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Jorge Corrales Quesada
16/08/2020, 16:38
Al mal tiempo, buena cara y la esperanza es lo último que se pierde.

¿QUÉ DE BUENO SURGE DE ESTA TRAGEDIA?

Por Jeffrey A. Tucker
American Institute for Economic Research
6 de julio del 2020

NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis y en azul, si es de su interés, puede verlo en https://www.aier.org/article/what-good-comes-from-this-tragedy/

Muchos millones de personas han pasado los últimos cuatro meses en tristeza y depresión. Es difícil ver al mundo destrozado por el mal comportamiento de los gobiernos -y ver a demasiados entre nosotros celebrar la destrucción- y no sentir un sentimiento de desesperanza.
Y, aún así, la mente humana es una cosa increíble. Si trabajamos en eso, podemos imaginar un buen aporte proveniente de acontecimientos terribles. Hacerlo -requiere de un esfuerzo- puede animar los espíritus y apuntar el camino de salida del pantano.

He sacado tres positivos de esa experiencia.

Primero, he superado totalmente mi adicción de décadas a las noticias.

Siempre amé las noticias, incluso cuando era un niño. Durante años, leí el Washington Post con mi café en la mañana. Luego, cambié al New York Times y aprendí cómo jugar con la verdad a partir de su cobertura sesgada, pero exhaustiva. Luego, agregué al Wall Street Journal. Cuando aparecieron los asistentes hogareños, programé el mío para que pasara noticias continuas durante 8 horas seguidas (si lo necesitaba): BBC, NPR, NYT, y muchas otras. Se sentía como un lujo.

El punto de inflexión se me presentó el 28 de febrero del 2020, cuando el podcast del New York Times (que solía ser mi favorito) envió una pieza de pánico pornográfico, que predecía que el coronavirus mataría a 8.25 millones de estadounidenses, o a “seis de sus amigos.”

Fue como un golpe súbito darme cuenta de que ellos habían convertido a su principal podcast en una arenga de temor público para respaldar una cuarentena. Explícitamente. Esta era la agenda. Ellos, más o menos, lo admitieron. Supe, en ese momento, que el periódico se había inscrito para contribuir en un complot malicioso para poner en marcha un experimento socio/político sin precedentes.

El Times abrió el camino. Muy pronto, los medios de la corriente principal se convirtieron en universalmente pro cuarentena, probablemente por razones políticas. Un virus moderado y extendido, peligroso primordialmente para un grupo demográfico específico con baja expectativa de vida, y casi inocuo para todos los demás, fue reproducido diariamente y a cada hora como una nueva peste bubónica.

Pude haberlo escuchado por un par de días más. Luego, paré. Se me cayó la venda de mis ojos. Decidí, súbita e increíblemente para mí, parar de llenar mi cabeza con disparates. Las “noticias” no me estaban dando información para ayudarme a entender al mundo; estaban nublando mi habilidad de pensar con claridad. Pocos meses después, como un reloj, la revolución en el New York Times se concluyó cuando su editor de la página de opinión, contratado para diversificar las opiniones en el periódico, fue despedido (fired (https://www.nytimes.com/2020/06/07/business/media/james-bennet-resigns-nytimes-op-ed.html)) sin ceremonia alguna por diversificar la opinión en el periódico. (La masa de la teoría crítica ha descubierto un nuevo amor al derecho de las instituciones a despedir gente, contradiciendo décadas de oposición del ala izquierda a lo mismo.)

Empecé a obtener mi información escarbando por ella, encontrando cuentas confiables en Twitter a la cual seguir, pasando mi tiempo en páginas de estadísticas y, alternativamente, leyendo historia, y educándome a mí mismo más profundamente que tan sólo confiando en los medios.

Aquí hay una excepción: el Wall Street Journal, que todo el tiempo tuvo un desempeño heroico (performed heroically (https://www.aier.org/article/a-tribute-to-the-wall-street-journals-editorial-page/)).

En este momento, todo lo que puedo decir es que nunca voy a regresar. Se terminó mi adicción a “las noticias.” Por ello me siento mejor. Fue doloroso, pero estoy contento.

Algunos lectores ahora están diciendo: ya era ahora. Las noticias siempre han sido acerca de capturar ojos y oídos y vender anuncios. Es sólo entretenimiento. Eso se hizo especialmente cierto con el ciclo de noticias durante 24 horas.

No estoy en desacuerdo. Debería haberlas dejado años atrás. Incluso ahora, puedo casi de inmediato decir cuál la diferencia entre una persona que mira las noticias de la televisión o que escucha la radio de la corriente principal versus aquellos que están en verdad informados acerca de lo que está pasando.

En cualquier caso, cuento esto como una victoria real, cortesía de la cuarentena.

Segundo, he ahorrado una cantidad tremenda de dinero al no ir a restaurantes, bares y cines.

Me siento triste por todos los lugares que han cerrado. Es injusto y malévolo. Pero, desde mi propia perspectiva, he aprendido a vivir una buena vida, al tiempo que gasto aproximadamente un 30% menos que antes. He vuelto a enamorarme con la cocina, cocteles caseros y leer.

Todo es para bien. Dudo que regresaré, ahora que puedo hacer todas mis comidas favoritas a una fracción del precio que solía pagar. Ahora que las cosas se están abriendo, tal vez regresaré a algunos restaurantes, pero dudo que jamás volveré a cómo eran antes las cosas.

Tercero, he aprendido una lección valiosa cual es que la civilización puede ser desmantelada en cuestión de meses.

Puede volver a suceder si no hay voces apasionadas ahí afuera que entienden su base y pueden defenderla con integridad intelectual, hechos y poder retórico. Nunca imaginé que algo como eso podía pasar. Pensé que era imposible con una Constitución, una tradición de libertad y un pueblo que nunca permitiría que los derechos humanos fueran quitados tan súbita y cruelmente. Sucedió y, a sabiendas de eso, ha renovado mi pasión por mi proyecto de vida de amar, entender y diseminar la idea de libertad.

Es notable cómo pasó todo esto.

El gobierno y sus paladines se basaron en un tema acerca del cual hoy el público es básicamente desconocedor y temeroso -un virus y la afirmación de que 8.25 millones de estadounidenses morirán- y explotaron ese desconocimiento para lograr que la gente renunciara a sus derechos. Aún cuando toda esa cosa fue mapeada hace 14 años (mapped out 14 years ago (https://www.aier.org/article/the-2006-origins-of-the-lockdown-idea/)), tal vez, como una forma de encontrar alguna lógica para la presencia continua y creciente del gobierno en todas nuestras vidas, a pesar de su, por lo demás, irrelevancia creciente, muchos del lado pro libertad fueron tomados por sorpresa y no supieron cómo responder.

Muchas personas -incluso gente empleada en el trabajo de “promover la libertad”- se mantuvo en silencio. Durante meses. Justamente cuando más se necesitaba escuchar sus voces. Esa fue una tragedia. Estaré agradecido por siempre con las páginas del American Institute for Economic Research (AIER) que, por momentos en estos meses, se sintió como una voz única de sanidad (lone voice of sanity (https://www.aier.org/article/speak-out-against-the-covid-orthodoxy/)) allí afuera.

Esta tercera lección -estar agradecido por nuestras libertades y civilización y nunca pensar que deben verse como dadas por sentado- es tal vez la más valiosa. También, pienso que mi experiencia en aprender estas lecciones no es única. Me sospecho que mucha gente inteligente ha perdido la fe en las noticias, redescubierto la frugalidad y encontrado una nueva forma de comprometerse con la defensa de la libertad y de los derechos humanos. En los próximos días, vamos a necesitar mentes más fuertes e inteligentes para luchar en las batallas del futuro. Estos meses terribles pueden haber sido la preparación que necesitamos para asegurarnos de que, finalmente, prevalecerán la verdad y la libertad.

Jeffrey A. Tucker es director editorial del American Institute for Economic Research. Es autor de muchos miles de artículos en la prensa académica y popular y de ocho libros en 5 idiomas, siendo el más reciente The Market Loves You. También es editor de The Best of Mises. Es conferenciante habitual en temas de economía, tecnología, filosofía social y cultura.