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Jorge Corrales Quesada
03/11/2020, 14:50
VIENDO CLARAMENTE A TRAVÉS DEL AGUJERO

Por Robert E. Wright
American Institute for Economic Research
20 de octubre del 2020

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como robert e. wright institute for economic research pinhole October 20, 2020 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

Después de que la semana pasada lloví sobre el desfile de John Snow pasada, un médico británico con un nombre musical me contactó para explicarme por qué la Declaración de Great Barrington estaba “equivocada” y que la cosa de John Snow es “correcta.” Durante nuestro breve intercambio, se me ocurrió que el siguiente verso bíblico que cito, era la metáfora equivocada para los Negadores de la Cuarentena (gente que niega la importancia de los efectos socioeconómicos severamente negativos al cerrar el intercambio entre humanos, incluso por una presunta buena causa.)

Porque ahora vemos por un espejo, obscuramente ̶ Corintios 1 13, Biblia del Rey Jacobo

El problema no es que profesionales del cuido de la salud (PCSs) y varios científicos de la medicina ven obscuramente al mundo entero, o que ellos sienten sólo parte del proverbial elefante en la cristalería; es que ellos, en efecto, ven muy claramente al mundo, pero sólo su pequeña visión de él a través de su propio agujero.

Los PCSs y los científicos de la medicina son individuos altamente educados y elocuentes, quienes saben lo que saben. Pero, parecen no darse cuenta de que hay cosas -resulta que hay muchas, muchas, muchas cosas- que son importantes en la formulación de la política pública, acerca de las cuales no saben nada. Esto es porque la mayoría fue entrenada en vez de educada. Ellos aprendieron, esencialmente de memoria, que las indicaciones X, Y, Z significan los tratamientos A, B, C. La mayoría son un poco más que algoritmos articulados pero fallidos, programados, como si así lo fuera, por sus entrenadores médicos.

Obviamente, existen excepciones. Nadie es un Dr. Gregory House, como nadie es Raylan Givens u otros de nuestros héroes de la pantalla, pero algunos amigos médicos -en especial los de mayor edad, tal vez debido a la experiencia y a una educación más liberal clásica- entienden su papel. Su trabajo es tratar pacientes o investigar caminos patogénicos, no dictar políticas de importancia existencial. Su entrenamiento le ha dado a cada doctor, enfermera, epidemiólogo y otros PCSs una visión clara de sus mundos a través de un agujero, pero no la Visión General.

Y doy claramente a entender de importancia existencial. No alego que entiendo das Ding an sich [La cosa en si misma], ni siquiera la Visión General, pero, como otros economistas políticos, doy miradas a través de muchos más agujeros que como lo hacen especialistas estrechamente capacitados. Veo mucha fealdad, que hace que quejarse acerca de no tener suficiente Equipo de Protección Especial, o ventiladores (¿se acuerdan de ellos?), o camas en las UCIs, en comparación sean problemas insignificantes.

Ya hemos visto revueltas por las cuarentenas y, principalmente, protestas pacíficas, presuntamente acerca de asesinatos por la policía, que no habrían ocurrido en tal escala si la mayoría de la gente estuviera todavía debidamente empleada. Cosas peores podrían estar a la vista. No puedo predecir el futuro, pero persisten, hasta se sueñan, las razones que indiqué a mediados de marzo, de que la “Revolución está en el aire.” Tal vez, más importantes, son las lecciones de las Revueltas por el Cólera (ver Samuel Kline Cohen, Jr., “Cholera Revolts: A Class Struggle We May Not Like,” Social History 42, 2 [2017], p.p.162-80).

En 1831-32, ciudades europeas y estadounidenses entraron simultáneamente en erupción con patrones similares de violencia, con mucha ayuda de mensajes telegráficos, pero mucho menor que una Internet digital. Parece que simultáneamente mucha gente pobre desarrolló la impresión de que funcionarios de gobierno y profesionales del cuido de la salud se habían puesto de acuerdo para sacrificarlos. Aunque la hipótesis del sacrificio se extendió localmente, por ejemplo, dentro de Escocia, a través de la palabra y de cartas, los investigadores no han encontrado evidencia de una comunicación internacional de la teoría conspiratoria. Simplemente se hizo “obvio” a millones, casi al mismo tiempo, que los líderes gubernamentales eran ya fuera tontos o mortales. Lo último fue más fácil para que la mayoría lo creyera.

Después de todo, esta todavía era una edad malthusiana, en donde la gente “en exceso” se suponía que sería sacrificada por hambruna, guerra o pestilencia. Con la fuerte Pax Britannica y los mercados internacionales de granos, cuando se permitió que funcionaran aún más fuertes, la muerte por enfermedad pareció ser la única válvula de seguridad disponible para las élites. Para protegerse ellas mismas, razonó la gente, las élites necesitaban apuntar a los pobres con una enfermedad que no podía infectar a los ricos y poderosos. El cólera era perfecto, pues sus brotes eran novedosos y “los” científicos aparentemente no podían ponerse de acuerdo sobre su causa o mecanismos de transmisión, mientras que se suprimieron afirmaciones de William White, John Snow, James Gillkrest y otros, de que no se pasaba fácilmente de persona a persona y que debería haber venido por ingestión, no por inhalación.

Además, las autoridades de salud pública presionaron por la “necesidad” de cuarentenas y cordones, aun cuando no había evidencia de que ellas funcionaran para detener el cólera, pero sí había plena evidencia de que, aunque limitada según los estándares de hoy, aquellas también mataban gente. Como lo puso Gillkrest en 1831, “las regulaciones de cuarentena son, al menos en lo que tiene que ver con esta enfermedad, no sólo inútiles, sino altamente dañinas para la comunidad.”

La respuesta brutal hacia los motines por el cólera simplemente reforzó el punto de vista de que los gobiernos buscaban matar, en vez de salvar. En Rusia y otros países de Europa Oriental, los soldados les dispararon a los manifestantes o les acuchillaron desde sus corceles de guerra. La respuesta británica fue menos violenta, lo que puede ser la razón por la cual experimentó al menos 72 manifestaciones contra el cólera entre fines de 1831 y principios de 1833. Los militares se hicieron presentes en sólo cuatro de aquellas y sólo en una ocasión un magistrado amenazó con leerles a los manifestantes la Ley contra Motines. (Nuestra expresión coloquial de “leer la ley contra motines” a alguien, viene de la práctica de gobiernos angloestadounidenses supuestamente representativos, de recordarles a los manifestantes que el gobierno puede matarlos, y lo hará, si necesita proteger al estado y sus funcionarios. El anuncio público de que la ley estaba siendo puesta en funciones les dio inmunidad legal a funcionarios y aquellos convocados en su ayuda [miembros de pandillas y milicias y cosas como esas] para “matar, mutilar, o causar daño a cualquier persona o personas tan ilegal, descontrolada y tumultuosamente reunidas.”)

Y, sí, definitivamente hubo manifestaciones por el cólera, pues los manifestantes, en número de cientos, miles e incluso decenas de miles, atacaron hospitales, amenazaron a médicos, destruyeron carrozas fúnebres e incluso se apropiaron de partes de las ciudades durante días sin parar. Historiadores especializados, viendo a través de sus propios agujeros, asignan causas políticas específicas a los motines en cada país o región. Uno, por ejemplo, afirma que el cólera y los motines asociados a él estaban altamente politizados, pues tanto la Izquierda como la Derecha luchaban todavía por controlar otro nuevo gobierno francés.

Pero, la causa principal parece haber sido económica. Como lo hace ver Cohen (p. 165), las medidas sanitarias establecidas en París “amenazaban las formas de vida de ciertas profesiones,” incluyendo recolectores de deshechos, chiffoniers (recolectores de trapos y chatarra), y “vendedores de agua, fruta y vegetales.” Otros, temerosos de que sus formas de vida también pudieran ser arrebatadas, se unieron a la lucha, matando al menos un policía de la Corte Suprema, a la vez que secuestraron a otros mientras ardían los vagones de basura. Mucha gente entró a los hospitales con vida, pero pocos salieron en esa condición, lo notaron muchos miembros de la muchedumbre. Dado el contexto malthusiano, parecía claro que los médicos estaban matando a sus pacientes. Ciertamente no los estaban salvando y las nuevas regulaciones probaron ser inútiles, así que ¿qué más podían hacer los pobres?

Gran Bretaña fue particularmente golpeada por los disturbios del cólera porque en 1828, en un caso ampliamente conocido, el Dr. Robert Knox había pagado a dos hombres para que mataran a gente pobre para suplir su laboratorio de anatomía en Edimburgo. Casos similares de cadáveres de irlandeses cubiertos de sal dirigidos hacia Liverpool, plantearon el espectro de un comercio masivo de estos “productos” macabros. En ese contexto, era fácil creer que funcionarios gubernamentales y médicos estaban coludidos para mater a los pobres, cuyo número creciente amenazaba tanto a la riqueza como la seguridad física de las élites.

Finalmente, la alteración de las prácticas acostumbradas en los entierros -regulaciones que también mostraron ser inefectivas, pero difíciles de echar para atrás- disparó muchos de los disturbios. No sólo estaban policías matando a gente pobre, sino que, también, estaban condenando sus almas al infierno, en nombre de la “salud pública.”

Tengo la esperanza de que algo de eso le suene familiar a usted; todo eso me suena extrañamente familiar, todo el camino hacia abajo hasta llegar a progresistas como Karl Marx y su compinche Engels, quienes escasamente mencionan al cólera, incluso en su correspondencia privada, aun cuando Marx vivió a sólo 100 yardas de la infame bomba de agua que Snow identificó. Incluso después de que el mecanismo de transmisión de ano-mano se convirtió en ciencia aceptada, el dúo ruin continuó, por el contrario, culpando a las pobres condiciones de vivienda por el cólera.

Así que, ¿por qué no hemos escuchado muchedumbres cantando “Maten a los médicos, no a la Junta de Salud,” como lo hicieron en Edimburgo, a principio de los años de 1830?

Mi hipótesis de trabajo es que los pobres en el siglo XVIII eran poco escolarizados como para haber sido “educados” en la noción de que médicos y científicos médicos son infalibles. Ellos entendieron, como toda la gente cuyo cerebro no ha sido lavado por más de una década de escuelas gubernamentales, que la idea principal de la Elección Pública se aplica a los PCSs, tanto como a funcionarios gubernamentales (y a profesores universitarios y a todo mundo). En otras palabras, sabían que era posible que ellos estaban siendo deliberadamente matados por una falange médico-gobierno y no vieron evidencia en contrario, cuando la gente continuó muriendo por el cólera, por regímenes de tratamientos inefectivos y regulaciones innecesarias de salud pública.

Hoy día, la gente mira a través de sus propios agujeros y ve a maestros diciéndole que “los médicos quieren ayudarle, y lo harán sólo cuando tengamos medicina socializada como en Canadá,” cuando, en efecto, todo lo que los PCSs quieren es su dinero. Si no me cree, vaya a ver a un médico y si él o ella no le ayuda, no le paga la cuenta y verá lo que pasa. Pregúnteles por qué ellos no siguen el Juramento Hipocrático. Pregúnteles si piensan que es una buena idea tener a la misma entidad que paga una anualidad de por vida, prácticamente monopolizando todo el seguro médico de los ancianos y los pobres. Exponga su propia visión del mundo a través del agujero de ellos mismos.

Por supuesto que es una cosa buena que los manifestantes no ataquen a los PCSs, pues el problema real son las cuarentenas gubernamentales, no los médicos, muchos de quienes están empezando a ver la verdad incluso a través de sus agujeros. Reveladoramente, Cohen hace ver que los disturbios por el cólera se calmaron siempre que el gobierno sustituyó “una regulación y una represión severa por la asistencia caritativa y la negociación” (p. 179). Él termina su artículo haciendo ver que los motines por el Ebola en África Occidental podían haberse evitado si “las autoridades hubieran sabido del largo pasado de Europa con ciertas epidemias socialmente violentas” (p. 179). Imagínese eso, ¡la historia importa!

Robert E. Wright es (co) autor o (co) editor de más de dos docenas de libros importantes, series de libros y colecciones editadas, incluyendo Financial Institutions publicado por el AIER (2019). Robert ha enseñado cursos de negocios, economía y de política en la Universidad Augustana, la Escuela Stern de Negocios de la Universidad de Nueva York, la Universidad de Virginia y en otras partes desde que obtuvo su PhD. en Historia de la Universidad del Estado de Nueva York en Buffalo, en 1997.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.