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Jorge Corrales Quesada
16/08/2020, 16:28
Este asunto es también muy relevante aquí, en donde la amenaza marxista de una sociedad socialista sigue en boga, en especial en momentos de crisis como los actuales. Eso me recuerda a esas enfermedades oportunistas, que se dan el lujo de tener éxito cuando el ser humano está débil.

EL MÁS ALLÁ CELESTIAL DE KARL MARX

Por Kevin D. Williamson
National Review
6 de agosto del 2020

Por qué Marx continúa fascinando a los revolucionarios potenciales.

No resulta una sorpresa que Black Lives Matter (BLM) [Las Vidas Negras Importan] debería tener zarcillos que la conectan directamente con la red terrorista marxista de los años sesenta y setenta. Sería sorprendente si fuera de otra manera. Ese es el material del 2020.

El cofundador de BLM, Patrisse Cullors, se describe a sí misma como una “marxista entrenada,” con la palabra “entrenada” trayendo a la mente aquella sesión de estudio del marxismo en ¡Salve, César! Ella cuenta en Democracy Now!” que su ingreso a la política se dio bajo la guía de Eric Mann, el terrorista de Weather Underground, quien fue convicto de conspiración para cometer asesinato, después de dispararle a una estación de policía en Massachusetts. Para radicales de ese tipo, es fácil ver la atracción no sólo del marxismo per se, sino aquella del propio Karl Marx y del estilo marxista: No importa el socialismo, Marx ofrece un antiindividualismo radical, una prefiguración totalitaria de la política de identidad contemporánea, un antisemitismo patológico, la pretensión de ciencia, y muchos otros ingredientes en la sopa del día de la política radical. Y, en esta época de aturdimiento con memes, vale la pena tener en mente que Karl Marx, con su enorme cabeza llena de pelos y una barba de Brooklyn, hace que sea una mascota muy agradable.

El marxismo, como lo reportó el National Review en otra ocasión, está regresando un poco entre progresistas estadounidenses, quienes han sacado de sus mentes a los 100 millones de cadáveres producidos por el socialismo en el siglo XX, junto con los cadáveres que el socialismo continúa produciendo en el siglo XXI ̶ en Cuba, en Venezuela, en Corea del Norte. Esta es una historia que nunca debemos dejar de contarla, pues el socialismo es el autor de horrores que nunca debemos olvidar.

Pero, el registro histórico del marxismo es lo suficientemente claro. ¿Qué hay acerca del propio Karl Marx?

No sabemos qué habría hecho el propio Marx con el poder político real, pues nunca tuvo uno. Marx renunció a su ciudadanía prusiana en 1845, trató infructuosamente de obtenerla de regreso en 1848, y poco después fue expulsado de Prusia y luego de Francia, antes de aterrizar, a los 31 años de edad, en el Reino Unido. Así que él fue efectivamente alejado del involucramiento directo en los asuntos de la corriente principal europea. Él sólo había tenido una influencia marginal en la política práctica durante su vida en el Continente y, de ahí en adelante, del todo nunca tuvo alguna. Era casi exclusivamente una figura literaria y periodística y, aunque sus biógrafos no le han hecho favores contando honestamente su historia (“un fanático totalitario,” le llamó Max Eastman), no debería interesarnos su vida doméstica desagradable y abusiva o sus timos sucios, sino su œuvre.

¿Y QUÉ DEBERÍAMOS PENSAR ACERCA DE MARX EL ESCRITOR?

Marx empezó trabajando como periodista en 1842 y en 1843 se convirtió en editor del periódico radical Deutsch-Französische Jahrbücher. Continuó escribiendo por casi 40 años. Su producción fue considerable y la mantuvo durante décadas, así que, como uno lo podría esperar, es desigual en calidad y estilo ̶ de hecho, descontroladamente.

Como economista, Marx era básicamente un hombre de las cavernas, construyendo su marco analítico sobre una versión de la teoría del valor trabajo, la que, ante el escrutinio, no se sostiene muy firme. Sus afirmaciones relacionadas con la “plusvalía” y su carácter inherentemente explotador, reflejan un entendimiento primitivo de cómo los precios y el intercambio operan en la realidad. Marx estaba lejos de ser un incapaz en hacer cálculos aritméticos elementales, pero era un moralista de corazón que trataba de laborar en un campo que rápidamente llegaría a ser dominado por las matemáticas.

Marx pretendía estar practicando una “ciencia” de la historia, pero, su análisis es generalmente normativo, en vez de genuinamente descriptivo. Por ejemplo, su insistencia -él la llamó una ley- de que la producción económica es producto del antagonismo de clases no tiene sentido y fácilmente se prueba que es falsa. Marx, con toda su grandilocuencia cientificista, guiada por su corazón, deriva de sus propias reacciones moralistas las condiciones de su época (ya sea que las entendiera o no), en lo que él creía era una progresión históricamente necesaria hacia un mundo que - ¡inevitablemente”! - satisfaría sus propios anhelos espirituales y estéticos.

Como lo hizo ver William Henry Chamberlain, “La verdad es que no hay nada remotamente científico acerca del socialismo de Marx. Él empezó con un conjunto de supuestos dogmáticos a priori y, luego, extrajo a duras penas en el Museo Británico hechos que parecerían confirmar esos supuestos.” De ahí la casi interminable serie de predicciones risibles de Marx acerca del desarrollo, tanto de la actividad económica, como de la economía política, una letanía en la que Marx prácticamente se equivoca en cada oportunidad.

Esos errores no necesitan ensayarse por mucho tiempo. Pero, hubo algunos grandes fallos: El capitalismo no ha producido una porción cada vez más reducida de ricos explotadores y masas empobrecidas, sino que, en vez de eso, hizo, en términos reales, a las masas vastamente más ricas que los ricos capitalistas de la época de Marx; los Estados Unidos, el Reino Unido y Alemania no estaban preparadas para la revolución socialista, sino que, en vez de ello, construyeron con base en los éxitos del capitalismo del siglo XIX, para crear una forma incluso más liberal e igualitaria de capitalismo en los siglos XX y XXI (Alemania tuvo un desvío horrendo); la “dictadura del proletariado” en los países socialistas terminó siendo un dictadura pura y simple, y el socialismo no provocó una “desvanecimiento” del estado, sino que, en vez de eso, produjo una especie de estatismo particularmente extenso, que no sólo era sofocador y atroz, sino, a menudo, homicida y genocida por igual. Mucho del proyecto retórico del marxismo contemporáneo ha sido dominado por la defensa del socialismo ante la historia, un grito sostenido de “¡Ese no era el verdadero socialismo!,” que ha reverberado desde el Muro de Berlín hasta los campos de la muerte.

Mientras que Marx afirmó (a partir de la teoría del valor trabajo y la “plusvalía”) que explotación es el ingreso más allá de los costos de producción que no era devuelto inmediatamente a los trabajadores, precisamente es la remisión de las ganancias hacia las inversiones de capital lo que ha conducido a estándares de vida reales más elevados para los trabajadores. Brad DeLong, quien le da mucho crédito a Marx, tanto como economista. como historiador económico (“entre los primeros en acertar acerca de la revolución industrial”), afirma: “Marx creía que el capital no es un complemento sino un sustituto del trabajo. Así, el progreso tecnológico y la acumulación de capital que elevan la productividad media del trabajo, también reduce el salario de la clase trabajadora. Por lo tanto, sencillamente, el sistema de mercado no podía aportar una sociedad buena o medio ben, sino sólo una combinación de lujo obsceno con pobreza masiva. Esta es un asunto empírico.”
La respuesta de Marx fue la equivocada.

Incluso la mayoría de los autoproclamados socialistas en Estados Unidos, rechazan implícitamente al análisis de Marx; los sistemas nacionales que ellos proclaman admirar en lugares como Dinamarca, Suecia y Noruega, fueron creados, no por el derrocamiento violento por el proletariado del orden capitalista, sino, en vez de eso, por el capitalismo y la democracia liberal. Cualesquiera que sea la atracción continua de Marx, no se encuentra en la substancia de su pensamiento económico y político.

LO QUE LES ATRAE ES EL ESTILO MARXISTA

Nuestros marxistas contemporáneos no se avergüenzan ante el racismo y el antisemitismo de Marx, como lo deberían estar ̶ o, de hecho, incluso tan avergonzados como lo estuvieron algunos de los contemporáneos de Marx. En una carta de 1890, Friedrich Engels reprendió a su colaborador por su odio obsesivo hacia el judío, recordándole que “el antisemitismo revela una cultura retardada, razón por la que sólo se le encuentra en Prusia y Austria, y también en Rusia. Cualquiera que flirteara con el antisemitismo, ya sea en Inglaterra o Estados Unidos, simplemente sería ridiculizado.”

Marx no era el único en ser un antisemita de origen judío o que descansara en estereotipos étnicos (por ejemplo, él habló de los “mexicanos perezosos” quienes se beneficiarías si fueran dominados políticamente por los Estados Unidos). Puede encontrársele abusando de sus rivales con difamaciones étnicas, algunas veces prácticamente rococó en sus ornamentaciones. (Su carta a Engels denunciando al “Der jüdische N*****” Ferdinand Lasalle, que incorpora especulaciones raciales rencorosas acerca de los ancestros del hombre, es el ejemplo más infame.) Pero, difícilmente el judaísmo fue una ocurrencia tardía para el padre del socialismo. Es destacable que una de las primeras contribuciones de alto perfil de Marx a la vida intelectual fue “Sobre la Cuestión Judía,” que está lleno de improperios antijudíos. “¿Cuál es el culto terrenal del judío? Las ventas ambulantes… El billete es el dios verdadero del judío.” Trafica con las patrañas familiares antisemíticas, incluyendo la afirmación de que los judíos, que estaban siendo perseguido en Europa en la época de Marx, por medio de su poder financiero estaban dominando secretamente los asuntos públicos: “La contradicción que existe entre el poder efectivo del judío y sus derechos políticos es la contradicción entre la política y el poder del dinero,” escribe Marx.

(De nuevo, Engels ofrece un correctivo, cuando le escribe a Marx: “En Estados Unidos ni siquiera un sólo judío se encuentra entre los millonarios.”)

Pero hay más que antisemitismo en “Sobre la Cuestión Judía,” pues el odio al judaísmo y a la identidad judía es sólo una subcategoría del rechazo de Marx a todas las fuentes de conexión y comunidad fuera de la espera política. Es aquí, y no en el Manifiesto comunista o El Capital, en donde se hace más comprensible el fundamento totalitario del marxismo.

“Allí donde el Estado político ha alcanzado su verdadero desarrollo, lleva el hombre, no sólo en el pensamiento, en la conciencia, sino en la realidad, en la vida, una doble vida, una celestial y otra terrenal, la vida en la comunidad política, en la que se considera como ser colectivo, y la vida en la sociedad civil, en la que actúa cómo particular; considera a los otros hombres como medios, se degrada a sí mismo como medio y se convierte en juguete de poderes extraños.”

El rechazo de Marx “al judío” es, en parte, su rechazo “al individuo, como el que profesa una religión en particular,” una afiliación que previene que su ser sea totalmente asimilado en la unidad “celestial” de la comunidad política ̶ bien podríamos llamarla “La Comunión de los Santos,” que es lo que, en efecto, Marx se imagina. (Gran parte de la vida intelectual en la era moderna ha consistido en tratar de readaptar formas y conceptos cristianos.) Por supuesto, el estado político, con su “sofistería” y contradicciones, debe, desde el punto de vista de Marx, también ceder el campo a la “forma final de emancipación humana,” lo que involucrará, entre otras cosas, la “abolición de la religión.” Marx entra en algo que eleva la consciencia:

“Tan pronto como el judío y el cristiano reconozcan que sus respectivas religiones no son más que diferentes fases de desarrollo del espíritu humano, diferentes pieles de serpiente que han cambiado la historia, y el hombre, la serpiente que muda en ellas de piel, no se enfrentarán ya en un plano religioso, sino solamente en un plano crítico, científico, en un plano humano. La ciencia será, entonces, su unidad.”

Anticipando la más obvia objeción a esta fantasía, Marx dice que “Las antítesis en el plano de la ciencia científica se encarga de resolverlas la ciencia misma.”

“Sobre la Cuestión Judía” es principalmente cansina y doctrinaria, y de muy poca utilidad ̶ es material para salones, de beneficio práctico limitado para el revolucionario potencial. Pero, además, mucho de Marx es así. Tanto el Marx que mira hacia el futuro, como el Marx que mira hacia el pasado, sufren de deficiencias paralizantes de ideas y entendimiento. Aun así, si hay algo de relativamente pequeño interés real en Marx, el historiador, y en Marx, el teórico (por el que doy a entender un verdadero interés pequeño de los no especialistas en los trabajos, con base en sus propios términos; el horrendo movimiento político totalitario que ellos parieron permanecerá siendo de un interés urgente), en Marx, el periodista, que escribe sin perspectiva ni retrospectividad, sino poniendo en contexto moral y político los acontecimientos de su época, permanece siendo una lectura vigorizante y, algunas veces, apasionante. El 18 de brumario de Luis Bonaparte, descrito por su traductor (y biógrafo de Stalin) Robert Tucker como una “pieza maestra de estilo,” es vivaz y curioso en donde mucho de Marx es soso y dogmático, lidiando con acontecimientos y gente real, en vez de ser desviado hacia interminables refinamiento conceptual y formación de una fila de patos. Es también la fuente de muchas de las líneas altamente citadas y mal citadas: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia mundial, aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa.” Esta observación es el principio organizador del ensayo, que presenta al golpe de estado de Luis Bonaparte en 1851 como el eco disminuido del ascenso al poder de su tío Napoleón.

Luis Bonaparte obliga a Marx a alejarse del proletariado romantizado y teórico de sus arengas ideológicas y a darle una fuerte ojeada a las masas, tal como son. Bonaparte, escribe él, representa la “clase más numerosa de la sociedad francesa.” El análisis de Marx de mediados del siglo XIX presagia perfectamente los lamentos de los izquierdistas de los siglos XX y XXI, que predican las virtudes de las masas y la democracia de masas, al tiempo que lamentan la forma en que esas mismas masas usan la democracia de masas para “votar contra sus propios intereses.” Vea si esto suena del todo muy familiar:

“La dinastía de Bonaparte no representa al campesino revolucionario, sino al campesino conservador; no representa al campesino que pugna por salir de su condición social de vida, la parcela, sino al que, por el contrario, quiere consolidarla; no a la población campesina, que, con su propia energía y unida a las ciudades, quiere derribar el viejo orden, sino a la que, por el contrario, sombríamente retraída en este viejo orden, quiere verse salvada y preferida, en unión de su parcela, por el espectro del imperio. No representa la ilustración, sino la superstición del campesino, no su juicio, sino su prejuicio, no su porvenir, sino su pasado…”

Esto, por supuesto, es sólo una forma de “ceñirse” y de “deplorar,” lejos del análisis contemporáneo de la izquierda estadounidense (por la que doy a entender a los partidarios demócratas de centro-izquierda, así como los radicales de la izquierda extrema) de la erupción populista y nacionalista del 2016 y a partir de entonces. (Y no está del todo equivocada). Marx se burla de la “fe de los campesinos franceses en el milagro de que un hombre llamado Napoleón les traería de regreso la gloria a ellos.” (Como le dijo Donald Trump a Emmanuel Macron: “¡HAGA QUE FRANCIA SEA GRANDE DE NUEVO!”) Marx concibe a los líderes del golpe de Bonaparte como violadores ̶ y pregunta por qué la víctima estaba usando una enagua tan corta:

“No basta con decir, como hacen los franceses, que su nación fue sorprendida. Ni a la nación ni a la mujer se les perdona la hora de descuido en que cualquier aventurero ha podido abusar de ellas por la fuerza. …Quedaría por explicar cómo tres caballeros de industria pudieron sorprender y reducir al cautiverio, sin resistencia, a una nación de 36 millones de almas.”

Al mismo tiempo, Marx encuentra aliados radicales potenciales sumidos en la comodidad, al ponerse de lado de un movimiento que se entrega a “experimentos doctrinarios, Bancos de cambio y asociaciones obreras, es decir, a un movimiento en el que renuncia a transformar el viejo mundo, con ayuda de todos los grandes recursos propios de este mundo, e intenta, por el contrario, conseguir su redención a espaldas de la sociedad, por la vía privada, dentro de sus limitadas condiciones de existencia, y por tanto, forzosamente fracasa.” Esta es una especie de prólogo al desprecio de la izquierda estadounidense actual por la filantropía, en que se logra una especie de salvación (si bien puramente material) de “forma privada,” voluntariamente, en vez de serlo en el reino “celestial” de la comunidad política, por medio de la revolución buscada por socialistas manifiestos, como el senador Bernie Sanders. Marx había tocado este asunto en “Las Tácticas de la Social Democracia,” con sus advertencias acerca de la sustitución de la “democracia vulgar” por una revolución verdadera (y permanente), y él enfatizaría y revisitaría este tema en su escrito acerca de la Comuna en “La Guerra Civil en Francia,” al lamentar que “tan pronto como los trabajadores en todas partes asumen con voluntad el asunto en sus propias manos, cuando al instante se eleva toda la fraseología apologética de los voceros de la sociedad actual, con sus dos polos de Capital y Esclavitud Salarial.”

Es esta postura de radicalismo sin compromiso alguno lo que le da a Karl Marx el poder de fascinar a los revolucionarios potenciales todos estos años después, y luego de todos los cientos de millones de asesinatos y otros crímenes producidos por los partidarios de su filosofía. Y fue poco más que una postura, sin importar lo sincera que él la pueda haber sentido en su vida segura (si bien innecesariamente pobre), protegida bajo el techo resistente del capitalismo británico. Para V.I. Lenin, ese radicalismo sin compromiso alguno era más que una postura. El asunto para nosotros en el 2020 es si las camisas negras en Portland y en otras partes, están actuando como unos Marx o unos Lenin sanguinarios. Puede ser que Marx está siendo usado principalmente como una mascota.

¿Una mascota para qué?

Kevin D. Williamson es corresponsal viajero del National Review y autor de The Smallest Minority: Independent Thinking in an Age of Mob Politics.