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Jorge Corrales Quesada
21/08/2022, 13:02
VICIO INFLACIONARIO

Por Theodore Dalrymple
Law & Liberty
8 de agosto del 2022

Nota del traductor: la fuente original en inglés de este artículo es theodore dalrymple law & liberty, inflationary, August 8, 2022. En él podrá leer enlaces relevantes originalmente en letra azul en el texto.

Samuel Gregg, en su artículo acerca del economista francés, Jacques Rueff, hace un recordatorio oportuno de que la inflación es mucho más que tan sólo un fenómeno económico. También, tiene efectos sociales profundos. Esto, por supuesto, lo reconoció el mismo Keynes en el libro que le hizo famoso, The Economic Consequences of the Peace (https://oll.libertyfund.org/title/keynes-the-economic-consequences-of-the-peace) [Las consecuencias económicas de la paz]. Reconoció que la inflación funcionaba como una transferencia de riqueza desde acreedores hacia deudores, alterando así el equilibrio social previo; y, también, citó a Lenin al efecto de que degradar la moneda era un método soberano de producir un cambio revolucionario.

Por supuesto, no toda inflación es igual de dramática. El abuelo de un alemán amigo mío, quien en una época tuvo una cartera de propiedades valiosas, pronto se encontró en posesión de piezas de papel que valían menos que el periódico del día anterior. En apariencia, asumió esta pérdida con filosofía y nunca se volcó hacia el extremismo político; más tarde él fue enviado al campo de trabajos forzados de Buchenwald. No obstante, no todo mundo en esas circunstancias permaneció con cordura o decencia.

Pero, hasta niveles menos catastróficos de inflación tienen consecuencias psicológicas profundas, o, tal vez, debería decir, caracterológicas. Por una razón, la inflación destruye la misma idea de suficiente, pues nadie puede confiar en que un ingreso monetario del presente adecuado, no será reducido al mínimo en un asunto de pocos años. No todo mundo desea ser rico, pero, la mayoría de la gente no desea ser pobre, en especial en la vejez. Por desgracia, cuando hay inflación, la única forma de asegurarse contra la pobreza en una vejez es, ya sea estar en posesión de una pensión ligada a un índice y garantizada por el gobierno (la que, sin embargo, es en sí una injusticia social, y puede algún día ser subvertida mediante la manipulación estadística de un gobierno, bajo la fuerza de circunstancias económicas en parte provocadas por la misma existencia de esas pensiones), o bien, llegar a ser más rico a lo que uno, alternativamente, apuntaría o desearía llegar a ser. Y, esto último hace que una especulación financiera de una minoría se convierta en una búsqueda masiva, ya sea directamente, o, con mayor frecuencia, por representación [proxy]: pues no especular, en vez de uno poner la confianza en el valor del dinero a un rendimiento modesto dado, es arriesgarse a empobrecerse. Esto lo vi en mi propio padre: en una época próspero, por su aversión a la especulación cayó en penuria relativa.

Junto con el concepto de suficiente se desplazan aquellos de modestia y humildad. Son reemplazados por triunfo y fracaso, siendo el último, casi por definición, seguro de ser el más frecuente. La gente humilde se convierte en alguien no encomiable, sino descuidada, acerca de su futuro, que posiblemente será un drenaje para otros en el tanto haya fallado en hacer la provisión adecuada por sí sólo ̶ aún si, dadas sus circunstancias, habrá sido imposible para él hacerla. Pues, a pesar del progreso técnico, la automatización, y la robótica, para el futuro predecible necesitaremos gente para empleos humildes y relativamente mal pagados.

La inflación causa estragos en la virtud de la prudencia, pues, ¿qué es lo prudente en las arenas movedizas de la inflación? Cuando la inflación se eleva a cierto nivel, es prudente cambiar el dinero de uno por algo tangible tan pronto como sea posible, pues mañana, como dice la canción, será demasiado tarde. Todo es ahora o nunca. La prudencia tradicional se convierte en imprudencia, o ingenuidad, y viceversa.

La inflación se presenta en más de una forma. Durante una cantidad de años tomó la forma de inflación de los activos, mientras que los precios de los bienes de consumo permanecieron relativamente constantes o, en la realidad, cayeron.
En sociedades occidentales, esto fue resultado, me parece, de la concatenación de, al menos, dos factores: la expansión de la cantidad de dinero a la vez que las tasas de interés se mantuvieron bajas, y que la globalización permitió que todas las cosas se produjeran tan baratas como fuera posible. Lo primero permitió a los gobiernos mantener déficits sin aparentes consecuencias durante años a la vez, mientras que lo último permitió a los de menos recursos a pensar que vivían en tiempos de poca o ninguna inflación.

No obstante, la inflación de los activos tiene ciertas consecuencias sociales y psicológicas. Primera, pone la acumulación significativa de activos fuera del alcance de quienes al momento no los posean. (Hablo, por supuesto, en términos generales; siempre hay excepciones). Esto, a su vez, tuvo el efecto de transformar una sociedad dividida en clases permeables en una sociedad de castas fijas. Siembre ha habido ventajas al nacer en un hogar pudiente, pero, la inflación de los activos las estimula a comportarse o pensar de una manera particular, por así decirlo, en la fábrica social.

La inflación de los activos estimula delirios en quienes se benefician de ella. Me siento en mi casa y me enriquezco, aunque, por supuesto, la casa sigue siendo la misma, con la misma cantidad de pies cuadrados (aparte de que tengo que vivir en algún lugar). Veo el valor de mis inversiones, y me abrazo a mí mismo, aunque, de hecho, su valor no tiene relación con su rendimiento, que, en general, sigue siendo el mismo. Sólo soy más rico si las vendo ̶ y, luego, ¿qué hago con mi dinero?

A pesar de lo anterior, soy más rico en el papel, y para alguna gente mareada este sentimiento de riqueza los estimula a su consumo suntuario, a menudo a crédito. ¿Por qué no tomar un préstamo cuando las tasas de interés son bajas y los precios de los activos crecen? En cierto momento, en un pasado no tan terriblemente lejano, mi banco me ofreció $40.000 para pagarme unas vacaciones de toda la vida. ¿Por qué no, cuando mi casa estaba aumentando en más de eso cada año? Por suerte, había vivido (y vivo) una vida de suficiente satisfacción, de forma tal que el concepto de “vacaciones de toda la vida” no tiene sentido para mí: ni siquiera puedo imaginarme qué sería eso.

La inhabilidad de personas en el menor nivel de la escala social para hacer una provisión significativa de ahorros, así como el hecho de que el estado les quita mucho de sus manos, significan que sus ingresos son, de hecho, mesadas del tipo que un niño recibe de sus padres. Gastan hasta el codo y hasta más allá, y siguen siendo económicamente menores de edad. Ida para toda mi vida es la idea de que se debe evitar el endeudamiento, que es deshonroso vivir enteramente a crédito, y vergonzoso no amortizar. Si usted no tiene activos que valgan la pena, los agentes judiciales no tienen nada de qué apoderarse, y los acreedores pueden decirle adiós a su dinero.

Hemos entrado en una fase más “tradicional” de inflación. Nadie sabe cuánto durará, o qué tan seria será. Pero, la impredecibilidad crea ansiedad incluso entre quienes no tienen una necesidad real de sentirla ̶ o, más bien, para quienes los acontecimientos mostrarán que no tenían necesidad de sentirla.

La inflación no solo tiene consecuencias económicas o sociales, sino, también, morales y psicológicas.

Theodore Dalrymple es un psiquiatra y médico de prisiones retirado, editor contribuyente de City Journal, y Compañero Dietrich Weissman del Manhattan Institute. Si libro más reciente es Embargo and other stories (Mirabeau Press, 2020).

Traducido por Jorge Corrales Quesada.