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09-02 Columna libre: La crisis actual y el libre comercio

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Este artículo fue publicado en el Boletín de ANFE de Febrero del 2009

09-02 COLUMNA LIBRE:LA CRISIS ACTUAL Y EL LIBRE COMERCIO
Carlos Federico Smith

Por supuesto que no podían faltar algunos agoreros, principalmente domésticos, que nos dijeran que, ante la actual crisis económica mundial, estaban contados los días del libre comercio.

Sin embargo, al menos la evidencia, hasta el momento, es que los gobernantes de la mayoría de las naciones no parecen promover un regreso a la autarquía que aún anhelan los proteccionistas de toda índole. Pero sí se han dado algunos intentos por introducir políticas comerciales que limiten al actual régimen comercial básicamente sustentado en la libertad de intercambio.

Un caso interesante de esto fue la propuesta que inicialmente consideró el Congreso de los Estados Unidos, en el marco del plan especial de ampliación de gasto gubernamental por $800 billones que la nueva administración Obama impulsó para salir de la recesión actual. Inicialmente se introdujo una cláusula llamada de “contenido nacional”, mediante la cual los recursos contenidos en dicho proyecto de ley para obras de infraestructura (una suma récord en la economía estadounidense) sólo podrían emplearse en proyectos que emplearan hierro, acero y otros bienes manufacturados en los Estados Unidos.

Afortunadamente aún existe el acuerdo comercial llamado NAFTA (por sus siglas en inglés, North American Free Trade Agreement), de una zona de amplio libre comercio entre los Estados Unidos, Canadá y México, que excluye este tipo de políticas proteccionistas. En consonancia con la medida propuesta por el Congreso estadounidense, tanto Canadá como México advirtieron de que dicha medida presupuestaria era violatoria del NAFTA y que más bien podría estimular a que esos dos países impulsaran medidas compensatorias. En dos palabras, hablaron de la posibilidad de represalias comerciales. Al mismo tiempo, uno de los principales socios comerciales de los Estados Unidos, China, país crucial en el esfuerzo multinacional de coordinación de políticas económicas para enfrentar la recesión actual, de inmediato señaló que esas medidas ponían en serio peligro el futuro del comercio mundial, que, en un lenguaje que todos entendemos, significa que, de aprobarse, no dudarían en tomar represalias restrictivas del comercio entre ambas naciones. Similar fue la reacción de la Comunidad Económica Europea, siempre advirtiendo de los riesgos que involucraba esa práctica contraria al sistema de libre intercambio conformado gradualmente a partir de la Segunda Guerra Mundial.

Para que haya una ley en el Congreso de los Estados Unidos se requiere de la aprobación, en primer lugar, de su Asamblea Legislativa o Casa de Representantes y, luego, del Senado. Y, en caso de que ambos proyectos difieran, se debe formular un proyecto de ley nuevo que ponga de acuerdo a ambas versiones. Esta versión conjunta es luego votada y así el proyecto se puede convertir en una ley. Fue en este proceso y en medio de la amenazadora reacción posible de los otros participantes en el comercio mundial, que se diluyó la norma de “contenido nacional” y el mundo se salvó de una tragedia económica mayor que la que actualmente vive.

Algo similar ha sucedido en Europa, en donde algunos países han tratado de introducir legislación que le permita a algunas de sus industrias recibir apoyo gubernamental directo, que no es sino una nueva versión del proteccionismo. El abanderado de esta pretensión, por variar, ha sido Francia, con algún respaldo alemán y de algunas de las antiguas economías comunistas del centro de Europa. Sin embargo, hasta la fecha, ha primado la posición librecambista que se opone a cualquier nueva imposición proteccionista, introducida bajo el prurito de asegurar el empleo doméstico de cada uno de los países.

He enfatizado que esta ha sido la posición “hasta hoy”, pero es de esperar que, en tanto la recesión se mantenga, habrá nuevos y diversos intentos por tratar, a través de prácticas proteccionistas, de que el desempleo de los países proteccionistas disminuya a cambio de su aumento en los países con los cuales intercambian (lo que se llama en inglés políticas de “beggar-thy-neighbor”, que me atrevo a traducir como “pasarles los muertos a los otros”; esto es, políticas diseñadas para mejorar la riqueza propia a costas de aquélla de otros). El punto clave que ha frenado este intento de introducir el proteccionismo es la posibilidad de que los países afectados en sus exportaciones restringidas por dicha práctica, impongan medidas compensatorias que a su vez restrinjan las importaciones que ellos efectúan de los países que originalmente introdujeron esas medidas proteccionistas. Es la amenaza de represalias lo que se ha convertido en un freno a la estulticia.

Digo estupidez (estulticia) con todo el énfasis, porque ya la humanidad experimentó la introducción de restricciones al libre comercio como política dirigida a revertir la recesión económica durante la llamada Gran Depresión de los años treintas, cuyo nefasto efecto sobre las economías del mundo ha sido ampliamente documentado. Si algo bueno puede darse en estos momentos es hacer ver estos resultados a algunos proteccionistas criollos, quienes ya han rodado la especie de que es conveniente, en el marco de la recesión, reintroducir aranceles que estimulen la producción doméstica a costas de la importada.

Fue el presidente Hoover quien en 1929 propuso una ley que aumentaría la protección a los sectores agrícolas, como forma de “ayudar” a los agricultores. Sin embargo, conforme avanzaba el debate en el Congreso de los Estados Unidos (allá, tal como aquí, también funciona aquello de que en la Asamblea Legislativa las cosas se saben cómo comienzan, pero no cómo terminan), se fue ampliando la protección a toda la economía estadounidense e incluso hasta menos de la que inicialmente se propuso para el sector agrícola. La tarifa arancelaria general aumentó de un 40.1% a un 53.2%, aunque hubo bienes, tales como el trigo duro importado de Canadá, que aumentó en un 40% o los instrumentos científicos de vidrio, que pasaron de un 65% a un 85%. En general esta ley, firmada el 17 de junio de 1930 en medio de la profunda recesión, aplicó tarifas a niveles récord a más de 20.000 bienes importados.

Es interesante reseñar que, entre los muchos llamados al presidente Hoover para que vetara la ley, 1.028 economistas de los más diversos Departamentos de Economía de las Universidades de Estados Unidos publicaron un llamado oponiéndose a la promulgación de esta ley de aumento de aranceles y de restricciones al libre comercio conocida como Smoot-Hawley. Años después uno de los organizadores del escrito, el connotado economista Frank Fetter, escribió que “Las Escuelas de Economía, que varios años después se encontrarían inmersas en una fuerte división acerca de la política monetaria, el financiamiento del déficit y el problema ocasionado por las grandes empresas, prácticamente eran una sola en su creencia de que la Ley Smoot-Hawley era una pieza de legislación perversa.” [Citado en The Economist, 18 de diciembre del 2008].

Como resultado de la vigencia de dicha Ley, más de 60 países ejercieron represalias restringiendo sus importaciones desde Estados Unidos. El impacto sobre el comercio mundial fue devastador: en 1933 las exportaciones totales fueron sólo una tercera parte de las de 1929. Aunada a la recesión en el crecimiento de la producción estadounidense, en ese período la restricción en el comercio no sólo se originó por barreras arancelarias proteccionistas, sino también por prácticas de adquisiciones preferenciales desde ciertos países o regiones, cuotas de importación, monopolios estatales para el comercio internacional, etcétera, además de la sustitución de acuerdos comerciales bilaterales en vez del antiguo sistema multilateral basado en la “cláusula de la nación más favorecida”. La lección es clara: ceder a las presiones proteccionistas condujo a una disminución notable de la actividad exportadora y comercial en general, agravando significativamente la crisis que ya se vivía.

Por el contrario, ha sido una grata sorpresa ver cómo se ha elevado la voz en el país en favor de reducir los aranceles en los momentos actuales, como medio para aumentar el ingreso real de los grupos de menores ingresos, en el marco del llamado Plan Escudo impulsado por el gobierno de Costa Rica. Así, el economista Bernal Jiménez Monge, quien en el pasado más bien había abogado en favor del proteccionismo, propuso en un reciente programa de radio que se bajaran los altos aranceles que se tenían para ciertos productos alimenticios, tales como pollo, cerdo, granos básicos (arroz, maíz y frijoles) y, aunque no lo mencionó, pero también entraría en esa misma categoría, el azúcar. En esta ocasión, tomo partido por la sugerencia de don Bernal.

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