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08-05 Las ideas liberales de Ben

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Este artículo fue publicado en el Boletín de ANFE de Mayo del 2008

08-05 LAS IDEAS LIBERALES DE BEN


Andrés I. Pozuelo A.

Poor Richard dijo una vez: “El camino a la riqueza depende de dos palabras: trabajo y ahorro”. Para un hombre como Benjamín Franklin, la relación entre trabajo y riqueza constituía algo más que una ecuación políticamente correcta, por lo que repetía este aserto a la hora de justificar el éxito en los negocios ante gente menos afortunada. Ben, como le llamaban sus amigos cercanos, detestaba el uso de trucos legales y de engaños para hacer dinero fácil sin brindar un servicio satisfactorio. “Trucos y traición son práctica de idiotas, que no cuentan con el talento suficiente para ser honestos” decía Poor Richard a quien quisiera oírlo.

Además de empresario, hombre de estado y científico, Franklin fue un reconocido inventor. Muchos nos beneficiamos en el presente de cosas tan útiles como los lentes bifocales, el pararrayos, el difusor de calor y otros, sin saber que fueron ideados por este hombre polifacético. Pero lo que más inspira de su ingenio y “empresarismo” es que siempre se negó a patentar sus invenciones, argumentando que las ideas eran como los aromas, es decir, llegan a la nariz sin saber realmente de dónde provienen. En pocas palabras, consideraba que el hecho de patentar algo implicaba un acto de arrogancia y de avaricia. “Todos los días nos beneficiamos de los inventos de personas que, a través de la historia, sirven de base para nuevos inventos. Por eso nos honramos a nosotros mismos al devolver el favor, pasando nuestros inventos al dominio público para que sean reproducidos por manos talentosas y sirvan a su vez para generar otras invenciones”, escribió en una ocasión el inventor Franklin.

El tema de la propiedad intelectual, sobre todo cuando hablamos de patentes y derechos de autor, es hoy por hoy uno de los temas que divide a los liberales contemporáneos. Si Franklin estuviera vivo, seguramente se revolcaría en su cama viendo cómo las leyes de propiedad intelectual han convertido las ideas y la inventiva en instrumentos especulativos que premian más al astuto legal que a la comunidad y que muchas veces contrarían los mismos intereses de los inventores. A Henry Ford se le impidió en sus inicios, por ejemplo, desarrollar sus automóviles porque ALAM, que no estaba interesado en la producción de automotores, retenía las patentes básicas sobre los coches de gasolina. Por otra parte, los costos inherentes a la propiedad intelectual en materia de registros, trámites, asesoría, tribunales y abogados hacen que la propiedad intelectual se convierta en un verdadero monopolio dominado por los grandes agentes económicos y legales.

El argumento común de que la creatividad y la innovación se detendrían si no existieran las leyes de propiedad intelectual es de verdad infundado, tal y como lo han demostrado muchos inventores como Benjamín Franklin a través de la historia. El ser humano, por naturaleza, es un animal en continua búsqueda de respuestas y de soluciones prácticas a los problemas cotidianos; y reducirlo a un nivel intelectual inferior, proclive a las tentaciones de la avaricia y la manipulación legal, es menospreciar la misma esencia de nuestra propia evolución.

Como bien dijo Poor Richard un día y para siempre: “no hay ganancias sin dolor”.


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