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Jorge Corrales Quesada
03/11/2020, 14:46
“Las cuarentenas no han hecho nada por alejar el virus,” escribe Tucker. Le agregaría que, cuando las impusieron al principio, nos dijeron que ellas detendrían la mortalidad y la diseminación y hemos visto que no ha sido así. No funcionó la receta del feudalismo medieval.

EL NUEVO FEUDALISMO

Por Jeffrey A. Tucker
American Institute for Economic Research
25 de octubre del 2020

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede buscarlo en su buscador (Google) como jeffrey a. tucker institute for economic research feudalism October 26, 2020 y si quiere acceder a las fuentes, dele clic en los paréntesis azules.

El 28 de febrero, la idea de cerrar y aplastar las economías y los derechos humanos en todo el mundo, era impensable para la mayoría de nosotros, pero fue lujuriosamente imaginada por intelectuales esperanzados en conducir un nuevo experimento socio-político. Ese día, el reportero Donald McNeil, del New York Times, publicó un artículo impactante: To Take On the Coronavirus, Go Medieval on It [Para luchar contra el coronavirus, váyase al Medioevo].

Lo dijo en serio. La mayoría de todos los gobiernos -con pocas excepciones, como Suecia y las Dakotas en Estados Unidos- hizo exactamente eso. El resultado ha sido impactante. Previamente lo llamé el nuevo totalitarismo.

Sin embargo, otra forma de verlo es que las cuarentenas han creado un nuevo feudalismo. Los trabajadores/campesinos se esfuerzan en el campo, luchando por su supervivencia, impotentes para escapar de su difícil situación, con señores y damas privilegiados viviendo de los trabajos de otros y emitiendo proclamas desde su propiedad en la colina encima de todo esto.

Considere un restaurante en donde cené hace una semana en la Ciudad de Nueva York. La orden de usar mascarilla tenia toda su fuerza, excepto que, quienes cenaban, podían quitársela una vez que se sentaran. El personal no podía. También, el equipo de meseros usaba guantes de plástico. Aquí tiene usted a comensales disfrutando de la comida y bebida y las risas, muchos de los cuales trabajan desde su hogar y han encarado una privación económica relativamente menor, lo que supongo dado cuánto está gastando esta clase de comensales en una noche de jolgorio.

Entre tanto, también, usted tiene a este equipo de meseros y cocineros con sus rostros tapados, sus voces apagadas y obligados a lo que parece ser un papel sumiso. Parecen como de una casta diferente. La sociedad ha decidido tratarlos como las filas de los impuros. Las cuarentenas han convertido una igualdad dignificada, que en una época existió entre el personal y los clientes, en donde todos cooperaban para vivir mejor, y la han transfigurado en un teatro del absurdismo feudal.

El simbolismo de esto me inquieta tanto, que mis experiencias propias de cenar han sido cambiadas, desde un momento de socialización a una visión de tragedia que rompe mi corazón. Piense, por un momento, acerca de las víctimas principales de las cuarentenas: las clases trabajadoras, los pobres, gente que para vivir tiene que viajar, aquellos que trabajan en las artes y la hospitalidad, niños fuera de sus escuelas, gente que simplemente no puede convertir sus trabajos de oficina en trabajos en la sala de estar. A ellos nunca se le pidió que opinaran acerca de políticas que destruyeron sus vidas y degradaron su escogencia de profesión.

Típicamente, las principales víctimas no tienen cuentas en Twitter. Ellas no escriben artículos académicos. Ellas no escriben artículos para los periódicos. Ellas no son las cabezas parlanchinas de la televisión. Y, tan seguro como el infierno, ellas no están económicamente protegidas con empleos financiados por impuestos, en un ministerio de salud pública en una burocracia estatal. Están allí afuera llevando alimentos para las tiendas de víveres, entregando cosas en su puerta del frente, dando saltos en restaurantes para asegurarse que usted reciba la comida. Ellos están en las fábricas, los almacenes, los campos, las plantas empacadoras de carne y también en hospitales y hoteles. Son los que no tienen voz, y no sólo debido a que sus mascarillas impiden su habilidad para comunicarse: a ellos se les han robado cualquier voz en los asuntos públicos, aún cuando sus vidas están en juego.

Las cuarentenas no han hecho nada por alejar el virus. Este virus llegará a ser como todos los otros de su tipo en la historia: llegará a ser endémico (predeciblemente administrable) mientras que nuestros sistemas inmunes se adaptan a él, por medio de una inmunidad naturalmente adquirida en ausencia de una vacuna que puede que nunca llegue o que sólo será parcialmente efectiva, como la vacuna contra la gripe. Es decir: de una u otra forma, llegaremos a la inmunidad de rebaño.

Pregúntese a sí mismo quien está sufriendo la carga de lograr esto. No son las marcas azules de visto en Twitter, los coautores de artículos en la revista Lancet y, ciertamente, no los periodistas del New York Times.

El peso de la inmunidad de rebaño está siendo soportado por aquellos que están afuera y alrededor del mundo, incluso cuando la clase profesional con teclados de computadora se sienta en su casa y espera. Bajo la influencia de la profesora Sunetra Gupta, yo llamaría a eso absolutamente inmoral. Feudal. Un nuevo sistema de castas inventado por intelectuales, quienes han escogido sus propios intereses de corto plazo por encima de los intereses de todos los demás.

El sitio de respuestas a preguntas usuales de la Declaración de Great Barrington explica que “las estrategias a la fecha han logrado desviar ‘exitosamente’ el riesgo de infección, desde la clase profesional a la clase trabajadora.”

Piense acerca de las implicaciones de eso. Los políticos e intelectuales que pusieron este feudalismo en su sitio, echaron por la borda todas las preocupaciones normales acerca de la libertad, justicia, igualdad, democracia y dignidad universal, en favor de la creación de un sistema de castas estricto. Hasta aquí llegaron Locke, Jefferson, Acton y Rawls. La tecnocracia médica sólo se preocupó en conducir un experimento sin precedentes en la administración del orden social, como si consistiera enteramente de ratas de laboratorio.

Ya estaba sucediendo al empezar las cuarentenas. Este grupo hace un trabajo esencial, mientras que aquel grupo hace un trabajo no esencial. Este procedimiento medico es electivo y por tanto puede ser retrasado, mientras que ese otro puede proceder. Esta industria puede continuar normalmente, a la vez que esta debe cerrarse hasta que digamos lo contrario. No hay nada en este sistema que sea consistente con algún sentido moderno de cómo es que queremos vivir.

En efecto, nos fuimos al pleno medioevo, acabando con las artes, deportes, museos, viajes, acceso a servicios médicos normales e incluso terminando con la dentistería por unos pocos meses. Los pobres han sufrido demasiado. Realmente, medieval.

A la luz de todo esto, he llegado a tener el mayor respeto por el grito de Sunetra Gupta, que completamente se vuelva a pensar la forma en que manejamos la teoría social en presencia de patógenos. Ella postula lo que llamó el Contrato Social de las Enfermedades Infecciosas. Explica que no es un documento, sino algo endógeno y que evoluciona a la luz de lo que hemos aprendido acerca de los patógenos a lo largo de los siglos. Estuvimos de acuerdo en vivir con ellos y entre ellos, aún mientras trabajamos en construir la civilización, reconociendo la libertad y los derechos de todos.

¿Por qué nosotros previamente insistimos en términos como derechos humanos y libertades? Porque creímos que eran inalienables; esto es, que no pueden ser quitados independientemente de la excusa que se use para ello. Cocinamos estas ideas dentro de nuestras leyes, constituciones, instituciones y en nuestros códigos cívicos encontrados en juramentos, himnos y tradiciones. El contrato social que practicamos en relación con la amenaza de enfermedades infecciosas, es que las administramos inteligentemente a la vez que nunca pisoteamos la dignidad de la persona humana. La recompensa es que nuestros sistemas inmunes se fortalecen, permitiéndonos disfrutar de vidas más extensas y saludables ̶ no sólo las de algunos de nosotros, no sólo las de los legalmente privilegiados, no solo las de aquellos con acceso a plataformas para hablar, sino las de cada uno de los miembros de la comunidad humana.

Hicimos ese pacto hace muchos siglos. Lo hemos practicado bien por cientos de años, razón por la que nunca antes hemos experimentado cuarentenas draconianas y casi universales del funcionamiento social básico.

Este año rompimos el acuerdo. Hicimos añicos y aplastamos el contrato social.

Del todo no sorprende que un “enfoque medieval” hacia la enfermedad también resultaría en la supresión de tantos avances modernos en el entendimiento y consenso social y político. Fue temerario al punto de ser malvado. Ha creado un nuevo feudalismo de quienes tienen y quienes no tienen, de lo esencial y lo no esencial, de nosotros y ellos, del servido y quienes sirven, de los gobernantes y los gobernados ̶ todo definido en los edictos aprobados por dictadores de todos los niveles en pánico, actuando bajo el consejo de intelectuales incruentos, quienes no pudieron resistir una oportunidad de gobernar al mundo por la fuerza.

Una nota final: benditos aquellos que desafían todo eso y que se rehúsan a aceptarlo.

Jeffrey A. Tucker es director editorial del American Institute for Economic Research. Es autor de muchos miles de artículos en la prensa académica y popular y de nueve libros en 5 idiomas, siendo el más reciente Liberty or Lockdown. También es editor de The Best of Mises. Es conferenciante habitual en temas de economía, tecnología, filosofía social y cultura.

Traducido por Jorge Corrales Quesada.