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07-11 Columna libre: Los probres son mas pobres y los ricos mas ricos

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Este artículo fue publicado en el Boletín de ANFE de Noviembre del 2007

07-11 COLUMNA LIBRE: LOS POBRES SON MAS POBRES Y LOS RICOS MAS RICOS

Debido a la importancia que como forjador de opinión en el país posee el periódico La Nación, vale la pena referirse a un conjunto de informaciones aparecidas en su edición del domingo 18 de noviembre, el cual hace referencia al llamado décimo tercer Informe del Estado de la Nación.

El titular de La Nación de ese día reza así: “Dispar distribución de la riqueza provoca mayor violencia social”, supongo que con base en lo expuesto por dicho Informe, de que ha empeorado la distribución de la riqueza en el país. De tal forma lo asevera, en esa misma edición, el coordinador de dicho informe, quien señaló que “los pobres hoy son más pobres y los ricos un poco más ricos”.
De acuerdo con los datos de la Encuesta de Hogares que suele llevar a cabo el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC), entre el 2005 y el 2006 se redujo el ingreso de los hogares del quintil (el 20%) de más bajos ingresos, y, si se compara el ingreso per cápita de cada familia con el nivel de ingreso de referencia por debajo del cual se considera existe un estado de pobreza, sería factible afirmar que la pobreza aumentó durante dicho lapso. Resulta que, de acuerdo con el estudio del INEC antes mencionado, entre el año 2005 y el 2006 la pobreza más bien se redujo, pues pasó del 21.2 a 20.2 por ciento de los hogares.

Es que en este tema sorprende el embrollo que se hace de los términos económicos empleados en el artículo principal de aquella fecha, cual es la confusión de lo que se conoce como un flujo, el cual es diferente de un stock. Trataré de explicar la diferencia entre estos dos conceptos en función de los no versados en Economía. Uno aprende que un flujo es muy diferente de un stock (o existencia), pues, mientras el segundo se refiere a un cierto valor, medido en términos de una unidad monetaria en un momento dado, por ejemplo de tantos colones, el primer concepto (el de flujo) trata de un cierto valor por unidad de tiempo; esto es, tantos colones por día o por mes o por año. Para entender mejor estos dos conceptos, usaré un símil: mientras una piscina (llena de agua) es un concepto de stock (tantos litros o galones de agua en ese momento dado), el tubo que la llena (y el que la desagua) es un concepto de flujo (tantos litros o galones por minuto o por hora, por ejemplo). Así, la riqueza es un stock: de tantos colones en ciertos activos, mientras que el ingreso es un flujo: tantos colones por mes. Por ello, observen la definición que un conocido pensador hace de riqueza: “Consiste de activos que prometen un flujo futuro de ingresos” (George Gilder, Wealth and Poverty, New York; Basic Books Inc., 1981, p. 48).

Esta confusión de conceptos está presente en el Informe de marras, trascrito por La Nación y reiterado por su coordinador: pues confunde riqueza, que es un concepto stock, con ingreso, que es un flujo en el tiempo. Ahora bien, ¿por qué es importante que esto se aclare? Porque de no hacerse da lugar a confusiones y malas interpretaciones que terminan por promover políticas a todas luces inconvenientes y hasta onerosas.

Por ejemplo, el periódico La Nación señala que (no conozco si la información proviene del Informe de marras) “aunque el ingreso promedio de los hogares subió…la desigualdad aumentó” y que ”según el Informe, el 20% más rico de los ticos aumentó en 20 veces su ingreso en el 2006. El 20% más pobre subió su ingreso 10 veces.” Y de seguido se cita a Miguel Gutiérrez Saxe, coordinador del Estado de la Nación, quien basado en su informe asevera que “Los pobres hoy son más pobres y los ricos un poco más ricos”. (Para impactar, un recuadro del periódico la destaca como la frase del día). Ustedes ya se habrán dado cuenta del enredo conceptual del Informe: confunde la riqueza con el ingreso. La información que en él aparece se refiere al ingreso y de ella podría deducirse que su distribución es, al momento, menos igualitaria que en años previos, pero no puede decir nada sobre la distribución de la riqueza, que es un concepto distinto e incluso no exactamente medido en nuestra economía.

Sobre este tema agradezco a un buen amigo quien me brindó la siguiente información, la cual pone en duda la relevancia de los datos acabados de citar. Me indicó que, de acuerdo con el Informe del Estado de la Nación, en el cuadro 1.1 de su página 55, “…la relación de ingresos entre los hogares del décimo decil (el más alto) y los del primero (el más bajo)… pasó de 18.3 veces a 19.9, y en el caso del quinto quintil respecto del primero de 9.5 a 10” (p. 54 del informe de referencia). Esto, evidentemente, es muy, pero muy, diferente de lo que aparece en las páginas de La Nación.

Además, cuando La Nación indica que, presuntamente de acuerdo con el Informe, “el 20% más rico de los ticos aumentó en 20 veces su ingreso en el 2006”, significaría que si, por ejemplo, el ingreso medio de los hogares del quintil (el 20%) de mayores ingresos relativos (no los más ricos) en el país en el 2005 era de, digamos, un millón de colones al mes, en el 2006 sería de veinte millones de colones (20 veces aquél millón), lo cual resulta ser increíblemente alto (incluso si no se practicara el debido ajuste por el alza de la inflación en ese lapso).

La lucha contra la pobreza sí se puede decir que se ha venido ganando en tiempos recientes (ahora lo que falta es asegurarse que sea algo permanente y no transitorio, pero ese es otro tema), lo cual se debe a que, como por ahí también se menciona, la economía ha venido creciendo, entre otros factores. Ya don Víctor Hugo Céspedes lo había explicado en ese mismo periódico, el día 1 de noviembre, cuando se señala que “el crecimiento económico rápido y sostenido de los últimos años ha permitido un incremento en el empleo y los ingresos que explican la mayor parte de la reducción de la pobreza” entre el 2006 y el 2007, que, según informa ese mismo periódico, se redujo “de 20.2% de los hogares en el 2006 a 16.7% este año”. (Un hogar se considera pobre cuando el ingreso por persona no alcanza para cubrir las necesidades básicas, que incluye alimentos y otras necesidades como vivienda y salud). En otras palabras, resulta no ser cierto, a la luz de los datos para el 2007, lo expuesto por La Nación al referirse a lo indicado en el Informe del Estado de la Nación, acerca de que, “los pobres son hoy más pobres y los ricos un poco más ricos”. No es que empeoró la distribución de la riqueza, tampoco que aumentó la pobreza; si acaso, que empeoró la distribución del ingreso. ¿Estamos claros?



El artículo del 18 de noviembre de La Nación trae a colación otro tema de suma importancia. Dice que “uno de los documentos utilizados para la elaboración de este último informe, estudia la relación de la desigualdad con los delitos contra la vida y la propiedad” y concluye en que “a mayor desigualdad se registró una mayor tasa de delitos contra la vida y la propiedad” en el lapso 1986-2006. No creo que este Informe del Estado de la Nación haya logrado, por el uso de una simple correlación entre desigualdad en la distribución (del ingreso, no de la riqueza) y tasas de delitos contra la vida y la propiedad, hacer un descubrimiento que revolucione el conocimiento sobre este tema. Por el contrario, lo que refleja es un elevado grado de simplismo al hacer su análisis de un tema tan complejo como es el del crimen. No puede adscribirse que la causa de mayor criminalidad en el país sea un empeoramiento de la distribución de los ingresos, cuando los estudiosos de estos asuntos abundan en exponer la multiplicidad de factores que, en un momento dado, suelen incidir sobre un aumento de la criminalidad.

Así, me refiero a, por ejemplo, que el crimen puede ser resultado de la acción económica, como lo expuso un importante trabajo del economista Gary Becker, en donde el delincuente actúa con base en la comparación de los costos con los beneficios del crimen, o bien puede encontrarse motivado por razones de pobreza, muy distinto de una desigualdad en la distribución de los ingresos, factor que también puede ser explicativo de la criminalidad. Asimismo, puede originarse en razones de exclusión social, de desigualdad de salarios (que también es diferente de una desigualdad de ingresos), en antecedentes culturales o familiares, en los niveles de educación o en muchos otros factores económicos y sociales que pueden incidir en el crimen; tal vez hasta en un decaimiento de la calidad de nuestra educación pública y de la educación, en general o, como me lo comentó el buen amigo a quien antes me referí, ese aumento en la delincuencia podría deberse a una fuerte inmigración concentrada en centros densamente poblados y caracterizados por desequilibrios tales como hacinamiento, una pobre ambientación y problemas de reacomodo. Estamos frente a algo posiblemente heterogéneo en su causalidad y no como simplonamente lo pretende el Informe del Estado de la Nación, que el reciente aumento en la criminalidad en nuestro país se debe a una más desigual distribución del ingreso.

No sólo es desabrido ese análisis de una presunta correlación significativa entre crimen y distribución del ingreso, sino a uno se le ocurre pensar que la reducción habida en los niveles de pobreza del país bien puede, en contrario, tender a disminuir el crimen. O que don Juan Diego Castro, quien ha mostrado con datos al país el reciente aumento en la impunidad y el consiguiente abaratamiento de la comisión de delitos, tiene razón en explicar ese aumento en la criminalidad a resultas del cálculo de los costos y beneficios de ese delito. Lamentablemente, las reformas penales recientes bien pueden haber constituido un estímulo para que, al reducir el costo del crimen dados los beneficios para el delincuente, el negocio del crimen haya aumentado su rentabilidad (si ni siquiera ya se denuncian los delitos, si cada vez se agarran menos delincuentes, si son relativamente pocos los que van a juicio y, quienes son condenados por delitos, al poco rato salen –y tal vez hasta ni se les eleva a juicio pues, si roban menos de ¢250.000, eso se considera una bagatela que no debe ser alzado a tribunales). Todo parece indicar que ahora el crimen es una actividad económica más rentable que antes y posiblemente tenga una mayor incidencia en la criminalidad que la envidia a que puede dar el que a algunos –pocos si se quiere- les vaya mejor que al resto de los conciudadanos.

Dejo para otra ocasión analizar si una distribución del ingreso igualitaria o menos desigual puede incidir en los incentivos para que una economía capitalista crezca sostenidamente. Esto podrá no gustarle a algunos, pero el tema de los incentivos es algo del cual está totalmente ayuno, tanto el informe del Estado de la Nación, como el análisis que de éste hacen los periodistas de La Nación.
Finalmente, debo comentar otras dos cosas que me reafirman en mi llamado a tratar estos temas con sumo cuidado. Voy a transcribir unas pocas líneas del Editorial de La nación del 18 de noviembre titulado “Desencuentros nacionales”. El primer párrafo dice que “este año, al igual que los 12 anteriores, el informe Estado de la nación nos ofrece la oportunidad de observar el país desde una multiplicidad de interesantes perspectivas, sustentadas en una sólida recopilación de datos y análisis documentales...” Luego agrega que “entre esas mejoras e importantes desafíos sociales y ambientales, se mantuvieron una serie de “desencuentros”; entre ellos, la desigualdad y la pobreza…” para pocas líneas después decirnos el editorialista que, “gracias a una mezcla de crecimiento sustentado en adecuadas políticas macroeconómicas, al dinamismo del comercio internacional, a los avances en ciertos “encadenamientos” productivos y a una política social mejor orientada desde el Gobierno, este año logramos reducir la pobreza en poco más de tres puntos porcentuales…” Entonces, ¿en qué quedamos?; mientras se nos afirmó que se mantienen “desencuentros” como la desigualdad y la pobreza, poco después señala los resultados en la reducción de la pobreza.

Lo anterior se debe, en parte, a la confusión que hay en el periódico sobre una serie de conceptos que aquí hemos tratado de aclarar, pero también puede deberse al descuido con que se hicieron las cosas, al no aclarar debidamente que lo consignado en el Informe del Estado de la Nación, se efectuó con datos del 2006, mientras que la información más actualizada al 2007 muestra lo señalado en el segundo párrafo citado del Editorial: cuando el periódico dice “este año” se refiere a dos años diferentes. Alguien podría pensar que el intríngulis se debe a un apresuramiento por tratar de vender algo que puede inducir la compra: el titular “Dispar distribución de riqueza provoca más violencia social” puede ser que venda.

Líneas atrás aseveré que el mal trato dado al tema de la distribución del ingreso y de la riqueza podría promover políticas inconvenientes y hasta dañinas. Lo hice teniendo en mente lo que, en esa misma edición del periódico La Nación, señaló, en una entrevista titulada “Solución es atacar causas”, la vicepresidenta en ejercicio, doña Laura Chinchilla. En ella los periodistas le preguntan: “¿Cómo se combate la causa?” (de la pobreza), a lo que la politóloga responde: “si hablamos de desigualdad se combate por dos vías: redistribución del ingreso por medio de estructuras tributarias, donde el que más tiene más paga y más contribuye al desarrollo del país. El que menos tiene, menos paga y recibe los beneficios de la redistribución. Y por la vía del gasto social que tiene que ir a nivelar esas desigualdades…”

Lo que doña Laura no analiza es si nuestra actual estructura tributaria sobre el ingreso induce a redistribuirlo. Porque quienes abundan con la cantinela “quienes más tienen, que más paguen” suelen tener en mente la idea de que tan sólo es necesario aumentar la progresividad del impuesto sobre la renta para asegurar que, efectivamente, quienes más tienen sean los que más paguen, pero la verdad no parece ir por ahí. Lo cierto es que hay un muy elevado grado de excepciones y exenciones que a quienes más benefician es a los que pagan sus impuestos con tasas marginales más elevadas. Si lo que se desea es mejorar nuestro sistema tributario, un impuesto sobre la renta con tasas más bajas y sin excepciones (o muy pocas) podría resultar más efectivo en reducir esa desigualdad que tiene en mente doña Laura.

Pero, además, hay un error muy similar a la confusión entre ingreso y riqueza en que cayeron el Informe del Estado de la Nación y el periódico la Nación. Cuando se dice “quienes más tienen” se refieren a los que son más ricos y no que a quienes perciben mayores ingresos relativos. Me explico volviendo al ejemplo de la piscina expuesto a inicios de este comentario. Un impuesto (mayor) sobre la renta grava al agua que fluye por el tubo; reduce su diámetro por así decirlo. De esta manera, ahora la persona no podrá llenar la piscina (hacerse rica o más rica; esto es, “tener más”) con la misma fluidez de antes. Pero los que ya tienen una gran piscina (los ricos) no necesariamente se ven afectados, porque es posible que no tengan ingresos gravables altos. Para entender esto: alguien muy rico, por ejemplo, un dueño de un edificio (o de tierras), no necesariamente tiene ingresos altos, pues estos resultarían de la diferencia de ingresos por los alquileres menos los gastos y es posible que esa diferencia no sea necesariamente muy alta. Por el contrario, un ingeniero joven, quien por hipótesis no es rico, puede encontrar un empleo bien pagado (digamos en una Intel), con lo cual sus ingresos son altos pero no (aún) su riqueza y tardará más en acumularla si el Gobierno le quita una parte importante de esos ingresos por la vía de impuestos; esto es, será menos rico con el paso del tiempo pues le han reducido el flujo por el tubo.

En cuanto al otro elemento que doña Laura señala para combatir la desigualdad (la vía de los gastos “sociales”) nada más hay que hacer varias reflexiones para evaluar esa posibilidad. Tendría que valorarse si el beneficio del gasto de esos recursos es mayor que el costo por la disminución de esos ingresos a los ciudadanos que pagan los impuestos; asimismo, debe pensarse en si ese transferencia de recursos de unos hacia otros no es muy onerosa; por ejemplo, tomar en cuenta los recursos que el Gobierno usa para lograr esa redistribución. También ver quienes son esos beneficiarios, porque muchos de los llamados gastos “sociales” no van directamente a las personas que tienen pocos ingresos o poca riqueza, sino a los proveedores o vendedores y también a la burocracia. Finalmente, pensar en que es posible que las personas a las cuales se les redujeron sus ingresos por los impuestos, lo habrían invertido o gastado mejor a como lo hace el Gobierno (por ejemplo creando empleo), con lo cual el reajuste en el gasto puede dar lugar a una pérdida para la sociedad pues la economía crecería menos que lo que podría hacerlo. Claro, nada de esto suena bonito, como “que los ricos paguen como ricos y que los pobres paguen como pobres” como suelen canturrearlo políticos y demagogos, entre otros. Pero sí nos obliga a pensar un poco.

Carlos Federico Smith
Queda debidamente autorizado para reproducir esta columna en el medio de su predilección.

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