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Jorge Corrales Quesada
19/02/2018, 10:32
Nada más piense si lo que se comenta aquí es aplicable a Costa Rica en la situación actual, particularmente lo que el autor del artículo denomina “la tercera vía.”

EL CAMINO DE LA DEMOCRACIA HACIA LA TIRANÍA

Por Erik Kuehnelt-Leddihn
Fundación para la Educación Económica
Domingo 1 de mayo de 1988



Platón, en su República, nos dice que la tiranía surge, por regla general, a partir de la democracia. Históricamente, este proceso ha ocurrido de tres formas diferentes. Antes de describir estos distintos modelos de cambio social, definamos precisamente qué es lo que entendemos por “democracia.”

Al ponderar la pregunta de “Quién deberá gobernar,” el demócrata brinda su respuesta: “la mayoría de ciudadanos políticamente iguales, ya sea en persona o por medio de sus representantes.” En otras palabras, igualdad y regla de la mayoría son los dos principios fundamentales de la democracia. Una democracia puede ser liberal o iliberal.

El liberalismo genuino es la respuesta a una pregunta enteramente distinta: ¿Cómo deberá ejercerse el gobierno? La respuesta que brinda es: independientemente de quién gobierna, el gobierno deberá ser practicado de forma tal que cada persona disfruta de la mayor cantidad de libertad, compatible con el bien común. Esto significa que una monarquía absoluta puede ser liberal (pero difícilmente democrática) y que una democracia puede ser totalitaria, iliberal y tiránica, con una mayoría persiguiendo brutalmente a las minorías. (Por supuesto, estamos usando el término “liberal” en la versión globalmente aceptada y no en el sentido estadounidense, en donde a partir del Nuevo Trato ha sido totalmente pervertido).

¿Cómo puede una democracia, incluso una inicialmente liberal, convertirse en una tiranía totalitaria? Como dijimos al principio, hay tres avenidas para ello y, en cada caso, la evolución sería de una naturaleza “orgánica.” La tiranía evolucionaría a partir del propio carácter de incluso una democracia liberal debido a que es, desde el inicio, un gusano dentro de la manzana: libertad r igualdad no mezclan; prácticamente se excluyen la una de la otra. La igualdad no existe en la naturaleza y, por tanto, sólo por la fuerza puede establecerse. Aquél que quiere la igualdad geográfica tiene que dinamitar montañas y llenar los valles. Para obtener un seto de igual altura uno tiene que usar las tijeras de podar. Para lograr iguales resultados académicos en una escuela, uno tendría que presionar a ciertos estudiantes para que trabajen duramente horas extra, al tiempo que a otros se les refrena.

El primer camino hacia la tiranía totalitaria (aunque de ninguna manera el usado con mayor frecuencia) es el derrocamiento por la fuerza de una democracia liberal a través de un movimiento revolucionario, como regla un partido que está a favor de la tiranía pero que no es capaz de obtener el apoyo necesario en elecciones libres. La escena para tal violencia se monta cuando los partidos representan filosofías tan diferentes como para hacer imposible el diálogo y el compromiso. Clausewitz dijo que las guerras eran una continuación de la diplomacia por otros medios y, en naciones ideológicamente divididas, las revoluciones son ciertamente la continuación del parlamentarismo por otros medios. El resultado es el gobierno absoluto de un “partido” que, habiendo logrado el control completo, todavía puede seguirse llamando a sí mismo como un partido, al referirse a su pasado parlamentario, cuando todavía era tan sólo una parte de la dieta.

Un caso típico es el Octubre Rojo de 1917. El ala bolchevique del Partido Ruso Social-Democrático de los Trabajadores no podía ganar las elecciones en la república rusa democrática de Alexander Kerenski y, por tanto, montó un golpe con la ayuda de un ejército y una marina derrotados y saqueadores, y de esa forma establecieron una firme tiranía socialista. Muchas democracias liberales están tan debilitadas por luchas partidarias, a un grado tal que las organizaciones revolucionarias fácilmente pueden apropiarse del poder y algunas veces, por un momento, la ciudadanía parece estar feliz de que el caos llegue a su final. En Italia, la Marcia su Roma [Marcha sobre Roma] de los fascistas los hizo gobernantes del país. Mussolini, socialista de vieja data, había aprendido la técnica de la conquista política de sus amigos de la Internacional Socialista y, sin ser sorprendente, la Italia fascista fue el segundo poder europeo, después de la Gran Bretaña laborista (y mucho antes que los Estados Unidos), en reconocer al régimen soviético.

La segunda avenida hacia la tiranía totalitaria es las “elecciones libres.” Puede suceder que un partido totalitario con gran popularidad gane tal ímpetu y tantos votos que se convierte legal y democráticamente en el amo de un país. Eso sucedió en Alemania en 1932, cuando no menos de un 60 por ciento del electorado votó a favor del despotismo totalitario: por cada dos nacionalsocialistas había un internacional socialista en la versión de un marxismo comunista, y había otro en la versión menos marxista socialdemócrata. En estas circunstancias, la democracia liberal estaba condenada, puso ya no tenía una mayoría en el Reichstag [Parlamento]. Este desarrollo sólo podía haber sido detenido por una dictadura militar (como lo pensó el general von Schleicher, quien luego fue asesinado por los nazis) o por una restauración de los Hohenzollerns [Nota del traductor: familia real gobernante de Alemania] (como lo planeó Bruning). No obstante, dentro del marco democrático y constitucional, los nacionalsocialistas estaban destinados a ganar.

¿Cómo fue que los “nazis” lograron ganar de esa manera? La respuesta es simple: siendo un movimiento de masas luchando por tener una mayoría parlamentaria, ellos seleccionaron a minorías impopulares (entre más pequeñas, mejor) y luego movilizaron un apoyo popular en contra de ellas. El Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores era “un movimiento popular basado en una ciencia exacta,” (palabras de Hitler) militando contra los pocos odiados: los judíos, la nobleza, los ricos, los clérigos, los artistas modernos, los “intelectuales,” categorías que frecuentemente se sobreponen, y finalmente contra los mentalmente retrasados y los gitanos. El nacionalsocialismo era la “revuelta legal” del hombre común contra el raro, del “pueblo” (Volk) contra los privilegiados y, por tanto, grupos envidiados y odiados. Recuerden que Lenin, Mussolini y Hitler llamaron “democrático” a su gobierno –demokratiya po novomu, democrazia organizzata, deutsche Demokratie- pero nunca se atrevieron a llamarla “liberal” en el sentido universal (no en el estadounidense).

Carl Schmitt, a los 93 años, analizó esta evolución en un famoso ensayo titulado “The Legal World Revolution” [“La Revolución Legal Mundial]: este tipo de revolución -la Revolución Alemana de 1933- sencillamente surge por medio del voto y puede suceder en cualquier país, en donde un partido comprometido con el gobierno totalitario gana una mayoría relativa o absoluta y, de tal forma, se apodera del gobierno “democráticamente.” Platón brindó una descripción de ese procedimiento el cual calza, con la fidelidad de una copia Xerox, con la transición constitucional en Alemania: existe el “líder popular” que toma en serio al interés de la “gente sencilla,” de la “persona ordinaria, decente” en contra del rico habilidoso. Es ampliamente aclamado por los muchos y construye un cuerpo de guardaespaldas tan sólo para protegerlo a él y, por supuesto a los intereses del “pueblo.”
EN NOMBRE DEL PUEBLOPiense acerca de las SA y las SS de Hitler [Nota del traductor: SA del alemán Sturmabteilung, fue la primera milicia paramilitar del partido nazi -las camisas pardas- y las SS, del alemán Schutzstaffel, fue una milicia que absorbió a la SA y fue la principal unidad de terror de los nazis] y también acerca de la tendencia de aplicar siempre que es posible el prefijo Volk (pueblo): Volkswagen (carro del pueblo), Volksempfänger (aparato de radio del pueblo), des gesunde Volksempfinden (los sentimientos saludables del pueblo), Volksgeritch (tribunales del pueblo). No es necesario decir que esta política verbal continúa en la “República Democrática Alemana,” en la cual vemos una “policía del pueblo,” un “ejército del pueblo,” mientras que los estados satélites de Moscú son llamados “Democracias Populares.”

Todo esto implica que en años previos sólo las élites tenían una oportunidad para gobernar y que ahora, por fin, el hombre común es amo de su propio destino, ¡capaz de disfrutar de las cosas buenas de la vida! Importa poco que las realidades sean muy diferentes. Un oficial soviético de alto rango le dijo recientemente a un príncipe europeo: “Sus ancestros explotaron al pueblo, afirmando que ellos gobernaban por la Gracia de Dios, pero nosotros estamos haciéndolo mucho mejor, explotamos al pueblo en nombre del pueblo.”

Luego está la tercera vía por la cual una democracia cambia a ser una tiranía totalitaria. El primer analista político que previó este tipo de evolución nunca antes previamente experimentado, fue Alexis de Tocqueville. El dibujó una figura exacta y aterradora de nuestro Estado Proveedor (erradamente llamado Estado de Bienestar) en el segundo volumen de su Democracy in America [La Democracia en América], publicado en 1835; escribió extensamente acerca de una forma de tiranía que sólo podía describir, pero no nombrar, debido a que no tenía un precedente histórico. Es de admitir que requirió de varias generaciones para que la visión de Tocqueville se convirtiera en una realidad.

Él vislumbró un gobierno democrático en el cual casi todos los asuntos humanos serían regulados por un gobierno moderado y “compasivo”, pero decidido, bajo el cual los ciudadanos practicarían su búsqueda de la felicidad como “animales tímidos”, perdiendo toda iniciativa y libertad. Los emperadores romanos, dijo él, podían dirigir su furia contra los individuos, pero bajo su gobierno controlar todas las formas de vida era impensable. Tenemos que agregar que, en tiempos de Tocqueville, la tecnología para tal vigilancia y regulación estaba insuficientemente desarrolladas. No se había inventado el computador y así sus advertencias encontraron poco eco en el siglo pasado.

Tocqueville, un liberal y legitimista genuino, había ido a los Estados Unidos no sólo porque estaba interesado en las tendencias de esa nación, sino también debido a la victoria electoral de Andrew Jackson, el primer demócrata que llegó a la Casa Blanca y el hombre que introdujo el altamente democrático sistema de Tráfico de Influencias, una invitación genuina a la corrupción. Los Padres Fundadores [de los Estados Unidos], tal como lo ha señalado Charles Beard [Nota del traductor: destacado historiador estadounidense], odiaban a la democracia más que al Pecado Original. Pero, ahora, una ideología francesa, demasiado familiar para Tocqueville, había empezado a conquistar a los Estados Unidos.

Este desarrollo portentoso atrajo al aristócrata francés hacia el Nuevo Mundo, en donde quería observar el avance global del “democratismo,” que, en su opinión y para su desaliento, estaba destinado a penetrar en todas partes y a terminar ya fuera en una anarquía o en una Nueva Tiranía –la cual la mencionó como el “despotismo democrático.” El camino hacia la anarquía es más propenso que sea tomado por los europeos del sur y por los suramericanos (y usualmente termina en dictaduras militares para prevenir a disolución total), mientras que las naciones del norte, a la vez que mantienen las apariencias democráticas, tienden a irse a pique con una burocracia paternalista totalitaria. La ausencia de una filosofía política en común es más conducente al desarrollo de dictaduras categóricas en el Sur, en donde las guerras civiles tienden a ser “la continuación del parlamentarismo mediante otros (y más violentos) medios,” mientras el Norte es más bien dado a procesos evolucionarios, hacia un incremento sigiloso de esclavitud y un descenso de la libertad e iniciativa personal. Este proceso puede ser mucho más paralizante que una simple dictadura, militar o de otro tipo, que no tiene un carácter ideológico y totalitario. Los regímenes de Franco y Salazar y ciertos gobiernos autoritarios de América Latina, todos ellos madurando con el paso de los años, son buenos ejemplos.
ENCORVADOS HACIA LA SERVIDUMBRETocqueville no nos dijo exactamente cómo se podría dar el cambio gradual hacia la servidumbre totalitaria. Pero hace 150 años él no podía prever exactamente que la escena parlamentaria produciría dos tipos principales de partidos: los partidos Santa Claus, predominantemente de la izquierda, y los partidos de Apriétese su Faja, más o menos de la derecha. Los partidos Santa Claus, con regalos para los muchos, normalmente le quitan a alguna gente para dárselo a otra: operan con generosidades, para usar el término de John Adams. El socialismo, ya sea nacional o internacional, actuará en nombre de la “justicia distributiva,” así como en el de la “justicia social” y el “progreso,” para con ello ganar popularidad. Después de todo, usted no le dispara a Santa Claus. Como resultado, estos partidos normalmente ganan elecciones y los políticos que usan esos eslóganes son junta-votos efectivos.

Los partidos de Apriétese su Faja, si es que inesperadamente logran el poder, generalmente actúan más sabiamente, pero pocas veces tienen el coraje de deshacer las políticas de los partidos Santa Claus. Las masas de votantes, que frecuentemente favorecen a los partidos Santa Claus, retirarían su apoyo si los partidos de Apriétese la Faja decidieran actuar radical y consistentemente. Los derrochadores usualmente son más populares que los míseros. De hecho, los partidos Santa Claus rara vez son totalmente derrotados, pero algunas veces se derrotan a sí mismos, al proponer candidatos inútiles o que dan lugar a una conmoción política o al desastre económico.

Un San Nicolás politizado es un capataz sombrío. Los regalos no pueden ser distribuidos sin la regulación, registro y regimentación en todo el país. Innumerables ataduras se anexan a los regalos que sea reciben desde “lo alto.” El Estado interfiere en todos los dominios de la existencia humana -educación, salud, transporte, comunicaciones, entretenimiento, alimentación, comercio, industria, agricultura, construcción, empleo, herencia, vida social, nacimiento y muerte.

Hay dos aspectos de esta interferencia a gran escala: el estatismo y el igualitarismo, si bien ambos están intrínsecamente conectados dado que, para regimentar perfectamente a la sociedad, usted debe reducir a la gente a un mismo nivel. Así, una “sociedad sin clases” se convierte en el objetivo verdadero y cada tipo de diferenciación debe llegar a su fin. Pero, la discriminación es intrínseca a una vida libre, porque la autonomía de la voluntad y la libertad de escoger es una característica del hombre y de su personalidad. Si me caso con Bess en lugar de con Jean, obviamente excluyo a Jean; si empleo al Dr. Nikshiyama como maestro de japonés en vez del Dr. O’Hanrahan, discrimino en contra del último, etcétera. (Uno no debería de sorprenderse si una casa de ópera, que rechaza a una cantante Bambuti de 4 pies de alto para desempeñar el papel de Sigfrido en el Anillo de los Nibelungos de Wagner, ¡es acusada de racismo!)

De hecho, existe una discriminación que es justa o es injusta. A pesar de ello, la democracia igualitaria permanece firme en su política totalitaria. El pasatiempo popular de las democracias de penalizar al diligente y al ahorrativo, a la vez que recompensa al perezoso, al imprudente y al que no ahorra, es cultivado por medio del Estado, al cumplir un programa demo-igualitario basado en una ideología demo-totalitaria.

La tiranía democrática, evolucionando a hurtadillas como una corrupción lenta y sutil que conduce al control total del Estado, es así la tercera, y de ninguna manera la vía más extraña, hacia la forma más moderna de esclavitud.

El doctor Kuehnelt-Leddihn fue un académico europeo, un lingüista, un viajero por todo el mundo, un conferencista y un filósofo político.