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08-12 No llores por el libre comercio

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Este artículo fue publicado en el Boletín de ANFE de Diciembre del 2008

08-12 NO LLORES POR EL LIBRE COMERCIO


Jadish Bhagwati*
Vaya a los principales periódicos de los Estados Unidos de estos días y leerá acerca del “desánimo” y hasta de la “pérdida de fe” de los economistas en el libre comercio. Posteriormente recibe los incesantes pronunciamientos proteccionistas de los nuevos Demócratas en el Congreso (esto es, aquellos quienes tuvieron éxito en las últimas elecciones) y las ambigüedades calculadas acerca del libre comercio de los viejos Demócratas cuando aspiran a la Presidencia (tal como Hillary Clinton –quien infamemente clamó por una “pausa” en la ratificación de acuerdos comerciales). Cuando son desafiados por los proponentes del libre comercio, estos políticos ahora típicamente les dicen: “Ah, pero es que ya los economistas no conforman un consenso acerca del libre comercio,” citando esas mismas historias que leen en los periódicos.

Por ello, Usted podría pensar que los días del libre comercio en los Estados Unidos han quedado atrás. De hecho, el clamor en contra del libre comercio es tan intenso que pronto podremos sintonizar a la PBS {el sistema estatal de televisión y radiodifusión de los Estados Unidos} y encontrarnos con el Réquiem por el Libre Comercio compuesto y ejecutado por Sir Paul McCartney. Sin embargo, toda esta moda me recuerda a una caricatura en que aparecen dos santones perezosamente sentados en las arenas del desierto, junto con sus camellos, y uno está leyendo el emocionante periódico del Cairo Al-Ahram y le dice al otro: “Aquí dice que de nuevo estamos excitados.”

La verdad de las cosas es que entre los economistas el libre comercio está vivo y goza de buena salud; los argumentos analíticos en su favor, desarrollados con gran sofisticación en la teoría de la postguerra sobre política comercial, habiendo sido difícilmente tocados por cualesquiera argumentos originales de unos pocos economistas, incluyendo a Alan Blinder en el debate de hoy en día, nos han resguardado en su contra.

La Ultima Celebración del Vuelo de los Economistas en que se Alejan del Libre Comercio

Si uno observa la marejada más reciente de historias periodísticas acerca del libre comercio, es asombroso ver qué tan a menudo han sido escritas, en años recientes, en tonos funerarios y con un desprecio de la realidad histórica por la forma en que tales historias se han escrito recurrentemente durante los últimos veinte años en los principales periódicos y revistas. La últimas historias son de reputados periodistas, tales como Lou Uchitelle del New York Times [1] y por el equipo de Bob Davis y David Wessel en el Wall Street Journal. [2] Ellos ha menudo destacan a economistas “disidentes” tales como William Baumol (con su coautor, el ampliamente renombrado matemático Ralph Gomory) y a Alan Blinder, quien hoy está frente a nosotros.

Si bien su entusiasmo en imaginar la salud enfermiza, y hasta la desaparición, del libre comercio traiciona su ignorancia de análisis anteriores que a nada llegaron, es igualmente destacable que estos periodistas son contradichos por otros cuyos análisis de la fortaleza del libre comercio entre los economistas son más exactos. Así, aún en el momento en que Davis y Wessel estaban escribiendo su historia sobre “repensando” el libre comercio en el Wall Street Journal, un periódico conservador {liberal en nuestra terminología}, y proclamando que “De muchas maneras, el debate acerca del libre comercio se está moviendo en… la dirección [de los escépticos y de los oponentes]”, yo llamé la atención de Davis en una entrevista telefónica sobre la columna del brillante y agudo Eric Alterman en The Nation, la revista hoy en día más influyente de la izquierda, en la cual correctamente se quejaba de la aprobación continua del libre comercio por parte de los economistas: “Esta columna no va a resolver la disputa acerca de si los Estados Unidos necesitan una política comercial más fuerte. Resulta que yo pienso que así debería de ser, pero no espero poder convencer a, digamos, Paul Krugman o a Jagdish Bhagwati, de que yo estoy en lo correcto y de que ellos están equivocados. Mi pregunta es: ¿Por qué en el discurso político la opinión de la mayoría [política] del país no logra nada sino menosprecio?” [3]

A fin de obtener una perspectiva de las historias actuales de los medios acerca de la desaparición, una vez más, del consenso de los economistas sobre el comercio internacional, permítanme regresar a documentar los diferentes episodios de años recientes en que se escucharon falsas notas de alarma sobre el libre comercio, similar en moda a aquellos de la abigarrada tripulación que acabo de citar, como son los últimos escritos periodísticos todos de una vena similar. Evaluaré y descartaré los argumentos “heréticos” que se han avanzado en contra del libre comercio en cada episodio; en efecto, yo fui puesto por los medios en el papel de defensor del libre comercio en todos estos episodios.



Episodio 1. El Ascenso del Japón: Krugman y Tyson

Al momento, el disentimiento más destacado sobre el libre comercio, el equivalente a una tormenta de Categoría 5, provino del estudiante del Instituto Tecnológico de Massachusetts {MIT}, Paul Krugman, hoy día una de los personajes ciertamente profundos en la teoría del comercio internacional. Krugman extendió la teoría de la competencia imperfecta a la teoría del comercio y empezó a argüir que “El Libre Comercio Después de Todo era Algo Pasado de Moda”, a finales de los ochentas, cerca de hace dos décadas. El efecto en los medios y en los oponentes al libre comercio fue electrizante, principalmente por el surgimiento del Japón y porque los alegatos de que era proteccionista, en tanto que los Estados Unidos eran librecambistas, habían alimentado el frenesí que pedía a un reputado economista como ícono de los proteccionistas.

Robert Kuttner, a la fecha editor de The American Prospect y por mucho tiempo un escéptico del libre comercio, celebró la aparente herejía de Krugman. Karen Pennar escribió en Businessweek en 1989, bajo el titulo “El Evangelio del Libre Comercio está Perdiendo sus Apóstoles”, que “El Libro Comercio es bueno para Usted… Ahora más y más economistas ya no están tan seguros.” Además de Krugman, Laura Tyson (también una de mis más distinguidas estudiantes del MIT) fue citada en apoyo de “usar políticas comerciales para promover y proteger industrias y tecnologías que creemos son importantes para nuestro bienestar”, una posición que fue rechazada por el economista de Stanford, Michael Boskin, con sus famosas y políticamente costosas palabras: no hay diferencia entre las papas tostadas y los chips de semiconductores.

Simplemente tome dos de los principales argumentos, empezando con la propuesta de Tyson de usar la política comercial como un instrumento de la política industrial. Tyson alegó que las industrias que tuvieran externalidades deberían de ser protegidas. Tal como una vez dijo el Premio Nobel, Robert Solow, Demócrata como pocos: “se que hay muchas industrias en las que hay cuatro dólares de valor de producto social por cada dólar de valor de producto privado: mi problema es que no se cuáles son.” Además, Michael Schrage de The Los Angeles Times decidió mirar de hecho cómo es que se hacían las papas tostadas y los chips de semiconductores y, en tanto que los proponentes de la política industrial obviamente pensaron que los chips de semiconductores eran fabricados con una tecnología sofisticada, la realidad resultó ser muy diferente. Las papas Pringles, disponibles en el mini-bar de los hoteles de lujo, eran fabricadas por Frito-Lay, subsidiaria de la Compañía Pepsicola, en fábricas virtualmente automatizadas, mientras que los semiconductores involucraban ajustes de tableros de forma impensada por obreros con pocas habilidades, pero con mucha paciencia y habilidad para sobrevivir el aburrimiento. Es más, en su momento hice notar en un comentario en The New Republic acerca del influyente libro de Laura Tyson, Who’s Bashing Whom?, la preocupación exagerada acerca de qué es lo que uno produce para definir su destino económico, en una obsesión cuasi-Marxista que bordea la estupidez. Usted puede producir papas tostadas, exportarlas e importar computadoras, las que puede usar para hacer cosas creativas. Igualmente, Usted puede producir semiconductores, exportarlos e importar papas tostadas, que podrá masticar mientras mira la televisión, echado en un sofá y convertido en un ocioso. Lo que Usted “consume”, en un sentido muy amplio, es posible que sea más importante para Usted y para el bienestar de nuestra sociedad, que lo que Usted produce.

Sin embargo, el modelo teórico de Krugman de competencia imperfecta entre las empresas que producen productos diferenciados y el modelaje de industrias oligopólicas (por contemporáneos de Krugman, tales como Gene Grossman de Princeton, mi igualmente destacado alumno del MIT, quien apenas venía detrás de Krugman) ciertamente dio lugar en un nivel más profundo a problemas para el libre comercio. Para entender esto, considere que los dos últimos siglos desde que Adam Smith escribió acerca de las virtudes del libre comercio, en efecto habían sido testigos de un disentimiento repetido por parte de economistas de primera línea, tales como Keynes en la época de la Gran Depresión. En esencia, el argumento a favor del libre comercio es una extensión del argumento a favor de la Mano Invisible: que si los precios del mercado no reflejan los costos sociales, entonces la Mano Invisible, que usa los precios del mercado para guiar la asignación, señalará en la dirección equivocada. Durante la Depresión, evidentemente los salarios del mercado (que eran positivos) excedían al costo social (que era cero debido al desempleo extensivo). Así fue como Keynes se convirtió en un proteccionista. Similarmente, si quienes contaminan pueden hacerlo sin tener que pagar por ello, estaríamos sobre-produciendo en la industria de la contaminación, porque su costo privado estaría por debajo de su costo social (el cual debería de incluir el costo que se impone debido a la contaminación). De nuevo, el caso en favor del libre comercio se vería comprometido. Cada generación parece haber descubierto algún fracaso del mercado, apropiado en ese momento, el cual, entonces, minaría el caso en favor del libre comercio.

Pero, al escribir en 1963 en el Journal of Political Economy, formulé un punto muy sencillo que resultó ser revolucionario como argumento en favor del libre comercio: Señalé que, si el fracaso específico del mercado era eliminado mediante una política adecuada, entonces, se restauraría el caso en favor del libre comercio. De manera que, si se introdujera un principio de que “quien contamina, paga” (o de permisos negociables que igualmente cobrarían a aquellos quienes quisieran contaminar), entonces, estaríamos en capacidad de explotar plenamente las ganancias del intercambio mediante la adopción del libre comercio. El caso en favor del libre comercio había sido restaurado después de dos siglos de dudas recurrentes.

Pero había una trampa importante. Si el fracaso del mercado se daba en los “mercados” domésticos, tales como los mercados de trabajo, en los cuales podría haber imperfecciones como diferenciales entre salarios urbanos y rurales o salarios inflexibles a la baja, que conducía a que existieran salarios que excedían el “verdadero” costo del trabajo, entonces, mi argumento era el correcto: y la vasta mayoría de tales imperfecciones de hecho se daban en los mercados domésticos. Pero si estas imperfecciones surgían en los mercados internacionales, entonces, arreglar estos fracasos involucraría la utilización de tarifas y así el libre comercio no podría ser restaurado como la política apropiada. De manera que, si un país o sus productores, tenían algún poder en los mercados internacionales para elevar los precios a los cuales pudieran vender, al ofrecer en venta una cantidad menor, lo harían mejor mediante lo que los economistas llaman “una tarifa óptima”, un argumento que se remonta a la época de Adam Smith. Precisamente Paul Krugman estaba lidiando con tales imperfecciones.

Pero eventualmente Krugman y otros economistas del comercio regresaron al libre comercio por medio de varios escritos, dejando en el aire a Kuttner y a otros. Esencialmente eso fue logrado con argumentos de “economía política”, los que, si bien eran menos consistentes, sin embargo, eran convincentes. Un conjunto de economistas, entre ellos Avinash Dixit de Princeton, regresó al rebaño, diciendo que “no había carnita”; esto es, que las imperfecciones en el mercado de bienes no eran, basado en investigaciones empíricas, lo suficientemente sustanciosas como para justificar un alejamiento del libre comercio. Otro conjunto de economistas, Krugman entre ellos, aprobó el argumento de que la protección empeoraría las cosas, y que no las mejoraría. Mi radical maestra de Cambridge, Joan Robinson, solía decir que la Mano Invisible funcionaba mediante el estrangulamiento; la menos drástica demostración Krugmaniana, de que era débil cuando había imperfecciones en el mercado de bienes, en cambio ahora se la combinaba con el punto de vista de que la Mano Visible debería de mutilarse. Sin embargo, otros pensaron que, una vez que permitíamos la existencia de represalias debido a las tarifas, era muy poco posible que aquellos quienes iniciaron el proteccionismo pudieran sobrevivir a tales represalias, como razón para que se abriera una botella de champaña en celebración.

Los proteccionistas, quienes habían celebrado a Krugman como su ícono, se desilusionaron y hasta se enojaron: Por ejemplo, Kuttner escribiría críticas fieras sobre Krugman durante años. Pero la verdad de las cosas es que, aún en los momentos en que estos economistas regresaron al rebaño del libre comercio, Japón cesó de ser una amenaza y la histeria acerca del Japón, espesa como una densa neblina, se calmó. El libre comercio, como nuestra opción de política por elección, regresó de nuevo a estar en el negocio.



Episodio 2. El ascenso de India y China: Paul Samuelson

Pero luego el ascenso de India y China conduciría a otra tormenta Categoría 5. Esta vez provino del Premio Nobel Paul Samuelson, mi maestro en el MIT. Al escribir en el Journal of Economic Perspectives del verano del 2004, arguyó, combinando matemáticas no asequibles a periodistas con un lenguaje colorido, que los creyentes en la globalización estaban ignorando la realidad de que el ascenso de India y China significaría que el bienestar de los Estados Unidos podría sufrir un golpe. [4]

Aunque Samuelson tuvo el cuidado de decir que eso no significaba que los Estados Unidos deberían de responder con el proteccionismo, los proteccionistas pensaron que tenían otro ícono del proteccionismo, esta vez el, discutiblemente, economista más grande del Siglo XX junto con Keynes ¡y por muchos años un proponente del libre comercio en su grey! Kuttner regresó a su negocio y hubo numerosas historias en las revistas y los periódicos que se comparaban con aquellas de cuando Krugman arribó a la escena, casi veinte años antes: como ejemplos, “Shaking Up Trade Theory” de Aaron Bernstein en Business Week, “An Elder Challenges Outsourcing’s Orthodoxy,” de Steve Lohr en el New York Times, entre muchos otros. Samuelson tuvo el cuidado de enfatizar, tal como lo reportó Steven Lohr en su entrevista para el artículo, que su análisis “no significaba que fuera una justificación para que se tomaran medidas proteccionistas”. Pero eso se perdió en medio de las inferencias injustificadas en contra del libre comercio por parte de los proteccionistas.

Ahora bien, los economistas por mucho tiempo han apreciado que desarrollos externos (“exógenos”) podrían afectar a una economía. En efecto, mi maestro de Cambridge, Harry Johnson, escribió precisamente sobre este tema en los años cincuentas, cuando el dólar era escaso y los europeos optaron por el punto de vista pesimista de que el crecimiento de los Estados Unidos les iría a perjudicar (tal como muchos creen que es el caso de los Estados Unidos cuando India y China crecen) y señaló que, más bien, Europa se beneficiaría con ello. Para ver esto como una analogía, imagine Usted cómo el clima puede afectar su bienestar. Si un huracán golpea a la Florida, eso duele. Pero si un buen monzón arriba a la India, eso ayuda.

Así las cosas, tan sólo un economista sin sofisticación (y Samuelson está en lo correcto en que hay algunos, si bien no necesariamente son los que él cita) descartaría la posibilidad lógica de que un ascenso de China e India pudiera dañar a los Estados Unidos. Esa parte no es noticia. Pero lo que se convirtió en noticia en la imaginación popular, alimentada en mucho por los medios y por los proteccionistas, fue que, si de hecho transpiraba tal posibilidad pesimista, la respuesta apropiada sería el proteccionismo. Para ver esto de nuevo con toda simpleza, suponga que un huracán efectivamente daña a la Florida. Si el Gobernador Jeb Bush responde a ello cerrando el comercio con el resto de los Estados Unidos, sino es que con todo el mundo, tan sólo estaría aumentando la angustia de Florida. Y Samuelson, cuyo récord académico es impecable y quien no es una criatura de pasiones o un politiquero, evidentemente no estaría cometiendo este error elemental.

Al filtrarse esta verdad, tal como muchos economistas lo notaron y Samuelson mismo lo hizo notar de cuando en cuando, los proteccionistas perdieron a su nuevo ícono. Es más, crecientemente economistas que exploraron este asunto mostraron que la posibilidad pesimista de que el ascenso de la India y China, en donde “se parecieran más a nosotros”, pudiera reducir las ganancias derivadas del comercio para los Estados Unidos, a través de una depresión de los precios de las exportaciones de los Estados Unidos, no era un resultado posible. Al ir logrando los países dotaciones similares, podrían obtener enormes ganancias por medio del intercambio de productos similares (o una variedad), tal como lo demostraron empíricamente para el período de la postguerra, cuando Europa y Japón se levantaron de las cenizas, otro estudiante mío, Robert Feenstra (quien es hoy el más importante profesional en economía aplicada y encabeza el programa de política comercial del National Bureau of Economic Research {NBER}) en su discurso de aceptación del Premio Bernhard Harms, así como también mi brillante colega de Columbia, David Weinstein. Es más, la fuente política inmediata de preocupación, el temor creado por el outsourcing hacia India de unos pocos centros de llamadas telefónicas y de trabajos de respaldo de oficinas (el cual, me temo, Alan Blinder se lo ha creído) también se esfumó, al hacerse evidente que no compaginaba con los hechos la noción de que todo el intercambio en línea era de una sola vía.



Episodio 3. India y China y el temor sobre el Outsourcing: Alan Blinder

Pero el tema del outsourcing sucede que revivió hace un par de años cuando el distinguido macro-economista, Alan Blinder, hoy aquí presente y quien fuera profundamente influido por el libro éxito de venta de Thomas Friedman sobre la globalización –el cual parecía transmitir la afirmación creíble de notables empresarios del campo de la info-tecnología y de científicos de Bangalore, tales como Nandan Nilekani, de que podían hacer todo lo que los Americanos estaban haciendo, en la conclusión aterradora de que, por lo tanto, los indios harían todo lo que los Americanos estaban haciendo- escribió un ensayo en Foreign Affairs, en el cual creyó en el argumento de que el outsourcing de servicios en línea crecientemente exportaría los trabajos de los americanos hacia esos países y ello pondría en peligro a los Estados Unidos y a sus clases medias y de trabajadores. De manera tal que ahora él se convirtió en un nuevo ícono para los proteccionistas ¡aún cuando Blinder siempre dijo que él era todavía un librecambista pero…! David y Wessel del Wall Street Journal construyeron su historia en contra del libre comercio alrededor de él; se presentó en el Sistema de Radio Estatal y aún en el programa simbólico de la TV de Charlie Rose.

Pero Blinder omitió el hecho de que el outsourcing en línea (esto es, sin que el proveedor y el usuario tengan que estar en una proximidad física, tal como sucede con los cortes de cabello), es el Modo 1 de suplir servicios en el Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios {GATS en idioma inglés} del acuerdo de la Ronda de Uruguay de 1995, modo en el cual los Estados Unidos y otros países ricos estaban más ansiosos: ellos percibieron que serían los mayores ganadores, tal como sin duda lo son. Por todos aquellos servicios de centros de llamadas y de otros servicios que requieren pocas habilidades y que ahora son importados desde la India, hay muchos otros servicios de altas habilidades y de alto valor de profesionales de países ricos, en las áreas de la arquitectura, derecho, medicina, contabilidad y otras profesiones.

Pero ahora Blinder ha variado de rumbo para argüir que, al hacerse los servicios intercambiables en línea, se elevaría pari passu el número de trabajos que sería “vulnerable”. Y hace una lista por arriba de cuarenta millones de trabajos que se verían afectados. Y concluye que, en respuesta, necesitábamos aumentar la asistencia económica para el ajuste requerido y para mejorar la educación. Aquí hay mucho que puede disputarse. Por ejemplo, si Usted quiere hablar acerca de flujos comerciales, hablar tan sólo acerca del Modo 1 (transmisión de servicios en línea) es algo incompleto. Los economistas del comercio saben que ese es tan sólo uno de los modos posibles en que se pueden suplir servicios: por ejemplo, una transmisión de servicios sin la proximidad física de los oferentes y los usuarios de los servicios. Un ejemplo es transmitir digitalmente rayos-X desde Indiana para ser leídos en India. Pero después los doctores pueden ir a donde están a los pacientes y los pacientes adonde están los doctores. El acuerdo del GATS reconoce cuatro tipos distintos de “transacciones” de Servicios.

Sucede que los diferentes Modos fueron destacados en un par de artículos en The World Economy a mediados de los años ochentas por mí y por Richard Snape y asombrosamente se labraron su camino en el lapso de una década como parte del acuerdo GATS: un triunfo notable para nosotros los economistas. [5] Yo describí la diferencia básica que había entre las transacciones de servicios que requerían una proximidad física y aquellos que no, en tanto que Sampson y Snape brillantemente dividieron la categoría anterior entre aquellos en donde el proveedor llegaba al usuario y al revés.

Blinder, quien no parece haber conocido todo esto cuando escribió su celebrado artículo en Foreign Affairs, tal como yo tampoco conozco acerca de los enredos relevantes de la macroeconomía en la cual él mantiene una ventaja comparativa, ha estado, por lo tanto, equivocado al pensar tan sólo en el Modo 1. En efecto, el flujo posible surge hoy en muchas más formas de las que él habla. Eso también es cierto debido a la inversión extranjera directa. Por ejemplo, cuando el Senador Kerry habló acerca del outsourcing, confusamente dio también a entender el fenómeno por el cual el Presidente de una Compañía (CEO) cerraba una fábrica en Nantucket y la abría en Nairobi o bien cuando el mismo CEO simplemente invertía en Nairobi, en vez de hacerlo en Nantucket.

Pero la esencia, desde el punto de vista de la política comercial, es que, desde que tengo memoria, difícilmente algún economista serio o algún formulador de políticas ha objetado la provisión de asistencia para el ajuste (o para mejorar la educación). El primer programa de Asistencia para el Ajuste se remonta a 1962 durante las negociaciones de la Ronda Kennedy: Kennedy y George Meany de la AFL-CIO lo firmaron. Virtualmente cada legislación comercial, desde ese entonces, ha tratado de mejorarlo. Y muchos economistas del comercio, incluyéndome yo a finales de los sesentas, y otros tales como Lael Brainard, Robert Lawrence y Robert Littan, recientemente en Brookings, han escrito acerca del tema de forma extensa y continua. Blinder, quien empezó a hablar en poesía, ha terminado, por tanto, hablando en prosa. Nosotros los librecambistas no tenemos problemas con él en cuanto esté en la misma escalera, aún cuando venga detrás de nosotros. Si él va a permanecer como el nuevo ícono para quienes se oponen al libre comercio, será porque están muy desesperados.

Así es que estos tres globos con periodistas a bordo, agitando banderas en contra del libre comercio, han perdido su helio. El libre comercio ha continuado manteniendo su credibilidad entre los economistas. Por supuesto que ha habido otros, menos influyentes, asaltos en contra del libre comercio -entre ellos debo contar a aquél de Baumol y Gomory (2000), que sin embargo ha logrado cierto grado de exposición, especialmente por el influyente columnista del ala izquierda William Greider en The Nation (30 de abril del 2007) e irónicamente también del economista del enfoque de oferta Paul Craig Roberts, en su asalto en contra del outsourcing en el Wall Street Journal. [6]

Simplemente puedo afirmar que estos autores formulan un punto importante pero familiar, pero les digo ahora que con poca relevancia sobre política. Es aquel viejo que aprendí de R.C.O. Matthews, mi tutor en Cambridge en 1954-56, quien había escrito un artículo clásico sobre rendimientos crecientes, junto con otros como el Premio Nobel James Meade y, poco después, por Harry Johnson, en donde mostraba que rendimientos suficientemente crecientes implicarían que hubiese un equilibrio múltiple y que esto, a su vez, implicaba (entre otras cosas) que pudiese existir un mejor equilibrio de libre comercio, que aquél en el cual nos encontrábamos. Matthews y Meade, y muchos otros tales como Murray Kemp, habían formulado esta observación usando la herramienta analítica de que los rendimientos crecientes eran externos a la firma, pero internos a la industria, una herramienta que permitía que se mantuviera la competencia perfecta. En la época en que Paul Krugman estaba escribiendo su disertación en los setentas, los economistas habían aprendido cómo manejar la competencia imperfecta, y así fue como Krugman logró brillantemente mostrar el equilibrio múltiple en este marco diferente y más realista. Los economistas del comercio habían conocido estos argumentos por casi más de medio siglo y los habían enseñado en los textos estándares, tales como el mío (junto con Panagariya y Srinivasan). Por tanto, enmudeció el ruido analítico surgido del libro de Baumol-Gomory del 2000.

Pero, aún al trasladarse a recetas sobre política, todo lo que podía significar era que la política industrial, afianzada al estilo de Tyson por una política comercial debidamente diseñada, podía llevarnos lentamente hacia un “mejor” equilibrio. Pero ninguno de los autores logró eso, que yo sepa. De manera que, parafraseando a Robert Solow acerca de las externalidades, uno puede decir: sí, si las economías de escala son importantes, podríamos tener equilibrios múltiples y podríamos usar las políticas comercial e industrial para escoger un “mejor” equilibrio; pero, ay, ¿quién podría plausiblemente computar este mejor equilibrio? Es más, es difícil imaginar hoy día, con los mercados internacionales tan amplios debido a la muerte de la distancia y a la extensa liberalización comercial de la postguerra, que queden algunas industrias o productos en las que las economías de escala que no se desvanezcan hacia proporciones modestas. Baumol y Gomory, en efecto un par brillante, por lo tanto, no tienen ninguna prominencia en cuanto a políticas, desde mi punto de vista. [7]

Pero un asalto en proceso y que ha tenido un impacto entre los nuevos demócratas, es aquél de economistas asociados con la AFL-CIO (tales como Thea Lee) y con el centro de pensamiento influenciado por el movimiento laboral el Economic Policy Institute (tal como Lawrence Mishel). Desde su punto de vista, la presión sobre los salarios de los obreros no calificados y progresivamente también sobre la clase media, debe retrotraerse al comercio con los países pobres. Nada de esto parece encarar bien los estudios empíricos acerca del tema. En una reciente opinión en la página editorial del Financial Times, titulada “La tecnología, no la globalización, es lo que está reduciendo los salarios,” yo expuse acerca del número amplio de estudios empíricos (incluyendo de Paul Krugman) que habían mostrado que el comercio con los países pobres tenía un impacto insignificante sobre los salarios reales absolutos de nuestros trabajadores (en contraste con los salarios relativos de los calificados y los no calificados). [8] [Ni tampoco tuvieron alguna importancia empírica formas alternativas de ligar los salarios deprimidos con el comercio (y aún en el caso de la inmigración ilegal no calificada)]. El prolífico experto en comercio de la Escuela Kennedy de la Universidad de Harvard, Robert Lawrence, en un espléndido artículo reciente y no publicado, concurre con este punto de vista, concluyendo en que el impacto del comercio sobre el lento crecimiento de los salarios “no se aparece” en su análisis de los datos.

Los nuevos Demócratas, quienes, sin embargo, continúan creyendo en este imaginario lado maligno del libre comercio, no le están haciendo ningún bien a nadie. En efecto, usan estas creencias erradas para detener la liberalización comercial y utilizan cada truco de los libros para intimidar a las naciones débiles a que acepten estándares laborales inapropiados, con la esperanza de poder elevar su costo de producción a fin de moderar la fuerza de la competencia que tanto temen. [9]

Paul Krugman en una de sus columnas en el New York Times dijo que su propia investigación previa había mostrado que el comercio no deprimía los salarios. Pero, luego, agregó: “Pero eso puede haber cambiado” (las cursivas son del autor de este ensayo). La razón sugerida es que “hoy en día estamos comprando mucho más de los países del tercer mundo que lo que lo hacíamos hace una docena de años atrás”. Pero es muy fácil mostrar que Usted puede multiplicar tales importaciones y, aún así, no tener efecto alguno sobre los salarios reales. Este caso particular en contra del libre comercio permanece sin ser comprobado y no se elevará por encima del nivel de las insinuaciones, hasta que algún estudio empírico dramático muestre lo contrario.


[1] Louis Uchitelle. “Economist Wants Business and Social Needs to be in Sync.” New York Times. 30 de enero del 2007.
[2] David Wessel y Bob Davis. “Pain from Free Trade Spurs Second Thoughts.” The Wall Street Journal. 28 de marzo del 2007.
[3] Eric Alterman. “The Free Trade Instinct.” The Nation. 12 de febrero del 2007.
[4] Paul Samuelson, “Where Ricardo and Mill Rebut and Confirm Arguments of Mainstream Economists Supporting Globalization”, Journal of Economic Perspectives, Vol. 18 (3), verano del 2004. Mi propio artículo, “The Muddles over Outsourcing”, escrito con Arvind Panagariya y T.N.Srinivasan, apareció en la misma revista en el otoño del 2004, Vol. 18 (4), poco después del de Samuelson y fue visto por muchos en los medios como una “respuesta” a Samuelson. No lo fue, ni siquiera nos habíamos dado cuenta del artículo de Samuelson cuando escribimos el nuestro. De hecho, nuestro artículo fue el primer ejercicio analítico, con un conjunto de modelos teóricos, en que explorábamos el comercio de servicios, y también fue el primero en que argüimos que varios críticos y comentaristas, incluyendo economistas, estaban embarrialando diferentes nociones de los que significaba el “outsourcing” y, por lo tanto, a su vez embarrialaban sus propios argumentos.
[5] Jagdish Bhagwati, “Splintering and Disembodiment of Services in Developing Nations”, The World Economy, Vol. 7, junio de 1984; y Gary Sampson y Richard Snape, “Identifying the Issues in Trade in Services”, The World Economy, Vol.8, junio de 1985.
[6] William Baumol y Ralph Gomory. Global Trade and Conflicting National Interests, MIT Press; Cambridge, 2000.
[7] Hay otro argumento en Baumol y Gomory que no descansa en las economías de escala. Es simplemente que la tecnología se puede difundir en el exterior y que eso puede crear dificultades para los Estados Unidos. Esto es similar a las preocupaciones de que la India y China pueden llegar a ser muy similares en sus dotaciones y, por tanto, las ganancias del comercio podrían disminuir en los Estados Unidos. Pero yo ya he tratado este argumento al discutir sobre Samuelson.
[8] También ha habido disputas acerca de qué tan estancados han estado los salarios reales, con algunos economistas tales como Marvin Kosters y Richard Cooper quienes argumentan que, una vez que se toman en cuenta, además de estrictamente a los salarios, los beneficios y regalías, el estancamiento se convierte en un crecimiento lento. Pero yo evito este debate, discutiendo tan sólo acerca de la explicación del estancamiento o del lento crecimiento, cualesquiera sea el caso.
[9] He tratado acerca del fenómeno del proteccionismo exportador, en forma de demandas por estándares laborales más elevados en los países pobres, en mi libro In Defense of Globalization, Oxford, 2004 y particularmente en el Postscriptum de la nueva edición de agosto del 2007. Para la discusión acerca del proteccionismo que ahora caracteriza a los nuevos Demócratas, he tratado con ese asunto en varios otros lugares, tales como el Financial Times y no incluyo aquí ese conjunto de argumentos.

*El profesor Bhagwati es Senior Fellow en Economía Internacional del Consejo de Relaciones Internacionales. El artículo fue escrito el 15 de octubre del 2007 y sirvió de inspiración para su ensayo publicado en la página editorial del Financial Times del 9 de octubre del 2007, titulado “La perspectiva del libre comercio continúa con vida”. Los paréntesis en corcheas son de este traductor, Jorge Corrales Quesada.

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