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Jorge Corrales Quesada
16/08/2020, 16:33
Ideas acerca de las cuales hay que pensar y construir.

INDIVIDUALISMO Y SALUD PÚBLICA: TENSIONES Y DESAFÍOS

Por Stephen Davies
American Institute for Economic Research
19 de julio del 2020

Como lo sabe todo mundo que haya estado consciente durante los últimos meses, el mundo está en las etapas mediana o inicial de una pandemia. Lo que sea que usted piense como respuesta hacia esto, es un desafío importante para la salud pública. Si bien está lejos de ser la primera, tampoco será la última. Lo que ha hecho, por diversas razones, es destacar la relación continuamente incómoda entre el individualismo y, con ambos, la idea y práctica de la salud pública. La salud pública es tanto una idea como una práctica institucionalizada. Es una característica central del estado moderno (y de algunos previos) y plantea todo tipo de desafíos para los liberales individualistas.

Las actividades que colectivamente llamamos salud pública han sido brindadas por gobiernos en diferentes momentos de la historia, en particular, cuando esos gobiernos regían sobre grandes pueblos y ciudades, pues los desafíos que enfrenta la salud pública son mucho más severos en ambientes urbanos. Las actividades usuales incluyen cosas como provisión de agua potable, suministro de drenajes y saneamiento, pavimentación de calles, todo lo cual cuenta como infraestructura. Sin embargo, hay otras que requieren la actividad e inspección o supervisión de parte de servidores del estado, tal como controlar la contaminación y el ruido, limitar riesgos de incendio y tomar pasos para prevenir o mitigar epidemias ̶ siendo la última, por supuesto, el centro del escenario actual.

La mayoría de la gente ve estas como funciones esenciales del gobierno, a la par de cosas como defensa o provisión de la ley. El caso en favor de los gobiernos haciendo aquellas cosas es, en realidad, más fuerte que el de ellos suministrando ya sea la defensa o leyes, pero, a pesar de ello, ha habido muchos casos en que ellas no fueron provistas del todo o en una cantidad muy limitada. En el mundo antiguo, grandes estados imperiales como la China Han o Roma las brindaron, extensamente, pero en mucha de la Edad Media, no lo fueron en muchas partes del mundo.

El gran cambio en el pensamiento acerca de la salud pública en Europa se dio durante la era Barroca, desde mediados del siglo XVII a principios del XIX. En este punto, los estados empezaron a brindar servicios de salud pública y emular tanto a romanos como sus contemporáneos chinos. Lo que también apareció fue una teoría elaborada de la salud pública como función de un gobierno bien ordenado, producida por teóricos del absolutismo Barroco, como el cameralismo alemán. Hizo de la salud pública una parte central del así llamado poder policial del gobierno, que estaba interesado en políticas y actividades que promovieran el bienestar general de la sociedad ̶ note la naturaleza colectiva del bien descrito por este término. Este pensamiento fue una influencia sobre los Fundadores de los Estados Unidos, como puede verse en el uso explícito del concepto de poder policial en la Constitución y en las discusiones políticas y la política a nivel estatal de esa época.

Desde ese momento y en adelante, el concepto y práctica de la salud pública ha sido problemática para los liberales individualistas. La idea en sí ocasiona al menos inquietud; la práctica, mucho más. Para muchos radicales de un estado pequeño en el siglo XVIII, como Jefferson, esta era otra razón más para estar a favor del agrarismo y ser escéptico de las grandes ciudades comerciales (las grandes ciudades hicieron que las medidas de salud pública fueran una necesidad, pero estas fueron vistas como dudosas, así que este fue otro golpe contra la gran ciudad).

La primera fuente de inquietud es la propia idea de salud pública. El concepto tiene una cualidad inherentemente colectivista, pues es más que el agregado de la salud de los individuos. Es algo que afecta a los individuos y es influido y producido por la acción individual, pero se deriva del aspecto de red de esas acciones, las relaciones entre gente que no son determinadas por gente en particular y por la que no son responsables persona o personas específicas. Para una concepción social del individualismo, esta no es una dificultad, pero si hace que surja la pregunta de cuánta responsabilidad ha de asignarse y ejercerse.

El segundo desafío es más serio. Este es, si la salud pública, como una actividad, tiene un aspecto coercitivo necesario que no puede evitarse, aún si puede minimizarse. Hay dos razones para esto. La primera es la necesidad de altos niveles de cumplimiento y la observación de reglas y normas, si es que van a ser efectivas. Este es un caso en donde, a menos que una mayoría abrumadora cumple con la regla, no será efectivo. La segunda razón es la existencia de problemas de acción colectiva y lo que podemos llamar “efectos basura.” Tome el caso de la recolección y disposición de deshechos. Si no se hace efectivamente, entonces, por razones diversas, habrá un problema serio de salud. Si se deja enteramente a la responsabilidad de los individuos, la tentación es que, cada persona que actúa por sí misma, piense que, si todo mundo va a observar las reglas, ella puede salirse con la suya incumpliéndolas.

Por supuesto, el problema es que, inclusive si sólo una minoría hace eso, si el número es lo suficientemente grande, los efectos serán severos. Es más, alguna gente, viendo los desechos dejados por otros, empezará a pensar, “¿por qué yo debo preocuparme?” y, también, deja de hacerlo, así que el problema tenderá a escalar ̶ no se autolimita. La solución es hacer obligatoria la medida o la actividad, con penas por el incumplimiento, así que la coerción es parte inevitable del fenómeno de la salud pública (independientemente de cómo se financia, así que eso no entra aquí).

Un ejemplo histórico clásico de esto, que tiene una considerable resonancia contemporánea, fue la vacunación obligatoria contra la viruela en Inglaterra y Gales, y la campaña que provocó en respuesta. La viruela era una enfermedad realmente aterradora, que combina una alta tasa de mortalidad de los infectados con un nivel muy elevado de infecciosidad, así que mató a grandes números y también se diseminó rápida y extendidamente (una combinación rara). Quienes sufrían de ella y sobrevivían, a menudo quedaban ciegos y, casi siempre, con cicatrices. Esta fue la primera enfermedad en que se desarrolló la técnica de la vacuna como un profiláctico, por Edward Jenner, en 1777. El desafío era que, debido a que la enfermedad era tan infecciosa, la vacuna tenía que llegar a un porcentaje muy alto de la población (un 85%) para que hubiera una “inmunidad de rebaño” (significando que, dado que había poca gente susceptible en un lugar determinado, un caso individual no daría lugar a más de un caso nuevo).

Por mucho tiempo se estimuló la vacunación, pero no se hizo obligatoria, pues muchos sospechaban y eran escépticos ante la técnica o preferirían al más antiguo (pero tanto menos confiable, así como más riesgoso) proceso de variolización [Nota del traductor: técnica de impregnar, con polvo de las costras de la viruela, una incisión en la piel, aislándose la persona hasta que la enfermedad la atacara levemente y así recuperarse]. El problema fue que no mucha gente escogió libremente vacunarse.

Encarado con esto, el Parlamento hizo obligatoria la vacunación contra la viruela en 1853 y endureció las reglas y penalizaciones en 1867. Los padres que no enviaban a sus hijos a vacunarse, enfrentaban multas severas, y prisión si fallaban en pagar la multa o, una vez multados, inmediatamente obligados a acatar. Esto provocó una enorme reacción y la oposición a la vacunación obligatoria llegó a ser una de las principales campañas libertarias en la Inglaterra Victoriana, en particular entre clases trabajadoras. La respuesta de las autoridades fue duplicar los esfuerzos de su política y desarrollar nuevas formas de lidiar con los recalcitrantes, con cosas como usar prisión repetida ante una única convicción (el procedimiento del “gato y el ratón” usado después contra las sufragistas).

La oposición se concentró en el pueblo de Leicester, cuyo diputado al parlamento, el liberal radical Peter Taylor, se convirtió en un claro opositor a las medidas y la asumió en forma de una campaña masiva de desobediencia civil. Con el tiempo, después de diversos reportes, se logró un compromiso en 1907, que hizo, por defecto, obligatoria la vacunación, pero permitiendo un procedimiento de objeción por consciencia para poder evitarla y también eliminar las penas sumarias y acumulativas.

Esto muestra claramente cuál es el desafío para los individualistas. La viruela era un problema serio de salud pública. No tener vacunados a los hijos de uno elevaba más las probabilidades de un brote letal. La respuesta fue emplear el elemento obligatorio y las sanciones criminales para asegurar el cumplimiento, con serios impactos sobre las libertades civiles. No obstante, la alternativa era la epidemia. Por tanto, la tensión es obvia e inevitable. Una respuesta puede ser que, basado en principios, uno todavía podía oponerse a la obligación y descansar en la presión y exhortación social.

El problema es el tercer factor que hace que la salud pública sea una cuestión difícil para los libertarios estrictos (junto con sus problemas de cualidad colectivista y de acción colectiva): la existencia de importantes efectos de derrame. Si me rehúso a que mi hijo se vacune contra la viruela, los costos no sólo los sufro yo por mi decisión, sino también terceros que llegaron a hacerse más vulnerables ante un brote. (También, está el tema de hasta qué grado podría un padre exponer al hijo al riesgo, el mismo tema que surgió con padres que tenían una objeción religiosa a procedimientos médicos, como transfusiones).

No es necesario decir qué tanto estos asuntos son parte de nosotros en este momento, Tanto en Estados Unidos, como en el Reino Unido, hay fuertes objeciones a que se haga obligatorio el uso de mascarillas en lugares públicos. El problema con eso es uno que ya se hizo ver, la existencia de efectos de derrame. La cuestión es esa de cómo el bien compartido de salud pública puede suministrarse con la cantidad mínima de coerción. Una forma es descansar en normas y presiones sociales. Esta puede ser más efectiva de lo que algunos suponen, pero hay un efecto muy fuerte de “punto de inflexión,” cuando las normas y expectativas son observadas por casi todos, hasta el momento en que el número crítico lo haga, pero, aún una ligera caída por debajo de ese nivel, conduce a un colapso súbito. Esto hace que sea una forma poderosa pero frágil de hacerlo ̶ el caso de la vacunación contra enfermedades como la viruela en los Estados Unidos contemporáneo, es ejemplo de esto.

La otra forma de lograrlo es descansando en la acción privada y los derechos de propiedad. En el contexto presente, eso significaría que negocios, como centros comerciales y bares, insistan en que se observen ciertas reglas como condición para entrar o ser servidos. Esto podría ser muy eficiente, dependiendo del balance de sentimientos fuertes sobre los dos lados del asunto entre los consumidores. De nuevo, el problema es la necesidad de casi una universalidad ̶ se derrota el objetivo de la salud pública si un 20% de los negocios no aplican tal regla, mientras que el 80% sí lo hace. La salud pública en el caso de cosas como epidemias, saneamiento y desperdicios es un caso en el límite para el principio de la auto gobernabilidad del individuo. El elemento de compulsión puede minimizarse, pero no se puede escapar totalmente de él.

A pesar de lo anterior, ¿qué grado de caso límite tiene? Esta es la pregunta realmente seria. Si la salud pública es un fenómeno colectivo, la producción de la cual requerirá un elemento de coerción, aunque sea pequeño, ¿hasta dónde llega el concepto? Esta es la tercera razón de la tensión de mucho tiempo entre la práctica de la salud pública y el principio de libertad individual. El problema es que, desde su formulación en el siglo XVIII y su impugnación en el XIX, el concepto ha sido impulsado y expandido, a menudo con resultados desastrosos.

Un ejemplo es la Prohibición [Nota del traductor: se refiere al episodio en Estados Unidos de prohibir la producción, transporte y venta de licor], que se justificó con base en la salud pública. Incluso más serio es el caso de la eugenesia y la “higiene social.” Aquí la idea era que la salud pública colectiva requería de controles a la libertad reproductiva de los individuos, pues “la cría sin regulación” conduciría a un deterioro de la calidad de la “reserva nacional.” Esto halló su expresión en leyes y políticas de una gran mayoría de estados de los Estados Unidos, así como en muchos estados europeos, que suministraron encarcelamiento y esterilización obligatoria para los “no aptos” o los “imbéciles.”

Esto, en el Reino Unido, casi que condujo a unas de las leyes más opresivas que jamás haya encontrado su camino hacia el Libro de Leyes en 1919, antes que fueran descarriladas por el miembro del Parlamento Josiah Wedgwood. Podemos ver la misma lógica en operación en el apoyo a controles legales sobre las elecciones de estilo de vida, como dietas o bebidas.

Por supuesto, la respuesta es desarrollar y articular argumentos y métodos para determinar qué tipo de acciones cuentan como asuntos genuinos de salud pública, debido a la severidad de los efectos de derrame, y cuáles no. El objetivo debería ser estrictamente evitar y limitar el ámbito de la salud pública coercitiva, tanto como un ideal como en la práctica. Deberíamos pensar de eso como algo así como el corazón de un reactor nuclear ̶ útil, incluso esencial, pero algo que necesita estar altamente contenido. Este es el tipo de proyecto y actividad en que los individualistas y los liberales clásicos deberían estar involucrados.

El Dr. Stephen Davies, compañero sénior del American Institute for Economic Research (AIER) encabeza la sección de Educación del Institute for Economic Affairs (IEA) de Londres. Previamente fue oficial de programs del Institute for Humane Studies (IHS), en la Universidad George Mason en Virginia. Se unió al IHS desde el Reino Unido, en donde era conferencista sénior en el Departamento de Historia e Historia Económica en la Manchester Metropolitan University. También ha sido visitante académico en el Centro de Filosofía y Política Social, en Bowling Green State University, en Ohio. Historiador, se graduó de la Universidad de St. Andrews en Escocia en 1976 y obtuvo su PhD en la misma institución en 1984. Ha sido autor de varios libros, incluyendo Empiricism and History (Palgrave McMillan, 2003) y fue coeditor junto con Nigel Ashford de The Dictionary of the Conservative and Libertarian Thought (Routledge, 1991).