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09-01 Columna libre: ¿Somos ahora todos Keynesianos?

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Este artículo fue publicado en el Boletín de ANFE de Enero del 2009

09-01 COLUMNA LIBRE: ¿SOMOS AHORA TODOS KEYNESIANOS?


Carlos Federico Smith

Pues, yo no. Por muchas razones. Empezaré por comentar las propuestas que, en momentos de la Gran Depresión, formuló John Maynard Keynes acerca de algo primordial en el pensamiento liberal: su creencia en el libre comercio. Los aficionados al pensamiento económico tenemos muy claro que, mediante el intercambio voluntario de bienes o servicios, los individuos que lo practican ganan (al menos no pierden) efectuando la transacción. Esa premisa fundamental de la economía –las ganancias del intercambio comercial- parte de la división del trabajo y de la especialización que conlleva en producir ciertos bienes. Importa señalar que conceptualmente este claro beneficio individual es fácilmente extendible tanto a las familias, las comunidades, los pueblos como a las naciones.

Keynes fue, en un momento dado, un claro convencido de las bondades derivadas del libre comercio internacional. Inicio mi análisis citando una referencia suya que aparece en el libro de Douglas A. Irwin, Against the Tide: An intellectual history of free trade (Princeton, New Jersey: Princeton University Press, 1996) –libro en que ampliamente me baso para presentar mis argumentos sobre el tema (las referencias aquí indicadas de opiniones de Keynes sobre comercio internacional las he obtenido de citas incluidas en este libro de Irwin).

La primera cita de 1923 muestra a un Keynes como claro proponente del libre comercio. Dice, “En tanto la decisión dependa de nosotros, debemos adherirnos al Libre Comercio en su interpretación más amplia, como a un dogma inflexible al cual no se le admite excepción alguna. Debemos adherirnos a ello aún cuando no recibamos reciprocidad de tratamiento y aún en aquellos casos raros en los cuales, infringiéndolo, podemos de hecho obtener una ventaja económica directa.

Debemos adherirnos al Libre Comercio como un principio de moral internacional y no meramente como una doctrina de ventaja económica.” (John Maynard Keynes, The Collected Writings of John Maynard Keynes, editado por Elizabeth Johnson y Donald Moggridge {Londres: Macmillan for the Royal Economic Society, 1971-1989 [y de ahora en adelante referido sólo como Collected] y en Irwin, Op. Cit., p. 187)

A este viejo liberal le emocionan esas palabras del Keynes de 1923, pero, pocos años después, se alejaría gradualmente de ese “fundamentalismo liberal” que algunos malquieren.

En 1928 escribió:
“El caso en favor del libre comercio debe sustentarse en el futuro y no en los principios abstractos del laissez-faire, que ahora pocos aceptan, sino en la experiencia propiamente dicha y en las ventajas de dicha política.” (Collected, XIX, 729-730 y en Irwin, Op. Cit., p. 190).

Ahora dice ser pragmático y, en el caso del libre comercio, está a favor de él no por razones abstractas sino prácticas y en cuanto resulte ser ventajoso.

En 1930, en medio de un desempleo elevado en Inglaterra, Keynes propuso usar aranceles a las importaciones para aumentar el empleo total al no haber una utilización plena de la mano de obra. Así lo indica en su obra Un Tratado sobre el Dinero (A Treatise on Money y de ahora en adelante tan sólo Tratado) y citado en Collected, VI, 162-69 y en Irwin, Op. Cit., p. 190.

Una devaluación de la libra frente al oro podría corregir un tipo de cambio mal ajustado y restaurar el equilibrio en la balanza de pagos; sin embargo, Keynes consideró que el Banco de Inglaterra no aceptaría devaluar la libra, caso en que optaría por seguir una política monetaria deflacionaria, a fin de lograr el ajuste requerido. Sin embargo, la presión sindical impediría una política que redujera los salarios nominales, de manera que la restricción monetaria sólo lograría reducir los precios y no los costos laborales, lo cual provocaría pérdidas en los negocios y un aumento del desempleo. Ante esta creencia de Keynes sobre el rumbo que seguiría en esa época el Banco de Inglaterra, expuso en el Tratado que
“creía que las resistencias a una deflación severa del ingreso… siempre han sido muy fuertes. Pero en el mundo moderno de sindicatos organizados y de electorados proletarios son abrumadoramente fuertes.” (Collected, VI, 164 y en Irwin, Op. Cit., p. 191).
Por eso Keynes propuso utilizar aranceles para estimular la demanda interna que permitiera disminuir el desempleo:
“He llegado al punto de vista de que también hay campo para aplicar algún método útil que establezca precios diferenciados entre bienes domésticos y bienes importados.” (Collected, VI, 169 y en Irwin, Op. Cit., p. 192)

A inicios de la Gran Depresión, en 1930, Keynes formuló diversas propuestas para aumentar la producción y el empleo y, de nuevo, consideró que el Banco de Inglaterra no devaluaría, que los sindicatos impedirían una caída de los salarios nominales, que no era fiscalmente posible subsidiar la inversión privada, que aumentos en la productividad eran lentos en darse, que una expansión monetaria coordinada de los principales bancos centrales no era posible por razones institucionales, lo cual dejaba sólo dos opciones viables de política económica: una, dar incentivos a la inversión doméstica y , la otra, poner un arancel que aliviara la recesión, si bien no la endosó.

Ya en julio de 1930 y viendo que la recesión se profundizaba y que el gobierno no tomaba medida alguna, Keynes, aunque receloso, habló de poner aranceles. Así, escribió que, “Con renuencia me fui convenciendo de que se deberían introducir algunas medidas proteccionistas.” (Collected, XX, p. 378 y en Irwin, Op. Cit., p. 193).

En 1931 Keynes señaló tres medidas concretas para reactivar la economía y bajar la desocupación: (1) devaluar, pero eso minaría la confianza en los mercados financieros de Londres; (2) reducir los salarios, pero ello “con seguridad conduciría a la injusticia social y a la resistencia violenta… Por estas razones una política de contracción, que fuera lo suficientemente drástica como para servir de algo, podría ser sumamente impráctica.” (Collected, OX, p. 235 y en Irwin, Op. Cit., p. 195).

Y (3) introducir aranceles, pues propuso:

“un impuesto a la importación del 15% a todos los bienes manufacturados y semi-manufacturados sin excepción, en tanto que se exoneraría del gravamen a las materias primas… En tanto conduce a la sustitución de bienes previamente importados por producción doméstica, incrementará el empleo de este país.” (Collected, IX, p. 231 y 237 y en Irwin, Op. Cit., p. 195).
Si bien Keynes consideró que imponer aranceles no era la mejor medida para estimular la producción y disminuir el empleo, la apoyó como una manera práctica de recuperar la economía.

A fines de 1931 Keynes consideró que el caso en favor del libre comercio era minado por la ausencia de flexibilidad en los salarios a la baja, tal que permitiera el ajuste requerido. Por ello, escribió que “Si bien el libre comercio combinado con una gran movilidad de las tasas de salarios es una posición intelectual respetable… presenta un problema de justicia en cuanto a que muchos tipos de ingresos monetarios (salarios) están protegidos por contratos y no pueden variarse.” (Collected, XX p. 490 y 496 y en Irwin, Op. Cot., p. 195)

Y, ante la crítica de que con su propuesta lograba sólo barajar el empleo desde un sector de la economía hacia otro, sin aumentar el empleo total de la economía, arguyó que “Cuando un librecambista señala que un arancel no puede incrementar el empleo sino que tan sólo lo desvía de una industria hacia otra, tácitamente está suponiendo que un hombre que pierde su empleo en un lado va a reducir el salario que está dispuesto a aceptar hasta que encuentre empleo en otro rumbo… en las circunstancias actuales (eso) es un completo sin sentido.” (Collected, XX, p. 117 y en Irwin, Op. Cit., p. 196).

Para Keynes el libre comercio era recomendable cuando la economía estaba en condiciones de pleno empleo o poseía la flexibilidad del caso para el ajuste necesario, pero en situación de desempleo no era la política correcta, pues en ese caso la opción era entre producir algo o producir nada.

En esos momentos muchos economistas se opusieron a la tesis de Keynes acerca del arancel (entre ellos, Lord Robbins. William Beveridge, T. E. Gregory, Arnold Plant y John R. Hicks), y abogaron en favor del libre comercio, pero los hechos hicieron que el debate se cortara, pues el supuesto de Keynes de que Inglaterra no devaluaría –que era mejor alternativa que erigir aranceles- dejó de cumplirse en setiembre de 1931.

Ante ello, Keynes escribió que “Hasta hace poco estaba urgiendo a los Liberales y a otros acerca de la importancia de aceptar un arancel general como medio de mitigar los efectos del desequilibrio obvio entre los costos monetarios domésticos y del exterior… (ahora) han dejado de ser urgentes las propuestas para una protección elevada.” (Collected, IX, p. 243 y 245 y en Irwin Op. Cit., p. 198).

Su pleno apoyo al mercantilismo se encuentra en el Capítulo 23 de su obra clásica La Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero (The General Theory of Employment, Interest and Money), que, en resumen, cuestiona la capacidad conceptual del laissez-faire de lograr un equilibrio con pleno empleo; específicamente, que la tasa de interés y el nivel de inversión se ajustaban a un nivel óptimo en cuanto al empleo y la producción. Sin embargo, su planteamiento en favor de aranceles continuaba siendo adecuado para circunstancias especiales, si bien no como un caso general. Se podría decir que, hasta ese momento, Keynes continuaba apreciando los beneficios derivados del comercio internacional y su propuesta para introducir un arancel era más bien resultado de una enorme preocupación y de un intento por restaurar el equilibrio de la economía y de promover su recuperación, más que por alguna razón fundamental por la cual los mercados libres fracasaban en restaurar dicho equilibrio.

Sin embargo, Keynes mostró algo más además de la conveniencia del arancel para salir de la crisis, pues su planteamiento acerca de la inamovilidad de los factores y la inflexibilidad a la baja de sus precios, así como una insuficiencia de la demanda agregada, cuestionaron la posibilidad de lograr una situación de equilibrio con pleno empleo, tal como hasta entonces era el criterio casi generalizado de los economistas.

Como expresa Irwin,
“Keynes irrecuperablemente estableció la idea de que los aranceles y otras restricciones a las importaciones eran opciones razonables a la cuales acudir en el arsenal de políticas destinadas a mantener el pleno empleo de la actividad económica.” (Irwin, Op. Cit., p. 201)

El economista John R. Hicks escribió en 1951 que.

“El libre comercio ya no es aceptado más por los economistas, aún como un ideal, en la forma en que solía serlo… la preponderancia de la opinión económica ya no es más tan segura como lo era del lado del libre comercio.” “El hecho principal que ocasionó que tanta opinión liberal en Inglaterra perdiera su fe en el libre comercio, fue la impotencia del viejo liberalismo ante el desempleo masivo y la posibilidad de usar las restricciones a las importaciones como un elemento en un programa activo para luchar contra la desocupación… Fue esto, tan solamente, lo que condujo a Keynes a abandonar su creencia previa en el libre comercio.” (John R. Hicks, “Free Trade and Modern Economics,” en Essays on World Economics, Oxford: Clarendon Press, 1959, p. 41-42 y 48 y en Irwin, Op. Cit., p. 202).

Con el paso del tiempo el argumento expresado por Keynes a favor de restricciones a las importaciones fue relegado a un conjunto de circunstancias muy restringidas, en las cuales sí podría tener algún grado de preferencia frente a otras opciones mejores.
Por ello interesa destacar que, tal como se expuso anteriormente, Keynes a inicios de los años 30s propuso utilitariamente imponer un arancel ante la supuesta oposición inglesa a devaluar, pero en la actualidad tal oposición a esa política ha variado, pues analíticamente se prefiere la flexibilidad en los tipos de cambio a la introducción de aranceles como forma de obtener el ajuste externo requerido. Baste citar los trabajos de Sidney Alexander (“Devaluation versus Import Restrictions as an Instrument for Improving the Foreign Trade Balance,” IMF Staff Papers, abril de 1951) en donde muestra que una devaluación es más eficiente que un arancel, pues la primera política varía tanto los gastos domésticos como los externos hacia la producción doméstica de bienes, mientras que la segunda tan sólo trasladaría la demanda doméstica hacia la producción doméstica.

También está la obra de Friedman (Milton Friedman, “The Case for Flexible Exchange Rates,” en Essays on Positive Economics, Chicago: The University of Chicago Press, 1953), quien asevera que “En principio, los controles directos sobre las importaciones, las exportaciones y los movimientos de capitales podrían lograr los mismos efectos sobre el comercio y la balanza de pagos que las variaciones en los tipos de cambio o en los precios e ingresos internos… Es claro, sin embargo, que los cambios en las importaciones y las exportaciones y en las transacciones de capital que se requieren no pueden ser predichas; el hecho de que cada nueva crisis cambiaria en un país como Inglaterra fuera vista como un rayo que cae del cielo, es una evidencia amplia de esta proposición. Aún si fuera posible predecirlas, el control directo de las importaciones, exportaciones y transacciones de capital por técnicas diferentes a las del sistema de precios, necesariamente significa extender tal control a muchos asuntos internos e interferir con la eficiencia de la distribución y la producción de bienes…” (Friedman, Op. Cit., p. p. 168-169).

También está el trabajo de James Meade (“The Case for Variable Exchange Rates,” en Three Banks Review, setiembre de 1955), en el cual explicó cómo de los tres principales objetivos de política económica –estabilidad de los precios internos, estabilidad de los tipos de cambio y libre comercio- tan sólo dos eran posibles de lograr simultáneamente y que esos tres no se podían lograr a la misma vez. De esta manera, “si se dejaba depreciar la moneda doméstica en los mercados cambiarios externos, se podría mantener estables los precios internos y el libre comercio.” (Irwin, Op. Cit., p. 204).

No fue sino hasta finales de los 60s cuando se cuestionó el análisis Keynesiano de desempleo e inflación, en lo que se conoce como el debate acerca de la curva de Phillips. Aquí han sido esenciales los trabajos de los Premios Nobel Edmund Phelps y Milton Friedman, quienes muestran cómo, aún suponiendo que los salarios sean inflexibles a la baja en el corto plazo, una política expansionista del gobierno no podrá reducir permanentemente el desempleo. Por lo tanto, en el largo plazo una política arancelaria proteccionista no podrá aliviar la desocupación, que tenderá a llegar a lo que se denomina la tasa natural de desempleo, que viene determinada por las condiciones reales de la economía, que influyen en la oferta y la demanda del factor trabajo. Es posible reducir el desempleo, pero reduciendo obstáculos en el mercado laboral, tales como grado de sindicalización, mejorando el nivel de educación del obrero, ampliando el acceso al mercado de la fuerza de trabajo femenina, eliminando leyes sobre salarios mínimos y similares, y no con medidas monetarias expansivas, que sólo podrán influir en la desocupación en el corto plazo.

Es ocasión apropiada para presentar algunas impresiones acerca de Keynes de su amigo personal Friedrich A Hayek, quienes en el marco de la amistad mantuvieron profundas diferencias en cuanto al enfoque macroeconómico que cada uno sostuvo, pues nos permiten mostrar algo acerca de la personalidad de Keynes, pues a veces es difícil entenderlo, dado que, conociendo qué es lo que piensa en un momento dado, luego, ante la crítica, responde haber variado su opinión previa. De eso presento una cita bien conocida (aunque disputada por algunos) de Keynes, quien aseveró que, “Cuando los hechos cambian, yo cambio mi pensamiento. ¿Qué es lo que Usted hace, Señor? (Citado en The Economist del 18 de diciembre de 1999, p. 47). .

Tal vez con ella es posible entender lo que sucedió cuando Hayek criticó el Tratado sobre el Dinero que Keynes escribió en los años 30s. En su análisis de este libro -por lo general favorable- Hayek cuestiona fuertemente el punto fundamental de Keynes, de que había una dependencia directa del nivel empleo con la demanda agregada. Sin embargo, ante dicha crítica lo único que Keynes le respondió fue que dicha obra (el Tratado) ya no reflejaba su pensamiento. “Keynes me dijo: ‘Oh, no se preocupe; ya no creo en nada de eso.” (Friedrich A. Hayek, Hayek on Hayek: An autobiographical dialogue, editado por Stephen Kresge y Leif Wenar, Chicago: The University of Chicago Press, 1994, p. 90).

Para entender las divergencias, Hayek, ante una pregunta de W. W. Barkley, respondió que:

PREGUNTA: “¿Podría decir algo acerca de sus diferencias con los economistas Keynesianos?”
RESPUESTA: “Keynes, en contra de sus intenciones, había estimulado el desarrollo de la macroeconomía. Yo estaba convencido no sólo que sus conclusiones particulares estaban equivocadas sino todo el fundamento de la macroeconomía, de manera que deseaba demostrar que debíamos regresar a la microeconomía. El enfoque macroeconómico provino de los científicos naturales, de que uno podía deducir cualquier cosa para medir las magnitudes de los efectos de agregados y promedios. Eso me llegó fascinar mucho… El otro tema era un problema abierto: ¿A qué es lo que realmente se parece la economía cuando uno la reconoce como el prototipo de una nueva forma de ciencia de los fenómenos complejos, que ya no puede emplear el modelo simple de la mecánica en la física, pero que tiene que lidiar con lo que yo describí como ‘simples predicciones de patrones’, ciertas predicciones limitadas? Eso era mucho más fascinante como problema intelectual.” (Friedrich A. Hayek, Ibíd., p. 96).

Así responde Hayek a otra pregunta de Barkley,

PREGUNTA: “Por lo menos ahora se toma seriamente la cuestión de los agregados Keynesianos y Usted terminó siendo como el hombre que hace cincuenta años lo cuestionó por primera vez.

RESPUESTA: “Es por la desilusión con Keynes que la atención se ha vuelto hacia mí. Y el simple hecho de un desempleo combinado al mismo tiempo con inflación que súbitamente desilusionó a la gente.” ((Friedrich A. Hayek, Ibíd., p. 96).
Hayek también respondió la siguiente pregunta en una entrevista de Jack High del Departamento de Economía de la Universidad de California en Los Angeles:

PREGUNTA: “John Hicks escribió acerca de Usted y quiero citarlo: ‘Cuando se llegue a escribir la historia definitiva del análisis económico de los años 30s, un actor principal en el drama –fue un gran drama- lo será el Profesor Hayek. Hubo un momento en que las nuevas teorías de Hayek fueron las rivales de las nuevas teorías de Keynes.’ ¿Por qué piensa Usted que sus teorías fueron derrotadas por las de Keynes?

RESPUESTA: “Esto tiene dos partes. Una es que mientras Keynes fue objeto de disputa en tanto vivió –mucha en efecto- después de su muerte fue elevado a la santidad. En parte porque el propio Keynes siempre estaba muy dispuesto a cambiar sus opiniones, sus pupilos desarrollaron una ortodoxia: A Usted se le permitía pertenecer a la ortodoxia o no.

Casi al mismo tiempo, yo me desacredité ante la mayoría de mis compañeros economistas por escribir El Camino a la Servidumbre (The Road to Serfdom), el cual a muchos no les gusta. Pero no sólo declinó mi influencia teórica, sino que les llegué a disgustar a la mayoría de los departamentos de entidades educativas, tanto que aún hoy así lo siento. En un alto grado los economistas tendieron a tratarme como a alguien de fuera del círculo, quien se ha desacreditado a sí mismo escribiendo un libro como El Camino a la Servidumbre, el cual ahora se ha convertido en su totalidad en ciencia política…

Parte de la justificación, sabe Usted, fue que después de eso en economía tan sólo hice algunos trabajos incidentales. Creo que hay un aspecto adicional. Yo nunca simpaticé con la macroeconomía o la econometría. Estas se convirtieron en la gran moda durante ese período, gracias a la influencia de Keynes. Eso es claro en el caso de la macroeconomía. Pero el propio Keynes nunca pensó altamente acerca de la econometría, sino todo lo contrario. Sin embargo, su énfasis en los agregados, en el ingreso agregado, en la demanda agregada, estimularon tanto el trabajo en macroeconomía como en econometría. De manera que, muy en contra de sus propios deseos, se convirtió en el líder espiritual de este desarrollo hacia la matemática econométrica de la economía. Ahora, yo siempre he expresado mis dudas acerca de esto y eso no me hizo muy popular entre la generación reinante de economistas. Se pensó de mi como un anticuado que no simpatizaba con las ideas modernas, ese tipo de cosas.” (Friedrich A. Hayek, Op. Cit., p. 143 y 144).

A la luz de lo expuesto, Ustedes podrán haber dado cuenta de algunas de las razones por las cuales, sin dejar de admirar los aportes intelectuales de Keynes, no es correcto aseverar que “ahora todos seamos Keynesianos”.

Para continuar esta exposición, me referiré a la impresión de que los “liberales” (me imagino que alguien como yo, pues la gama de “liberales” es sumamente amplia) nos oponemos al uso de la política fiscal como instrumento para paliar los efectos de una recesión. Al respecto, una vez más, expongo conceptos desarrollados sobre esto por Hayek, que brindan alguna luz a quienes se adhieren a aquella apreciación acerca de los liberales.

Empiezo por una cita de Roger W. Garrison, la cual nos permite comprender que, en muchos aspectos del análisis del ciclo, había una coincidencia entre la visión que tenían los economistas austriacos y aquélla de Keynes. Pero antes debo señalar que la divergencia principal entre estos radica en que, mientras los primeros enfatizan que la causa de la caída del crecimiento de los ingresos (en inglés, “bust”) se debe a que, como resultado de una baja artificial de la tasa de interés por parte del Banco Central, colocándola por debajo de la tasa natural de interés, se llevaron a cabo inversiones no rentables (en inglés “mal-investments”), las cuales después no van a ser sostenibles, pues el aumento necesario en los fondos de inversión no surge de aumentos en los ahorros de la economía (esto lo expuse en la Columna Libre del Boletín de ANFE de noviembre del 2008, que puede ser leído en www.anfe.or.cr/bol/bol_2008_11_1.htm), para Keynes, por su parte, la inflexión en el ciclo se debe esencialmente a una decisión de la comunidad de negocios de involucrarse menos en proyectos de inversión (las alzas y las caídas de los “espíritus animales” que decía Keynes).

Ahora sí, tal como señala Garrison, después de que el alza (“boom”) en el ciclo cedió su lugar a una caída (“bust”)
“…cambios que se auto-revierten en la estructura del capital, ceden su lugar a una caída en espiral tanto de los ingresos como del gasto, la cual se agrava a sí misma cada vez más. Este incremento en la preferencia por la liquidez… no debe ligarse a algún rasgo sicológico profundamente enraizado en la humanidad, sino más bien debe entendérsele como una aversión al riesgo a la luz de una crisis generalizada en la economía. Esta espiral hacia abajo, que es el foco principal del Keynesianismo convencionalmente interpretado, fue descrita por Hayek como ‘deflación secundaria’ –en reconocimiento de que el problema primario era otro: la mala asignación inter-temporal de recursos o, para usar el término que emplea Mises, la mala inversión (‘malinvestment’).” (Roger W. Garrison, Time and Money: The Macroeconomics of Capital Structure, New York: Routledge, 2001, p. 75; el paréntesis es mío).

El pensamiento austriaco (Hayek, Mises) sirve de puente entre la visión clásica de una economía que logra un crecimiento sostenido con pleno empleo hacia una en la cual una política macroeconómica (enfatizan la decisión del Banco Central de reducir artificialmente la tasa de interés nominal por debajo de la tasa de preferencia en el tiempo que define el nivel de ahorro) hace que la economía se caracterice por una situación de equilibrio con un desempleo generalizado; esto es, una depresión, causada por una pérdida de confianza de los negocios o por colapsos del sistema bancario. Lo interesante es que ahora el caso Keynesiano se convierte en uno particular de la economía austriaca, pues ésta es más general en cuanto a que, en una situación en que no hay un política disruptiva (del Banco Central), se logra el caso clásico de equilibrio con pleno empleo, en tanto que, a la vez, con posterioridad a darse una situación del ciclo de los negocios de un alza seguida por una caída, es factible que la economía se encuentre en el caso expuesto por Keynes (de desempleo generalizado).

Continúa Garrison:
“En tanto que la política monetaria es la mejor solución para un problema secundario (en que la demanda de dinero se ha incrementado), la política fiscal es la mejor segunda solución (second-best solution) para el problema primario. El problema primario, manifestado a sí mismo como un colapso en la demanda de inversión, es el pesimismo de los negocios… La mejor solución (first-best solution) sería simplemente una que volteara el pesimismo empresarial hacia un optimismo sobre los negocios…

El optimismo recuperado, el cual se auto-reforzaría, enviaría a la economía en una espiral hacia arriba, hacia un nivel de demanda agregada que validaría la tasa de salarios existente. La peor solución es el laissez-faire, que permitiría que la tasa de salarios se adaptara a las condiciones deterioradas y que haría que la economía tuviera que esperar una depreciación del capital para iniciar la espiral hacia arriba… Limitados a adoptar una segunda mejor solución, los formuladores de políticas se orientan a recrear el nivel de gasto que correspondería a aquellas condiciones ya idas en donde prevalecía el optimismo. La demanda de inversión pública sustituye a la deficiente demanda de inversión privada… La espiral creciente resultante en los ingresos y gastos de consumo…
produce (un aumento)… en la oferta de fondos prestables. Este incremento en la inversión… es acompañado por los cambios correspondientes en todas las otras magnitudes macroeconómicas, de manera que la economía regresa a sus condiciones iniciales…” (Roger W. Garrison, Op. Cit., p. 155 y 156; los paréntesis son míos.)


En presencia de una deflación secundaria, los economistas austriacos no eliminan la posibilidad de utilizar la política fiscal, sin embargo, manifiestan su advertencia acerca de posibles efectos que deben ser tomados en consideración. Esencialmente, enfatizan el efecto que podría tener una política de gasto gubernamental que compense la ausencia de inversión privada sobre la tasa de crecimiento de la economía, en contraste con una situación en donde el equilibrio se logra simplemente por un aumento de la inversión privada.

Antes de intentar un comentario acerca de este posible impacto, el cual lo haré aquí con posterioridad, es importante referirse en este momento a la acusación hecha de que los economistas austriacos, concretamente Hayek y Robbins, han sido “liquidacionistas”, en el sentido de que proponen no hacer nada ante una recesión y dejar que el ajuste requerido se lleve a cabo sin seguir políticas monetarias o fiscales que, en su momento, podría haber propuesto Keynes. Esto es, el laissez-faire a que se refirió el economista austriaco Roger Garrison en la cita inmediata anterior.

Los liquidacionistas supuestamente veían a la Gran Depresión como el precio necesario de pagar por las políticas expansionistas proseguidas durante la década previa, en donde, después de las quiebras (liquidaciones) de los negocios, resurgiría, como ave fénix, el capitalismo con una nueva estructura productiva en la cual ya no existirían las previamente denominadas inversiones no productivas (“malinvestments”). Como consideró Joseph Schumpeter, el capitalismo avanzaba gracias a un proceso de destrucción creativa. (Este tema lo traté con mayor amplitud en la Columna Libre del Boletín de ANFE de diciembre del 2008, en www.anfe.or.cr/bol/bol_2008_12_1.htm).

Esta crítica a los economistas austriacos la plantea, por ejemplo, el reconocido economista Bradford DeLong, quien señaló que,
“Al adoptar tales políticas ‘liquidacionistas’, la Reserva Federal simplemente estaba siguiendo las recomendaciones brindadas por la teoría económica de las depresiones, que de hecho era común antes de la Revolución Keynesiana y que era sostenida por economistas como Friedrich Hayek, Lionel Robbins y Joseph Schumpeter.” (J. Bradford DeLong, Liquidation Cycles and the Great Depression, Harvard University and the National Bureau of Economic Research, 1991 y citado en Lawrence H. White, “Did Hayek and Robbins Deepen the Great Depression?,” Journal of Money, Credit and Banking, Vol. 40, No. 4, junio del 2008, p. 752. White es el Profesor F. A. Hayek de Historia Económica de la Universidad de Saint Louis-Missouri).

No sólo se considera que Schumpeter no forma parte de los llamados economistas austriacos (aunque algunos así lo ven), sino que también ni Hayek ni Robbins se opusieron a la utilización de medidas anticíclicas, tal como lo asume DeLong, al decir en un comentario en línea, sin fecha, que esos austriacos consideraban que “…en el largo plazo la Gran Depresión resultaría haber sido una ‘buena medicina’ para la economía y que los proponentes de políticas de estímulo eran enemigos miopes del bienestar público.” (J. Bradford DeLong, Friedrich A. von Hayek, www.jbradford.delong.net/Economists/hayek.html y en Lawrence H. White, Op. Cit., p. 753).

Hayek mantenía como recomendación de política económica mantener el ingreso nominal, de manera que la cantidad de dinero en circulación debería de ajustarse de acuerdo con los cambios en la velocidad de circulación del dinero; esto es, acoplarse ante variaciones en la demanda de dinero, de forma que se mantuviera la constancia en los ingresos y, por tanto, postulaba que no variara la cantidad de dinero si no se daba una variación en la velocidad de circulación.

En términos de la ecuación cuantitativa MV = PQ, en donde el ingreso monetario Y es igual a PQ, para que Y no varíe –se reduzca durante una recesión- si la demanda de dinero aumenta (es decir, si disminuye la velocidad de circulación del dinero V) fenómeno que, en opinión de Keynes y de Friedman era posible que se diera en una recesión, la propuesta de Hayek era la de aumentar M, de manera que compensara esa baja en V.

De acuerdo con White (Op. Cit., p. 755), Hayek “lamentó la disminución en la cantidad de dinero en circulación M debido al retiro que hizo el público de dinero de reserva de los bancos (tal como había ocurrido en 1929-33), refiriéndose Hayek [en Friedrich A.

Hayek, A Monetary Nationalism and International Stability, London: Longmans, Green, 1937, p. 82] a ‘esa característica más perniciosa de nuestro sistema presente: esto es, que un movimiento hacia tipos de dinero más líquidos causa un descenso real en la oferta de dinero y viceversa”… declaró (Friedrich A Hayek, Ibíd., p. 84) que el deber de un banco central yacía en ‘compensar tanto como fuera posible los efectos de cambios en la demanda de activos líquidos sobre la cantidad total de medio circulante.” (El detalle entre paréntesis cuadrados es mío).


Así Hayek propuso para este caso de recesión secundaria utilizar una política monetaria expansionista compensatoria del aumento en la demanda de dinero, si bien posteriormente lamentó no haber insistido más en dicha recomendación. Comentó que
“Soy el último en negar – o más bien hoy soy el último en negar- que en estas circunstancias, son apropiadas contra-medidas monetarias, intentos deliberados de mantener el flujo monetario. Probablemente debo agregar una explicación: Tengo que admitir que asumí una actitud diferente hace cuarenta años, a inicios de la Gran Depresión. En esa época creía que un proceso de deflación de cierta duración corta podría quebrar la rigidez de los salarios que yo pensé era incompatible con una economía que funcionara. Tal vez debería en ese entonces haber entendido que esa posibilidad ya no existía más… Ya no sostendré más, tal como lo hice en los años 30s, por esa razón, y tan sólo por esa razón, que era deseable un breve período de deflación. Hoy día creo que la deflación no tiene función alguna que valga la pena y que no hay justificación para apoyar o permitir un proceso deflacionario.” (Friedrich A. Hayek, A Discussion with Friedrich A. von Hayek, Washington D. C.: American Enterprise Institute, 1975, p. 5 y en White, Op. Cit., p. p. 764-765).

Si bien Hayek y Robbins, en vez de permanecer pasivos, arguyeron en favor de aumentar la cantidad de dinero en circulación para compensar los aumentos en la demanda de dinero para mantener constante el nivel de ingresos, lo cierto es que, como dice White, hay un grano de verdad en los planteamientos de DeLong (y también de Friedman, quien en su momento formuló dicha crítica; ver la referencia que de él hace Gene Epstein, “Mr. Market [Interview with Milton Friedman],” Hoover Institution Digest, No. 1, 1999, en www.hooverdigest.org/991/epstein.html) de que “Hayek y Robbins por sí mismos fracasaron en impulsar esta receta a inicios de los años treintas, cuando importaba al máximo.” (Lawrence White, Op. Cit., p. 754).

Alguien podría preguntar acerca de la actitud de estos oponentes austriacos al Keynesianismo de emplear la política fiscal a fin de salir de la recesión (la recesión secundaria). Sobre esto White presenta una cita que me permito transcribir:

“En lo que se refiere a la política fiscal, la teoría austriaca del ciclo de los negocios se mantuvo en silencio. Hayek y Robbins se opusieron a los programas públicos para crear empleo, pero lo hicieron porque creían que los programas dirigirían erróneamente los recursos escasos, no porque el programa fuera financiado mediante endeudamiento del sector público.” (Lawrence White, Op. Cit., p. p. 754-755).

Volviendo a los posibles efectos sobre el ingreso que mencionaba en este comentario tres páginas atrás, de acuerdo con Roger Garrison, al emplearse el gasto público en inversión en sustitución de una insuficiente inversión privada, valorar si el efecto será positivo o negativo en mucho va a depender de lo que denomina la “dependencia en la visión que se tenga.” Así, Garrison indica que “Hayek (en Collectivist Economic Planning: Critical Studies on the Possibilities of Socialism, Clifton, New Jersey: Augustus M.

Kelley, 1975 y originalmente escrito en 1933), siguiendo a Mises (en Socialism: An Economic and Sociological Analysis, New Haven: Yale University Press, 1951 y originalmente escrito en 1922) se refirió a los problemas fundamentales para la asignación de recursos por parte del sector público. El estado no puede calcular los costos y beneficios tal como lo hace el mercado. Hayek, por tanto, esperaría que la economía que llegó a un equilibrio mediante una política de gasto público diseñado creciera más lentamente. Keynes (en La Teoría General, p. 164), quien mira al estado como estando “en una posición en que puede calcular la eficiencia marginal de los bienes de capital a largo plazo y con base en la ventaja social general,” esperaría que la economía con un pleno empleo diseñado por la política gubernamental, creciera más rápidamente…

Sin embargo, en el largo plazo la actuación de la economía puede verse afectada por la misma naturaleza de la mezcla fiscal… Los cambios en la estrategia gubernamental para acomodar un déficit crónicamente grande puede tener efectos dramáticos sobre las condiciones del mercado –sobre las tasas de interés, tasas de inflación y tipos de cambio. Estas son las condiciones críticas del mercado a las cuales los empresarios del sector privado se tienen que adaptar. Tener que averiguar qué estrategia específica se adoptará en la realidad –o qué combinación de ellas- agrega a los ‘desconocidos y a los imposibles de conocer’ y eso tiene su efecto propio sobre la comunidad de negocios. Con prospectos inciertos de alzas en las tasas de interés, de un empeoramiento de la inflación y de mercados de exportación debilitados, los empresarios del sector privado pueden estar dudosos de comprometerse a sí mismos con proyectos de inversión… En efecto, aún cuando no tenga fundamento la creencia de Keynes de que el gasto en inversión es inherentemente inestable y que el pleno empleo se da tan sólo por accidente, la puesta en práctica de la política de estabilización Keynesiana –el arreglo fiscal y la deuda concomitante y las incertidumbres relacionadas con esa deuda- bien puede hacer que la economía exhiba la inestabilidad y la lentitud características de la visión Keynesiana.” (Roger W. Garrison, Op. Cit., p. p. 156-157).

La opinión expresada en el párrafo previo debe, como mínimo, servirnos para una inyección de mesura en cuanto a las múltiples propuestas de gasto gubernamental que hoy en día uno escucha como medio para compensar una presuntamente insuficiente demanda agregada privada. Pero, al mismo tiempo, debe ser útil para que el lector se dé cuenta de los costos que podría tener un intento de sustituir una supuestamente insuficiente inversión privada por una actividad pública compensatoria. No sólo esto introduce el tema de la menor eficiencia con que la actividad pública puede asignar los recursos productivos escasos, en comparación a como lo hace la actividad privada, sino que también es igualmente importante la limitación de la libertad que usualmente conlleva la actividad pública.

Según Keynes,
“en un sistema descentralizado los ahorrantes y los inversionistas son dos grupos diferentes de gente, hecho que repetidamente reporta en la Teoría General. Esta fragmentación de las decisiones de ahorro e inversión en la economía hace que surja un riesgo para los prestamistas, que podría ser evitado por una reforma institucional apropiada… [Para Keynes] mientras que el ahorro voluntario bajo el laissez-faire puede ser refrenado por la necesidad de pagar interés, es ‘posible que el ahorro comunal sea mantenido a un nivel que permitiría el crecimiento del capital hasta un punto en donde cesa de ser escaso por medio de una agencia del Estado’ (John M. Keynes, The General Theory, p. 376). En otras palabras, si la decisión de ahorrar puede ser centralizada, la tasa de interés (implícita) puede ser empujada por debajo de su nivel inferior, creado en gran parte por el riesgo del prestamista quien a su vez depende del riesgo sobre el proyecto en que incurre quien le pide prestado y que caracteriza las decisiones de ahorro e inversión.” (Roger W. Garrison, Op. Cit., p. 178).

En un sistema capitalista los empresarios actúan en función de sus cálculos de costos y beneficios privados y no de los costos y beneficios sociales, por lo que posiblemente propuestas como la expuesta de Keynes van a afectar las decisiones de inversión que consideren llevar a cabo, lo cual significa, ni más ni menos, que se elevará la incertidumbre en la economía. Por ello Keynes debió afirmar que “Espero ver al Estado, que está en una posición en que puede calcular la eficiencia marginal de los bienes de capital con una visión de largo plazo y en base de la ventaja social general, que tome una mayor responsabilidad para organizar directamente la inversión.” (John M. Keynes, The General Theory, Op. Cit, p. 164 y en Roger W. Garrison, Op. Cit., p. 180).

Si para el lector esta cita no es suficiente para tener una idea del totalitarismo a que conduce la propuesta Keynesiana, lo reitero con la siguiente cita:

“Yo concibo, por lo tanto, que alguna forma de socialización comprensiva de la inversión probará ser el único medio de asegurar una aproximación al pleno empleo.” (John M. Keynes, The General Theory, Op. Cit, p. 378 y en Roger W. Garrison, Op. Cit., p. 180).

Podemos así estar claros en cuanto a que Keynes pretendía un orden socialista de burócratas supuestamente omnisapientes, quienes sustituirían a los empresarios en sus decisiones de inversión. Esta preferencia Keynesiana simplemente parte de una comparación sin sentido entre un capitalismo “como es en la realidad” (según Keynes) con un socialismo “que nunca ha existido”.

Termino este ensayo mencionando que en la portada de la revista Time del 31 de diciembre de 1965 aparece una foto de Keynes con una supuesta cita de Friedman, la cual dice: “Ahora todos somos Keynesianos” y que se ha reproducido aquí en días recién pasados. Friedman posteriormente aclaró que su cita había sido obtenida fuera de contexto y que lo que dijo fue que
“En un sentido, ahora todos somos Keynesianos, en otro ya nadie es Keynesiano. Todos nosotros usamos el lenguaje y el aparataje Keynesiano, pero nadie de nosotros acepta más las conclusiones Keynesianas iniciales.” (Milton Friedman, “Why Economists Disagree,” Dollars and Deficits, New York: Prentice Hall, 1968, p. 15 y en Mark Skousen, “Milton Friedman, Ex-Keynesian,” The Freeman, July, 1968).

Lo correcto es interpretar a Friedman como Keynesiano en el sentido de que, al igual que en el modelo que desarrolla Keynes en su Teoría General, el suyo –el modelo monetarista- no incluye un análisis de la estructura de capital, tal como sí lo considera el modelo austriaco. En todo caso, Friedman, para aclarar las cosas, expuso que, “He sido conducido a rechazar (el Keynesianismo)… porque creo que ha sido contradicho por la experiencia.” (Milton Friedman, “Keynes’s Political Legacy,” en John Burton, ed., Keynes General Theory; Fifty Years On, London: Institute of Economic Affairs, 1986, p. 48 y en Skousen, Op. Cit.)

A su vez Nixon, en enero de 1971, expuso su versión de la célebre frase cuando dijo: “Ahora soy Keynesiano,” al justificar un presupuesto “de pleno empleo” que contenía un financiamiento deficitario para reducir el desempleo. No olvidemos que Nixon introdujo una extensa política de controles de precios y salarios para contener las presiones inflacionarias. Nixon bien puede compartir con Keynes la apreciación de que el mercado esencialmente no resuelve el problema de coordinación.

Me permito dedicar estas reflexiones sobre el famoso dictum “Ahora todos somos Keynesianos” al columnista licenciado Jorge Guardia, quien la popularizó hace algunos meses en el periódico La Nación e incluso volvió a repetirla a principios de este año en otra columna. Estoy seguro de que con su lectura apreciará el sentido de una política económica apropiada para una situación de recesión, la cual está muy alejada de los alcances del pensamiento Keynesiano, en especial después de que, con el paso de los años, lo que más ha estimulado es el uso del estado para sustituir lo que bien podría lograr un sector privado. Por ello he pensado que, si se quiere aplicar política fiscal ante la crisis, sea principalmente mediante una reducción de los impuestos, de manera tal que permita a las personas recuperar su poder adquisitivo y, principalmente, para que se vea estimulado a invertir, que es lo que hace falta en este marco de desconfianza, en mucho originado por malas políticas gubernamentales seguidas en los Estados Unidos, tanto por la Reserva Federal, como por las cuasi-estatales Fannie Mae y Freddie Mac.

Por supuesto, esta reducción no debe ser temporal, sin que se le perciba como permanente, de largo plazo, por los agentes económicos, pues de no ser así simplemente pasaría tal como sucedió con el reciente experimento Keynesiano de los Estados Unidos a mediados del 2008, por el cual se dio un reembolso a los contribuyentes con el fin de alentar su consumo, dada una presuntamente insuficiente demanda agregada. Pero, ¡pobre función consumo Keynesiana!, el consumo no aumentó, pues las personas percibieron este aumento de su ingreso como algo temporal y que, al no formar parte de un incremento en la función de consumo permanente (tal como lo expuso históricamente Friedman), simplemente ahorraron esa alza temporal de sus rentas.

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Actualizado 19/07/2011 a las 14:26 por Boletín ANFE

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