisiones del individuo en el campo económico y, en lo que podríamos considerar como una derivación vulgar de este último concepto, una tercera utilización de la expresión “economicista”, se da al señalarse que los liberales clásicos ponen por encima de todo al comportamiento económico de los individuos que actúan en ese orden espontáneo.

En cuanto a la primera versión de esta crítica, es importante tener presente el comentario formulado a la crítica número 15 analizada en la tercera parte de esta serie de comentarios, presentada en el boletín de ANFE anterior a éste, cuando, en referencia a que “el liberalismo es totalitario”, se hizo un comentario amplio acerca de la idea del historicismo que conduce a regímenes totalitarios antitéticos al liberalismo clásico.

Se debe mencionar algunas partes de ese comentario previo, pues el término “economicismo” en lo que se suele denominar como “materialismo dialéctico” muestra las mismas características deterministas del historicismo. En un intento de síntesis, señala Mises que para el marxismo “en el principio hay ‘fuerzas materiales de la producción’ (el materialismo), es decir, el equipo tecnológico de esfuerzos humanos productivos, las herramientas y las máquinas. No es preciso inquirir acerca de su origen. Están ahí y eso es todo; debemos suponer que han caído del cielo. Estas fuerzas materiales de producción compelen a los hombres a entrar en relaciones específicas de producción independientes de su voluntad. Estas relaciones de producción determinan más tarde (el determinismo histórico) la superestructura política y jurídica de la sociedad, así como todas las ideas religiosas, artísticas y filosóficas.” Ludwig von Mises, Teoría e Historia, Madrid: Unión Editorial S.A., 1975, p. 101. Los paréntesis son míos).

No es la ocasión para presentar objeciones al materialismo marxista (algunas de las cuales pueden ser leídas en el libro citado de Mises), pero sí de señalar que, si fuera posible, como lo considera el historicismo, “descubrir las leyes de la evolución histórica deduciendo de tal conocimiento las instituciones adecuadas para cada situación,” (Friedrich A Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, Op. Cit., p. 263), al hacer afirmaciones concretas acerca del futuro de la humanidad y de pronosticar el cambio histórico, un ente central, con base en tales leyes históricas así descubiertas, podría definir todo el ordenamiento social congruente con tales resultados previstos, como históricamente se pretendió justificar su puesta en práctica bajo el concepto de una planificación centralizada (tanto bajo el fascismo como bajo el socialismo marxista).

Igualmente se podría sustituir el orden liberal basado en la libertad de elegir que poseen los individuos, por un orden autoritario en donde “se impediría que la gente planeara su propia conducta y arreglara sus vidas de acuerdo con sus propias convicciones morales. Debería prevalecer un solo plan… Cada individuo debería ser forzado a renunciar a su autonomía y obedecer, sin hacer preguntas, las órdenes emanadas del Politburo o del secretariado del Führer… La tiranía es el corolario político del socialismo, tal como el gobierno representativo es el corolario político de la economía de mercado.” (Ludwig von Mises, Economic Freedom and Interventionism, Irvington-on-Hudson, Nueva York, 1990, p. p. 183-184).

En lo que respecta a la segunda versión de esta crítica al liberalismo -el tema del homo oeconomicus- sólo deseo destacar que ésta es una presunción acerca del comportamiento humano, al cual se considera que es racional y capaz de escoger el mayor beneficio posible con un costo mínimo. “Muestra un ser humano impulsado exclusivamente por ‘motivos económicos’; esto es, con la única intención de lograr la mayor ganancia material o monetaria posible,” explica Mises. (Ludwig von Mises, Human Action: A Treatise on Economics, San Francisco: Fox & Wilkes,1996, p. 62).

Este supuesto es utiliza en el llamado análisis económico neoclásico acerca del comportamiento del consumidor, pero parece evidente que pocos toman en serio el corolario de que, como tal, exista un ‘hombre económico’, dado que ello sólo refleja una visión parcial e incompleta de la conducta humana. No sólo la “racionalidad” está en discusión, pues el ser humano comete errores de razonamiento y no siempre reacciona en términos que se podrían considerar como perfectos, sino que, como señala Mises refiriéndose a la idea de que se trata de un tipo “ideal” en el análisis neoclásico, “ningún hombre es motivado exclusivamente por el deseo de enriquecerse tanto como sea posible; muchos del todo no son influenciados por ese anhelo sórdido. Es inútil referirse a tal homúnculo ilusorio al tratar con la vida y la historia. Aún si realmente fuera éste el significado en la economía clásica, el homo oeconomicus ciertamente no sería un tipo ideal. El tipo ideal no es la encarnación de una parte o un aspecto de los diversos objetivos y deseos del hombre. Es siempre la representación del fenómeno complejo de la realidad, ya sea de los hombres, de las instituciones o de las ideologías.” (Ibídem, p. 62).

A veces se le endilga la idea del homo oeconomicus a uno de los pensadores liberales clásicos –Adam Smith- por lo que vale la pena indicar lo que al respecto dice Hayek: “Por supuesto que Smith y su grupo estaban muy lejos de asumir algo de esa índole.

Es más cercano a la verdad decir que desde su punto de vista el hombre era perezoso e indolente por naturaleza, desperdiciado y descuidado, y que tan sólo las fuerzas de las circunstancias podían hacer que se comportara económicamente o que cuidadosamente ajustara sus medios a sus fines. Pero aún ello sería injusto para el punto de vista realista y muy complejo que aquellos hombres dieron acerca de la naturaleza humana.”
(Friedrich A. Hayek, “Individualism: True and False,” en Chiaki Nishiyama y Kurt R. Leube, The Essence of Hayek, Op. Cit., p. 137-138).

Las críticas al homo oeconomicus parecer más bien estar dirigidas al liberalismo económico que al concepto previamente expuesto acerca de la naturaleza humana. Es una manera de adjudicarle al liberalismo la ausencia de consideraciones morales debido al egoísmo de los actores en los mercados, que no toman en cuenta más que su propio interés, dejando de lado a los ajenos. Esto último será objeto de un comentario más amplio al analizar posteriormente la crítica No. 19, de que el liberalismo es egoísta. Baste por el momento señalar que la idea de una presunta racionalidad humana no es propia del liberalismo, sino de muchos filósofos previos a quienes podríamos considerar como liberales clásicos, pues tiene sentido pensar que el ser humano busca tomar las mejores decisiones posibles, aunque normalmente puede equivocarse. Como lo expone Leonardo Girandella, los críticos superficiales del homo oeconomicus cometen un error al creer “que los beneficios deseados por este ser son exclusivamente materiales y capaces de ser expresados en dinero. No necesariamente. Es posible, por supuesto, que eso suceda y que una persona calcule beneficios financieros de las inversiones que ha realizado, pero nada hay que indique que eso sea todo lo que puede hacerse. Existen metas personales que no son materiales y que no pueden expresarse en dinero solamente.” (Leonardo Girondella Mora, “Homo Economicus: Definición. Más una reconsideración” Núm. 80, lunes 25 de agosto de 2008 y reproducido en ContraPeso. Info de lunes 19 de octubre de 2009).

La tercera interpretación del término “economicismo” se refiera a un presunto y maligno énfasis del liberalismo en los aspectos económicos de la vida humana. De entrada, es prudente indicar que la importancia que pueden tener los asuntos económicos en la vida de las personas puede ser precisamente el resultado de la libre elección de los individuos. Pero, es un error acusar de economicismo al liberalismo por una tendencia de ver todas las cosas desde el ángulo puramente económico o peor, como dice Hayek, de “querer hacer que los ‘propósitos económicos’ prevalezcan sobre todos los otros,” (Friedrich A. Hayek, Law, Legislation and Liberty, Vol. II: The Mirage of Social Justice, Chicago: The University of Chicago Press, 1976, p. 113), dado que, al fin y al cabo, no existen fines económicos, pues, como de inmediato agrega Hayek, “los esfuerzos económicos de los individuos así como los servicios que les brinda el orden de mercado, consisten en una asignación de los medios a los fines últimos que compiten entre sí y que siempre son no económicos. La tarea de toda actividad económica es lograr reconciliar fines que compiten entre sí al decidir para cuales de ellos se usarán los medios limitados. El orden del mercado reconcilia las demandas de los diferentes fines no económicos por medio del único proceso que los beneficia a todos –sin que se asegure que el más importante está antes que el menos importante, por la simple razón de que en dicho sistema no puede existir un único ordenamiento de las necesidades.”

Se trata de la posibilidad de escoger sin calificar la naturaleza de los fines. Por esta razón escribió el economista liberal clásico Lionel Robbins, que “la Economía tiene que ver con ese aspecto del comportamiento que surge de la escasez para lograr fines dados. Se deduce que la Economía es enteramente neutral entre medios… en cuanto a que el logro de cualquier fin depende de los medios escasos…Debe estar claro, entonces, que hablar de algún fin como algo que en sí es ‘económico’ es enteramente erróneo.” (Lionel Robbins, An Essay on the Nature and Significance of Economic Science, Londres: Macmillan and Co., 1945, p. 24. La letra en cursiva es del autor).

Por lo expuesto, la crítica al liberalismo por un presunto economicismo no parece tener fundamento y parte de una interpretación errada y parcial de la naturaleza del ser humano, quien actúa escogiendo entre muchos y muy diferentes fines, no solamente lo que algunos pueden considerar como propósitos económicos. Se trata de un orden espontáneo en donde no existe una escala única de fines concretos impuesta sobre los ciudadanos, ni en donde algún gobernante pretenda imponer su punto de vista acerca de cuáles son los fines más importantes y cuáles los menos, sino de un orden en donde los individuos, a partir de la información de que disponen, puedan actuar libremente en el logro de aquellos objetivos que consideran deseables, basados en la reciprocidad que permite reconciliar los diferentes propósitos, de forma tal que beneficia a todos los participantes. Es un orden basado en la existencia de reglas de justa conducta en donde los individuos tienen diferentes objetivos y persiguen distintos propósitos, pero con prohibiciones para infringir los derechos de los demás y en el cual puedan, bajo un gobierno restringido en sus alcances y potestades, acordar vivir pacíficamente.

AFIRMACION No. 19: EL LIBERALISMO ES EGOÍSTA.
EXPLICACION: Una de las críticas más frecuentes al liberalismo es que descansa en una visión egoísta del comportamiento humano. Para ella se sustentan en un comentario célebre de Adam Smith, que me permito transmitir: “Cada individuo en particular pone todo su cuidado en buscar el medio más oportuno de emplear con mayor ventaja el capital de que puede disponer. Lo que desde luego se propone es su propio interés, no el de la sociedad en común; pero estos mismo esfuerzos hacia su propia ventaja le inclinan a preferir, sin premeditación suya, el empleo más útil a la sociedad como tal.” (Adam Smith, La Riqueza de las Naciones, Tomo II, San José, Costa Rica: Universidad Autónoma de Centro América, 1986, p. 189).

De ella deducen que el interés propio del individuo es el centro de la acción económica, el cual no considera el interés de otros ni de la sociedad o de grupos de ella. Simplemente el egoísmo es lo que define la actuación del individuo. Pero, para empezar, tal como se señaló al analizar la crítica al liberalismo por economicista (crítica previa), desde el punto de visto del análisis económico la idea del interés propio egoísta y calculador es en realidad una concepción teórica (el homo oeconomicus) y no un intento de describir el comportamiento humano.

Hume de cierta manera ya había advertido acerca del problema de reducir el comportamiento humano a una sola explicación, al escribir que “por un giro de la imaginación, por un refinamiento de la reflexión, por un entusiasmo de la pasión, parece que tomamos parte de los intereses de otros, y nos imaginamos a nosotros mismos como despojados de todo tipo de consideraciones egoístas: pero, en el fondo de las cosas, el patriota más generoso y el mísero más tacaño, el héroe más valiente y el cobarde más abyecto, tienen, en todas sus acciones, una apreciación idéntica por su propia felicidad y bienestar.” (David Hume, Enquiries Concerning the Human Understanding and Concerning the Principles of Morals editado porL. A. Selby-Bigge, 2a. edición, Oxford: Clarendon Press, 1902,.p. 172).

Para Hume el ser humano, además de benevolente y egoísta, es un sujeto de pasiones, pues “no existe hombre quien en ocasiones particulares no es afectado por todas las pasiones desagradables, temor, furia, desánimo, dolor, melancolía, ansiedad, etc.” (Ibídem, Nota 1, p. 213). Otteson señala que Hume considera (al igual que lo hace Smith) que “es entendible que algunos moralistas, por ejemplo Bernard Mandeville, hayan pensado que el ‘amor propio’ es la principal y hasta única motivación para la acción humana, dada la obvia influencia enorme que tiene sobre mucho de lo que la gente hace, pero que, sin embargo, es un error concluir de ello que no hay otros principios que también actúan sobre los seres humanos”, principios que Hume los resume bajo el término “benevolencia o simpatía,” similar a como también lo hace Adam Smith. (James R. Otteson, Adam Smith’s Marketplace of Life, Cambridge, Inglaterra: Cambridge University Press, 2002, p. 31).

La crítica al liberalismo por la preeminencia del egoísmo en la toma de decisiones humanas es considerada como “imaginaria” por un estudioso del tema, Stephen Holmes, quien expone que “dejando de lado a Bentham, ningún liberal clásico escribió alguna vez que los seres humanos invariablemente se veían comprometidos en la prosecución calculada de la ventaja personal. Ni Locke ni Mill, ni Smith ni Madison, pensaron de esa manera… todos se daban perfectamente cuenta de que el comportamiento emocional y habitual está extraordinariamente extendido y que es obstinado ante el control racional. Asumieron, bastante realísticamente, que las pasiones pueden hacer que los intereses se hagan a un lado. Los seres humanos, pensaron ellos, constantemente se ven involucrados en un rango muy amplio de formas de comportamiento no calculadas y no egoístas.” (Stephen Holmes, Passions and Constraint: On the Theory of Liberal Democracy, Chicago: The University of Chicago Press, 1995, p. p. 42-43).

Mucha de la respuesta a la crítica del liberalismo como egoísta se puede encontrar en el análisis de la aseveración de que el liberalismo es anti-solidario, crítica No. 8 desarrollada en la segunda parte de esta serie, por lo cual no voy a abundar más, excepto para señalar varios aspectos acerca de los cuales insiste el filósofo liberal cristiano Michael Novak. En primer lugar, que es un error grave asumir que los individuos pueden tan sólo elegir con base en el egoísmo y la codicia. Señala Novak: “Un sistema que se rige sólo por el principio según el cual los individuos son los que están en mejores condiciones de juzgar por sí mismos sus reales intereses puede ser acusado de institucionalizar el egoísmo y la codicia…, pero sólo si se parte de la premisa de que los seres humanos son tan depravados que nunca efectúan otra clase de elección.” (Michael Novak, El Espíritu del Capitalismo Democrático, Buenos Aires: Ediciones Tres Tiempos S. R. L., 1983, p. 96). Me parece aceptable decir que las decisiones que toman los individuos no se basan únicamente en la codicia y el egoísmo, sino que también suelen formar parte de sus intereses, los de sus familias, que incluso con frecuencia superan a los propios, los de amigos cercanos y los de las comunidades en donde suelen vivir.

Además, señala Novak, que “aparte de las limitaciones que impone el propio individuo, el sistema limita la codicia y el interés personal… cuando se producen, pagan su precio” (Ibídem, p. 96), como lo atestigua la importancia que tiene la reputación, la integridad y la equidad en los negocios, pues, de no seguirse reglas generalmente aceptadas, bien pueden verse afectados en su desarrollo a un costo muy elevado. Como dice Mises, “lo que impulsa a cada hombre al máximo en el servicio de sus congéneres y frena las tendencias innatas hacia la arbitrariedad y las malas intenciones es, en el mercado, no la obligación y la coerción de parte de gendarmes, verdugos y cortes penales; es el interés propio…” (Ludwig von Mises, Human Action: A Treatise on Economics, Op. Cit., p. 283).

Finalmente, deseo enfatizar el elemento cooperativo de los individuos en los mercados, mediante una excelente descripción que del orden espontáneo hace Hayek: “Cuando por primera vez (con las ideas de Mandeville, Gordon, Montesquieu, Hume, Tucker, Smith, Burke) se reconoció el efecto del intercambio, de hacer que la gente, sin proponérselo, se beneficiara mutuamente, se puso mucho énfasis en la resultante división del trabajo y en el hecho de que eran sus propósitos ‘egoístas’ lo que conducía a diferentes personas a brindarle servicios a otras. En esto hay mucha estrechez de miras. La división del trabajo es también practicada dentro de las organizaciones (orden artificial resultado del diseño y diferente de un orden espontáneo); y las ventajas de un orden espontáneo no dependen de que la gente sea egoísta en el sentido ordinario de esta palabra. El punto importante acerca del orden extendido o catalaxia es que reconcilia conocimientos diferentes y propósitos diferentes que, ya sea que los individuos son egoístas o no, diferirán grandemente entre personas. Debido a que en un orden extendido o catalaxia, los hombres, a la vez que siguen sus intereses propios, ya sean totalmente egoístas o altamente altruistas, promoverán los propósitos de muchos otros hombres, la mayoría de los cuales nunca llegarán a conocerlos, hace que sea un orden superior a cualquier organización deliberadamente diseñada: en la Gran Sociedad los diferentes miembros se benefician de los esfuerzos de los demás no sólo a pesar de sino a menudo porque sus distintos objetivos difieren.” (Friedrich A. Hayek, Law, Legislation and Liberty, Vol. II: The Mirage of Social Justice, Op. Cit., p. 110. Los párrafos entre paréntesis son míos).

Por lo tanto, un orden liberal no requiere de ninguna manera que el individuo sea egoísta ni que dicho principio sea el que rija la conducta humana: lo esencial es que el individuo posee una gama muy amplia de intereses que no se circunscriben a los propios y en un orden no diseñado es cuando más fácilmente se compagina tal diversidad, lo cual beneficia a la colectividad como un todo.

AFIRMACION NO. 20: EL LIBERALISMO ES FUNDAMENTALISTA DE LIBRE MERCADO, LO QUE LO HACE SOCIALMENTE INSENSIBLE.

EXPLICACION: En el transcurso del análisis efectuado en cuatro partes de diecinueve críticas al liberalismo, se ha enfatizado el papel que el mercado libre tiene dentro del ideario liberal, así como del enorme beneficio que le brinda a la totalidad de individuos en la sociedad. A pesar de ello, es necesario insistir en algunas de sus características, pues ha permitido un enorme crecimiento económico que ha dado lugar a una vida sustancialmente mejor para el ser humano, que aquél que podría lograr bajo órdenes alternativos. Crecimiento que, entre otras cosas, se ha caracterizado porque grupos de ingresos relativamente más bajos y que previamente no disponían de ellos, han podido tener acceso a una enorme gama de bienes y servicios nunca antes soñado. Este crecimiento sostenido durante al menos más de dos siglos es uno de los frutos de un orden liberal espontáneo.

La primera parte de esta crítica al liberalismo se refiere a un supuesto fundamentalismo de mercado; esto, es que las decisiones económicas son las que primordialmente se toman dentro de él. Pero, como se expuso al analizar la crítica inmediata anterior, si bien las decisiones económicas son importantes dentro del comportamiento humano en general, eso no significa que sean las únicas y que la gama de decisiones tomadas por el individuo es tan diversa que difícilmente a aquéllas se les puede considerar como primordiales, aunque alguien podría indicar que, más bien, a mayor pobreza, mayor importancia podrían tener esas decisiones de tipo “económico”. Si algo caracteriza al liberalismo es que ha dado lugar a la mayor creación de riqueza en la historia de la humanidad, por lo que podría sugerirse que la satisfacción de necesidades económicas primordiales o básicas ha ido perdiendo importancia con respecto a otro tipo de decisiones que alguien podría decir que no están sujetas a un craso cálculo económico.

Cuando se analizó la afirmación No. 18 acerca de que el liberalismo era economicista, se comentó el error de considerar al concepto simplista teórico del homo economicus como una representación del comportamiento humano. Milton y Rose Friedman, conscientes de la diversidad de elecciones que realiza el individuo en el mercado, señalan que “la disciplina de la Economía ha sido regañada por supuestamente derivar conclusiones profundas de un ‘hombre económico’ totalmente irreal y quien no es más que una máquina calculadora, que sólo responde al estímulo monetario. Este es un grave error. Interés propio no es un egoísmo miope. Es cualquier cosa que interesa a los participantes, lo que sea que ellos valoren, cualesquiera objetivos que ellos prosigan. El científico que busca el avance de las fronteras de su disciplina, el misionero que busca convertir infieles a la fe verdadera, el filántropo que busca allegar alguna tranquilidad a los necesitados –todos están persiguiendo sus propios intereses, tales como los perciben, tales como los juzgan, según sus propios valores.” (Milton y Rose Friedman, Free to Choose, A Personal Statement, New York: Harcourt, Brace, Jovanovich, 1979, p. 27).

De ese supuesto “fundamentalismo de mercado” del orden liberal se deriva la crítica de que ello lo convierte en un orden “socialmente insensible”, por lo que, si partimos de que no hay tal fundamentalismo, no se podría deduce que lo hace un orden ausente de sensibilidad, en donde por ello se entiende una despreocupación por los intereses de otras personas aparte de sí mismos, principalmente aquellos de personas con ingresos relativamente más bajos.

La refutación es aún más fuerte al considerar cuáles son las funciones esenciales que un mercado desempeña, en lo que Smith y Hayek llamaron la “Gran Sociedad” (y Popper, ‘Sociedad Abierta’) u orden espontáneo; esto es, un orden abstracto que no tenga como propósito servir intereses particulares, sino que pueda “servir de base para las decisiones de los individuos en condiciones futuras no previstas y que sólo por esta razón puede constituir un verdadero interés común de los miembros de la Gran Sociedad, quienes no persiguen propósitos particulares comunes sino que simplemente desean tener los medios apropiados para proseguir sus respectivos propósitos individuales.” (Friedrich A. Hayek, Law, Legislation and Liberty, Vol. I: Rules and Order, Op. Cit., p. 121. La letra en cursiva es del autor).

El afán de supervivencia de los seres humanos y el requisito de satisfacer sus necesidades más diversas hace que deban enfrentar el serio problema de la incertidumbre. Según el economista liberal Frank Knight, “los hechos de la vida son, en un sentido superficial, entremetidamente obvios y un asunto de observación común. Vivimos en un mundo de cambio y un mundo de incertidumbre. Vivimos tan sólo porque sabemos algo del futuro, mientras que los problemas de la vida, o por lo menos de la conducta, surgen del hecho de que sabemos muy poco. Esto es cierto en los negocios como en cualquier otra esfera de actividad.” (Frank Knight, Risk, Uncertainty and Profit, New York: Harper and Row, p. 199. La letra cursiva es del autor). Y agrega, “La incertidumbre es uno de los hechos fundamentales de la vida. No se puede erradicar de las decisiones de negocios ni de cualquier otro campo.” (Frank Knight, Ibídem, p. 347).

La institución llamada mercado, surgida en las sociedades liberales, contribuye a enfrentar el problema de la incertidumbre mediante la descentralización que lo caracteriza, pues permite que surjan empresas que descubren nuevas oportunidades previamente escondidas y que difícilmente aparecerían a la vista de los planificadores centralizados. Mediante el mercado y su sistema de precios se logra transmitir la información y el conocimiento de cada uno de los participantes en aquél, hacia quienes consideran conveniente obtener dicha información. Con ello se reduce en un grado importante la incertidumbre que rodea toda acción humana, pero también ese mismo mercado, con la flexibilidad que le es propia y requerida -y a diferencia de la planificación central- permite a los individuos adaptarse a nuevas circunstancias, incluso no previstas, de manera que en el proceso de mercado, “cada actor se convertirá en mero eslabón de una cadena a través de la cual serán transmitidas las señales que facilitan la adaptación de cada proyecto personal a ese conjunto de circunstancias que globalmente nadie puede conocer; y sólo así podrá el orden mantener su expansión indefinida.” (Friedrich a Hayek, La Fatal Arrogancia: Los errores del socialismo, Obras Completas de Hayek, Vol. I, Madrid: Unión Editorial, 1994, p. 294.)

El mercado es el seno en el cual las partes realizan el intercambio voluntario de bienes y servicios, de forma que los participantes deben ganar con dicho intercambio, pues, de no ser así, no lo llevarían a cabo. Esto significa que la acción del individuo de intercambiar es efectuada porque aumenta su satisfacción. Por ello es posible afirmar que en el mercado existe una cooperación de las partes para entrar en un intercambio que es mutuamente beneficioso. Esto parece estar muy lejos de la afirmación de que el liberalismo, que descansa en la utilización de los mercados, es socialmente insensible, pues más bien refleja las diversas preferencias individuales en un intercambio en donde todas las partes ganan (y entre más difieren esas preferencias, mayor es el incentivo para intercambiar y más elevado el beneficio derivado de él). Es claro que en dicho intercambio siempre cada parte individual desearía ganar más -lo que parece ser una regla universal del comportamiento humano- pero, si bien desea tal logro, un individuo que participa del intercambio debe tener presente que lo mismo quiere la otra persona. Por ello, para que se realice el libre intercambio, debe serlo porque ambas partes ganan con él.

Note que se enfatiza el término libre intercambio, pues la coerción está excluida de los intercambios: esto es, que las partes sean libres de intercambiar. El uso de la coerción por parte de un individuo contra el ámbito de libertad de algún otro está fuera de consideración. Como dice Hayek, “en un orden espontáneo el uso de la coerción puede se justificado sólo cuando sea necesario para asegurar el dominio privado del individuo en contra de la interferencia por parte de otros, pero esa coerción no deberá ser usada para interferir en esa esfera privada cuando no fuera necesario proteger a otros.” (Friedrich A. Hayek, Law, Legislation and Liberty, Vol. II: The Mirage of Social Justice, Op. Cit., p. 57).

Interesa destacar que es el deseo individual de mejorar la situación en que se encuentra en un momento dado –algo que se puede decir que es propio de la naturaleza humana- lo que impulsa el proceso de intercambio en el mercado, pues lo hará para mejorar esa situación previa, pues, de no ser así, no lo llevaría a cabo.

Que la persona intente realizar un intercambio en el mercado no significa que necesariamente va a poder hacerlo, pues podría resultar muy costoso hallar con quien practicarlo, pero también porque puede ser que no tenga el conocimiento requerido para encontrarlo. “El mercado no garantiza que todos aquellos quienes quieran realizar intercambios beneficiosos siempre se descubrirán el uno al otro.” (Gene Callahan, Economics for Real People: An Introduction to the Austrian School, Auburn, Alabama: Mises Institute, p. 77). Esto significa que los individuos siempre estarán buscando oportunidades para realizar intercambios beneficiosos y cuyas ventajas en un momento dado podrían no ser logradas. Aquí es donde surge el papel del empresario: buscar nuevas oportunidades de poder realizar un intercambio beneficioso.

Finalmente, deseo destacar, en contraposición a la crítica de “insensibilidad social”, que la institución del mercado conduce a la paz y a la prosperidad. Dada la existencia de un futuro incierto, es muy posible que en su actuar los individuos cometan errores –algo siempre destacado por los liberales- pero un hecho importante de los mercados es que las remuneraciones que en él se determinan “son incentivos que como regla guían a la gente hacia el éxito, pero producirán un orden viable sólo porque a menudo no satisfacen las expectativas causadas cuando las circunstancias relevantes han variado inesperadamente. Los hechos de que una utilización plena de la información que los precios transmiten es usualmente recompensada… son tan importantes como en el caso en que las expectativas no sean satisfechas cuando hay cambios imprevistos. El factor suerte es tan inseparable de la operación del mercado como lo son las habilidades.” (Friedrich A. Hayek, Law, Legislation and Liberty, Vol. II: The Mirage of Social Justice, Op. Cit., p. 117).

Los individuos cometen errores en el proceso de tratar de lograr sus objetivos, por lo que en muchos casos sus expectativas no son satisfechas parcial o totalmente. Pero el mercado permite, por medio de la información que transmiten los precios y en un proceso de aprendizaje caracterizado por la prueba y el error, que tales correcciones puedan ser efectuadas por las personas. El sistema de mercado ofrece un estímulo para que los diferentes individuos utilicen sus habilidades al máximo, de forma que puedan anticipar aquellos cambios amenazantes de la mejor manera posible. No garantiza ni ganancias ni pérdidas, sólo oportunidades y no resultados particulares.

Es a través del intercambio voluntario cómo los mercados permiten que los individuos puedan satisfacer sus necesidades sin tener que acudir a la violencia y al despojo. Es el beneficio mutuo del intercambio lo que deja que las personas vivan en paz sin por ello verse obligados a estar de acuerdo con los intereses particulares que cada uno de ellos podría buscar. El orden abstracto del mercado faculta que cada individuo se beneficie de las habilidades y conocimientos que poseen las demás personas, a quienes posiblemente ni siquiera conoce y mucho menos que deban tener objetivos iguales; más bien es por la diversidad de objetivos que es posible que surja ese intercambio mutuamente beneficioso. Esta es la razón última por la cual el pensador liberal Herbert Spencer pudo señalar que “Con la disminución de la guerra y el crecimiento del comercio, la cooperación voluntaria reemplaza cada vez más la cooperación forzada… ello hace posible la creación de la vasta organización industrial que sostiene a una nación.”

(Herbert Spencer, “The Great Political Superstition,” en The Man versus the State with Six Essays on Government, Indianapolis: Liberty Fund, 1982, p. 155).

Por este hecho no es necesario que un individuo tenga que acudir al despojo de los bienes de otros para satisfacer sus propias necesidades, pues mediante el intercambio es posible lograrlos de forma no violenta, sino a través de una acción cooperativa voluntaria. Con ello se logra la armonía social indispensable para el progreso humano, pues sustituye la explotación y la violencia por la cooperación y la paz entre los hombres.

Gracias a la institución del mercado, los individuos son capaces de participar en un proceso más extenso y complejo que está más allá de su comprensión y a través del cual es capaz de contribuir a fines que no tenía en mente, como son los intereses de otros individuos y cuya satisfacción nunca era su propósito directo. Pero hay más: uno nunca es capaz de saber (con total certeza) quién es la persona que conoce más de algo. La única forma de saber cómo llegar a conocerlo es por medio de la prueba y el error, lo cual significa que continuamente debe realizar transacciones en un mercado que le brinden la información necesaria.

El mercado permite un proceso de aprendizaje que le faculta a la persona ir descubriendo conocimiento que previamente no tenía.

Los liberales siempre hemos enfatizado la limitación natural del conocimiento que individualmente posee persona alguna; por ello el mercado permite al individuo superar dicha limitante por un proceso social en donde a toda persona se le permite participar y de ver cómo puede hacer lo máximo dentro de sus posibilidades, con lo cual tiene acceso al conocimiento de todos en conjunto. Esto lo encuentra resumido en los precios. Mediante el sistema de precios, “el todo actúa como un solo mercado, no porque alguno de sus miembros conoce todo el terreno, sino porque sus limitados espacios individuales se sobreponen lo suficiente, de manera que, por medio de muchos intermediarios, a todos se les comunica la información relevante. El simple hecho de que hay un único precio para un bien… da lugar a la solución que (tan sólo conceptualmente posible) podría haber sido arribada por una sola mente que poseyera toda la información que en efecto está dispersa entre toda la gente que está involucrada en el proceso.”
(Friedrich A.

Hayek, “The Use of Knowledge in Society,” en Chiaki Nishiyama y Kurt R. Leube, The Essence of Hayek, Op.
Cit., p. 219).

Con esto concluyo el análisis, en cuatro partes en sendos Boletines de ANFE, de veinte críticas que se suelen hacer al orden liberal (tal vez veinte son insuficientes; estoy seguro de que hay muchas otras más), por lo cual deseo hacer una reflexión a partir de la advertencia de Pedro Schwartz acerca de lo que denomina como “la situación de equilibrio inestable” de la democracia liberal, la cual agrupa bajo tres encabezamientos: “(1) Las sociedades abiertas están expuestas a los peligros de la guerra, las luchas intestinas y el terrorismo; (2) las economías libres ven limitada su actuación por coaliciones minoritarias o incluso mayoritarias, que, aprovechando los instrumentos de la democracia, ofrecen a sus seguidores ventajas a corto plazo, más tangibles que los beneficios que supone a largo plazo la libre competencia para la generalidad de los ciudadanos, (y) (3) la mayor parte de la gente no comprende o comprende mal el funcionamiento de un orden social espontáneo, cual es el de las democracias basadas en el imperio de la ley y el libre mercado.” (Pedro Schwartz, “Precario Liberalismo,” en Nuevos Ensayos Liberales, Op. Cit.,p. 245. Las palabras y números entre paréntesis son míos).

Como no hay certeza de que un orden social espontáneo basado en la cooperación voluntaria inexorablemente continuará en vigencia, es indispensable que, para conservar la institucionalidad de lo que ha sido el sistema más exitoso en la historia de la humanidad, nosotros los liberales, con responsabilidad -la otra cara de la libertad- debemos estar dispuestos a difundir los principios que garantizan el respeto a la individualidad, el progreso y la modernidad, que son el fundamento del liberalismo clásico.

Sabemos que está sujeto a la evolución y al cambio permanente necesario que nuevas circunstancias pueden demandar, pero si partimos de la experiencia social con sistemas alternativos conocidos hasta el momento, podemos estar convencidos de que la defensa del orden de la libertad podrá evitar un retroceso a formas comparativamente primitivas de organización social, basadas en la arrogancia que implica el poder centralizado.


Hoy día los Partidos de la Libertad tienen ante sí un enorme reto, cual es enfrentar a los enemigos de aquélla, que se disfrazan de maneras distintas, pero siempre son desnudados por su pretensión de que saben más que cada uno de nosotros acerca de lo que nos es propio y de que saben más que lo que sabemos el conjunto de personas que participamos de un orden extendido. Somos nosotros quienes tenemos que decidir cómo es que queremos gobernar nuestras vidas. Por ello hemos escogido el orden de la libertad. Somos conscientes de la importancia de la crítica, la cual aceptamos, pero también somos defensores de la libertad ante diversos enemigos.

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Actualizado 22/07/2011 a las 16:50 por Boletín ANFE

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