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Boletín ANFE

08-08 Todo es energía

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Este artículo fue publicado en el Boletín de ANFE de Agosto del 2008

08-08
TODO ES ENERGÍA


Andrés I. Pozuelo Arce


La tribu de las ciencias económicas suele decir que “al final, todo es política”; o en otras palabras, que la política siempre va influir en las decisiones económicas y, por lo tanto, cualquier modelo económico está sujeto a las distorsiones que el juego político introduzca en su desarrollo. La tribu científica, en cambio, acepta que todo es energía en el universo y que todo, en el mundo material, puede ser explicado en términos de transferencia y transformación de energía, además de que los seres humanos somos parte integral de dicha transformación energética, espectadores y manipuladores de su captura, transformación y utilización. La fuente esencial de energía de que hablamos aquí, claro está, es la del Sol, sin la cual ningún proceso químico o energético se daría en nuestra biosfera: por lo tanto, dependemos absolutamente del Sol para subsistir.

La energía constituye un fenómeno tan esencial que podríamos decir que el sistema económico mundial gira alrededor de esta, y de manera irrestricta No sería muy arriesgado, inclusive, categorizar las actividades económicas que conocemos en capturadoras, transformadoras, transmisoras o disipadoras de energía. Por ejemplo, una planta hidroeléctrica transforma energía potencial, a partir del ciclo del agua, en energía eléctrica transmisora que se transforma en energía mecánica y en parte se disipa como energía térmica durante la producción de un artículo plástico que, a su vez, captura energía potencial procedente de los hidrocarburos en forma de fibras y objetos de consumo, energía que proviene de la energía encapsulada por millones de años en forma de biomasa fosilizada. De este modo, la energía no se crea ni se destruye, se transforma, al punto de que cabe señalar que la energía y la materia son dos caras de la misma realidad.

En la cadena alimentaria, la energía que se extrae del Sol se transforma en energía potencial orgánica, como en el caso de las plantas, y esta se va transfiriendo de un organismo a otro mediante el alimento, con una eficacia del 10%. En nuestro cuerpo, convertimos nuestros alimentos energéticos en una molécula transmisora de energía conocida como ATP, la cual -por medio de la fosforolización oxidativa- se transforma en energía celular.

Cada año llega a la superficie de la Tierra una energía equivalente a 60 billones de petróleo, 15.000 veces más que el actual consumo energético de la humanidad en su conjunto. De esta cantidad, la mitad se absorbe y se convierte en calor, el 30% se refracta hacia el espacio, una quinta parte sirve para poner en marcha los ciclos hidrológicos y solo una pequeña fracción (0.6%) es utilizada por el mundo vegetal para el proceso de fotosíntesis.

Tomando esto en cuenta, podemos afirmar que las crisis energéticas no existen; lo que sí existen son las crisis de innovación, invención y voluntad para aprovechar la gran cantidad de energía que nos llega del Sol de una manera eficiente y en armonía con la naturaleza, acorde con el bienestar de los seres humanos. El actual cambio climático y los altos precios de los combustibles fósiles son factores que, hoy en día, se nos presentan, entonces, como una estimulante oportunidad de cristalizar las ansias de innovación e inventiva de la humanidad para lograr una reconversión total de los sistemas energéticos.

Sistemas renovables de transformación de energía como los hidráulicos, eólicos, solares, geotérmicos, gasificación de biomasa, nucleares y otros más que serán nuestros futuros aliados a lo largo de este proceso, articulados a redes interminables de transmisión eléctrica, con el objetivo de construir una gran electranet mundial a favor del hombre y del planeta.

Es importante dentro de este menester que las tribus científicas, políticas y económicas se pongan de acuerdo para crear el ambiente necesario en el sistema socioeconómico mundial con el fin de facilitar la diseminación y la aplicación del conocimiento, libre por supuesto de todo entrabamiento burocrático y de estructuras monopolistas que puedan distorsionar este nuevo modelo económico basado en la energía como eje central del desarrollo con un mercado disputable adecuado.

Sin embargo, este nuevo énfasis para potenciar el binomio de “energía igual a desarrollo” no debe llevarnos por el camino de las decisiones de corto plazo o mercantilistas, como ocurre en el tema de los agrocombustibles. Con el afán de resolver el problema de la alta dependencia del petróleo, sobre todo en el sector transportes, muchos gobiernos están promulgando mandatos obligatorios sobre el uso de agrocombustibles, a la vez que se pretende subsidiar su cadena productiva, transporte, mezclado y distribución, generando así una demanda artificial, un hecho que ya está contribuyendo a la escalada de precios de los alimentos, por competencia en uso de suelos, y que crea problemas ambientales importantes.

Queda claro que toda actividad económica que cuente con la aceptación de los consumidores y de la sociedad en general –y que también cuente con la debida factibilidad ambiental y científica- debe gozar de la libertad de desarrollarse sin trabas burocráticas, siempre y cuando se lleve a cabo sin subsidios ni protecciones gubernamentales que le añadan una carga económica innecesaria a la población.

Este no es el caso, por supuesto, de los agrocombustibles ni de las actividades industriales como la producción de azúcar de caña y aceite de palma con que se planea extraerlos. Ambas industrias, aunque de innegable importancia económica, ya disponen de protecciones arancelarias y esquemas monopolísticos que tienden a transferir una riqueza artificial desproporcionada de los sectores más pobres de la población hacia los grupos económicos involucrados en la actividad.

Desde el punto de vista ambiental, bajo un ambiente subsidiado y de uso obligatorio, la ecuación es totalmente nociva, debido a que los monocultivos de caña y palma no han demostrado su calidad de opción ambientalmente viable, circunstancia que se agrava por el uso intensivo de la tierra con sus emisiones de óxido nitroso, emisiones de CO2 por pérdida de carbono orgánico, contaminación por quemas y oxidación de residuos y una pérdida potencial de reservas de carbón por tala indiscriminada de bosques para sembrar. A tal cuadro podríamos agregar los posibles daños ambientales por el incorrecto vertido a los ríos de contaminantes que afectan la elaboración de dichos combustibles (las colas de fermentación a la hora de producir etanol, verbigracia) y la reducción en las tablas de agua subterránea (para producir un galón de etanol se necesitan unos 8 galones de agua).

De allí que calificar a estos combustibles de renovables y limpios es un acto irresponsable, aparte de que sus emisiones -a la hora de activar la combustión en el motor de los automóviles- son igual de dañinas o más que los hidrocarburos. En el caso del etanol, las emisiones de ozono, formaldehído y acetaldehídos resultan considerablemente mayores que las emisiones provenientes de la gasolina. En Colombia y California, por ejemplo, los casos de asma han aumentado considerablemente a partir de la implementación del programa de etanol que aumentó los índices de aldehídos en el aire.

Desde el punto de vista humano, según un estudio de la FAO, los rápidos incrementos de la producción de agrocombustibles en los países emergentes podrían agudizar la marginación de las mujeres y campesinos de las áreas rurales y forzar su desplazamiento hacia las ciudades. La producción de estos combustibles requieren un uso intensivo de recursos e insumos –tierra, agua, fertilizantes y pesticidas–, todos de difícil acceso. Definitivamente, el problema no se solucionará con la viveza legal acostumbrada en Costa Rica de dividir la propiedad de los campos en miles de sociedades anónimas, pertenecientes a los mismos grandes terratenientes, habituados a mostrar estadísticas distorsionantes en cuando a la distribución en la tierra.

Por todas estas razones y, en ausencia de mecanismos amortiguadores de mercado y mecanismos de control ambiental apropiados, es evidente que la promoción de agrocombustibles a gran escala en Costa Rica, sobre la base de monocultivos, resulta gravemente riesgosa para los intereses del país. Un riesgo que debe ser conocido por la ciudadanía, antes de que sea demasiado tarde.

A modo de conclusión y dado el abanico de conflictos que el asunto de los agrocombustibles pone en juego (incluyendo un posible conflicto de interés en el seno de la misma casa presidencial, hipersensible de hecho a los intereses del gremio agrícola), le conviene a nuestro gobierno analizar bien el tema antes de abrir esta nueva caja de Pandora.


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