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Jorge Corrales Quesada
14/05/2021, 09:12
Debemos estar atentos antes lo que está pasando en América Latina recientemente. En particular, aquí con “caballos de Troya,” y otros menos disfrazados. El costo de ignorarlo es muy elevado.

PERÚ, OTRO FRACASO CERCANO PARA LA LIBERTAD EN AMÉRICA LATINA

Por Daniel Raisbeck
Reason
20 de abril del 2021

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, subrayado, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como daniel raisbeck reason Perú April 20, 2021 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en el texto subrayado.

Errores costosos han permitido que el socialismo surja de nuevo en el siglo XXI

El 6 de junio, los peruanos eligieran su próximo presidente. Al momento, el favorito para ganar es Pedro Castillo, un previamente oscuro líder sindical de maestros, quien ganó la primera jornada con el 19 por ciento de los votos.

El programa gubernamental de Castillo describe al movimiento “Perú Libre” que él encabeza como marxista-leninista, cita a Karl Marx y Friedrich Engels, y alaba los legados de Vladimir Lenin y Fidel Castro. También, pide la abolición de la constitución actual y la creación de una asamblea constitucional, la nacionalización de “sectores estratégicos” de la economía, la “regulación” de la prensa libre, y la planificación económica central bajo un “estado intervencionista… innovador, empresarial, y protector.” En días recientes, Castillo ha prometido expulsar a todos los inmigrantes ilegales del Perú en tres días.

¿Cómo fue que Perú, país que Ian Vásquez del Instituto Cato describió en el 2011 como “una democracia de mercado crecientemente exitosa,” termina al borde de elegir un gobierno marxista-leninista? Mucho tiene que ver con el contexto más amplio en América Latina, en donde el socialismo del siglo 21 ha sobrevivido durante los últimos años debido a las metidas de pata en serie, oportunidades perdidas e ineptitud general de sus opositores.

En el 2018, justo cuando había alguna esperanza de un final para el régimen chavista sin dinero y causante del hambre en Venezuela, que se estaba quedando sin gasolina y desesperadamente vendía sus reservas de oro, el dictador Nicolás Maduro y sus amos titiriteros cubanos atrajeron a los desventurados partidos de oposición, a que mantuvieran negociaciones “para terminar la crisis nacional.”

En mayo del 2019, la oposición cayó en la trampa -y no por primera vez- cuando el presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, quien había sido reconocido como líder legítimo de Venezuela por más de 50 países, estuvo de acuerdo con mantener conversaciones con representantes de Maduro en Noruega. Para setiembre de ese año, Guaidó no había logrado nada y había roto las negociaciones, pero otros partidos de oposición no siguieron su liderazgo y prolongaron las conversaciones con los chavistas.

Después de dividir a sus rivales, quienes no pudieron ponerse de acuerdo con una estrategia unificada para las elecciones parlamentarias del
2020, Maduro y su partido volvieron a ganar el control de la Asamblea Nacional, prácticamente sin oposición. Con Guaidó despojado de su posición oficial, la Unión Europea ya no más le reconoció como “presidente interino,” sino sólo como “interlocutor privilegiado.” Entre tanto, Maduro se aferró al poder -sin ningún final a la vista- descansando en préstamos rusos, alivio de la deuda con China, y exportaciones de gasolina iraní hacia el país con las mayores reservas de petróleo del mundo.

De igual forma, Argentina parecía haber llegado a mejores días en el 2015, cuando los votantes rechazaron por un pequeño margen al socialismo kirchnerista, después de 12 años de un espectacular mal gobierno. La era la ejemplificó el arresto del anterior ministro de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, José López, quien fue capturado escondiendo $9 millones en efectivo en la caja fuerte de un convento. Mauricio Macri, empresario y anterior alcalde de Buenos Aires, ganó la elección en ese año, bajo la promesa de contener la inflación y reducir la pobreza. Pero, Macri se rehusó a disminuir el déficit, reducir la deuda, o recortar la burocracia ̶ medidas duras que eran necesarias al inicio de su gobierno. En vez de eso, optó por un rumbo “gradualista,” que descansaba en atraer inversión externa y pedir prestado dinero en mercados de crédito barato. Entre tanto, el leviatán kirchnerista sobrevivió esencialmente intacto.

Como lo explica el periodista Marcelo Duclos, los inversionistas permanecieron escépticos ante una economía sobre regulada y alimentada con endeudamiento, si bien las tasas de interés se elevaron incluso ligeramente, aumentando los costos de pedir prestado a una Argentina inclinada hacia los defaults. No sólo Macri falló en llevar prosperidad a la Argentina: también elevó los impuestos y presidió sobre un nivel de inflación del 47 por ciento en el 2018, mientras que los votantes recordaron que él les había asegurado que fácilmente estabilizaría los niveles de precios. Cuando buscó la reelección el año siguiente, Macri sufrió un golpe en la primera ronda de votaciones, cuando los kirchneristas regresaron al poder.

También, en Bolivia, emergió un rayo de esperanza a fines del 2019, cuando Evo Morales, tal vez el mascarón de proa más colorido del socialismo del siglo 21 después de Hugo Chávez -en una ocasión sugirió que las hormonas femeninas en pollos causaban homosexualidad en hombres- fue capturado infraganti en un ejercicio masivo de fraude electoral. Después de que cuestionó una elección contra el previo presidente Carlos Mesa, tanto la Organización de Estados Americanos como la Unión Europea, detectaron evidencia “abrumadora” de manipulación de votos. Enfrentando protestas en todo el país, Morales rápidamente perdió el apoyo militar y huyó hacia México.

Todo el debate acerca de la reelección de Morales debería haber sido espurio. En el 2016, Morales, quien había gobernado Bolivia desde el 2006, llevó a cabo un referendo para alterar la constitución del país, para que admitiera que él participara en la reelección por tercera vez consecutiva, pero una mayoría de los votantes rechazó la propuesta. No obstante, Morales, culpó de su derrota a las plataformas de medios sociales, acusándolas de corromper la juventud, y logró que la Corte Suprema, que él había rellenado con sus partidarios, aprobara su intento de relección en el 2017.

Sin embargo, después de la salida de Morales, sus oponentes tomaron una serie de malas decisiones. El gobierno interino guiado por la oposición llamó a elecciones, pero las pospuso dos veces. Aunque culpó a la crisis por el COVID-19, también alimentó la narrativa de Morales de un golpe bien orquestado por Estados Unidos contra su gobierno. También, la oposición falló en unirse alrededor de un único candidato y, como Macri en Argentina, no ofreció nada sino keynesianismo.

Como escribe un comentarista boliviano, Mauricio Ríos, el consenso entre candidatos de la oposición dictaba “que la única salida de la crisis económica, que fue empeorada pero no causada por la pandemia, era aumentar la deuda pública y el gasto del gobierno.” Eso es exactamente lo que su oponente, respaldado por Morales, el anterior ministro de finanzas, Luis Arce, había hecho por años, en un intento desesperado por compensar un colapso en los precios de las materias primas, que en el 2017 daban cuenta del 95 por ciento de las exportaciones de mercancías de Bolivia. En octubre del 2020, Arce ganó confortablemente la presidencia en la primera vuelta con el 55 por ciento del voto. Pronto Morales terminó su estancia en el exterior y regresó a Bolivia.

Para agregar a esta cadena de acontecimientos lamentables, la izquierda dura obtuvo un triunfo importante en Chile, al engatusar al presidente Sebastián Piñera, a menudo descrito como un neoliberal, para que llevara a cabo un referendo para cambiar la constitución de 1980, por mucho la más exitosa en América Latina, medida por los resultados económicos de sus protecciones a la propiedad privada y limitaciones al gobierno: ingreso per cápita, reducción de la pobreza, y acceso a la educación superior. En el 2019, un pequeño aumento en el precio del ferrocarril subterráneo condujo a protestas violentas en las que los perpetradores en Santiago, capital de Chile, metódicamente prendieron fuego a 80 estaciones del ferrocarril subterráneo, a numerosos puestos de peaje, a grandes tiendas de departamentos, e incluso iglesias. Cuando se llevaba a cabo la destrucción, Diosdado Cabello, chavista venezolano de alto rango, opinó afirmando que una “brisa bolivariana” había llegado a Chile.

A pesar de lo anterior, en vez de plantarse ante el matonismo, Piñera capituló y anunció un referendo acerca de la constitución, en que un impactante 78 por ciento de los votantes decidió reemplazarlo en octubre pasado. De acuerdo con Axel Kaiser, un académico chileno, la extrema izquierda del país tuvo éxito en vender “una narrativa de fracaso que no se basaba en la realidad,” en la que, no obstante, creía gran parte de los medios, el sistema empresarial, y la derecha política. Una mayoría de los votantes, agregó Vásquez del Cato, había rechazado el “milagro chileno” y optado por convertirse, “en el mejor de los casos, en un país latinoamericano mediocre.”

Esta serie de victorias les dio confianza a los socialistas del siglo 21. Al llevarse a cabo elecciones en Ecuador y en Perú, el domingo 11 de abril, un confiado Evo Morales proclamó que “el pueblo” estaba a punto de regresar al “proyecto integracionista” de Chávez. Pero, como resultó, la gente tenía otros planes. En Ecuador, Guillermo Lasso, un anterior banquero de 66 años de edad, con fuertes lazos con la comunidad libertaria del país, ganó la elección con un 52 por ciento del voto.

La victoria de Lasso estaba lejos de ser garantizada. En marzo, cuando los votantes fueron a las elecciones por primera vez, escasamente él calificó para la elección de vuelta, después de obtener menos de un 20 por ciento del voto, 12 puntos detrás de Andrés Arauz, un dauphin del hombre fuerte, Rafael Correa, quien gobernó Ecuador entre el 2007 y el 2017. Sin embargo, Lasso ofreció una alternativa clara e inequívoca al socialismo; su plataforma incluyó recortes en el impuesto al valor agregado (IVA) y en el gasto público, aumentos en la producción petrolera, y un impulso hacia acuerdos de libre comercio en escala global. Crucialmente, Lasso prometió deshacerse de un impuesto a los retiros de moneda en el Ecuador, en donde el dólar de Estados Unidos había sido la moneda oficial desde el 2000. Arauz, en el otro bando, había publicado planes de usar controles monetarios como medio para des dolarizar al país, una medida opuesta por el 88 por ciento de la población.

En momentos en que los medios estaban confirmando la victoria de Lasso, Hernando de Soto, economista de libre mercado sin experiencia previa como candidato político, estaba listo en calificar para la segunda vuelta en Perú. En 1986, De Soto publicó El Otro Sendero, un libro influyente que mostró como el problema subyacente de la informalidad en países pobres no eran los propios trabajadores informales, sino, más bien, las burocracias estatales usualmente corruptas y disfuncionales, que convirtieron los derechos formales a la propiedad en un privilegio para los ricos y bien conectados. Como él escribió en Reason en el 2001, “’la ‘ilegalidad’ es a menudo percibida como un tema ‘marginal.’ De hecho, es la legalidad la que es marginal: la ilegalidad se ha convertido en la norma.”

El énfasis de de Soto en la carencia de derechos de propiedad como fuente primaria de pobreza en mucho del mundo, revolucionó el pensamiento acerca del desarrollo. También, le convirtió en un objetivo de intentos de asesinato por el grupo guerrillero comunista Sendero Luminoso.

Por desgracia, el éxito electoral de de Soto era demasiado bueno para ser cierto; al proceder el conteo de votos el lunes, fue derribado al segundo lugar por Keiko Fujimori, hija del hombre fuerte y anterior presidente, Alberto Fujimori, el azote de Sendero Luminoso, quien gobernó Perú entre 1990 y el 2000. Desde el 2005, Alberto Fujimori, a quien de Soto asesoró, ha estado en la cárcel debido a abusos a los derechos humanos. En la próxima segunda vuelta, Keiko se enfrentará a Castillo, quien representa una amenaza tal a la reciente prosperidad del país, que el laureado peruano con el Nobel, Mario Vargas Llosa, un liberal clásico, ha endosado a su rival.

El apoyo de Vargas Llosa es significativo, pues él perdió ante Alberto Fujimori en la elección decisiva de 1990, después de la cual, escribe él, “ha combatido sistemáticamente al Fujimorismo.” También, él recuerda que Keiko no sólo participó directamente en la dictadura de su padre, sino que se benefició de ello, como lo hizo luego con dineros de Odebrecht, la firma brasileña que participó en esquemas a través de la región de sobornos a cambio de contratos gubernamentales, un escándalo por el que ella sirvió tiempo en la cárcel. No obstante, Vargas Llosa arguye que Keiko “representa el mal menor” y, al menos, “una posibilidad de salvar nuestra democracia,” mientras que Castillo representa su muerte segura.

Tales argumentos, sin embargo, han mostrado ser insuficientes hasta el momento. Castillo supera a Fujimori confortablemente en las encuestas -42 a 31 por ciento según una de ellas- lo que no sorprende dado el amplio rechazo a la familia Fujimori. La posibilidad de que un marxista-leninista llegue a ser el próximo presidente de Perú me obliga a pensar acerca de varios antiguos colegas míos, quienes, en el 2017, huyeron de Venezuela a Lima. Evidentemente, cualquier entusiasmo acerca de éxito en Perú tiene que ser moderado por la sabiduría de un viejo meme viral. Dice así: “Migrar dentro de América Latina es como moverse de una cabina hacia otra dentro del Titanic.”

Daniel Raisbeck es compañero sénior en la Fundación Reason. El fue candidato a alcalde de Bogotá, Colombia, en el 2015, como un libertario independiente.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.