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07-12 Columna libre: Igualdad ante la ley e igualdad de resultados

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Este artículo fue publicado en el Boletín de ANFE de Diciembre del 2007


07-12 COLUMNA LIBRE:IGUALDAD ANTE LA LEY E IGUALDAD DE RESULTADOS

Desde un inicio debo definir lo que, en mi criterio, los liberales entendemos por igualdad, dada la frecuencia con que se escuchan prédicas a favor de la igualdad de todo tipo, sin definición alguna en cuanto a lo que implica ese deseo. Los liberales suelen decir que están a favor de la igualdad de oportunidades para todos los seres humanos, pero es evidente que, si se le toma literalmente, no hay posibilidades de alcanzar tal objetivo. Piénsese, por ejemplo, si al nacer un parapléjico tiene las mismas oportunidades que un niño que cuando nace posee todas sus facultades motoras. Medítese, asimismo, acerca de si, al nacer en un hogar en donde reinan vicios e ignorancia, con descuido de su crianza y donde los valores que se le transmiten no suelen ser los más proclives para su desarrollo exitoso, un niño tiene las mismas oportunidades que si naciera en uno en donde se le cuidara y se le brindaran estímulos para su desarrollo y en el cual se le enseñan valores que le potencian para un mejor vivir. Me parece obvio que, comparativamente, todos los seres humanos no tienen las mismas oportunidades; por ello no hay que tomar esa expresión en un sentido literal.

De aquí que la forma adecuada de interpretarla es señalando que no deberían existir obstáculos para que la gente pueda desarrollar su talento de la mejor forma posible en el logro de los objetivos que una persona considere deseables; esto es, la igualdad de oportunidades se refiere a que haya posibilidades de que la persona pueda actuar desarrollando sus habilidades al máximo. Esta forma de ver la igualdad de las personas es conocida como igualdad ante la ley; esto es, igualdad ante las reglas de convivencia social. Tal es la forma en que los seres humanos, tan distintos en sus características genéticas y culturales, pueden proseguir diferentes vías en la búsqueda de su felicidad. Por ello se debe enfatizar en la consistencia que existe entre los conceptos de igualdad ante la ley y la libertad individual.

Hayek expuso esta idea adecuadamente y con mayor amplitud al escribir que “Ha constituido el gran objetivo de la lucha por la libertad conseguir la implantación de la igualdad de todos los seres humanos ante la ley. Esta igualdad ante las normas legales que la coacción estatal hace respetar puede complementarse con una similar igualdad de las reglas que los hombres acatan voluntariamente en sus relaciones con los semejantes. La extensión del principio de igualdad a las reglas de conducta social y moral es la principal expresión de lo que comúnmente denominamos espíritu democrático y, probablemente, este espíritu democrático es lo que hace más inofensivas las desigualdades que ineludiblemente provoca la libertad.

La igualdad de los preceptos legales generales y de las normas de la conducta social es la única clase de igualdad que conduce a la libertad y que cabe implantar sin destruir la propia libertad. La libertad no solamente nada tiene que ver con cualquier clase de igualdad, sino que incluso produce desigualdades en muchos respectos. Se trata de un resultado necesario que forma parte de la justificación de la libertad individual. Si el resultado de la libertad individual no demostrase que ciertas formas de vivir tienen más éxito que otras, muchas de las razones a favor de tal libertad se desvanecerían.” (Friedrich Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, Madrid: Unión Editorial, 1975, p. 101).

Sin embargo hay otro concepto de igualdad que ha intentado sustituir la idea de igualdad ante la ley. Me refiero a la búsqueda de una igualdad en los resultados. Es cierto que nadie (de lo que conozco) ha predicado que todos los seres humanos, con independencia de sus condiciones individuales, deben de tener una igualdad material literal, sino que suelen referirse a que exista una “justa” distribución material (tampoco he visto que se abogue por una “justa” distribución intelectual, espiritual o genética). Esta infiltración del término “justa” no sólo incorpora una vaguedad y confusión innecesaria en cuanto al verdadero sentido que pueda tener el término justicia, sino que también casi que se deja en manos de “alguien” definir qué es lo que se va a entender por “justa”. Por ello no extraña que se juzgue que sean los políticos quienes van a decir cuál es una “justa” distribución o, más generalmente, que sea el Estado quien decida qué es lo “justo” que debe percibir cada individuo o familia. (También dicha potestad sobre lo que consiste la distribución del producto se ha propuesto que quede en manos de Dioses, iglesias, castas, monarcas y así por el estilo).

Con la pretensión de lograr una “igualdad de resultados” o de “una justa distribución”, una vez que se decide –por alguien- cómo es que se va a distribuir lo producido, se requiere preguntar ¿cuáles son los incentivos para que se dé la producción que deberá distribuirse acorde con la voluntad de ese alguien? Sobre esto nos dicen los esposos Friedman, “el punto clave no es simplemente que la práctica diferirá de lo ideal… El punto es más bien que hay un conflicto fundamental entre el ideal de las “reparticiones justas” o de su precursor, “a cada cual según sus necesidades”, con el ideal de la libertad individual. Este conflicto ha plagado cada intento de hacer de la igualdad de resultados el principio general de la organización social… en todos los casos, la desigualdad ha persistido bajo cualquier criterio empleado; desigualdad entre los gobernantes y los gobernados, no sólo en cuanto al poder, sino también en los estándares materiales de vida. (Milton y Rose Friedman, Free to Choose, New York: Harcourt, Brace, Jovanovich, 1979, p. 135).

Tal vez un ejemplo simple puede contribuir a exponer la diferencia que hay entre el concepto de igualdad ante la ley y el de igualdad de resultados. Imagínese una carrera de maratón en la que hay diversos participantes. La idea de la igualdad ante la ley sería en cuanto a que las reglas aplicables para dicha carrera sean esencialmente las mismas para cada uno de los participantes, en donde potencialmente cualquiera puede ser el ganador. Si acaso, como dice Hayek, se acepta “con carácter de generalidad que, mientras los hombres fueran diferentes y crecieran en familias distintas, no podría asegurárseles un mismo punto de partida” (Op. Cit., p. 107), de manera que la función del gobierno no será la de asegurar que todos tengan los mismos prospectos de llegar a una posición dada, sino la de hacer disponible para todos y en términos de igualdad aquellas facilidades que dependen de la función propia de ese gobierno. Por ejemplo, sería aceptable que, si en dicha maratón decide participar una persona con una discapacidad que le diferencia significativamente del resto de los participantes, no tenga que correr bajo las mismas reglas que los otros (por ejemplo, que corra una distancia menor), pero no de forma tal que se le garantice que llegará, por ejemplo, en un primer lugar, pues se desvirtuaría el propósito de realizar una carrera de maratón.

Lo importante para esta competencia es que se remueva cualquier obstáculo puesto por otros hombres para impedir que algún otro pueda ser el ganador. Así, se deben eliminar privilegios individuales (como, por ejemplo, que sólo puedan participar los que provienen de tal o cual familia o porque son miembros de algo considerado como nobleza), al igual que asegurar que la contribución de la acción del estado sea la misma para todos (que no se subsidie a algunos o que se grave a otros con tal de provocar que alguno de ellos gane en la lid o que otro no pueda hacerlo). Por lo tanto, se trata de que no haya discriminación de los participantes en cuanto a color, raza, sexo, nacimiento, nacionalidad, origen étnico u otras características poco relevantes para la maratónica. Se supone que así ganaría el más veloz de los participantes -el atleta mejor capacitado y con mayores habilidades- no en función de su color de piel, raza, etnia, nacionalidad, familia, riqueza o lo que fuere que no tenga que ver con lo requerido para la carrera. Así, todos son iguales ante las reglas del juego. Hayek escribe que se da “por supuesto que los resultados serían forzosamente distintos no sólo en razón a las diferencias individuales, sino también porque una pequeña parte de las circunstancias relevantes dependían de quienes asumen el poder público.” (Op. Cit., p. 107).

Por el contrario, la idea de igualdad de resultados (un resultado que fuera “justo” de acuerdo con el criterio definido por alguien) se refiere a que, con independencia de esa velocidad y de las habilidades individuales para arribar prioritariamente a la meta, sean otros los criterios aplicados; por ejemplo, se podría alegar que el primer lugar le corresponde a alguna persona que tenga ciertos atributos distintos de esa velocidad y habilidades, tales como el color de la piel, el origen familiar, la religión que se profesa, y un etcétera muy amplio de criterios para logar la clasificación, según sean los deseos de quienes se supone son ungidos para definirlos. Tal como lo menciona Hayek, bajo este criterio de igualdad de resultados, “el gobernante, en vez de proporcionar los mismos medios a todos, debiera tender a controlar las condiciones relevantes para las posibilidades especiales del individuo y ajustarlas a la inteligencia individual hasta asegurar a cada uno las mismas perspectivas que a cualquier otro. Tal adaptación deliberada de oportunidades a fines y capacidades individuales sería, desde luego, opuesta a la libertad y no podría justificarse como medio de hacer el mejor uso de todos los conocimientos disponibles, salvo la mejor presunción de que el gobernante conoce mejor que nadie la manera de utilizar las inteligencias individuales.” (Op. Cit, p. 107).

La idea de igualdad ante la ley puede resumirse en aquella expresión proveniente de la Revolución Francesa: Une carrière ouverte aux talents; una carrera abierta a los talentos. Por el contrario, la idea de igualdad de resultados se puede concebir como que, cualquiera que sea el talento y las diferencias individuales, así como cualquier cosa que se haga o no, al final de la carrera todos los individuos llegarán iguales… al mismo tiempo. En el famoso libro de Lewis Carroll, Alicia en el País de las Maravillas, aparece una carrera de esta naturaleza (la define como “Carrera Loca”). Un personaje, el Dodo, “trazó una pista para la Carrera, más o menos en círculo (‘la forma exacta no tiene importancia’, dijo) y después todo el grupo se fue colocando aquí y allá a lo largo de la pista. No hubo el ‘A la una, a las dos, a las tres, ya’, sino que todos empezaron a correr cuando quisieron, y cada uno paró cuando quiso, de modo que no era fácil saber cuándo terminaba la carrera. Sin embargo, cuando llevaban corriendo más o menos media hora, y volvían a estar ya secos, el Dodo gritó súbitamente:
--‘¡La carrera ha terminado!’
Y todos se agruparon jadeantes a su alrededor, preguntando:
--‘¿Pero quién ha ganado?’
El Dodo no podía contestar a esta pregunta sin entregarse antes a largas cavilaciones, y estuvo largo rato reflexionando con un dedo apoyado en la frente (la postura en que aparecen casi siempre retratados los pensadores), mientras los demás esperaban en silencio. Por fin el Dodo dijo:
--‘Todos hemos ganado, y todos tenemos que recibir un premio.’
--‘¿Pero quién dará los premios?’ --preguntó un coro de voces.¨
En esta carrera se aseguraba la igualdad de los resultados, todos ganan y reciben su premio, aunque al final de cuentas haya que preguntar, quién deberá otorgarlos.
La distinción entre igualdad ante la ley e igualdad de resultados es crucial en una sociedad libre, porque la igualdad de resultados se pretende lograr mediante la coacción del Estado, que anule lo que se obtiene por una valoración que la sociedad efectúa de la acción de las personas, como compensación por hacer lo que cada cual considera es lo mejor. Cuando esa compensación se hace con base en lo que alguien aprecia es meritorio que se reciba algo que no se ha producido, el camino está abierto para que el Estado defina qué es lo que los individuos deberán hacer y cómo es que deberán de hacerlo, lo cual significa, ni más ni menos, que la sociedad libre, tal como la concebimos, llegue a su fin.


Carlos Federico Smith
Queda debidamente autorizado para reproducir esta columna en el medio de su predilección.

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