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08-06 Los angeles times, primera columna, pensamiento izquierdista fuera de silabario

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Este artículo fue publicado en el Boletín de ANFE de Junio del 2008

08-06 LOS ANGELES TIMES

PRIMERA COLUMNA

PENSAMIENTO IZQUIERDISTA FUERA DEL SILABARIO


La Universidad Francisco Marroquín es un bastión del liberalismo, recibiendo tiros a mansalva desde ambos lados del espectro político

Por María Dickerson

Del equipo de escritores de Los Angeles Times

Ciudad de Guatemala, 6 de Junio del 2008

La ideología izquierdista podrá estar logrando avances en América Latina. Pero nunca podrá poner sus pies en el bien cuidado césped de la Universidad Francisco Marroquín.

Por cerca de 40 años, esta universidad privada ha sido la ciudadela de la economía lasseferiana. Aquí ondean estandartes en el comedor de la ciudad universitaria citando a Adam Smith, autor de “La Riqueza de las Naciones.”

Cada estudiante que inicie su carrera, independientemente de cuál sea, deberá estudiar economía y la filosofía de los derechos individuales expuestos por los padres fundadores de los Estados Unidos, incluyendo “la vida, la libertad y la prosecución de la felicidad.”

Una escultura que conmemora “La Rebelión de Atlas” de Ayn Rand se encuentra a un lado de la escuela de negocios. El año pasado los estudiantes celebraron el 50 aniversario de la novela con un concurso de ensayos. El premio en efectivo de $200 reforzó el mensaje del libro, cual es que la sociedad debería compensar a los capitalistas que buscan crear riquezas y empleos, en vez de penalizarlos con impuestos y regulaciones.

“Los pobres no son pobres tan sólo porque otros son ricos,” dijo Manuel Francisco Ayau Cordón, un octogenario luchador y hombre de negocios, declarado anticomunista y fundador de la escuela. “No es un juego suma cero.”

Bienvenido a la U. Libertaria de Guatemala. Ayau abrió la universidad en 1972, hastiado con lo que vislumbraba como la instrucción “socialista” impartida en la Universidad de San Carlos de Guatemala, la institución de educación superior más grande del país. El nombre que le puso a la escuela es el de un sacerdote de la época colonial, quien trabajó por liberar a los nativos guatemaltecos de la explotación de los señores españoles.

Ayau creía que las universidades deberían estar alejadas de la política y “colocadas a sí mismas más allá de los conflictos de su época”. Más fácil decirlo que hacerlo, considerando que en esos momentos Guatemala estaba bajo regímenes militares y en medio de una guerra civil.

Un golpe de estado en 1954 respaldado por la CIA había derribado a Jacobo Arbenz Guzmán, electo democráticamente presidente del país. Su propuesta de redistribuir las tierras no ocupadas entre el campesinado enojó al terrateniente más grande de la nación, la United Fruit Co., empresa basada en los Estados Unidos y alimentó temores en Washington de que Guatemala se convertiría en un satélite soviético. La expulsión de Arbenz desató un sangriento conflicto interno que duró casi por cuatro décadas.

En tanto la Universidad de San Carlos ayudaba activamente a las guerrillas izquierdistas, la Francisco Marroquín predicaba la santidad de los derechos de propiedad y la regla de la ley. Un descarado Ayau escogió al rojo como el color oficial de la escuela, con base “en la teoría de que había sido expropiado por los comunistas y que no deberíamos de cederles la exclusividad.” Utilizó un chaleco a prueba de balas bajo su toga académica en la primera ceremonia de graduación.

Las tensiones se han suavizado desde que los acuerdos de paz se firmaron en 1996. Lo mismo no puede decirse de Ayau, cuyos sobrenombres incluyen los de “tacaño” y el de “Muso”, en breve por el dictador italiano Benito Mussolini. Su escuela, que alguna vez fue andrajosa, ahora está calificada como una de las mejores de Centro América. Y continúa irritando las diversas facciones de esta empobrecida nación con su inconmovible fe en los mercados libres, la libertad personal, un gobierno pequeño y su insistencia en “nada de privilegios para alguien.”

Algunos izquierdistas lo ridiculizan como un lacayo de las clases gobernantes, sirviendo en platos el dogma neo-liberal para los niños ricos, en una nación en la que unas pocas familias poderosas todavía tienen la mayoría de las últimas palabras. Las élites conservadores se irritan ante sus incitantes comentarios en las páginas editoriales abiertas al público acerca de sus abrigados oligopolios y las protecciones que brindadas por el gobierno.

Ayau disfruta de los disparos al aire dirigidos en su camino desde ambos lados del espectro político. Lo que le indican es que alguien por allí está escuchando.

“Las ideas son poderosas,” cacareó recientemente, al mostrarle a un visitante el auditorio que lleva como nombre el del desparecido economista de libre mercado, el estadounidense Milton Friedman. “Estamos progresando.”

Las incansables pasiones de Ayau han convertido a Guatemala en una parada de rigor para todo tipo de luminarias del capitalismo.

Friedman, el economista de la Universidad de Chicago, fue uno de los cuatro laureados con el Premio Nobel en Economía que han dado conferencias en la Francisco Marroquín. La escuela ha otorgado doctorados honorarios al millonario editor Steve Forbes y a T. J. Rogers, el bocón presidente ejecutivo de Cypress Semiconductors Corp.

John Stossel, el co-conductor del programa de noticias de la ABC, 20/20, fue honrado este año en la ciudad universitaria tanto por su ideología como por los Premios Emmy que ha recibido. Un libertario declarado, Stossel logró una calurosa recepción en su discurso contra la regulación gubernamental.

“Celebramos el mensaje que esta universidad enseña, porque la libertad económica hace que mejore la vida de todas las personas,” dijo Stossel, en medio de entusiastas aplausos.

No importa que la Francisco Marroquín haya logrado penetrar poco en su propio patio.

Hoy en día, más de la mitad de la población de Guatemala de 13 millones vive en la pobreza. Namibia y Botswana aparecen con calificaciones más altas que Guatemala en el Índice de Libertad Económica de la Fundación Heritage. Guatemala es una de las naciones más corruptas en el hemisferio, de acuerdo con Transparencia Internacional, una organización no-gubernamental. La propiedad de la tierra se concentra en pocas manos. Industrias claves, tales como el azúcar, son controladas por poderosos oligopolios que cargan a los consumidores con precios altos. “Aquellos son insaciables,” dijo Ayau.

Aún así, Ayau apunta hacia algunas pocas pequeñas victorias. Graduados de la Francisco Marroquín estaban entre los arquitectos claves de la desregulación de la industria de telecomunicaciones de Guatemala en 1996. El país ahora alardea de tener un sector competitivo con algunas de las tarifas más bajas en América Latina. Cerca de tres cuartos de la población posee teléfonos móviles.

La Francisco Marroquín “es como una pequeña gema en medio de esta región,” dijo Donald Boudreaux, un economista de la Universidad George Mason, quien ha dado conferencias en la universidad. “Tiene una genuina reputación.”

Cómo fue que una pequeña universidad guatemalteca se convirtió en la predilecta de los círculos librecambistas, tiene que ver en todo con Ayau, un dínamo encantadoramente abrasivo, quien en ninguna parte aparenta los 82 años que tiene de edad.

Nacido en una familia de la clase media de Guatemala, Ayau pasó gran parte de su juventud en los Estados Unidos, lugar al que su madre se trasladó al fallecer el padre de aquél. Asistió a una escuela católica en Belmont, California, y luego se fue hacia la Universidad de Toronto, en donde estudió ingeniería química.

Después de leer “El Manantial” de Rand, dejó su carrera. El protagonista de la novela, Howard Roark, es expulsado de la escuela de arquitectura al rehusar conformarse con sus reglamentos añejos.

“Cuando leí a Rand me di cuenta de que estaba empezando mi vida totalmente equivocado,” dijo Ayau. Dijo que concluyó en que “tenía que estudiar algo que me gustara, de otra manera nunca sería bueno en alguna cosa.”

Ayau eventualmente obtuvo un título en ingeniería mecánica en la Universidad del Estado de Louisiana y regresó a Guatemala a trabajar en la empresa de gas industrial que su familia poseía. Se unió a una cámara empresarial que cabildeaba ante el gobierno sobre varios asuntos. Pero los favores otorgados a industrias y gente específicas no lograban que Guatemala creciera más rápido. Ayau se puso a pensar acerca de cuál debería ser papel que jugara el estado para que todo mundo tuviera una oportunidad de prosperar.

De manera que decidió aprender economía por sí mismo. Uno de los primeros libros en la lista fue “La Sociedad Afluente,” un éxito editorial de 1958 escrito por el economista de Harvard, John Kenneth Galbraith. Consejero del Partido Demócrata por mucho tiempo, Galbraith creía que el gasto público en programas de salud, educación, infraestructura y en contra de la pobreza, eran esenciales para lograr el bienestar de la sociedad. Galbraith escribió que “la riqueza es el enemigo incansable del entendimiento.”

Ayau no fue persuadido. “Leí las dos primeras páginas y dije, “¡Este tipo está loco!,” recuerda.

Posteriormente recogió un panfleto de Ludwig von Mises, un miembro de la llamada Escuela de Economía Austriaca. Considerado como uno de los padres del libertarianismo moderno, Mises aborrecía la intervención estatal en la economía. Creía que los mercados abiertos, la elección individual, la propiedad privada y la regla de la ley, eran los medios para lograr una sociedad próspera.

Algo vibró. Ayau leyó todo lo que pudo encontrar de Mises, Friedrich Hayek y otros economistas de la Escuela Austriaca. Empezó un pequeño grupo de discusión con algunos amigos guatemaltecos y eventualmente viajó a Nueva York para asistir a conferencias en la Fundación para la Educación Económica, un centro de estudios del libre mercado. Por medio de contactos allí, conoció a Mises y a otros que había venido leyendo. A pedido de Ayau, varios viajaron a Guatemala para hablar con esa pequeña banda de libremercadistas, que para ese entonces se llamaban a sí mismos el Centro de Estudios Económicos y Sociales.

El centro publicó panfletos, escribió en páginas editoriales abiertas al público en los periódicos y realizó seminarios. Ellos empezarían una universidad privada que enseñara ley natural y economía de libre mercado.

Fundaron la Francisco Marroquín en 1971 y las clases empezaron poco tiempo después con 40 estudiantes en una casa alquilada.

Hoy día la matrícula es de 2700 y la universidad ofrece 18 programas conducentes a algún grado, entre los cuales se incluyen periodismo, arquitectura y medicina, en una bella y moderna ciudad universitaria.

Todos los estudiantes hablan inglés. Los requisitos de ingreso son estrictos. Y también lo es el costo de la colegiatura. A $8.000 anuales para algunos programas (más de tres veces el ingreso nacional anual bruto per cápita), es la universidad más cara de Guatemala. El presidente de la Universidad, Giancarlo Ibargüen, dijo que la suma se justificaba por las buenas ofertas de empleo que reciben los estudiantes que se gradúan de ella.

No hay equipos de deportes ni acción afirmativa en el empleo o en los ingresos. Los instructores deben olvidarse del nombramiento en propiedad vitalicia; no hay ninguno. Tampoco lo hay para las protestas y manifestaciones que son frecuentes en las universidades públicas de América Latina. Si los estudiantes de la Francisco Marroquín están descontentos con el producto que están obteniendo, son libres de llevarse sus cosas a cualquier otro lado.

“Si a Usted no le gusta Macy’s, se va para Gimbel’s,” dijo Ayau.

Los críticos se burlan de la llamada Casa de la Libertad, como le gusta a la Francisco Marroquín referirse a sí misma.

“Lo que venden es disciplina… una uniformidad de pensamiento que fácilmente se traslada a un dogma, de manera tal que los estudiantes se gradúan de una ciudad universitaria creyendo que son los poseedores únicos de la verdad,” dijo Mario Roberto Morales, un respetado escritor e intelectual guatemalteco.

“La verdad es que la universidad existe para indoctrinar a los hijos de los oligarcas.”

Andrea Gandara, estudiante de ciencias políticas de 24 años, se permite disentir. La hija de unos padres de clase media dice que los instructores han sido consistentes en su crítica tanto del mercantilismo como del socialismo.

Gandara dijo que deseaba tomar lo aprendido en la Francisco Marroquín y comunicarlo a una audiencia más amplia, particularmente a los millones de guatemaltecos de bajos ingresos, que ella dijo que las élites habían descartado como ignorantes y fácilmente manipulados por la retórica socialista. La meta de su carrera: presidenta de Guatemala.

“La gente no es tonta. Quieren hacer dinero. Quieren tener más oportunidades,” dijo ella. “Aquí criticamos al capitalismo, pero ni siquiera conocemos lo que es… Quiero ser parte de un movimiento para cambiar sus mentes.”

Marladickerson@latimes.com

Alex Renderos del equipo de redacción del Times contribuyó con este reporte.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.

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Actualizado 18/07/2011 a las 11:02 por Boletín ANFE

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