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Jorge Corrales Quesada
21/08/2018, 15:46
Una excelente lectura para darnos cuenta de las luchas prácticas del liberalismo clásico por la libertad y el progreso del ser humano.

LAS 5 GRANDES CRUZADAS DEL LIBERALISMO CLÁSICO

Por Richard M. Ebeling
Fundación para la Educación Económica
Martes 7 de julio del 2018

La libertad es la herencia intelectual en común que nos dejaron los grandes pensadores de Occidente.

El liberalismo clásico ha sido el conjunto de ideas más revolucionario de la historia mundial. Dolorosamente carecemos de una apreciación de por qué y cómo. Entender un poquito de la historia del liberalismo clásico puede ayudar a que apreciemos mejor su importancia continua para la libertad, la prosperidad y la paz.

EL ANTIGUO SUEÑO DE UNA LIBERTAD INCUMPLIDA

Desde épocas antiguas, han existido pensadores quienes soñaban con un mundo de mayor libertad para toda la humanidad. Pero, en la mayor parte de la historia, aquel quedó sólo en sueños. Los antiguos griegos hablaron de la importancia de la razón y de la necesidad de la libertad de pensamiento, si es que nuestras mentes iban a desafiar la lógica y el entendimiento de cada uno de los otros, al ir nosotros a tientas hacia una consciencia más completa del mundo objetivo alrededor nuestro.

Los romanos debatieron acerca de una ley superior, más universal, para que la humanidad viviera bajo ella: de un “orden natural” en sociedad justo y racionalmente descubrible, dada la naturaleza del hombre. Los judíos y los cristianos apelaron a una “ley superior” que tiene que ver con lo que es “correcto” y “justo,” la que estaba por encima del poder de reyes y príncipes terrenales, y ante la cual la gente estaba supeditada y era responsable, pues que le fue dada a ella por el Creador de todas las cosas. [1]

Pero, durante toda la historia, los hombres vivieron bajo los poderes terrenales de conquistadores y reyes, quienes alegaban tener “derechos divinos” para gobernar sobre aquellos. Eran objetos a ser usados y abusados para los fines de aquellos, los cuales tenían sus látigos y espadas sobre las cabezas de los primeros. Sus vidas eran para servir y ser sacrificados en algo que se decía era superior a ellos y que estaba por encima suyo.

Sus vidas no eran propias. Pertenecían a otro. Eran esclavos, independientemente de los nombres y frases utilizadas para describir y defender lo que era una relación de amo-sirviente. La sociedad humana era un mundo de los no-libres.

Luego, esto empezó a cambiar, primero en las mentes de los hombres, después en sus acciones y, finalmente, en las instituciones políticas y económicas bajo las cuales la gente vivía y trabajaba.

EL LIBERALISMO CLÁSICO Y LOS DERECHOS NATURALES

Aun cuando a menudo es ridiculizado por filósofos relativistas y nihilistas, el mundo moderno de libertad tuvo su origen en la concepción de los “derechos naturales”: derechos que residen en los hombres por su “naturaleza” como seres humanos, y que lógicamente preceden a los gobiernos y cualesquiera otras leyes hechas por el hombre, que pueden o no respetar y hacer cumplir aquellos derechos. [2]

Filósofos políticos, como John Locke, los articularon en los años de 1600. “Aunque la tierra y todas las criaturas inferiores sean comunes para todos los hombres, cada hombre es ‘propietario’ de su propia ‘persona,’” insistió Locke. “Sobre esto, nadie tiene derecho alguno, excepto uno mismo. El ‘esfuerzo’ de su cuerpo y el ‘trabajo’ de sus manos, podemos decir, son propiamente suyos.”

Si bien todo hombre tiene un derecho natural a proteger su vida y su propiedad, los hombres forman asociaciones entre ellos mismos para proteger mejor sus respectivos derechos. Después de todo, un hombre puede no ser lo suficientemente fuerte como para protegerse a sí mismo de sus agresores; y no siempre puede confiarse en él cuando, en la pasión del momento, usa la fuerza defensiva contra otro que puede no ser razonablemente proporcional a la ofensa hecha contra él. [3]

Aquí, en pocas palabras, está el origen de las ideas que germinaron por casi otro siglo y que luego inspiraron a los Padres Fundadores para las palabras de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos en 1776, cuando hablaron de esas verdades evidentes en sí mismas, que todos los hombres son creados iguales con ciertos derechos inalienables, entre los cuales están la vida, la libertad y la prosecución de la felicidad, y para cuya preservación los hombres entre ellos formaron los gobiernos.

Mientras que todo escolar estadounidense conoce -o, debería decir, solía conocer- de corazón esas conmovedoras palabras de la Declaración de Independencia, lo que la mayoría de los estadounidenses conocen menos bien es el resto del texto de ese documento. Aquí los Padres Fundadores enumeraron las quejas contra la corona británica: impuestos sin representación; restricciones al desarrollo del comercio y de la industria dentro de las colonias británicas y regulaciones al comercio internacional; una bandada de burócratas gubernamentales que se entrometían en los asuntos personales y cotidianos de los colonos; violaciones de todas las libertades y derechos civiles básicos.

Lo que levantó la furia y el resentimiento es que una gran mayoría de estos colonos estadounidenses se consideraba a sí misma como británicos por nacimiento y ancestro. Y aquí estaba el rey británico y su Parlamento negando o infringiendo los que ellos consideraban eran su derecho por nacimiento ̶ ̶los duramente ganados y habituales “derechos de un inglés,” ganados a lo largo de siglos de oposición exitosa contra el poder monárquico arbitrario.

La libertad es la herencia intelectual en común que nos dejaron los grandes pensadores de Occidente. Pero, no obstante, es el caso que mucho de lo que consideramos y llamamos derechos individuales y libertad tuvo sus ímpetus en Gran Bretaña, en los escritos de filósofos políticos como John Locke y David Hume, académicos juristas como William Blackstone y Edward Coke, y filósofos morales y economistas políticos, como Adam Smith.

Lo que sus escritos combinados y aquél de muchos otros más, le dieron a Occidente y al mundo durante los últimos tres o cuatro siglos, ha sido la filosofía del liberalismo político y económico.

LA CRUZADA LIBERAL CONTRA LA ESCLAVITUD

¿Cuál era la visión y la agenda de liberalismo de los siglos XVIII y XIX? Pueden analizarse bajo cuatro encabezados: [4]

Primero, estaba la libertad del individuo como poseedor de un derecho a la propiedad de sí mismo. La gran causa liberal en la segunda mitad del siglo XVIII y luego en las décadas tempranas del siglo XIX, fue la abolición de la esclavitud. Las palabras del poeta británico William Cowper en 1785 se convirtieron en el grito de guerra del movimiento anti-esclavista:

“No tenemos esclavos en nuestro hogar ̶ entonces, ¿por qué en el extranjero? Los esclavos no pueden respirar en Inglaterra; si sus pulmones reciben nuestro aire, en ese momento ellos son libres. Ellos tocan nuestro país, y sus cadenas caen.”

La Ley Británica sobre el Comercio de Esclavos de 1807 prohibió el comercio de esclavos y los barcos de guerra británicos patrullaron la costa oeste de África, para interceptar barcos con esclavos dirigidos hacia las Américas. Esto culminó en la Ley de la Abolición de la Esclavitud de 1833, que prohibió formalmente la esclavitud en todo el Imperio Británico hace 180 años, el 1 de agosto de 1834. [5]

Aun cuando no fue de la noche al día, el ejemplo británico anunció el fin legal de la esclavitud a finales del siglo XIX, para la mayor parte del mundo que había sido tocado por las naciones occidentales. El final de la esclavitud aquí en los Estados Unidos tomó la forma de una trágica y costosa Guerra Civil, la cual dejó su cicatriz en el país. El sueño inimaginable de un puñado de personas durante miles de años de historia del hombre, finalmente se hizo una realidad para todos, bajo la inspiración y esfuerzos de los liberales del siglo XIX, impulsores de la libertad individual.

LA CRUZADA LIBERAL POR LAS LIBERTADES CIVILES

La segunda gran cruzada liberal fue por el reconocimiento y el respeto legal de las libertades civiles. A partir de la Carta Magna de 1215, los ingleses habían peleado por el reconocimiento y el respeto de la monarquía de ciertos derechos esenciales, incluyendo contra el arresto y prisión arbitraria o injustificada. Llegaron a incluir la libertad de pensamiento y de religión, la libertad de expresión y de prensa y la libertad de asociación. Ante todo, estaba la idea más amplia de la Regla de la Ley, que la justicia era igual e imparcial, y que todos rendíamos cuentas y éramos responsables ante la ley, incluso quienes la representaban y la hacían cumplir en nombre del rey. [6]

En los Estados Unidos, muchas de estas libertades civiles fueron incorporados en la Constitución, en las primeras diez enmiendas, las cuales especificaban que había algunas libertades civiles tan profundamente esenciales para una libre y buena sociedad, que ningún gobierno debería imaginar coartarlos o denegarlos.

LA CRUZADA LIBERAL POR LA LIBERTAD ECONÓMICA

La tercera gran cruzada liberal fue por la libertad de empresa y por el libre comercio. A lo largo de los siglos XVII y XVIII, los gobiernos de Europa controlaban todas las actividades económicas de sus súbditos, tan lejos como lo pudieran alcanzar los brazos de sus agentes políticos.
Adam Smith y sus aliados escoceses e ingleses demolieron los supuestos y lógica del mercantilismo, como en aquel entonces se llamaba al sistema de planificación del gobierno. Ellos demostraron que los planificadores y reguladores del gobierno no tenían ni la sabiduría, ni el conocimiento, así como tampoco la habilidad, para dirigir las actividades complejas e interdependientes de la humanidad.

Aún más, Adam Smith y sus colegas economistas aseveraron que el orden social era posible sin el diseño político. En efecto, “como si fueran guiados por una mano invisible,” cuando los hombres son dejados libres para dirigir sus propios asuntos dentro de un marco institucional de libertad individual, de propiedad privada, de intercambio voluntario y de competencia irrestricta, espontáneamente formarían un “sistema de libertad natural” que genera más riqueza y actividad coordinada, que lo que jamás podría lograr alguna mano guiadora del gobierno.

Los beneficios de la libertad económica, que convirtieron a Inglaterra y luego a los Estados Unidos en motores industriales del mundo para fines del siglo XIX, rápidamente estaban logrando lo mismo, aunque a diferentes ritmos, en otras partes de Europa y, luego, lentamente, asimismo en otras partes del mundo. Los tamaños de la población en Occidente crecieron mucho más que cualquier cosa conocida o imaginada en el pasado, a la vez que la producción incrementada y una productividad en aumento les estaban dando a esas decenas de millones de mayor población, un estándar y una calidad de vida crecientes.

LA CRUZADA LIBERAL POR LA LIBERTAD POLÍTICA

La cuarta cruzada liberal clásica fue por una mayor libertad política. Se discutía que, si libertad significaba que los hombres se auto-gobernaran sus propias vidas, si ¿no significaría eso también que ellos participaran en el gobierno de la sociedad en que viven, en la forma de una amplia franquicia para votar, por la cual los gobernados seleccionaban a aquellos que tenían un cargo político en su nombre?

Los liberales condenaron el proceso electoral corrupto y manipulado de Gran Bretaña, que daba cargos en el Parlamento a voces escogidas a mano para que defendieran los intereses estrechos de la aristocracia de la tierra, a expensas de muchos otros en sociedad. Así, mientras que avanzaban los siglos XIX y principios del XX, el derecho al voto se movió más y más en dirección del sufragio universal.

No era que los liberales estaban desinteresados en cuanto a los abusos potenciales de las mayorías democráticas. De hecho, John Stuart Mill, en sus Consideraciones sobre el Gobierno Representativo (1861), propuso que a quienes recibían alguna forma de subsidio o apoyo financiero, se les debía negar la franquicia para votar, en tanto que dependieran de esa forma de los contribuyentes. Había mucho de un posible conflicto de interés, cuando aquellos que recibían tales beneficios redistributivos podían votar para escarbar los bolsillos de sus compatriotas. De hecho, su consejo sabio nunca fue proseguido. [7]

LA CRUZADA LIBERAL POR LA PAZ INTERNACIONAL

Finalmente, la quinta de las cruzadas liberales del siglo XIX fue para, si no es que por, la abolición de la guerra, entonces, al menos por una reducción de la frecuencia de conflictos internacionales entre naciones y contra la severidad del daño que surgía con el combate militar.

Y, en efecto, durante el siglo que separó la derrota de Napoleón en 1815 y el inicio de la Primera Guerra Mundial, las guerras, al menos entre los Poderes Europeos, fueron infrecuentes, relativamente breves en su duración y limitadas en su destrucción física y en quitar la vida humana.

Se afirmó que la guerra era contraproducente para los intereses de todas las naciones y pueblos. Impedía y trastornaba los beneficios naturales que podían mejorar y que mejoraron, de hecho, las condiciones de todos los hombres por medio de la producción y el comercio pacífico, basado en una división internacional del trabajo, con la cual todos ganaron con las especializaciones de otros en la industria, agricultura y las artes. [8]

Debido al espíritu liberal clásico de la época, hubo algunos intentos de llegar a acuerdos formales acerca de “reglas de guerra” entre los gobiernos, bajo las cuales las vidas y propiedades de no-combatientes inocentes serían respetadas, incluso por los ejércitos conquistadores. Hubo tratados que detallaban cómo los prisioneros de guerra serían humanamente cuidados y tratados, así como la prohibición de ciertas formas de armas de guerra, consideradas como inmorales y no caballerosas. [9]

Por supuesto, sería una exageración y un absurdo alegar que el liberalismo del siglo XIX triunfó plenamente, en términos de sus ideales o de sus objetivos de reforma y cambio político y económico.

No obstante, si existe significado alguno para la noción de un “espíritu de la época” prevaleciente, que fija el tono y la dirección de un período de la historia, entonces, no puede negarse que el liberalismo clásico fue el ideal predominante en las décadas de inicios y de mediados del siglo XIX, y que cambió al mundo en una vía ciertamente transformadora. Lo que sea de libertad política, económica y personal que todavía hoy poseamos, se debe a esa previa época liberal clásica de la historia humana.

LOS ESTADOS UNIDOS, EL FARO DE LA LIBERTAD INDIVIDUAL

En la nueva nación de los Estados Unidos existía una constitución escrita, la cual, en principio y en la práctica, reconocía los derechos de los individuos a sus vidas, libertad y a la propiedad honestamente adquirida. Sólo en los Estados Unidos un individuo podía decir y hacer virtualmente cualquier cosa que él deseara, en tanto que fuera pacífica y que no infringiera sobre los derechos individuales similares de otros individuos. Sólo en los Estados Unidos el comercio en todo este nuevo y creciente país estaba libre de regulaciones y controles gubernamentales o de impuestos opresivos, de forma que la gente podía vivir, trabajar e invertir en lo que él quisiera, para cualquier propósito que se le ocurriera o que les ofreciera una ganancia.

Michel Chevalier fue un francés quien, como Alexis de Tocqueville, visitó los Estados Unidos en la década de 1830, luego, regresó a Francia y escribió un libro acerca de sus impresiones en Society, Manners and Politics of the United States (1839). Chevalier les explicó a sus lectores franceses que:

“El estadounidense es un modelo de industria… Los modales y las costumbres son totalmente aquellos de una sociedad que trabaja y que está ocupada. A la edad de quince años, un hombre está metido en negocios; a los veintiuno ya está establecido, tiene su finca, su taller, su sala de conteo, o su oficina, en una palabra, su empleo cualquiera que sea este. Ahora puede conseguir una esposa, y a los veintidós es padre de una familia, y, en consecuencia, tiene un estímulo poderoso que lo incita para la industria. Un hombre que no tiene profesión, y, lo que es la misma cosa, que no está casado, disfruta de poca consideración; él que es un miembro activo y útil de la sociedad, que contribuye con su parte a aumentar la riqueza nacional e incrementar los números de población, tan sólo él es visto con respeto y favor. El estadounidense es educado bajo la idea de que tendrá una ocupación específica, que va a ser un agricultor, un artesano, un manufacturero, un comerciante, un especulador, un abogado, un médico o un ministro, tal vez de todo eso en sucesión, y que, si es activo e inteligente, hará su fortuna. No concibe que vivirá sin tener una profesión, incluso cuando su familia es rica, pues él no ve a nadie a su alrededor que no esté involucrado en negocios. El hombre ocioso es una variedad de la especie humana, acerca de la cual el yanqui no sospecha que pueda existir, y él sabe que, si hoy es rico, mañana su padre podría estar arruinado. Además, el propio padre se involucra en negocios, de acuerdo con la costumbre, y no piensa en deshacerse por sí mismo de su fortuna; si el hijo quiere tener una en el presente, ¡que la logre por sí mismo!” [10]

Chevalier también enfatizó el espíritu competitivo del estadounidense:

“Un empresario estadounidense siempre habrá de estar nervioso por si el vecino llega allí antes que él. Si un ciento de estadounidenses estuviera al frente de una escuadra de ejecución, empezarían a pelearse por el privilegio de ir de primero, ¡así de acostumbrados están ante la competencia!” [11]

Para muchos podría parecer un cliché, pero en esas décadas del siglo XIX y principios del XX, cuando pocas restricciones a la migración trancaron la puerta, los Estados Unidos se convirtieron en el faro de esperanza y promesa. Aquí, un hombre podía tener su “segunda oportunidad.” Podía dejar atrás a la tiranía política, la opresión religiosa y los privilegios económicos de la “vieja nación,” para tener un nuevo inicio para sí y para su familia. Entre 1840 y 1914, casi 60 millones de personas dejaron al “viejo mundo” para construir sus nuevos inicios en otras partes el mundo, y casi 35 millones de ellos vinieron a los Estados Unidos. Muchos de nosotros somos los afortunados descendientes de esas generaciones previas, quienes llegaron para “respirar libres” en los Estados Unidos. [12]

LOS DESAFÍOS MODERNOS PARA EL LIBERALISMO CLÁSICO

El siglo XX vio un alejamiento de la idea liberal clásica y del ideal que inspiró aquellas cruzadas por la libertad humana, la prosperidad y por una sociedad civil más humana. En su lugar surgieron el nacionalismo, el socialismo y el estado de bienestar intervencionista. Todos representan un retroceso hacia el colectivismo político y económico, bajo el cual el individuo es vislumbrado como supeditado a los intereses de una comunidad más amplia que el gobierno habría de definir, imponer y poner en práctica. El resultado final es la reducción y pérdida de grados de libertad individual en distintas esquinas y aspectos de la vida cotidiana.

La peor y más brutal forma del comunismo, del nacionalismo y de las formas raciales de colectivismo en el siglo XX -el socialismo soviético, el fascismo italiano, el nacionalsocialismo alemán (el nazismo)- han desaparecido del rostro político del mundo. Pero, en la forma del estado de bienestar intervencionista, todavía se asume que es necesario y esencial que el gobierno micro-administre mucho de lo que sucede en la arena del mercado. Asimismo, se ha mantenido que el gobierno debe paternalistamente regular diversas formas de acciones y actividades personales y sociales.

Una de las formas más recientemente revividas de esto en los Estados Unidos ha sido el surgimiento del nacionalismo económico y la creencia que el gobierno debe restringir o inducir dónde y para qué se lleva a cabo la inversión del sector privado, dentro o afuera de los Estados Unidos. Es la política declarada de la actual administración de Washington D.C.

LA DEFENSA DEL LIBERALISMO CLÁSICO DE LA LIBERTAD ECONÓMICA

El principio subyacente tras eso fue desafiado por un prominente ciudadano de Carolina del Sur del siglo XIX, Thomas Cooper (1759-1839). Él era presidente de la Instituto Universitario de Carolina del Sur (posteriormente la Universidad de Carolina del Sur), y profesor de química y de economía política. Sus Conferencias sobre Elementos de Economía Política, en 1830, se convirtieron en uno de los textos de economía más utilizados en los Estados Unidos. Él afirmó que:

“El objetivo pleno del comercio internacional es importar productos que son deseados, a un costo menor al que son producidos en casa. Esta es la misma base y el carácter esencial de él. Por tanto, el principio de restricciones e impuestos prohibitivos [los aranceles], que prohíben que un artículo sea introducido desde el extranjero, debido a que se puede obtener más barato desde el exterior ̶ lleva a la propia aniquilación de todo comercio internacional…

El sistema restrictivo en efecto nos dice que obtendríamos un enorme beneficio si estuviéramos confinados como prisioneros dentro de nuestras propias casas, sin intercambio alguno fuera de nuestras puertas; que es nuestro deber permitir a nuestros vecinos domésticos enriquecerse con base en nuestra credulidad y que nos persuada a comprar de él un artículo inferior, a un precio más alto…

Porque, una vez que [este] principio es adoptado, ¿cuándo se detendrá? Hablar después de esto, de que somos la nación más ilustrada sobre la tierra, es una sátira de nosotros mismos, más amarga que la que nuestros enemigos tienen en su poder proferir. Ser gobernados por tal ignorancia, es, en efecto, una desgracia nacional…

La Economía Política… nos ha enseñado que la mejora humana y la prosperidad nacional, no son promovidas por alguna nación en particular, deprimiendo a todas las demás, sino con la ayuda, estimulo y promoción del bienestar de cada nación a nuestro alrededor. Que todos somos en el momento respectivo consumidores mutuos y que ningún hombre o nación puede hacerse rico empobreciendo a sus clientes. Entre más ricas son otras naciones, más están en capacidad de comprar, más barato pueden permitirse vender, mejor llegan a estar en todos los artes del vivir, en todos los logros intelectuales, en todo lo que sea deseable que otras naciones imiten o mejoren a partir de ello. Si otras naciones se hacen poderosas por nuestra asistencia, necesariamente nosotros también nos hacemos ricos y poderosos a través de nuestro comercio con ellos: y que la paz y la buena vecindad sean los medios de felicidad mutua entre las naciones, así como entre los individuos…

Los principios verdaderos de la Economía Política… también nos enseñan que se les debería permitir a los hombres, sin interferencia del gobierno, producir cualquier cosa que ellos consideran es de su interés producir; que a ellos no se les debe impedir que produzcan algunos artículos, o que sean sobornados para que produzcan otros. Que se les debe dejar sin molestarles para que juzguen y prosigan sus propios intereses; que intercambien lo que ellos han producido cuándo, dónde y con quién ellos encuentren que es lo más beneficioso y conveniente; y que no sean obligados por estadistas teóricos a comprar caro y vender barato; o que den más o que obtengan menos, que los ellos pueden si se les deja que sean ellos mismos, sin la interferencia o control gubernamental.

Que ninguna clase favorecida o privilegiada sea engordada por los monopolios o la protección, a los que el resto de la comunidad se ve obligada a contribuir. Tales son las máximas más importantes que nos enseña la Economía Política para lograr la suma mayor de bienes útiles con el mínimo gasto de mano de obra. En efecto, estas son las máximas directamente opuestas a la práctica común de los gobiernos, que piensan que nunca pueden gobernar demasiado; y de quienes son los incautos voluntarios de hombres ladinos e interesados, que buscan hacer presa de los signos vitales de la comunidad.” [13]

Estos principios liberales clásicos, de mercado libre y de libre comercio, expresados por Thomas Cooper, son hoy tan válidos como cuando fueron presentados en las páginas de su libro, hace casi 190 años. A eso es a lo que se dedicarán y enfocarán las páginas de una nueva revista, Political Economy of the Carolinas: la aplicación y el refinamiento de los principios sociales y económicos del liberalismo clásico, a los asuntos y problemas contemporáneos que hoy confrontan las personas de Carolina de Norte y del Sur.

CITAS

[1] Ramsey Muir, Civilization and Liberty (London: Jonathan Cape, 1940), p. p. 26-52; y Louis Rougier, The Genius of the West (Los Angeles, CA: Nash Publishing, 1971), p. p. 1-55.
[2] George H. Smith, The System of Liberty: Themes in the History of Classical Liberalism (New York: Cambridge University Press, 2013).
[3] John Locke, The Works of John Locke, Vol. 4: Two Treatises on Government (London, 1824), Capítulo V: “Acerca de la Propiedad.”
[4] Confirmar, Ramsey Muir, “Civilization and Liberty,” The Nineteenth Century and After (setiembre, 1934), p. p. 213-225.
[5] Harry Pratt Judson, Europe in the Nineteenth Century (New York: Charles Scribner’s Sons, 1900) p. 215.
[6] Albert Venn Dicey, The Law of the Constitution (Indianapolis: Liberty Classics, 1982 [1885; edición revisada, 1914]), p. p. 114 & 132; también, Richard M. Ebeling, “Free Markets, the Rule of Law, and Classical Liberalism,” The Freeman: Ideas on Liberty (mayo, 2004), p. p. 8-15.
[7] John Stuart Mill, The Collected Works of John Stuart Mill, Vol. 19: Considerations on Representative Government (Toronto: University of Toronto Press, [1859] 1977), Capítulo VIII: “Acerca de la Extensión del Sufragio.”
[8] Edmund Silberner, The Problem of War in Nineteenth Century Economic Thought (New York: Garland Publishing, [1946] 1972),
[9] Richard M. Ebeling, “World Peace, International Order, and Classical Liberalism,” International Journal of World Peace (diciembre, 1995) p. p. 47-68.
[10] Michel Chevalier, Society, Manners, and Politics of the United States (Boston: Weeks, Jordon, 1839) p. p. 383-284.
[11] Citado en William E. Rappard, The Secret of American Prosperity (New York: Greenberg, 1955) p. 59.
[12] R. R. Palmer & Joel Colton, A History of the Modern World (New York: McGraw Hill, Octava edición, 1995), p. p. 592-595.
[13] Thomas Cooper, Lectures on the Elements of Political Economy, (New York: Augustus M. Kelley [1830] 1971), Cap. 1 y 18.

Richard M. Ebeling es el Profesor Distinguido BB&T de Ética y de Liderazgo de Libre Empresa en La Ciudadela en Charleston, Carolina del Sur. Fue presidente de la Fundación para la Educación Económica (FEE) del 2003 al 2008.