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Boletín ANFE

08-03 Defiendo mi libertad, no la de otros

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Este artículo fue publicado en el Boletín de ANFE de Marzo del 2008

08-03 DEFIENDO MI LIBERTAD, NO LA DE OTROS


Hace poco un amigo me comentó que le llamaba la atención cómo, ante intentos de los gobiernos por restringir la libertad, a muchos no les interesaba el asunto, pero tal vez se debía a que esa pretensión de limitar la libertad era para terceros y no la libertad propia de aquéllos. Tal observación, le comenté, la había vivido a lo largo de muchos años. Al principio me dolía observar tal conducta, en especial la de amigos, principalmente empresarios, quienes de una manera u otra vivían y defendían la libertad en muy diversos sentidos. Incluso mi dolor se trocaba en angustia, al preguntarme cómo era posible que aquellos, quienes esencialmente progresaban gracias al marco de libertad en que se desenvolvían, se mostraran indiferentes y hasta impasibles al darse intentos por coartar el derecho de algunas personas a vivir en plena libertad, pero sí exhibían preocupación cuando el intento lo era para limitar su propia libertad.


Con el paso del tiempo uno aprende a darse cuenta de que así es la naturaleza humana. Se reacciona cuando la coerción pretendida va en contra de uno, pero no suele preocuparse mucho cuando afecta a otros. Es de esperar que aquí juegue el grado de coerción que se intenta aplicar a esos “otros”, pues me imagino (y esperaría) que la reacción en contra de la coerción fuera mucho mayor si, por ejemplo, el estado intentara impedir que una persona pueda ejercer, digamos, el derecho al voto o a elegir libremente con quién casarse y otras cosas por el estilo, en tanto que reaccionaran poco si esa coerción sobre terceros fuera para, por ejemplo, impedir que pueda abrir un negocio aún cuando se cumplen los mismos requisitos aplicables a todos o para poner un impuesto a la venta de un producto específico y otras cosas similares.

Pero hay otros elementos que también tienen un papel explicativo de esta conducta humana. Tal vez aquí juegue lo que le he oído decir irónicamente a otro amigo: “Yo estoy en contra de todos los monopolios, excepto del mío”. Esto es, si pudieran ser o tener un monopolio, no estarían en contra de él. Bien saben que el monopolio es malo, inconveniente, indeseable y dañino, pero, a la vez, éste les brinda réditos en exceso de lo que podrían lograr en un régimen en donde primara la competencia. En un momento dado, la restricción a la libertad que se pretende imponer sobre otros me podría beneficiar, como en el caso de que, como ejemplo, se impusiera un arancel que impidiera realizar importaciones que competirían en el mercado local, o bien cuando, para poder competir en un mercado se imponen requisitos de entrada como un capital muy elevado, lo cual tiene como efecto desestimular el ingreso al mercado de un competidor potencial. Tal es, como ejemplo, el intento reciente de algunos diputados de nuestra Asamblea Legislativa de poner como requisito para aquellas empresas aseguradoras que deseen competir en el país que tengan un capital innecesariamente alto. Esa limitación a la libertad se lleva a cabo para que no puedan ingresar al país “muchos competidores”, lo cual favorece al actual monopolio estatal, que mira cómo la competencia en ciernes amenaza su coto de caza hoy día privilegiado.

Pero sobre todo, me parece, que hay un elemento crucial que explica esa actitud de las personas de no reaccionar ante la coerción que se pretende a la libertad de otros. Involucrarse en la defensa de la libertad tiene costos muy diversos, mientras que los beneficios de ésta no se palpan a corto plazo. Por supuesto que una participación directa y activa en defensa de la libertad tiene costos muy diversos, tanto en tiempo, recursos, dejar de hacer otras cosas tal vez más rentables por “irse” a defender la libertad, etcétera. Por otra parte, la restricción pretendida a terceros no afecta “mucho” (por hipótesis) a la libertad propia, al menos en el corto plazo. Aquí cabe preguntarse si esa restricción pretendida sobre terceros lo que está es abriendo una vía para restricciones ulteriores de la libertad y que bien podría afectar directamente a la persona que hoy aparenta soslayar su oposición a medidas restrictivas. Si fuera este el caso, tal vez la comparación que implícitamente se hace entre los costos de defender la libertad en este momento, se vería más que compensada por los beneficios que la libertad nos brindaría en el futuro.

Así uno podría explicar la conducta expuesta al inicio de este comentario y que le llamó la atención al amigo: los individuos no se involucran directamente a defender la libertad en tanto su restricción no les afecte directamente. Si la coerción es contra terceros, se dedicarán a defender la libertad que se amenaza con restringir si anticipan que los costos de tal actuación serán más que cubiertos con los beneficios que tendrán a futuro en un marco de libertad no más restringido que el que hoy se tiene. Es decir, practican un descuento de los beneficios futuros que esperarían mantener o lograr.

Hay otra vuelta de página que sí es más problemática, cual es que la restricción de la libertad de algunos beneficia a otros en la actualidad. Sobre todo, si se considera con mayor amplitud la posibilidad de que una acción del estado proporciona un beneficio extraordinario, como en el caso de, por ejemplo, que se pongan impuestos a todas las personas y cuyos recursos serán gastados por el estado en algunos productos específicos propiedad hoy de algunas personas específicas. Por ejemplo, digamos, que por estatismo el gobierno grava un impuesto para, por ejemplo, dotar de recursos a la Caja Costarricense de Seguro Social para que los gaste en medicinas o en aumentar los sueldos de algunos gremios de médicos.

En este último ejemplo, es de esperar que, dada la hipótesis, quienes les venden medicinas a la Caja apoyen poner más impuestos sobre el resto de costarricenses, al igual que los médicos apoyarán tal plan si los recursos así adquiridos aumentan significativamente sus ingresos particulares mas allá de los mayores impuestos que, como cualquier otro ciudadano, deberán de pagar.

Ante problemas tan prácticos y reales, las personas buscan la conformación de “asociaciones” o “cámaras”, que lleven a cabo gestiones que, en nuestro tema específico, defiendan la libertad que amenaza con limitar a terceros. En el caso de las “cámaras” debe tenerse presente que también defienden intereses del gremio, intereses plausibles, concretos, que son del interés propio de sus asociados y no necesariamente del interés general. Por ello, uno puede entender que existan cámaras (eso sí, gracias a Dios, cada vez menos) que defienden al proteccionismo, pues sus asociados perciben un beneficio extraordinario con esa restricción a la libertad de terceros para poder escoger libremente en el mercado.

Lo anterior resalta la importancia de que existan “asociaciones” que estén por encima del interés particular (entendible y esperable a todas luces) y que, a la vez, defiendan el interés general; en este caso, la defensa de la libertad con independencia del interés particular. Precisamente ella es una de las razones más significativas para la existencia de ANFE: para que abogue por la libertad en general y no sólo en función del interés propio que pueda surgir eventualmente en un caso concreto. ANFE existe para defender la libertad y su actuación no depende de que una persona o un grupo específico tenga un interés concreto de defenderla o no. Es claro que, como la asociación que es, reaccionará positivamente y con base en sus principios generales, a defender la libertad de cualquier persona a la cual se le pretenda restringir. Pero lo hará por el principio y no por interés personal que pueda mediar. Esta es su gran virtud, pues tal independencia es importante que se conserve en especial para aquellos casos en que haya divergencia legítima entre intereses privados disímiles.

Finalmente, sí hay una evidencia que nos debe obligar a pensar a todos. Hoy día no parecen existir en nuestro país amenazas totalitarias –entendiendo por totalitario a un movimiento omnipresente, que abraza todo, extenso y profundo en cuanto a restricciones de la libertad- sino que lo observado es que los movimientos hacia la coerción se concentren en ciertos actos, en muchas ocasiones dotados de connotaciones moralistas que son aprovechadas demagógicamente por algunos, pues parecen llenar necesidades que muchos individuos en sociedad perciben. Tal caso podría ser el intento de limitar la posesión de armas de fuego a buenos ciudadanos asustados por la onda criminal resultante del abandono en que el gobierno ha tenido su seguridad.

Esas “pequeñas” limitaciones a la libertad de las personas simplemente son acumulativas. Hoy, por hipótesis, se pone un impuesto por aquí (a la gasolina, digamos), y mañana se pone otro a las sociedades anónimas (de $200 dólares, como está en cierto anteproyecto fiscal, y que si se tratara de una sociedad “grandota”, pues eso no es nada, pero sí arruinaría a las empresas pequeñas que muchas personas usan para realizar sus negocios), y pasado mañana se obliga a la gente a que compre, por la fuerza o mediante artimañas fiscales, un combustible específico a través del monopolio estatal de RECOPE (caso del gasohol). Este sistema de destrucción gradual de la libertad le recuerda a uno a la serpiente que devora su propia cola (hay muchas serpientes que se comen a otras serpientes): al final de cuentas, la serpiente se acaba a sí misma. Lo que empezó por un pedacito se extendió al todo. De unas pocas restricciones a la libertad de algunos –los otros-, se concluyó en conculcar la libertad de todos.

ANFE es, por estas entre otras razones, una asociación que merece y debe existir en nuestra sociedad.

Carlos Federico Smith

Queda debidamente autorizado para reproducir esta columna en el medio de su predilección.

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