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Jorge Corrales Quesada
21/08/2020, 12:12
Cuando se entenderá esta idea en nuestro medio, cuando son las autoridades planificadoras centrales las deciden qué es lo uno puede y no puede hacer en el marco de la pandemia viral. No se dan cuenta de la posibilidad de que las decisiones sean descentralizadas, que es lo que permite el mejor uso del conocimiento humano, por cada uno de nosotros.

EL USO DEL CONOCIMIENTO EN UNA PANDEMIA

Por Jonathan Newman y Anthony Gill
American Institute for Economic Research
4 de agosto del 2020

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede verlo en https://www.aier.org/article/the-use-of-knowledge-in-a-pandemic/

Llevamos más de cinco meses dentro de la Gran Crisis del Coronavirus del 2020. Epidemiólogos, expertos en política pública y políticos han estado luchando por encontrar una solución que minimizaría los efectos de la enfermedad en la salud pública. Sus políticas y sugerencias, en el mejor de los casos, han sido confusas. No ponerse mascarillas, ponerse las mascarillas. Sólo permitir comercios que venden productos esenciales. Pero, ¿que es ser esencial? Nada de reuniones grandes, excepto estas y aquellas. No extraña que los ciudadanos promedio crecientemente se están molestando. Es como si camináramos a ciegas a través de un campo minado.

Pero, las plagas y las enfermedades infecciosas no son nuevas. Incluso antes de la pandemia global del coronavirus, luchamos contra la influenza estacional. De hecho, la influenza, en sus muchos disfraces, es un acontecimiento anual. Durante la temporada de la gripe, la gente se lava y desinfecta sus manos más a menudo que en otros momentos del año. Si bien raro en el pasado, poca gente declinaba saludarse con las manos si se sentía enferma o si sospechaba que el otro estaba enfermo. En casos de brotes localizados, las escuelas cerraron por un tiempo para ralentizar la diseminación de la influenza.

Ya hemos estado ahí antes. Y nos hemos ajustado. La economía tiene algo qué decir al respecto.

La primera cosa que la economía nos dice es que vivimos en un mundo de diversidad. Cada persona tiene sus diferentes preferencias ante el riesgo. Algunos individuos están muy preocupados acerca de contraer ciertas enfermedades, mientras que otros viven cuidándose un poco menos. Y que cada persona tiene sus circunstancias particulares propias. Estas circunstancias incluyen la posibilidad de entrar en contacto con una persona infectada, la salud del propio sistema de inmunidad del individuo, tener amigos y parientes inmunocomprometidos y acceso a una gama de medidas de prevención posibles. Uno, sin duda, puede pensar en muchas otras consideraciones que afectan nuestras decisiones personales propias en relación con la salud.

Nuestra “política” antes del COVID-19 era básicamente dejar que los individuos, organizaciones y empresas decidieran por sí mismas la forma apropiada de lidiar con la influenza y otras enfermedades contagiosas. Las medidas tomadas por un muchacho sano de 20 años de edad, quien vive por sí mismo y trabaja desde su casa, obviamente diferían de las medidas tomadas por un director de una escuela primaria, con un número elevado y creciente de casos entre estudiantes y profesores. Los individuos escogen adónde comer, con quién comer y qué tan tarde estar fuera de la casa.

En aquel entonces, nada de esto parecía ser absurdo, pero, proponer hoy un enfoque similar en respuesta a este virus, es recibida con acusaciones de que se “niega la ciencia” y que se están “asesinando a las abuelitas.” Si usted no nos cree, simplemente digite “por qué no dejamos que la gente decida cómo responder por sí misma,” en cualquier plataforma mediática en donde el coronavirus sea un tópico.

Concedido, el COVID-19 no es la gripe. Basados en nuestro estado actual de conocimiento, parece ser más infeccioso y peligroso que la influenza típica, y esos parámetros tienen impactos más severos en diferentes grupos demográficos; es decir, ancianos e individuos con condiciones de salud preexistentes. Sin embargo, las estadísticas acerca de la comunicabilidad y la letalidad difieren de nivel, significando que nuestras respuestas deberían diferir de nivel.

Por desgracia, nuestra respuesta al COVID-19 no ha sido diferente en el nivel, sino en el tipo. Los gobernadores estatales han impuesto cuarentenas, con empresas que se escogieron arbitrariamente como “esenciales” para dejar que abrieran. Gobiernos estatales y locales han instituido órdenes de uso de mascarillas en espacios públicos. El gobierno federal llevó a cabo una movilización masiva de ventiladores y otros equipos médicos, y cerró el viaje hacia y desde ciertos países. En resumen, hemos sustituido la toma de decisiones individualizadas y descentralizadas por la planificación central.

La planificación central parece ser una buena idea en un momento de crisis. Después de todo, en esto estamos todos juntos (o así se nos ha dicho). Pero, si somos diferentes en formas importantes, la toma descentralizada de decisiones puede ser un camino mejor por tomar.

En su artículo monumental de 1945, “El Uso del Conocimiento en Sociedad,” (The Use of Knowledge in Society (https://www.econlib.org/library/Essays/hykKnw.html)), F.A. Hayek explica cómo el sistema de precios de una economía de mercado aprovecha el conocimiento descentralizado, en formas que una oficina de planificación central nunca podría hacerlo. El conocimiento acerca de la disponibilidad de recursos, las preferencias acerca de bienes de consumo, y las ideas de cómo producir tanto bienes de consumo como bienes de capital, todo, existe en las mentes de los consumidores y productores de una manera dispersa. Nadie tiene o ha podido tener la totalidad de esta información, mucho menos actuar con base en ella de forma que economiza recursos. Dado que mucha de la información se produce “en el acto” (por ejemplo, sus compras no planeadas cuando realiza compras), incluso supercomputadoras con archivos de Grandes Datos no pueden resolver este problema de información.

Note que este argumento no es contra la planificación. Nadie está sugiriendo que deberíamos desechar del todo políticas dirigidas a tratar el brote de coronavirus. La sugerencia de Hayek es que la planificación realizada por una multitud de individuos de forma descentralizada, hace uso del conocimiento crítico y, a la vez, descentralizado, mantenido por esos individuos. De acuerdo con Hayek:

“No se discute si la planificación debe o no realizarse, sino si ha de hacerse centralizadamente para todo el sistema económico a través de una única autoridad o si debe dividirse entre una pluralidad de individuos.” (p. 217)

Hayek dirigió su argumentación hacia la planificación económica central, en especial bajo el socialismo. Sin embargo, fácilmente podemos traducir sus ideas a la forma en que respondemos a los brotes virales. Las plagas son un problema económico, pues requieren recursos escasos, recursos valiosos, para poderla superar. Las mascarillas y usar mascarillas son costosas. Los ventiladores requieren producción. Los médicos y las enfermeras con habilidades variables tienen posiciones en hospitales con diferentes capacidades. Todos los medios escasos que tenemos para prevenir, tratar y erradicar el virus, tienen usos competitivos, y la gente tiene preferencias e ideas diferentes en relación a cómo combinar esos medios para lograr sus diferentes fines.

Los doctores en medicina, los epidemiólogos y otros expertos científicos que aconsejan a gobiernos nos han hecho creer que este no es un problema económico, sino un problema puramente biológico, que se debe resolver. Si sólo podemos reunir la voluntad política y si escuchamos a los expertos, entonces, dicen ellos, esta cosa se habría acabado en unas pocas semanas, no en muchos meses o años. El hecho es que todavía estamos lidiando con el COVID-19, con una elección importante que se aproxima, que hace que todo esto sea más político e intensifica los llamados para una acción centralizada; los picos en los casos y los argumentos acerca de qué curva estamos aplanando, se convierte en alimento para partidos políticos opuestos, para alegar que sus enemigos han fallado en atender el consejo de Los Expertos. Pero, ¿cuáles expertos? Y ¿experticia en qué? ¿Hay tan sólo un problema que estamos tratando de resolver, o son muchos?

De acuerdo con Hayek,

“Si hoy día está tan ampliamente extendida la creencia de que estos últimos están en una mejor posición, es porque un determinado tipo de conocimiento, concretamente el conocimiento científico, ocupa un lugar tan destacado en la mente colectiva que tendemos a olvidar que no es el único conocimiento relevante.” (p.p. 217-218)

Tendemos a maravillarnos ante expertos médicos con sus grados académicos, logros del pasado (en algunos casos, verdaderamente impresionantes), trajes de laboratorios y proximidad a presidentes y gobernadores en apariciones en televisión. Pero, entonces, permitimos que los mismos expertos receten políticas, ignorando que, al así hacerlo, han dado un salto fuera de los límites de sus propios campos científicos, hacia la economía. Pero, aún más, las políticas que los expertos médicos proponen suponen un conocimiento uniforme acerca de todos los distintos individuos a quienes ellos afectan. Ponen un pie en el mundo divergente de las preferencias individuales, y en la experticia que cada uno de nosotros posee acerca de su condición particular propia.

Entender la ciencia detrás de la transmisión viral no es lo mismo que entender las preferencias individuales hacia el riesgo de cada uno de los más de 300 millones. Hacer un estudio acerca de diferentes materiales en las mascarillas y de su habilidad para detener la entrada o salida de partículas, no es lo mismo que juzgar la demanda futura del mercado de diferentes tipos de mascarillas y compararlo con el costo de producir esas mascarillas. Tampoco nos da información acerca de cómo los individuos usarán este equipo. Saber las estadísticas de casos, hospitalizaciones, muertes y recuperaciones, no es lo mismo que saber el valor de la producción e ingreso que se dejó de obtener, si a miles de empresas se les impide permitir que los trabajadores lleguen a trabajar.

Es fácil suponer que todo mundo quiere vivir y no morir, pero cómo queremos vivir -esto es, las compensaciones mutuas que hacemos como personas individuales- es mucho más complicado.

Por desgracia, esta afirmación es herética en el ambiente social de hoy. Hayek luchó contra la misma recepción en su propio momento:

“Hoy resulta casi una herejía sugerir que el conocimiento científico no constituye la suma de todos los conocimientos. No obstante, una pequeña reflexión mostrará que está fuera de toda duda la existencia de un importante, aunque desorganizado, conjunto de conocimientos que no pueden llamarse científicos, en el sentido de ser un conocimiento de reglas generales: es el conocimiento de las circunstancias situacionales y temporales específicas.” (p. 218)

El conocimiento al que Hayek se refirió es el conocimiento suyo. Sólo usted conoce su necesidad de continuar trabajando y obteniendo un ingreso. Sólo usted sabe los pros y los contras de trabajar desde el hogar, si tal cosa es posible para usted. Sólo usted conoce lo vivificante que es ver a amigos y familiares, asistir a actividades de la comunidad (incluyendo funerales), aprender en una clase con un maestro con vida y con compañeros de clase vivientes, salir a una cita a un restaurante y, luego, más tarde, caminar por la calle para comprar un helado. Sólo usted puede valorar los costos y los riesgos de esas actividades contra los beneficios para usted. Usted es el único experto verdadero en usted.

Y, usted no es el único “usted” en el mundo. Hay miles de millones de “usted,” con su propio conocimiento individual interactuando en una división global del trabajo. Sólo los empresarios de la fábrica de ropa interior Hanes pueden decidir cómo cambiar de producción de ropa interior hacia producir mascarillas. Sólo los administradores de las escuelas en un pequeño pueblo de Wyoming pueden decidir la política apropiada para su escuela, basados en su experiencia local con el virus. Sólo el dueño del restaurante italiano de la localidad puede juzgar cuáles serán los ingresos potenciales ante una limitación en el número de quienes pueden sentarse a comer en su interior, y compararlo con los costos (incluyendo los pasivos) asociados con la limitación al número de clientes que se pueden sentar. Sólo la abuelita con problemas respiratorios sabe si es seguro usar una mascarilla o si salir del todo con base en qué tanto ella valora a su familia.

Como nos lo recuerda Hayek, “Necesitamos descentralización porque sólo así podemos asegurar una utilización precisa del conocimiento de las circunstancias particulares de tiempo y espacio” (p. 221).

Ya antes hemos pasado por esto. Usted es más experto de lo que podría pensar.

Jonathan Newman es profesor asistente de economía y finanzas en Bryan College y académico asociado del Instituto Mises. Él obtuvo su PhD. en la Universidad Auburn en el 2016.

Anthony Gill es profesor de economía política en la Universidad de Washington, Seattle.