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Boletín ANFE

09-07 Al poder por medio de la defraudación

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Este artículo fue publicado en el Boletín de ANFE de Julio del 2009

09-07
AL PODER POR MEDIO DE LA DEFRAUDACIÓN


Por César A. Jaramillo Gallego*

Con la amargura que causa ver el deterioro permanente del futuro con base en las noticias y reportes que desbordan los medios de comunicación, cuando, en contraste, la mayoría de la gente se sigue esforzando día a día por progresar y ser mejores, no queda otro remedio que opinar y transmitir un vaticinio que se antoja lógico y racional, aunque de él se derive un dolor como el que sintió Casandra, aquella de una versión del mito griego que, al volver de la muerte, conocía como un hecho su triste futuro y el de los demás: La historia moderna la están escribiendo los ladrones, los defraudadores de la confianza, los criminales y los delincuentes.
Efectivamente, no hay que ser adivino ni genio para darse cuenta que las capturas de Madoff y de Stanford no guardan proporción con los daños al sistema financiero, que despedir a los ejecutivos de Fannie May y Freddie Mac no basta para corregir el problema inmobiliario norteamericano y que la pérdida de bonificaciones de algunos ejecutivos en Wall Street no es castigo suficiente para la magnitud del perjuicio causado.

La situación fiscal y financiera internacional que vivimos tiene responsables y tiene ganadores. En el mundo, y especialmente en los Estados Unidos de América, hace falta individualizar y penar, con cárcel y confiscación de bienes mal habidos, a aquellos que han empobrecido a miles de millones de personas, no sólo en el presente, sino en el futuro, cuando las consecuencias de los excesos tengan que pagarse con impuestos. Muchos de tales ganadores están escondidos, junto con sus millones, quizá algo devaluados, en medio del promedio y no sólo son norteamericanos, sino europeos, asiáticos y latinoamericanos, no se salvan árabes y judíos; ¡Esta vorágine de aprovechados es de lo más democrática y pluralista, como los Juegos Olímpicos o el Mundial de Fútbol!

Lo que vive hoy la Humanidad entera, desde China hasta África, pasando por cada rincón del orbe, al perder mercados y empleos, al retrasar el crecimiento y acrecentar la pobreza, entre otros males, es el producto de una gran estafa. Es importante buscar los mecanismos e instituciones para evitar su recurrencia, pero además hay una factura pendiente que debe pagarse. No se percibe que las autoridades hayan hecho, hasta ahora, un verdadero esfuerzo por encontrar y procesar a los culpables y por lo tanto, tampoco hay resultados concretos, con unas pocas excepciones.

Efectivamente, hay recursos financieros, bienes inmuebles y todo tipo de valiosos activos en manos de los criminales que hace años lanzaron al mundo en una espiral de negocios fraudulentos, dentro de los cuales la burbuja del mercado inmobiliario norteamericano, sus fallas regulatorias y su contaminación a nivel de bancos y otras entidades financieras es sólo una parte. Es moral y perfectamente lógico recuperar esos bienes robados y utilizarlos para, al menos en parte, resarcir a las víctimas de los daños causados. Esto no es doctrina, sino simple lógica humana. Las autoridades alemanas levantaron un polvorín sobre los dineros ubicados en pequeños países europeos evadiendo responsabilidades fiscales, pero este movimiento no se generalizó.

Hoy en día siguen en pie mecanismos que capturan las rentas ajenas sin creación de valor en los denominados “mercados de derivados” que son tanto de tipo financiero como relacionados con metales preciosos y materias primas básicas. Ellos reciben nombres elegantes como “hedge funds” o mercados de opciones, y otros más pedestres como “time sharing”, o tarjetas de crédito, entre otros. También hay extracciones de rentas no competitivas, cuasi compulsivas, en productos farmacéuticos, y en las compras gubernamentales de equipo bélico, entre otros muchos ejemplos de enriquecimiento inmoral en mercados mal regulados. Esta inapropiada e ineficiente asignación de los escasos recursos ha relegado a un segundo plano los “fundamentales” de la microeconomía, que son la fuerza y elasticidad recíproca de la oferta y la demanda, dándole el protagonismo en la determinación de los precios a las fuerzas denominadas “modificantes” o al propio marco institucional, flaco favor al sistema de precios, porque en vez de aumentar la competencia, la reducen, lo mismo que enturbian o sesgan la información, en vez de hacerla accesible y veraz.
Así las cosas, en muchos casos se han definido reglas en los mercados que generan dinámicas contrarias al bienestar general. Los principios y supuestos de la economía hacia el bienestar, la que propende al bienestar, no se siguen, se les considera despectivamente “economicistas”, enarbolando otro juego de valores y de reglas, por medio de los cuales se pretende consumir sin producir, invertir sin ahorrar y en definitiva disfrutar de bienes sin pagar por ellos.

Algunas señales claras de esta estafa son evidentes: La cotización del dólar respecto del euro y el yuan, entre otras monedas, no ha caído en proporción con el deterioro de los flujos de bienes y la productividad disminuida de los factores de la producción, mucho menos descontando los efectos de mediano y largo plazo sobre el ingreso disponible y el consumo permanente que tendrá la actual crisis. De forma similar, muchos de los líderes mundiales en cuyas economías se ha producido esta estafa mundial siguen propiciando un ajuste a medias, sin entrar a buscar dentro de su propio país los recursos que salvaguarden un orden económico y financiero prudente y estable; más bien, intentan transferir a otras economías y a otras generaciones el impacto de la crisis, comprando tiempo mientras pasan el temporal con paliativos, como los programas de socialización de las pérdidas, que “salvan” a los gigantes bancarios, bursátiles, industriales y comerciales, dejando a los hogares y a las pequeñas empresas derivar y naufragar a su suerte.

En nuestra pequeña Costa Rica tenemos ejemplos dentro de la historia económica del siglo pasado que ilustran con precisión lo que vive y vivirá el mundo en el futuro. Cuando en los años setentas, como forma de acelerar el desarrollo, se suplantó a la iniciativa privada por la pública en la creación de empresas en muchos mercados bajo la ignominiosa Corporación Costarricense de Desarrollo, S. A. (CODESA), se nos dejó una herencia de deudas y subdesarrollo que aún hoy, cuarenta años después, no hemos terminado de pagar y es la causa principal de la debilidad estructural de nuestro Banco Central, uno de los pocos del mundo que trabaja con pérdidas. Esto tiene grandes efectos sobre la gente, porque redunda en que el país tiene una tasa de inflación relativamente alta y persistente, y una pérdida del poder de compra de la moneda nacional en términos de bienes extranjeros continua y constante, que reduce la riqueza nacional al devaluar el flujo productivo doméstico.

Por otro lado, muchos de los expresidentes, diputados, ministros y gerentes de aquellas empresas públicas creadas y manejadas en los años setentas del siglo pasado todavía hoy gozan de posiciones de privilegio dentro de nuestra sociedad, disfrutan y hasta parcelan y heredan a sus hijos los frutos de aquellos negocios espurios. Son hoy en día líderes políticos, desarrolladores inmobiliarios, industriales y banqueros de prestigio, mientras el común de la gente sigue mansamente pagando la factura de los desmanes y las secuelas del endeudamiento exagerado de aquella época. ¿Qué le contarán a sus hijos y nietos cuando les explican de dónde salió la finca tal o la empresa cual? Dirán quizá que es el fruto de su esfuerzo, que las historias del Grupo PROIN son un invento, lo mismo que los millones mal habidos de Vesco, por medio de los cuales se compraron conciencias y grandes propiedades.

Nuestra “adelantada” Costa Rica vivió plenamente los efectos de la “ruleta rusa” que jugaron, con recursos públicos, ciertos hermanos chilenos con recursos públicos nacionales. Las pérdidas del Banco Anglo, como las del descalabro de las financieras, en la anterior administración del actual Presidente de la República, siguen allí, mientras las causas penales y civiles por los créditos no pagados con los que se amasaron fortunas ya han prescrito, mas no sus efectos, que siguen presentes en la contabilidad del sistema bancario, generando menor crédito a tasas de interés más altas, privilegiando la fuga del ahorro nacional de largo plazo hacia otros países. Aquellos mal llamados empresarios, entre tanto, poseen los bienes que obtuvieron con el tráfico de influencias sin pagar, mientras que otros miles de pequeños ahorrantes que perdieron el fruto de su esfuerzo siguen con su sed de justicia insatisfecha, quizá resignados, pero dolientes.

Tres de nuestros últimos cuatro presidentes han sido denunciados por actos de corrupción, dos de ellos ventilan en sede judicial causas penales. El más reciente expresidente vivió y sorteó, con elegancia histriónica notable, los sonados casos sobre contribuciones extranjeras a su campaña y a su gobierno y el actual Presidente de la República lleva a cuestas escándalos de sus subalternos que rayan en el delirio: Cenas imperiales, robo de la plata de la emergencias por desastres naturales, desvío de fondos destinados originalmente a los pobres para pagar consultorías millonarias, y el robo en sede pública de cocaína recién incautada, entre otros terribles episodios de corrupción.

En todo esto hay una constante: Tanto en esta Costa Rica de los últimos treinta o cuarenta años, como en el génesis de la crisis económica y social mundial actual impera la impunidad y ello no solo mantiene sino acelera la descomposición social. Por mucho que se afanen los tribunales y los abogados en negarlo, el proceso defrauda a la víctima y da ventajas al infractor; ya ni siquiera se celebran juicios, en el sentido real de la palabra, sino que debe probarse hasta la saciedad lo fáctico, dejando nula capacidad de discernimiento al así llamado juez, que no es tal sino un ensamblador de la prueba. Los culpables y sentenciados lo son entonces por brutos y no por malvados.

Honoré de Balzac, célebre abogado y escritor francés del siglo XIX escribió: "Las leyes son como las telas de araña, a través de las cuales pasan libremente las moscas grandes y quedan enredadas las pequeñas."Tal parece que habla de nuestro país y nuestro tiempo. En los planos económico y social mucho bien haría a la sociedad que se persiguiera y condenara a quienes, con su conducta disoluta, sus empresas y gobiernos sin fundamento y sus esquemas piramidales, arruinaron a miles y a millones, tanto en nuestro adorado terruño como a nivel planetario. Sólo por medio de sentencias y castigos será posible enseñar a nuestros hijos que no sólo es moralmente condenable el crimen, sino que además no paga… sólo así podremos callar la dura sentencia del francés antes mencionado que se atrevió también a proclamar: "Detrás de cada gran fortuna hay un delito."

Si esta tendencia no se corrige, el sistema basado en la confianza y en la ley colapsará y todo lo que hoy nos parece malo y punible será la norma. ¿Cuánto más habrá que esperar para que los policías honrados no tengan que humillarse por el crimen de sus compañeros deshonestos, para que los delincuentes recurrentes no sean liberados por jueces ineptos o corruptos y se confunda e intimide a las víctimas y a los testigos con el agravio de vivir con el temor de las represalias?

Costa Rica, que ha ido adelante en tantas cosas buenas a lo largo de su historia, que también ha sufrido antes y más que muchos el flagelo de la corrupción, tiene un deber de dar el ejemplo y devolverse a sí misma la tranquilidad y la paz por el imperio de la ley y el orden, castigando a los transgresores de nuestros valores y a quienes atentan contra nuestra vida y bienes.

La consecuencia de no hacer esto bien y pronto es que se aplique a nuestra nación aquella triste sentencia que la madre del rey árabe le espetó a la vista de su perdida ciudad de Granada: “No llores como mujer lo que no supiste defender como hombre", frase que hoy puede resentir el moderno sentido de igualdad de los sexos, pero que expresa con claridad lo que otra sociedad preclara, la andaluza de los nazaríes, perdió por su debilidad para defender su supervivencia. Hoy la fortaleza del hombre y la mujer se mide por su carácter y sus acciones. Un medio razonable y civilizado para hacer valer nuestra posición sobre este asunto vital es la elección de nuestros próximos gobernantes. Afortunadamente ya no tendremos como posible candidato a quien cree fervientemente que tan graves problemas se resuelven con la descentralización y con policías municipales, pero habrá que escrutar severamente a los restantes, para que en sus propuestas a la ciudadanía esté contenido el capítulo del rescate de los valores nacionales con suficiente contenido y grado de coherencia con su actuar pasado como para que sea creíble; más aún, habrá que pedirles algún tipo de garantías sobre la veracidad de su discurso, asunto en el que, hasta el momento, nuestro sistema democrático ha sido poco eficaz.

La institución de la quiebra, lo mismo que la censura al gobierno y el castigo pronto y cumplido a los criminales son todos parte de un mismo paquete de ideas consustanciales al éxito empresarial, a la probidad de los gobernantes y la tendencia de una sociedad hacia el bien. Habrá que decidirse y actuar pronto… o en su defecto enseñarle a nuestros hijos a salvarse como puedan.
* César Jaramillo Gallego posee una maestría en Economía y es asociado de ANFE.

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