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Jorge Corrales Quesada
19/02/2018, 10:40
CAOS PLANIFICADO
(Segunda Parte, El Fracaso del Intervencionismo)

Por Ludwig von Mises
Fundación para la Educación Económica
Martes 2 de junio de 2015

[Segunda de once partes]

1. EL FRACASO DEL INTERVENCIONISMO

En la actualidad nada es tan impopular como la economía de libre mercado; esto es, el capitalismo. A todo lo que en las condiciones actuales se considera como insatisfactorio, de ello se le echa la culpa al capitalismo. Los ateos hacen al capitalismo responsable de la supervivencia de la Cristiandad. No obstante, las encíclicas papales culpan al capitalismo por la expansión de la irreligiosidad y los pecados de nuestros contemporáneos, y las iglesias y sectas Protestantes no son menos vigorosas en sus condenas a la ambición capitalista. Los amigos de la paz consideran a nuestras guerras como una consecuencia del imperialismo capitalista. No obstante, los obstinados nacionalistas belicistas de Alemania e Italia acusaron al capitalismo por su pacifismo “burgués,” que va en contra de la naturaleza humana y las inevitables leyes de la historia. Los sermoneadores acusan al capitalismo de desestabilizar a la familia y promover el libertinaje. No obstante, los “progresistas” acusan al capitalismo por la preservación de reglas supuestamente anacrónicas de moderación sexual. Casi todas las personas están de acuerdo en que la pobreza es un resultado del capitalismo. Por otra parte, muchos deploran el hecho de que el capitalismo, al atender con generosidad los deseos de la gente, en su búsqueda de tener más comodidades y una vida mejor, promueve un materialismo craso. Estas acusaciones contradictorias al capitalismo se cancelan entre sí. Pero, permanece el hecho de que queda poca gente que en general no condena al capitalismo.

Aun cuando el capitalismo es el sistema económico de la civilización occidental moderna, las políticas de todas las naciones de Occidente se guían por ideas totalmente anti-capitalistas. El objetivo de estas políticas intervencionistas no es el de preservar el capitalismo, sino substituirlo por una economía mixta. Se supone que esta economía mixta no es ni capitalismo ni socialismo. Se le describe como un tercer sistema, tan lejos del capitalismo como lo es del socialismo. Se alega que está a medio camino entre el socialismo y el capitalismo, conservando las ventajas de ambos y evitando las desventajas inherentes a cada uno de ellos.

Hace más de medio siglo, el destacado personaje del movimiento socialista británico, Sidney Webb, declaró que la filosofía socialista no es “sino la afirmación consciente y explícita de los principios de organización social que en gran parte ya han sido adoptados inconscientemente.” Y agregó que la historia económica del siglo XIX fue “casi un récord continuo de progreso del socialismo.”[1] Unos pocos años después, un eminente estadista británico, Sir William Harcourt, afirmó: “Ahora todos somos socialistas." [2] Cuando en 1913, un estadounidense, Elmer Roberts, publicó un libro acerca de las políticas económicas del Gobierno Imperial de Alemania, tales como se condujeron desde fines de la década de 1870, las llamó “socialismo monárquico.” [3]

A pesar de ello, simplemente no era correcto asociar al intervencionismo con el socialismo. Hay muchos que apoyan al intervencionismo y lo consideran el método más apropiado para materializar -paso a paso- el socialismo pleno. Pero, también hay muchos intervencionistas quienes no son del todo socialistas; aspiran al establecimiento de una economía mixta como un sistema permanente de administración económica. Se proponen restringir, regular y “mejorar” al capitalismo con la interferencia gubernamental en los negocios y por el sindicalismo obrero.

Para comprender el funcionamiento del intervencionismo y de la economía mixta, es necesario aclarar dos puntos:

Primero: Si dentro de una sociedad basada en la propiedad privada de los medios de producción, algunos de esos medios son poseídos y operados por el gobierno o por las municipalidades, esto no lo convierte en un sistema mixto que combina al socialismo con la propiedad privada. En el tanto en que sólo ciertas empresas individuales sean controladas públicamente, en esencia permanecen intactas las características de la economía de mercado que determinan la actividad económica. Asimismo, las empresas de propiedad pública, como compradoras de materias primas, bienes semi-terminados y mano de obra, y como vendedoras de bienes y servicios, deben encajar dentro del mecanismo de la economía de mercado. Están sujetas a la ley del mercado; tienen que luchar por lograr utilidades o, al menos, evitar las pérdidas. Cuando se intenta mitigar o eliminar esta dependencia, al cubrirse las pérdidas de tales empresas con subsidios de fondos públicos, el único resultado es un traslado de esa dependencia hacia algún otro lado. Esto es así, porque los medios para esos subsidios tienen que provenir de algún lado. Pueden obtenerse mediante la recaudación de impuestos. Pero, la carga de tales impuestos tiene sus efectos sobre el público, no sobre el gobierno que recauda el impuesto. Es el mercado y no el departamento de recaudación tributaria, el que decide sobre quién recae la carga del impuesto y cómo afecta la producción y el consumo. El mercado y su ley inescapable son supremos.

Segundo: Hay dos patrones diferentes para la concreción del socialismo. Un patrón -que podemos llamarlo el modelo Marxista o ruso- es puramente burocrático. Todas las empresas económicas son departamentos del gobierno, tales como la administración del ejército y de la marina o los servicios de correos. Cada planta distinta, negocio o granja, tienen la misma relación con la organización central superior como lo hace una oficina de correos ante la oficina General de Correos. Toda la nación forma un único ejército laboral con un servicio obligatorio; el comandante de este ejército es el jefe de estado.

El segundo patrón -podemos llamar el sistema alemán o Zwangswirtschaft [4]- difiere del primero en que, aparente y nominalmente, mantiene la propiedad privada de los medios de producción, el empresariado y el intercambio en los mercados. Los así llamados empresarios llevan a cabo la compra y la venta, pagan a los trabajadores, contraen deudas y pagan los intereses y la amortización. Pero, ya no son más empresarios. En la Alemania nazi se les llamaba administradores de negocios o Betriebsführer. El gobierno les dice a estos aparentes empresarios qué y cómo producir, a qué precios y de quién comprar, a qué precios y a quién vender. El gobierno decreta a qué salarios deberán trabajar los empleados y a quién y bajo qué términos los capitalistas deberán confiar sus fondos. El intercambio de mercado no es más que una farsa. En el tanto en que todos los precios, salarios y tasas de interés son fijados por la autoridad, sólo son precios, salarios y tasas de interés en apariencia; de hecho, son meramente términos cuantitativos en las órdenes autoritarias que determina los ingresos, consumo y estándares de vida de cada ciudadano. La autoridad, y no los consumidores, es quien dirige la producción. La oficina central de administración de la producción es suprema; todos los ciudadanos no son más que servidores civiles. Esto es socialismo con una apariencia externa de capitalismo. Se conservan algunos sellos de la economía capitalista de mercado, pero, aquí significan algo enteramente diferente de lo que representan en una economía de mercado.

Es necesario señalar este hecho para evitar una confusión de socialismo con intervencionismo. El sistema de una economía de mercado obstaculizada, o intervencionismo, difiere del socialismo por el hecho mismo de que todavía es una economía de mercado. La autoridad busca influenciar al mercado con la intervención de su poder coercitivo, pero no quiere eliminarlo del todo. Desea que la producción y el consumo se desarrollen a lo largo de lineamientos diferentes de aquellos prescritos por un mercado sin obstáculos y quiere lograr su objetivo inyectado órdenes, comandos y prohibiciones en el funcionamiento del mercado, para cuyo cumplimiento están dispuestos el poder policial y sus aparatos de coerción y compulsión. Pero, estas son intervenciones aisladas; sus autores afirman que no planean agrupar estas medidas en un sistema completamente integrado que regule todos los precios, salarios y tasas de interés, y que ponga el control pleno de la producción y el consumo en manos de las autoridades.

No obstante, todos los métodos de intervencionismo están destinados al fracaso. Esto significa: las medidas intervencionistas necesitan resultar en condiciones que, bajo el punto de vista de sus propios promotores, son más insatisfactorias que el estado de cosas previo, para cuya alteración aquellas fueron diseñadas. Por tanto, estas políticas son contrarias a su propósito.

Las tasas de salarios mínimos, ya sea que son impuestas mediante un decreto gubernamental o por presión y coacción sindical, son inútiles si fijan tasas de salarios por encima del nivel de mercado. Pero, si tratan de elevar las tasas de salarios por encima del nivel que habría determinado un mercado sin obstáculos, resultan en un desempleo permanente de gran parte de la fuerza de trabajo potencial.

El gasto del gobierno no puede crear empleos adicionales. Si el gobierno provee los fondos requeridos mediante la imposición de gravámenes sobre los ciudadanos o pidiendo prestado del público, por una parte suprime tantos empleos como los crea por la otra. Si el gasto de gobierno es financiado pidiendo prestado a los bancos comerciales, significa una expansión del crédito e inflación. Si, en el curso de dicha inflación, el alza en los precios de las mercancías excede al aumento en las tasas nominales de salarios, descenderá el desempleo. Pero, lo que hace que precisamente el desempleo disminuya es el hecho de que están cayendo las tasas de salarios reales.

La tendencia inherente de la evolución capitalista es hacia el aumento constante de las tasas de salarios reales. Ese es el efecto de la acumulación progresiva de capital por la cual se mejoran los métodos tecnológicos de producción. No hay forma por la que el nivel de las tasas de salarios puede ser aumentado para todos aquellos deseosos de ganar salarios, sino con el incremento en la cuota per cápita de capital invertido. Siempre que se frena la acumulación de capital adicional, se detiene la tendencia hacia un incremento adicional en las tasas de salarios. Si, en lugar de un incremento en el capital disponible se da un consumo del capital, las tasas de salarios reales deben reducirse temporalmente, hasta que se remuevan los frenos para un incremento adicional del capital. Las medidas gubernamentales que retardan la acumulación del capital o que conducen al consumo del capital -como en el caso de impuestos confiscatorios- van, por tanto, en detrimento de los intereses vitales de los trabajadores.

La expansión del crédito puede ocasionar un auge temporal. Pero, tal prosperidad ficticia debe terminar en una depresión general del comercio, en una depresión.

Difícilmente puede aseverarse que la historia económica de las últimas décadas ha ido en contra de las predicciones pesimistas de los economistas. Nuestra era ha tenido que encarar problemas económicos enormes. Pero, esto no es una crisis del capitalismo. Es la crisis del intervencionismo, de políticas diseñadas para mejorar al capitalismo y sustituirlo por un sistema mejor.

Ningún economista se ha atrevido en vez alguna a afirmar que el intervencionismo podía resultar en otra cosa distinta del desastre y del caos. Los promotores del intervencionismo -principalmente entre ellos a la Escuela Histórica prusiana y los Institucionalistas estadounidenses- no eran economistas. Al contrario. Para promover sus planes, enfáticamente negaron que había tal cosa como una ley económica. En su opinión, los gobiernos son libres de lograr todo lo que se aspiran, sin ser restringidos por una regularidad inexorable en la secuencia de los fenómenos económicos. Como el socialista alemán Ferdinand Lassalle, ellos mantienen que el Estado es Dios.

Los intervencionistas no se acercan al estudio de los asuntos económicos con el desinterés científico deseable. La mayoría de ellos son impulsados por un resentimiento envidioso contra aquellos cuyos ingresos son más altos que los suyos. Este sesgo hace imposible que puedan ver las cosas como realmente lo son. Para ellos, el asunto principal no es mejorar las condiciones de las masas, sino dañar a empresarios y capitalistas, incluso si esa política victimiza a la inmensa mayoría de la gente.

A los ojos de los intervencionistas, la propia existencia de utilidades es objetable. Hablan de ganancias sin referirse a su corolario, las pérdidas. No comprenden que las ganancias y las pérdidas son instrumentos por los cuales los consumidores mantienen bajo control a todas las actividades empresariales. Son las ganancias y las pérdidas las que hacen supremos a los consumidores, en cuanto a la dirección de los negocios. Es un absurdo contrastar la producción para obtener ganancias con la producción para el uso. En un mercado no obstaculizado un hombre puede obtener ganancias sólo si suple a los consumidores de la forma mejor y más barata con los bienes que ellos quieren usar. Las ganancias y las pérdidas retiran los factores de producción materiales de las manos de los ineficientes y los pone en las manos de los más eficientes. Es su función social hacer que un hombre sea más influyente en la conducta de los negocios entre más éxito tiene en producir las mercancías por las que pugna la gente. Los consumidores sufren cuando las leyes del país impiden que los empresarios más eficientes expandan la esfera de sus actividades. Lo que hizo que algunas empresas se desarrollaran en “grandes empresas,” fue precisamente su éxito en satisfacer mejor la demanda de las masas.

Las políticas anti-capitalistas boicotean la operación del sistema capitalista de economía de mercado. El fracaso del intervencionismo no demuestra la necesidad de adoptar al socialismo. Simplemente expone la futilidad del intervencionismo. Todos esos males, que los auto-proclamados “progresistas” interpretan como evidencia de un fracaso del capitalismo, son resultado de sus presuntas intervenciones beneficiosas en el mercado. Sólo el ignorante, identificando erradamente al intervencionismo con el capitalismo, cree que el remedio para esos males es el socialismo.

NOTAS AL PIE DE PÁGINA

[1] Sidney Webb en Fabian Essays in Socialism, primeramente publicado en 1889 (edición estadounidense, New York, 1891, p. 4).
[2] Cf. G. M. Trevelyan, A Shortened History of England (London, 1942), p. 510.
[3] Elmer Roberts, Monarchical Socialism in Germany (New York, 1913).
[4] Zwang significa coacción, Wirtschaft significa economía. El equivalente en idioma inglés de Zwangswirtschaft es algo así como economía obligada.