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09-05 Columna libre: La crisis como un fracaso del mercado

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Este artículo fue publicado en el Boletín de ANFE de Mayo del 2009

09-05 COLUMNA LIBRE: LA CRISIS COMO UN FRACASO DEL MERCADO:


PRIMERA DE DOS PARTES

Son muy diversos los ensayos y las opiniones en donde se señala que la actual crisis de la economía mundial constituye un fracaso del capitalismo. Por ello he querido en este boletín, y en el próximo, analizar hasta qué grado hay razón en dichas afirmaciones y si, de la conclusión a que llego, deberé inferir en la necesidad de sustituir al actual sistema por una nueva versión en donde predomine el papel del estado en la economía.

Para darnos cuenta del alcance del tema, es necesario hacer algunas breves reflexiones acerca del concepto de mercado y, en particular, de lo que se ha denominado como capitalismo. Hayek no parece ser muy aficionado al empleo del término “capitalismo”. Así, escribe que “ni ‘capitalismo’ ni ‘laissez-faire’ describen apropiadamente (lo que él denomina como un sistema libre) y ambos términos son entendiblemente más populares con los enemigos, que con los defensores de un sistema libre. ‘Capitalismo’ es como máximo un nombre apropiado para la realización parcial de aquel sistema en una fase histórica concreta, pero siempre induce al error, porque sugiere un sistema que beneficia principalmente a los capitalistas, mientras que, en efecto, es uno que impone sobre la empresa una disciplina bajo la cual los administradores se desgastan y en donde cada uno busca cómo escaparse.” (Friedrich A. Hayek, Law, Legislation and Liberty, Vol. 1; Rules and Order, Chicago: The University of Chicago Press, 1973, p. p. 61-62).

Sin embargo, en 1954 escribió, junto otros 5 destacados pensadores, el libro titulado Capitalism and the Historians, en el cual se queja de la mitología socialista en torno al capitalismo y formula la siguiente pregunta: “¿Quién no ha oído hablar de los ‘terrores del capitalismo inicial’ y no ha sacado la impresión de que la aparición de este sistema trajo nueva e indecible miseria a extensas capas de la población, que hasta entonces estaban relativamente satisfechas y vivían con desahogo?... La difundida repulsa emocional contra el ‘capitalismo’ está estrechamente enlazada con la creencia de que el indiscutible aumento de la riqueza, producido por el orden de la competencia, fue comprado con el precio de un nivel de vida inferior para las capas sociales más débiles… Sin embargo, un examen más cuidadoso de los hechos ha conducido a una revisión fundamental de esa doctrina.” (Friedrich A. Hayek et al., El Capitalismo y los Historiadores, Madrid, Unión Editorial S. A., 1974, p. p. 15-16.

También hay una cita de Hayek que me permito transcribir, pero que no me ha sido posible ubicar su procedencia original exacta, si bien aparece mencionada en el “blog” del prestigioso economista liberal Larry Kudlow (http://kudlowsmoneypolitics.blogspot...apitalism.html). En ella Hayek manifiesta su aprecio por el capitalismo como el mejor medio de asegurar el progreso de la humanidad. Dice la cita: “Seriamente creo que el capitalismo no es sólo una mejor manera de organizar la actividad humana que cualquier diseño deliberado, que cualquier intento de organizarla para satisfacer preferencias particulares, de dirigirla hacia lo que la gente considera como un orden bello o afable, sino que también es una condición indispensable simplemente para que continúe viviendo la gente que ya existe en el mundo. Miro la preservación de lo que se conoce como el sistema capitalista, del sistema de mercados libres y de la propiedad privada de los medios de producción, como una condición esencial para la simple supervivencia de la humanidad.”

Hayek, a pesar de lo antes expuesto, en sus ensayos escoge referirse al capitalismo como “el orden del mercado o economía de mercado” o “catalaxia” (Ver passim, Friedrich A Hayek, Law, Legislation and Liberty, Op. Cit. en sus 3 volúmenes), lo cual nos trae a colación el empleo de términos similares, como el utilizado por Karl Popper de “Sociedad Abierta” o el empleado por Adam Smith de “La Gran Sociedad” o “sistema de libertad natural”, cuando se refiere al orden económico de mercado capitalista. Así, escribió Smith que “Todo hombre, con tal que no viole las leyes de la justicia, debe quedar perfectamente libre para abrazar el medio que mejor le parezca a los fines de buscar su modo de vivir, y que puedan salir sus producciones a competir con las de cualquier otro individuo de la naturaleza humana. El Soberano vendrá a excusarse de una carga cuya expedita sustentación se hallará combatida de mil invencibles obstáculos, pues para desempeñar aquella obligación estaría siempre expuesto a mil engaños, cuyo remedio no alcanza la más sublime sabiduría del hombre. Esta es la obligación de entender la industria de cada uno en particular, y de dirigir la de sus pueblos hacia la parte más ventajosa a sus intereses, cosa que aún los mismos que lo practican con un lucro inmediato suelen no acabar de penetrar.” (Adam Smith, La Riqueza de las Naciones, Tomo II, San José, Universidad Autónoma de Centro América, 1986, p. 454).

Dados los conceptos expuestos, lo que se denomina capitalismo lo voy a llamar “sistema de mercado” o “mercado libre”, entendiendo por él lo que se ha señalado como “sistema de libertad natural” Smithiano o el Popperiano “Sociedad Abierta” u “orden de mercado”, según Hayek, a fin de no caer en discrepancias terminológicas que nos alejen de resultados analíticos de mayor interés para estos momentos.

Quien contribuyera a fundar en Inglaterra el equivalente –guardando las proporciones- de mi apreciada Asociación Nacional de Fomento Económico, Arthur Seldon, del Institute of Economic Affairs, escribió un libro titulado Capitalism, en el cual expresa que “el argumento a favor de un sistema económico no es absoluto sino relativo. El mundo, sus países y sus pueblos pueden escoger entre el capitalismo y el socialismo. Si no lo pueden hacer, si los Marxistas están en lo correcto al suponer que el colapso del capitalismo es (periódica o intermitentemente) inminente y que el triunfo del socialismo es repetidamente inevitable, hay poca razón para escribir a favor o en contra, ya sea del capitalismo o del socialismo, con la intención de influenciar a los políticos y al público para que favorezcan a uno de los dos. Expresar el caso en favor de uno de ellos implica, en este sentido, el caso en contra del otro.” (Arthur Seldon, Capitalism, Oxford, Inglaterra: Basil Blackwell, 1990, p. p. 2-3).

Me interesa también citar lo que él considera son las fortalezas de un sistema de mercados, de derechos de propiedad privada, de poder descentralizado y de responsabilidad individual por el comportamiento humano, lo que Seldon denomina capitalismo: “su vitalidad sin par para recuperarse de condiciones adversas en la guerra y en la paz, su poder sin rival alguno, reconocido por Marx, para producir bienes y servicios para el mantenimiento y el confort de la humanidad y su ventaja única para el populacho común, de reemplazar su sujeción a políticas autoritarias o paternalistas por la democracia populista del mercado.” (Arthur Seldon, Op. Cit., p.
4).
Yo prefiero vislumbrar al mercado como un conjunto de instituciones, que incluyen elementos tales como leyes que definen la propiedad, el intercambio y la resolución pacífica de conflictos, reglas y costumbres en las que se enmarcan dichas leyes e instituciones, tales como el dinero, el sistema de precios, empresas y similares. Sanford Ikeda define al “proceso de mercado” como “un orden espontáneo sostenido por un marco institucional, en donde predominan la propiedad privada y el libre intercambio, y el cual surge a partir de los propósitos esencialmente independientes de los actores individuales, quienes formulan planes a la luz de una ignorancia parcial y de un cambio no anticipado.” (Sanford Ikeda, “Market process,” en Peter J. Boettke, The Elgar Companion to Austrian Economics, Northampton, Mass.: Edward Elgar Publishing Inc., 1994, p. 24).

Esta visión del mercado como un proceso, en vez de un equilibrio que resulta de la interacción de la oferta y la demanda en un momento dado, tal como lo analizan los economistas neoclásicos, es un enfoque sumamente interesante de los economistas llamados austriacos, pues permite analizar el llamado “problema del conocimiento”, en donde quienes toman decisiones podrían encontrarse radicalmente ignorantes de la información que se encuentra dispersa entre los diferentes individuos que participan en un mercado. Por el contrario, el análisis neoclásico asume que los agentes poseen la totalidad de la información y en donde está ausente la ignorancia radical, entendida ésta como una situación en que no se es ignorante por elección, sino porque, en este caso, el actor tiene un desconocimiento completo, pleno, de algún aspecto del mundo relevante para su decisión.

Para el economista Premio Nobel Edward Phelps, “en esencia, los sistemas capitalistas son un mecanismo por el cual las economías pueden generar un crecimiento del conocimiento –con mucha incertidumbre durante el proceso, debido a la calidad de incompleto que posee el conocimiento. El crecimiento en el conocimiento conduce a que se dé un crecimiento del ingreso y a una satisfacción con el trabajo; la incertidumbre hace que la economía se vea impulsada a tener oscilaciones súbitas –todos estos fenómenos fueron notados por Marx en 1848.” (Edward Phelps, “La Incertidumbre Atormenta al Mejor Sistema,” Boletín de ANFE de abril del 2009, traducción de su ensayo publicado en el Financial Times del 14 de abril del 2009.)

Bajo esta concepción es posible explicar, tal como lo hace Thomas Sowell, al analizar el origen de la actual crisis económica debido a la caída del mercado de vivienda en los Estados Unidos, que “el mercado no es nada más ni nada menos que mucha gente compitiendo la una con la otra, y efectuando transacciones voluntarias entre sí, en términos tales que sean mutuamente acordadas.” (Thomas Sowell, The Housing Boom and Bust, New York: Basic Books, 2009, p. 113). Por lo tanto, como el mercado no es resultado de un diseño que pueda pretender crear un “mercado perfecto”, sino que es el corolario no previsto de la acción humana a través de los tiempos; esto es, de un proceso de descubrimiento en el curso de los años, es posible señalar que, como no es perfecto, es, por lo tanto, perfectible en cuanto a los resultados esperado en él: esencialmente una eficiente transmisión de la información vía precios. Esto es importante, pues incluso se ha aseverado que la actual recesión muestra el “fracaso del mercado” y de ahí casi que deducen que es necesario renovarlo o crear un nuevo orden capitalista o, según otros más francos, que se debería de regresar a sistemas claramente socialistas que sustituyan a un “fracasado” orden de mercado.

Por ejemplo, esta es, en el fondo, la consideración que le permite decir al columnista del periódico La Nación, Fernando Araya, que “un buen día el capitalismo especulativo colapsó y sus postulados saltaron por los aires hechos polvo. Varios dirigentes anunciaron, entonces, la necesidad de refundar al capitalismo democrático y liberal, abandonar el discurso de la caverna [de quienes adoran al mercado] y evitar las alucinaciones del laberinto [de quienes adoran al estado].” Pero, buscando el justo medio, tan sólo por estar en la mitad y no en cuanto a si el orden social que implica es el que mejor permite a los hombres resolver su problema económico, concluyó este autor con una indefinida “lavadita de manos”, pues nunca propone cómo debiera ser la nueva organización social.

Así, escribe que “En este punto nos encontramos: no obstante los pobladores del laberinto y de la caverna siguen atados a la prehistoria, continúan rechazando al dios Estado o al dios mercado, no se dan cuenta de que la sociedad es mucho más que los fetiches que ellos adoran, que la persona humana, por el solo hecho de serlo, trasciende infinitamente sus añejos cubículos mentales y que ambos extremos se levantan sobre una pila de cadáveres.” (Fernando Araya, “Laberintos y cavernas,” La Nación, domingo 17 de mayo del 2009.)


La comparación última de los extremos que hace el Sr. Araya de que “ambos extremos se levantan sobre una pila de cadáveres,” es, como menos, una injuria a la Historia. Ello equivale a decir que los órdenes liberales, que por lo general buscan refrenar y hasta minimizar en lo necesario el tamaño del estado, han provocado tantas muertes como las causadas bajo los órdenes anti-mercado, como el fascismo y el socialismo: parece que para el autor no existieron ni Hitler ni Mussolini, ni Pol Pot ni tampoco Stalin ni hoy Kim Il Sung, en cuyos gobiernos impulsaron órdenes económicos totalmente contrarios a las ideas liberales y que se caracterizan por haber causado una generalización de la pobreza. Por ello, aunque el “wishful thinking” de algunos es la pretensión de crear paraísos en la tierra, el ser humano se ve obligado a escoger entre el capitalismo y el socialismo (que incluye a su primo político, el fascismo), tal como nos lo recordó Seldon párrafos atrás.

Por ello, ante quienes enfatizan la necesidad de “perfeccionar” el sistema de mercado, lo conveniente es tener presente lo que señala Pedro Schwartz como un rasgo fundamental del liberalismo clásico, en cuanto dos hechos que señalan limitaciones al ser humano: “en esta tierra al menos, no nos es dado alcanzar el conocimiento cierto; ni tampoco nos es posible construir una sociedad perfecta.” (Pedro Schwartz, “Presentación: Sísifo o el Liberal,” en Nuevos Ensayos Liberales, Madrid: Espasa Hoy, p. 20) y agrega luego “El liberal parte del supuesto de que no hay organización social perfecta… las democracias liberales (son) las que se encuentran siempre en transformación y las que están sujetas a continua inestabilidad…” (Pedro Schwartz, Op. Cit., p. 21).

Relacionado con este tema y dentro de algunas propuestas de reconstrucción del sistema de mercado, acota Sowell: “Aquellos quienes están hoy diciendo que una mejor regulación podría conducir a mejores resultados, están expresando un axioma atrayente que, en el mundo real, induce gravemente al error. No hay duda que una regulación perfecta del gobierno podía haber resuelto los problemas del mercado de la vivienda. Pero también esos problemas los podía haber resuelto una operación perfecta de los mercados libres. Y que seres humanos perfectos podían haber prevenido que los problemas surgieran en una primera instancia.

Pero cualquier intento serio de tratar con problemas serios debe empezar con las personas humanas, e instituciones humanas, tales como son –no como deseamos o tenemos la esperanza de que sean… Los seres humanos cometen errores tanto en el mercado como en el gobierno, a pesar de la noción extendida de que, cuando las cosas salen mal en el mercado, eso automáticamente significa que el gobierno deba intervenir –como si el gobierno no cometiera errores.” (Thomas Sowell, Op. Cit., p. 118). Este es el punto político importante que hay que tener presente ante las propuestas de una mayor regulación e intervención del estado para corregir el presunto fracaso del mercado en el marco de la crisis actual.


Pero, ¿será correcto decir, ante esta crisis originada en los Estados Unidos y concretamente por un alza y luego una estrepitosa caída del mercado de vivienda, que el sistema de mercado fracasó? Debe tenerse presente que un mercado suele reaccionar ante muy diversas razones que pueden motivar la acción de quienes participan en él y que se reflejan en la oferta y la demanda de quienes interactúan en dicho mercado. Por eso, se debe tener presente en una búsqueda que explique los recientes acontecimientos si más bien han sido el resultado de medidas tomadas por el estado que fundamentalmente provocaron la caída del mercado de vivienda y que luego afectó a la economía como un todo, tanto de los Estados Unidos como al mundo entero, en vez de juzgar casi apriorísticamente que “la culpa es del sistema de mercado”. Es allí adonde dirijo ahora mis pasos: valorar el comportamiento de los mercados ante diversas medidas tomadas por el estado que condujeron a la crisis. Se trata de ver, entonces, si es que el mercado “falla” o si es que reacciona ante políticas públicas relevantes; esto es, si esas acciones estatales inciden afectando ciertos precios significativos, que son señales que permiten a los individuos participantes en los mercados coordinar sus acciones. Procedo, así, a analizar diversas medidas estatales que pueden haber impactado el comportamiento de dicho mercado de vivienda en años recientes.

Con esta promesa concluyo esta primera parte de mi comentario acerca de si la crisis actual se debe a un fracaso del mercado o si, como veremos en la segunda parte de este artículo, más bien se debe, en una muy elevada proporción, a las decisiones estatales, tanto en cuanto a la definición de una política pública deliberada de promover la adquisición de vivienda –vivienda asequible para todos, es el slogan- como por la decisión del Banco de Reserva Federal (FED) de los Estados Unidos de aumentar significativamente las tasas de interés después de haber proseguido una política crediticia expansionista que las había mandado por los suelos.

Carlos Federico Smith
Queda debidamente autorizado para reproducir esta columna en el medio de su predilección.

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Actualizado 21/07/2011 a las 12:27 por Boletín ANFE

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